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Rapanui (IX: La iniciación de las vírgenes)

en Voyerismo

El alba llegó con los rayos del sol que se abrían por el este del Poíke y penetraban por la estrecha abertura de Ana-o-Keke o cueva de las vírgenes. Al poco tiempo, escuchamos cánticos que subían por las laderas y acariciaban nuestros oídos. Me estremecí y sentí como se me mojaba la concha. Las chicas se apretujaron alrededor mío y sintieron el estado casi orgásmico de mi cuerpo. Oro me acarició suavemente la punta de los pezones que se endurecieron. Kutu me succionaba el lóbulo de mis orejas como si fueran penes o clítoris. Tuve que hacer un esfuerzo para impedir que se desatara ahí mismo una orgía lésbica -otra de las tantas que habíamos tenido en esos días. Mis pensamientos eróticos iban más allá de las caricias. Soñaba desde hace varias noches con ser cogida, ensartada por la concha y el culo con sendos trozos de carne a punto de estallar. Anhelaba meterme pijas en la boca y sentir el agridulce sabor del semen. Las chicas adivinaban mi estado y se contagiaron con él, pero mi firme determinación puso en orden las cosas... En ese momento los cánticos se hicieron más fuertes y aparecieron las figuras ingresando a la caverna. Para mí desilusión, ningún hombre venía o por lo menos, ninguno ingresó a la cueva en penumbras y levemente alumbrada por los rayos del sol naciente. Las viejas sacerdotisas venían cada una con un ipu (vasija) llena de agua cristalina de la laguna sagrada del Rano Raraku, que quedaba cerca del lugar. Cada una nos lavó de pies a cabeza y nos ungieron con bálsamo aromático, mano'i, nos vistieron con pareos de fuertes colores y decoraron nuestros cabellos con perfumadas tiare anani (azahares). Éramos las novias de los varones que también tendrían oficialmente el derecho de poseer mujer. Adolescentes que hasta ese momento sólo habían practicado coitos furtivos y mucho pu re'i-re'i (masturbación). La isla respiraba sexo ese día. El aire se sentía enrarecido por el deseo y la lujuria. Terminaba la abstinencia y volvía a desatarse la concupiscencia y el morbo.

Supe que también había llegado un barco del conti (Continente), así que la cantidad de hombres a satisfacer sería redoblada, porque pasarían a sumarse al contingente masculino que ya era elevado para la cantidad de mujeres isleñas: Dos varones por cada mujer era la proporción habitual. Los 300 marinos del barco (descontando a los hiku (gay) de la isla que en esa oportunidad eran autorizados para vestir femeninamente y las continentales que eran bastante tai'o ,putas, en esas circunstancias) iban a tener la ocasión de presenciar las orgías masivas nunca imaginadas y jamás relatadas en ninguna bitácora.

Esos pensamientos me rondaban, cuando dos ancianas sacerdotisas me apartaron del grupo y me llevaron casi en vilo a un lugar apartado, allí me dijeron que yo no estaba obligada a participar en la ceremonia, pero que si me decidía, debía aceptarla con todas las consecuencias. Lo bueno era que desde ese instante sería considerada como una auténtica rapanui. Me bastó esto último para convencerme. Acto seguido me desnudaron y procedieron a raparme el coño con una navaja primitiva hecha de obsidiana, matáa, el dolor fue apaciguado por una extraña bebida que me adormeció y me dejó sin voluntad, mientras las expertas ancianas transformaban mi concha en un estado virginal que por supuesto no tenía... Después me enteré que habían tatuado un komari (nombre antiguo de la genitalia femenina) en mi vientre y la cara de Make-Make en una de mis nalgas. La verdad es que en el estado en que estaba a partir de ese instante, nada me parecía real.

El misterio que se abría ante mí y pronto sería develado, me embriagaba a tal punto, que no había tenido siquiera un segundo para pensar en Jan...

(Sigue)