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Retractación estándar (X: Juegos de Patriarca)

en Dominación

La siguiente pieza de ficción se pretende un entretenimiento para ADULTOS y ha sido publicada sólo en un grupo apropiado de Internet. Si se encuentra en algún otro sitio no es responsabilidad del autor.

Todos los personajes de este relato son ficticios, cualquier parecido con personas reales vivas o muertas es pura coincidencia. El autor no está de acuerdo necesariamente con cualquiera de las actividades detalladas en el relato, algunas de las cuales son peligrosas o ilegales.

Quin 1996 TMQuin@ibm.net Traducido por GGG 2000

La ayudé a levantarse. Parecía aprensiva. Supongo que no podía culparla - no habíamos quedado precisamente en muy buenos términos. Su maquillaje de ojos se había embadurnado y podía asegurar que había estado llorando de nuevo. La miré a los ojos e intentó desviar la mirada. El collar postural se lo impidió y la agarré de la barbilla y la forcé a mirarme.

Mientras miraba aquellos ojos llenos de necesidad, supe que había vencido, que en un periodo de unos pocos días había hecho a Caroline Conway - la hija del predicador, la pequeña buena chica - desesperadamente adicta al sexo. Adelantó sus caderas hacia mí de nuevo y gimió. Estaba sin amordazar y perfectamente capacitada para pedirme lo que quisiera, pero eran necesidades animales y las pedía como cualquier animal en celo. Había más en esa mirada, una rendición silenciosa, que me decía que estaba totalmente preparada para otra renuncia. Si alguna vez hubo un momento en que estuviera dispuesta a hablar era éste.

La llevé al baño y le quité el vibrador. Se sentó, avergonzada como antes de tenerme observándola. Miré su húmeda caja, nada nuevo allí. Era la hembra más jugosa que había conocido. Se retorció un poco pero hizo lo que tenía que hacer y después la limpié, acabando por empujar de nuevo el vibrador en su interior y aumentar la frecuencia del artilugio ligeramente. Inconscientemente, empujó su pubis cubierto de látex en mi dirección y sus ojos plantearon una pregunta en silencio. Solo la última semana había sido una estudiante luchadora, que vivía en un minúsculo apartamento. Ahora estaba junto a mí, una reina fetichista pidiendo a un hombre que se la follara, casi una ninfómana, y muy cerca de ser una esclava. La idea me divertía.

Sonreí, acariciando su desnudo pecho durante un momento para asegurar que sus pezones recibían alguna atención también, luego la llevé a la mazmorra. La forcé a sentarse en la silla de atar (sin consoladores) y empecé a atarla. Me detuve, haciendo mi toque más pausado, mientras enganchaba los tobillos a las patas. Ella estaba caliente y preparada así que alcancé su palpitante entrepierna y mientras jadeaba, pidiendo más sin hablar, le quité el vibrador. Lloró frustrada, caliente pero rechazada. Me limité a sonreír. Esto haría las cosas más fáciles.

"De acuerdo. Me he calmado un tanto y quiero oír lo que tengas que decir."

"Por favor..."

"¿Quieres correrte, esclava?"

"Oh... sí"

"Entonces no tendrás problema en decirme que es toda esta movida."

Miró hacia arriba, esperanzada, "Qué, ¿respecto a mi oferta?"

"No, no es respecto a tu oferta."

"Por favor Amo, haré todo..."

"¡Basta!"

Se quedó en silencio, sintiendo mi enfado. La cogí por abajo y la forcé a mirarme. Mejor acabar con esto.

Sonreí. "Vale, así que quieres hablar sobre tu *oferta*. Veamos eso primero, ¿de acuerdo?" Quería asegurarme de que ella se había dado cuenta de lo permanente de su posición. Quizás esto la persuadiera de contarme lo que necesitaba saber. "Es mi intención retenerte para siempre, pero suponiendo que me canse de ti, ¿qué te hace pensar que vaya a liberarte? ¿Cómo sabes que no hay una tumba poco profunda en tu futuro?"

Se estremeció y durante un instante una mirada de miedo cruzó su rostro, pero entonces intentó agitar la cabeza. Al encontrarlo imposible se lamió los labios. "No creo que hicieras eso," dijo tranquilamente. Había quizás un pequeño atisbo de duda tras aquellos ojos azules, pero lo hizo lo mejor que pudo para que sonara segura. Me reí. "¿En qué te basas?" pregunté. "Y espero que no sea una opinión psicológica. No apostaría mi vida en ello, ¡no hasta tal punto!"

"No," dijo, su voz casi un susurro.

"Entonces ¿qué?"

"Una esclava debe conocer el pensamiento de su Amo" dijo. "No lo conozco, no por completo, pero sé que reglas son importantes para ti. Creo que no me matarías por ninguna razón, me di cuenta ayer."

Estaba empezando a entender. "¿Pensabas que te iba a matar?"

Miró hacia arriba, "Pensaba que era lo más probable," admitió. "Pensaba que me retendrías un par de semanas, un mes como máximo. Intentaba no provocarte, no intentar escapar a menos que supiera que la cosa iba a marchar... ayer, cuando intenté escapar, pensé que me matarías seguro, pero no lo hiciste. Entonces me di cuenta de que hablabas en serio en lo de mantenerme como esclava y que tenía un futuro en el que pensar." Me miró con aquellos grandes ojos azules, implorando. "Mi oferta es buena," dijo. "Seré tu esclava voluntariamente, haré lo que sea a cambio, las perforaciones, la marca a fuego, incluso un hijo si es lo que quieres." Sonreí de nuevo, cuando entendí. "Lo que me estás ofreciendo es ser mi novia," dije. "Bueno, puede sorprenderte aprender que puedo conseguir una chica sin problemas en cualquier parte. Si no es por amor entonces por el hecho de que soy un hombre muy saludable." Levanté la mano y le acaricié la mejilla, de nuevo. No intentó detenerme.

"Si lo deseara, habría comprado tu bonito culito," dije. "Podrías rehusar pero piensa; ¿cuánto tienes? Si hubiera llegado a ti y te ofreciera, digamos, mil dólares por una noche ¿realmente lo habrías rechazado?" Su mirada me dijo que no lo sabía. "Podríamos seguir," dije. "¿Cuánto me costarían las perforaciones, o el marcaje a fuego, o el niño? Probablemente mucho menos que lo que ya me ha costado traerte aquí. ¿Recuerdas el traje de la última noche? Esas botas eran probablemente el calzado más caro que hayas llevado en tu vida, ese corsé solo, cuesta más que la mitad de tu guardarropa. Tomar una esclava es una afición muy cara pero vale la pena porque a cambio obtengo algo que no podría comprar nunca - el control completo sobre tu vida. Si yo decido tirarte dentro de diez años y te ves forzada a hacer tu camino en el mundo sin educación, también es mi elección. Igualmente podría venderte con facilidad a un burdel en México, también es una elección mía. Eso es lo que la posesión me ofrece.

Parecía descolocada, casi aterrorizada cuando mencioné el burdel. Sonreí mientras explicaba, "Caroline Conway no tiene ningún futuro que planificar, esclava. Ella murió en aquel callejón. Mi esclava tiene un largo e interesante futuro por delante de ella, una vez que acepte su situación y empiece a mirar hacia delante en lugar de hacia atrás."

Estaba en silencio, moviéndose nerviosamente como una escolar delante del director y quizá un poco enfurruñada.

"Ahora, esclava, lo que quiero es saber por qué casi te ahorcas hoy."

No dijo nada. Volví a pensar en Maggie.

"¿Has tenido un aborto?"

Miró sorprendida, escandalizada. "No. Yo..."

"Entonces ¿qué? ¿Por qué una reacción tan dramática?"

Todavía nada.

"Esclava," dije tan amablemente como pude, "Propiedad quiere decir responsabilidad. Eres mi esclava, yo soy tu Amo. Quiero ayudarte, y tú debes necesitar esa ayuda o no habrías hecho algo tan melodramático. Ahora ¡dímelo!" Podría asegurar que lo estaba deseando pero algo profundo y antiguo estaba luchando contra mí por la conquista de su alma.

"¡Dímelo!"

Todavía nada. Entonces recordé lo que había dicho Maggie, que podía estar amenazada con un castigo si lo decía. Bueno, serían dos a jugar a ese juego. Permití que la característica de vicioso se mostrara en mi voz.

"¡No tengo todo el día, Guarra!"

"Lo siento Amo."

"Eso no es suficientemente bueno," dije fríamente. "¿Cuál es la regla uno?"

"Obedecer a la primera, en todos los casos." Dijo sin dudar.

"¿O?"

"Ser castigada," susurró.

"Y éste es el credo para el que vives, las reglas que dices que mantengo siempre."

"Sí." Era casi una vocalización.

"Bueno entonces, te he dado una orden directa. Estás así lejos de un castigo importante, esclava. Eso te acerca. Vas a decirme todo sobre lo que está pasando aquí y lo vas a hacer *ahora*." Golpeé ruidosamente la fusta contra la mesa. Empezó a llorar. "Por favor, no puedo," gimió.

"¿Entonces una flagelación de coño? ¿Veinte latigazos?"

Se envaró. Uno habría sido suficientemente doloroso, veinte debe haberle parecido inimaginable.

"¡Por favor!"

"¿He oído treinta?"

"¡No!"

"¡Treinta para la estúpida zorra atada a la silla!" dije como un subastador simulado.

"¡Por favor!"

Podía decir que fuera lo que fuera no quería decirlo. Obviamente se necesitaba coaccionarla y tenía que venderle la idea de que rehusar iría asociado a un dolor mayor. En un instante tomé mi decisión. Bajé con dureza le fusta sobre su desprotegido pezón y grité, "¡Vendido!" Gritó y lloró pero siguió sin decir nada. Esperé unos pocos segundos, luego moví la cabeza. "Ya veo. ¡Entonces una flagelación de coño!" dije con un indicio de desilusión en mi voz.

"No, ¡por favor!" gritó. Era una agonía para ella, desgarrada entre obedecerme y el miedo o la vergüenza sobre su espalda. Me puse en pie y me dirigí al armario. Lo había dejado abierto deliberadamente de modo que los látigos y azotadores que colgaban en la parte trasera de la puerta fueran visibles para ella. Desde luego yo sabía que estaban diseñados para el juego sexual, y en el peor de los casos podían producir sólo dolor suave e incomodidad. Pero, Dios, parecían maravillosos. Oí el jadeo cuando me volví hacia ellos.

"¡S...s... soy una bastarda!"

Me paré. No era el tipo de cosa que esperaba que dijera una señora, especialmente de sí misma. Me llevo un momento darme cuenta que lo decía literalmente. Pensando en ello me pegué una patada a mí mismo por no haberlo deducido antes. La fecha de boda de los padres de Caroline era una de las cosas que había comprobado en primer lugar, puesto que no hubiera sido propio de una hija respetuosa olvidar un aniversario tan importante. La fecha saltó a mi cabeza y me di cuenta de inmediato de que era errónea. O mejor, que no encajaba con la edad de Caroline. En mi defensa el hecho de que muchos de mis amigos casados han cohabitado durante un tiempo y no tiendo a relacionar directamente el tiempo desde la boda con el tiempo de relación. El Reverendo Conway no me encajaba como del tipo de los que cohabitan.

Un cálculo rápido me indicó que Caroline tenía casi dieciocho meses cuando ocurrió el feliz acontecimiento. Luego mis palabras volvieron a mí:

"...si es una chica podrás cuidarla tu misma, no quiero perder el tiempo con tus bastardos."

"Eres ilegítima," dije con algo de alivio, recordando las historias de horror contadas por Maggie. Una parte de mí pensaba que ella había reaccionado excesivamente; después de todo un enorme número de niños nacen fuera del matrimonio en estos tiempos. Entonces recordé que no había crecido en el mundo real sino en la extraña zona a media luz que era una pequeña ciudad de la Norteamérica del centro. Podía imaginar los comentarios, las miradas sabedoras, el cotilleo - y luego, otra parte del rompecabezas encontraba su sitio.

"El Reverendo Conway no es tu verdadero padre, ¿verdad?" dije suavemente. "Se casó con tu madre después de que hubieras nacido."

"Sí," Su cara estaba roja de vergüenza. Parecía una heroína de un melodrama victoriano, el hijo expósito nacido del pecado.

Todavía no podía empezar a imaginar el motivo del Reverendo para casarse con una madre soltera, pero conociendo el Cinturón Bíblico estaba seguro que podría encontrar alguna forma de venderlo a su leal congregación. "Entonces, ¿quién es tu verdadero padre?"

Intentó mover la cabeza. "No lo sé." Empezó a llorar y mis temores volvieron. Así que era bastarda, pero incluso en la Iowa más oscura no podía producir tanta congoja. Entonces recordé su reacción a mis palabras, la carta suplicante que escribía a su madre.

Madre.

"Así que el bueno del Reverendo no es tu padre. ¿Entonces qué?" No dijo nada. Asumí el riesgo. ¿Todavía te asusta mucho él?"

Me miró sorprendida, obviamente preocupada ahora. "¿L-lo sabes?"

"¡Cuéntamelo!"

Tambaleó la cabeza, sollozando.

Estaba tan claro. No sé porque no lo había pensado antes. Me volví hacia ella haciendo un gesto de barrido con la mano. "Todo esto, toda la representación," exigí "Era todo por tu padre, ¿verdad?"

Una expresión cruzó su cara, una extraña mezcla de miedo y alivio. Si Maggie tenía razón, Caroline había arrastrado con ella un oscuro secreto durante muchos años, temerosa de decírselo a alguien porque pensaba que la odiarían. Una parte de su mente quería desesperadamente decirlo, para liberarse de la culpa. La confesión es una ayuda poderosa para el condicionamiento de alguien; produce confianza porque en el fondo todos tenemos algo que ocultar. No es sorprendente que se use intensamente como parte del proceso de lavado de cerebro.

Asentí para mí mismo. "Quiero que me digas todo sobre el asunto. Todo, ¿entendido?"

"No, por favor -"

"¡La respuesta no es correcta!" dije. "Esclava, no hay nada que puedas decirme que pueda impresionarme de ninguna manera. No es posible para mí creer menos en ti de lo que hago en este momento. No te equivoques - me lo dirás más tarde o más temprano. Tengo cantidad de maneras interesantes y dolorosas de obligarte a decírmelo. Habla ahora antes de que tenga que flagelártelo, y puedes conseguir algo de mi respeto."

Me miró al oír esto. "¿Respeto?" Su voz era tranquila pero emocionada.

"Ganar el respeto de su Amo es la única cosa que debe preocupar a una esclava," dije. "Es la única manera de que llegue a ser más que un objeto."

"Por favor."

"¿Qué pasa, temes que vaya contándolo por ahí? ¿Qué piensas que diré?" me deslicé con una imitación de la voz arrastrada tipo tejano. "Hola Bob, viejo amigo, viejo colega. Nunca te lo hubieras imaginado - Caroline, la chica secuestrada que tengo encerrada en mi sótano. Demonio, resulta que folla con los animales de la granja."

Esto la hizo sonreír un poco, pero todavía se mantenía el miedo en sus ojos. "No importa lo que hayas hecho, no te voy a echar probablemente," continué. "Podrías decírmelo. Ahora."

"Él dijo que..." Cerró los ojos, las lágrimas centelleando en sus mejillas.

"¡Temes que te haga daño!"

Habría asentido pero el collar postural lo impedía. "Sí," susurró.

Me reí cruelmente. "Has sido raptada, llevada a incontables millas, encerrada en una habitación oculta tras una puerta que un tanque no podría atravesar, y ¿todavía tienes miedo de que te castigue?"

"Sí."

"Bueno, pues no lo hará," dije, inclinándome hacia abajo hasta que estuve casi nariz con nariz con ella. "Porque para conseguirlo tiene que pasar por mí, y soy la cosa más espeluznante en el cielo o en el infierno que ese bastardo encontraría nunca."

Me miró con sus ojos de cierva. Deseaba tanto creerlo.

"Soy tu Amo, esclava," dije, con el ronroneo de un gato silvestre. Todo lustroso y poderoso y afeitado a navaja, algo que podía matar en un parpadeo. "Eres mi propiedad y defiendo mi propiedad. No importa cual."

La liberé, entonces, sentándola y empujándola a mi regazo. Se acurrucó como una niñita atemorizada. La mantuve cerca, dejándola sentir el calor de mi cuerpo, el contacto físico tangible. Recordando lo que había dicho Maggie, acaricié suavemente su pecho en una actitud deliberadamente tranquilizadora, especialmente para alguien tan necesitada como ella en aquel momento. "Dímelo todo," dije. "Nadie te castigará por lo que haya ocurrido."

Me miró. Estaba tan cerca de la superficie.

"Cuéntamelo," susurré. "Puedo librarte de la culpa." Durante un instante lloró, pero sabía que pronto ocurriría así que pulsé un botón del mando a distancia. En algún sitio arriba el sistema de sonido empezó a grabar...

Había empezado hablando como un niño, usando frases simples como si tuviera cinco o seis años. A medida que la historia avanzaba su utilización del lenguaje iba mejorando, casi como si estuviera en estado hipnótico. O quizás había estado ensayándolo en su mente durante todos estos años, esperando a ese adulto ansiado que nunca había llegado para salvarla del infierno que era su hogar. En cualquier caso, le llevó varias horas conseguir pasarlo. Periódicamente se venía abajo y tenía que reconfortarla antes de que siguiera. Lo contó lentamente, y ante mi insistencia lo había descrito todo con un nivel de detalle vívido, casi grotesco. Cuando finalmente se hubo tranquilizado, recogí una botella de whisky de la bodega y bebimos hasta llegar a un amodorramiento ligero. Esta vez no se había opuesto, tan agradecida al licor como lo estaba yo. Luego la había vuelto a llevar a la celda y vuelto a enganchar al cable. Me miró y sentí la necesidad de retenerla. Estaba todavía rígida y tensa y sabía que no podría dormir en ese estado.

Empecé a acariciarla, reavivando la ardiente necesidad enterrada profundamente en su vientre, sintiendo que su cuerpo se relajaba, aceptando finalmente la absolución y la liberación de la culpa. Entonces aparté muy suavemente sus piernas y empecé a lamerle y excitarle el coño, sintiendo el calor, la necesidad arrastrarse por ella, aniquilando cualquier otra consideración. Me concentré en su clítoris, llevando la sensación aún más lejos, escuchando como perdía el control y sus gritos de lujuria llenaban la habitación. Luego cuando consideré que era el momento adecuado, me detuve y me desplacé de modo que pudiera jugar suavemente con sus pezones, escuchando como se incrementaba aún más el volumen de sus gritos. Prolongué el momento, manteniéndola al borde minuto tras minuto, sabiendo que para ella era una eternidad de dulce agonía, una tortura más intensa que cualquier dolor. Me encontré pensando en Maggie y el momento con ella, antes en esa noche, ¿había sido intenso para ella? ¿Me importaba en realidad?

Luego deslicé mi polla en su caliente agujero y la follé lentamente, sintiendo como su estrechez me llevaba dentro, envolviéndome completamente. Por primera vez, aspiraba a darle su máximo disfrute, acompasando mis caricias a sus necesidades y sintiendo su cuerpo tensarse contra las ligaduras mientras se arrastraba por el borde. Luego se corrió una y otra vez, una ardiente cadena de clímax, como si todos esos orgasmos que su culpa le había evitado se hubieran encontrado finalmente libres. Lentamente, por fin, sonrió y casi al instante se quedó dormida. Hice una pausa para aflojar alguna de las correas y aliviar la presión en sus brazos. Parecía un ángel, finas gavillas de pelo rubio enmarcando su preciosa cara. Parecía tranquila, con esa extraña expresión de paz en su cara que solo se asocia con los niños. Era como si todos aquellos terribles años se acabaran de esfumar y fuera de nuevo una jovencita, disfrutando el profundo sueño de una renovada inocencia.

Yo no tuve tanta suerte. Al principio había estado entusiasmado por mi nuevo poder. Sabía que los demonios del pasado eran el único obstáculo a mi control total sobre ella, y me había ido a la cama como al cielo de los cerdos; había atado y follado a dos bellas mujeres hoy, y quizás Vicky fuera la número tres. Recordé el apuro de Maggie con su atuendo de buscona, aquellos grandes ojos implorantes sobre la mordaza mientras estábamos en el ascensor. Oí los gritos de Caroline mientras se corría una y otra vez, recordaba el dulce sabor de su coño, la mirada de sus ojos que me decía que era casi mía. Había ido a la deriva sintiéndome borracho y muy satisfecho. No era lo último.

Me levanté sobre las tres con la desagradable sensación de que acababa de tener otro mal sueño y un dolor de cabeza machacón. Me supuso dos Advil, tres tazas de café y casi dos horas de Animaniacs antes de sentir que podría dormir sin pesadillas. A la mañana siguiente me levanté temprano. Todavía acechaban rastros del dolor de cabeza en la parte trasera de mi cráneo, así que necesité más pastillas y café. Un vistazo rápido me mostró que todavía dormía, de modo que me aseé y me dirigí pesadamente a mi oficina. Desempaqueté su caja pequeña, clasificando rápidamente los diarios y fotos del resto de su vida. Luego reproduje la grabación, eliminando las pausas y lo peor de los lloros angustiados. Durante unas pocas horas tomé sistemáticamente su historia y la transformé en un monólogo, contando una historia desgarradora de su vida. La escuché unas cuantas veces para conseguir un sentimiento al respecto, luego utilicé las fotos de los álbumes y aquellos pequeños diarios con candado para añadir detalles que ella había olvidado. Había empezado con una frase simple.

"Mamá no me quería realmente. Nunca me lo dijo, pero lo sé. Supongo que yo era un accidente. Es un poco extraño pensar de esa forma sobre esto, pero es verdad. Suena casi como una película de la semana - una animadora y algún chico de secundaria se meten juntos en el asiento trasero de uno de esos coches grandes y viejos, se quitan la ropa y, ...bueno, ya sabes. Mamá dijo que había usado protección a pesar de ser católica, pero Dios la había castigado en todo caso y me tuvo a mí. Solía pensar que podía recordar los días... anteriores, pero Mamá dice que no es posible. Mi primer recuerdo real es de él tirándome a mi madre y ordenándole que me hiciera parar de llorar. Si no lo conseguía, él la pegaba. De alguna forma entendí desde entonces que la única forma de que dejara de hacerle daño era hacer lo que él decía. Esa fue la primera vez que me dijo que no contara a los vecinos o a alguien ajeno a nuestra casa lo que le hacía a Mamá. Dijo que le haría aún más daño si lo hacía."

Miré las fotos de la escuela primaria, de la niña malhumorada de pelo rubio en la parte de atrás de filas y filas de niños sonrientes.

"No comprendí que éramos distintos hasta mi primer día en la escuela. Mamá me llevó a la reja y agitó las manos mientras iba para adentro. Las otras madres esperaban un rato. Se quedaban allí hablando, intercambiando sus historias favoritas sobre sus niños - cosas normales. Pero Mamá volvía directamente para hacerle el desayuno. Si se hubiera quedado como las otras madres, él se habría enfadado durante unos minutos. Luego le habría pegado. Fue entonces cuando empecé a entender. Los otros niños me dijeron que sus padres se casaron porque se habían enamorado. Supongo que pensaba que los míos también. Y podía ser, si ya no lo estaban, que quizás fuera culpa mía. Sin embargo cuando empecé a crecer, me di cuenta de que ella había sido joven y guapa con una hija y sin marido. Mamá era ... no sé. Vulnerable, supongo. Vulnerable, y débil, y no podía soportar los cotilleos y los dedos apuntadores. De modo que cuando le ofreció hacerla respetable, lo aceptó incluso aunque le pidiera su alma a cambio. Sabes, me dijo en una ocasión que aunque sabía que era cruel, pensaba que podría cambiarle. Pero fue él quien la destruyó."

Observé de nuevo el retrato familiar. El aspecto severo, la manera en que Judith miraba hacia abajo con sometimiento.

"Ella no fue realmente humana nunca más, la manera en que hacía todo lo que él decía. Ella... Dios. Se degradaba cuando se lo pedía. La hizo hacer cosas horribles. Nunca pude entender por qué - no sabía como eran las cosas para una madre soltera con una hija. Él mantenía esta culpa sobre su cabeza. Muy a menudo, se volvía loco y amenazaba con echarnos, decir a todo el mundo que Mamá era una puta de diez centavos que dormiría con cualquiera. Ella lloraba y suplicaba y se entregaba a su clemencia. Él nunca lo hizo, desde luego - era solo una forma de ejercitar su poder. Pero ella no podía correr ese riesgo."

Saqué una foto tomada en el patio de alguien. Niñas guapas con trajes de verano ligeros, sonriendo, riendo todas excepto la rubia, pecosa Caroline.

"Cuando tenía seis años, empezó... él... empezó a estar interesado en mí. Antes de eso, acostumbraba a llamarme "la Bastarda" cuando estábamos en casa y me pegaba si me encontraba en su camino. Pero de repente empezó a ser amable, casi como los otros padres. Podría decir que Mamá estaba aterrada, pero no sabía por qué. Todo el tiempo intentaba asegurarse de no dejarnos nunca solos, pero empezó a pegarle más y más. Entonces un día fue a visitar a una parroquiana enferma, una vieja que no tenía muchas visitas. Él se quejaba de que casi había dejado de hablarle, pero tenía que visitarla. Después de que saliera, Mamá dijo que íbamos a jugar a una cosa. Me dio una maleta y dijo que intentaríamos hacer el equipaje para unas vacaciones y veríamos a que velocidad estábamos preparadas. Yo pretendí que nos íbamos a Hawaii, y empaqueté todos mis trajes de baño para poder ser una sirena cuando estuviéramos allí.

Casi lo conseguimos. Estábamos en las escaleras cuando volvió a casa. Recuerdo su cara, y sus ojos - me asustaron tanto. Corrió escaleras arriba y me agarró, luego le dijo a Mamá que subiera al ático. Puedo jurar que ella estaba asustada - se quedó mirándome, luego a él. Mirando hacia atrás, ahora sé que él estaba junto a la barandilla a propósito. Si ella hubiera hecho cualquier tipo de resistencia me habría tirado por encima. Siempre podría alegar más tarde que había sido un accidente - a los niños les encanta deslizarse por los pasamanos, podía haberse desequilibrado, escurrido... Todavía puedo sentir su mano sujetando mi brazo, casi aplastándolo, y como Mamá dejó en el suelo las maletas y se encaminó escaleras arriba, hacia el ático. Me mandó a mi habitación, y luego escuché sus pasos en las escaleras del ático. No volví a ver a Mamá otra vez en los siguientes dos meses."

Escuchaba con un escalofrío fantasmal esparciéndose por mi cuerpo, la casi ancestral sensación de estar en presencia de un demonio puro. Paré la grabación y me preparé una bebida. Luego continué.

"Después de que Mamá subiera al ático, encontró una señora para que viniera y nos hiciera el trabajo doméstico. Los Petersson se quedaron con Anna - les dijo que Mamá se había ido a un retiro, y necesitaba ayuda con el bebé. Estaban encantados de ayudar - quiero decir, era el Reverendo Conway, ¿verdad? El hombre más agradable de la ciudad. Desde luego ellos se quedarían con Anna. Se ocupó de contar a todo el mundo lo del retiro de Mamá, como estaba intentando encontrar algo de fortaleza espiritual y conseguir algo de descanso para cuidar de las dos niñas pequeñas. Era verano, y puesto que la escuela se había terminado estaría en casa todo el día. Recuerdo que la gente se detenía al lado y le preguntaba sobre asuntos sociales o hablaba con él de cosas de la iglesia. Algunas veces subía al ático, cuando sabía que estaba hablando con alguien, y daba golpes a la puerta. Una vez pensé que podía oír algo moviéndose dentro. Pero nunca contestaba nadie.

Entonces, un día, estaba jugando en el patio y entré. Él estaba en la cocina, haciendo algo en el fregadero. No sé por qué lo hice, pero subí al ático. La puerta estaba abierta, solo un poco y entré dentro. Recuerdo lo oscuro que estaba, con un minúsculo rayo de luz entrando por las sucias ventanas. Al principio, no podía ver nada, y pensé que quizás había dejado bajar a Mamá. Luego oí el ruido. Y me di la vuelta.

Ella... oh, Mamá. Estaba colgando de una de las vigas del tejado. Le había atado los brazos detrás con una cuerda fina, del tipo de las que se usan para embalar el heno. Estaba fuertemente arrollada a los brazos, desde los codos hasta las muñecas, y la piel estaba púrpura e hinchada en cada extremo. No podía haber sido solo para atarla - era para castigarla. Una pierna estaba liada apretadamente contra su cuerpo, forzándola a hacer equilibrio sobre la otra pierna. En ese pie, llevaba el zapato de tacón más alto que había visto nunca - no podía entender como podía estar en pie sobre él. Luego vi la cuerda por encima de ella. Estaba atada a sus codos, tirando con fuerza de sus brazos hacia atrás en un ángulo horrible, muy doloroso. Tenía que estar allí de esa forma, sus brazos casi extraídos de sus articulaciones por la cuerda atada a la viga. Se movió un poco, y vi todas esas marcas rojas y moretones cruzando su espalda, como si alguien la hubiera estado flagelando. Él. Él la había estado flagelando.

Debí hacer algún ruido entonces, porque se volvió, y vi la cara de mi Mamá. Casi no la reconocí - estaba amordazada con un trapo asqueroso, y sus ojos eran enormes. Me miraba fijamente, e intentaba decirme algo. Di un paso hacia delante... no quería que me acercara más. Intentó detenerme, y perdió el equilibrio. Hizo el ruido más horrible entonces, mientras caía y todo su peso descansó en sus brazos. Podría jurar que oí un crac mientras se tensaban en el aire. Gritó tras el trapo y se meneó, se retorció hasta que pudo poner su pie de nuevo bajo ella. Fue horrible. Finalmente consiguió recuperar el equilibrio y se quedó de pie allí, mirándome. Y yo la miraba. El único sitio que no estaba magullado o amoratado o herido de alguna forma era su cara. De alguna forma, supe que quería que me escapara y me escondiera.

Lo hice. Dios me ayude, lo hice. Y casi choco con él cuando bajaba las escaleras - volvía por más. El bastardo me agarró y me tapó la boca con una mano, luego me cogió y me llevó a su dormitorio. Me tiró sobre su cama y me metió un pañuelo en la boca, atándolo allí con una de las pañoletas de verano de Mamá. No podía detenerle. Lo intenté, pero era más grande y más fuerte que yo. Me ató las muñecas a la espalda, luego las ató a mi cola de caballo, empujando mi cabeza hacia atrás. He leído sobre esto más tarde - se llama bloqueo de martillo. Luego empezó a atarme las piernas y todo lo que podía pensar era oh no, oh no, como Mamá no, por favor Dios mío, como Mamá no. Lo habría hecho, también - me habría llevado escaleras arriba y me habría colgado al lado de ella, lo sé. Pero justo entonces sonó la campana de la puerta. Me maldijo y me arrastró al armario. Me puso en pie sobre una cesta de la ropa mientras me ataba el cuello a la barra de la ropa. Luego me dijo lo que ocurriría si me movía. Dijo que caería porque no podía usar las piernas y me ahorcaría. Me ahorcaría y moriría. Si quería vivir debería quedarme quieta y tranquila. Luego cerró la puerta del armario. Oí la llave girar en la cerradura, y sus pasos escaleras arriba. Cerró de un portazo la puerta del ático, luego bajó y contestó a la llamada a la puerta.

No sé cuanto tiempo estuve allí. Podía sentir mis piernas entumeciéndose a causa de las cuerdas, y tenía la mirada clavada en la oscuridad, pidiendo que volviera pronto porque no quería morir. Empecé a llorar, y casi me asfixiaba bajo la mordaza cuando mi nariz se taponaba. Luego oí pasos en la caja de la escalera, y una voz de señora. Entonces grité, todo lo alto que pude. Todo lo que oí fue un sonido mudo, como un grito de pájaro. Seguí chillando y ella pasó justo a la derecha del armario. Seguí gritando y no me oyó en absoluto. Utilizó el baño porque pude oír el agua fluir, luego bajó las escaleras. Finalmente, la puerta se cerró y le oí volver a subir las escaleras por mí.

Abrió la puerta y desató la cuerda, luego me bajó de la cesta. Estaba... amable. No sé por qué. Empezó a desatar todas las cuerdas, frotando mis piernas cuando estaban constreñidas. Dijo que había sido solo un mal sueño, y que todo iba bien. Yo sabía que no era así, pero pensaba que me haría daño de nuevo si decía eso, así que no lo hice."

Su padre fue amable con ella los siguientes tres días, jugando y riendo con ella, hasta el punto de que casi creyó que aquella terrible visión escaleras arriba era solo una pesadilla. El cuarto día la introdujo en el juego.

"Empezó con almíbar. Le gustaba el buen almíbar de arce, no la basura que te dan en los almacenes sino el almíbar auténtico de arce de Vermont. Puso unas pocas gotas en su dedo, luego me dijo que hiciera que era un gatito y las lamiera. Lo hice. Era divertido, y el almíbar sabía bien. Nunca tuve golosinas porque él no creía en ellas, así que algo como el almíbar era un trato especial. Luego me dijo que si era una buena chica y hacía todas mis tareas, me daría otro lametazo de almíbar. Limpié mi cuarto, saqué la basura, y puse los papeles en el depósito del porche, y él puso más almíbar en sus dedos y yo lo lamí. Como un gatito. Luego, una tarde, me llevo a su dormitorio. Dijo que íbamos a jugar a un nuevo juego con el almíbar de arce. Se quitó los pantalones y se metió en la cama y me dijo que me metiera con él. Yo no quería mirarle - estaba todo cómico y peludo entre las piernas, y estaba esa cosa colgando allí. Cogió el almíbar de arce y puso un poco sobre su cosa, y me dijo que lo lamiera. Era solo un juego, dijo. Así que lo hice."

Recordé la mirada avergonzada que me echó.

Gradualmente la cantidad de almíbar se iba reduciendo y la mala técnica era desanimada por palizas frecuentes. Para cuando Judith "volvió", tranquila y destrozada, era una chupadora de pollas consumada. Durante los siguientes diez años su boca caliente haría servicios a su padre al menos dos veces a la semana. Como Maggie había predicho, Charles trasladó la culpa de este abuso a su hija, diciéndole que era diabólica y que ella y su madre serían castigadas si alguien lo sabía. Consiguió que su esposa sumisa y quebrada le apoyara y la asustada niña nunca lo dijo.

Avancé rápido la cinta, moviéndome a través de diez años de abuso frecuente y sistemático en cuestión de instantes.

"A veces parecía como si Mamá estuviera a punto de rebelarse contra él de nuevo. Entonces la volvía a llevar al ático unos días, o una semana. Volvería abajo tranquila y moviéndose cuidadosamente. Nunca se podía ver nada raro en ella - él era demasiado listo para eso. Se aseguraba que los moretones y magulladuras pudieran cubrirse con su vestido. Cuando fui suficientemente mayor, me hacía dormir con él durante estos días. Me hacía que se la chupara, y lo tragara después, y había puesto su cosa en mi culo aunque dolía horriblemente. Pero nunca me folló - dijo que no estaría bien que la hija del reverendo no fuera virgen. Luego se reía y me decía que me estaba reservando para cuando fuera mayor. Me hizo otras cosas, también, cosas que había leído en libros, y a veces... Yo... no sé. A veces sentía... pero me decía que solo a las chicas malas le gustaban este tipo de cosas. Si me gustaban era un guarra, era diabólica e inútil. Como mi Mamá.

Pero nunca le hizo nada de esto a Anna. Anna era su ángel, pura y dulce y nacida dentro del matrimonio. Yo era una bastarda, merecía todo lo que me pasara pero Anna era una 'buena chica'. Ella lo sabía, y me hizo la vida un infierno viviente con ello. Si ella rompía algo, o se rasgaba su vestido, o perdía sus tareas caseras, me acusaba a mí. Y él me llevaría a su dormitorio y me pegaría mientras Mamá y Anna esperaban abajo. Cuando volvía a bajar, ella estaba sentada allí en la sala de estar, sonriéndome.

Se hizo peor al crecer. Cuando yo tenía doce años, empecé a oír a las chicas de la escuela hablar de sexo. Una de ellas, más mayor, dijo que se suponía que era divertido, y había una manera en que podías obtener la diversión por ti misma. Lo que tenías que hacer era encontrar ese pequeño bultito entre las piernas y restregarlo suavemente. No las creí al principio - sonaba estúpido. El sexo no era divertido, el sexo dolía. Pero una vez, cuando me estaba dando un baño, decidí buscar el bultito. Fue bastante difícil, pero finalmente lo encontré y lo restregué como ellas decían. Al principio no pasó nada, pero luego empecé a notar esa sensación agradable bajando por mi estómago y, toda calor y estremecimiento. De alguna forma parecido, a veces, a lo que había ocurrido cuando... ya sabes. Seguí intentándolo en el baño, y a veces en la cama. Una vez, sentí como fuegos artificiales bajando hacia allí, me sentí tan bien. Ese fue mi primer orgasmo, supongo. Y estaba en ello cuando Anna entró y me pilló. Estaba en la cama, bajo las sábanas, pero ella supo que había algo raro y empezó con la cantinela, "Se lo voy a decir a Papaaa, se lo voy a decir a Papaaa." Salió corriendo antes de que pudiera detenerla, y unos pocos minutos más tarde le oí que subía las escaleras. Abrió la puerta y se quedó allí, mirándome. No podía moverme, no podía ni respirar, tenía tanto miedo. Cerró la puerta y se acercó a la cama, agarrando las sábanas y retirándomelas. Ocurrió tan deprisa. Me agarró las piernas y me las separó de golpe, mirando entre ellas, luego dijo que era una chica malvada y pecadora y ardería en el Infierno por lo que acababa de hacer.

Me cogió de un brazo y de una pierna y me hizo dar la vuelta, sobre el estómago, luego me levantó el camisón. Escondí los ojos en la curva del brazo y esperé. Oí el ruido silbante antes de sentirlo. Era una percha de alambre, justo como en la película 'Mommie Dearest'. Y dolía como el fuego, finas líneas de fuego por arriba y por abajo de mi espalda, mi culo, mis piernas. Empecé a llorar, luego empecé a gritar. Se detuvo un momento, lo justo para meterme un pañuelo en la boca atándolo con un par de panties, luego siguió azotándome con la percha. Me separó las piernas y empezó a azotarme los muslos, luego me azotó una vez directamente entre las piernas. Grité y me desmayé.

Cuando volví en mí, estaba atada a la cama con las piernas y los brazos en cruz. Me dejó allí de esa forma toda la noche como castigo y Anna se reía de mí desde la puerta. Tuve que dormir boca abajo durante dos semanas. Nunca me volví a tocar abajo de nuevo, hasta... hasta aquí.

Esto continuó... Dios, durante años, hasta que fui a la escuela secundaria. Entonces, unos seis meses antes de cumplir quince años, conocí a Josh Petersson. Esto no es exacto - quiero decir que los Petersson habían vivido en la ciudad toda mi vida. Nuestras familias vivían juntas. Nunca le había prestado mucha atención a Josh antes - quiero decir, él era solo un chico del vecindario. Pero en mi segundo año ambos empezamos proyectos en la feria de ciencia. Tenía la mesa próxima a la mía y empezamos a hablar. Empezamos a estudiar juntos algunas veces en la biblioteca de la escuela. Puesto que la granja de los Petersson estaba fuera de la ciudad siempre se ofrecía a acompañarme a casa después de la escuela. Nuestra casa estaba en el borde de la ciudad, sabes, cerca de la iglesia. Ahí empezó todo. Era tan dulce y divertido, y adoraba escucharle cuando hablaba de las excursiones de su familia al Gran Cañón o lo que quería hacer cuando fuera mayor. Me tomaba el pelo, intentando hacerme reír, y empecé a sentirme a salvo con él. Así empezamos a cogernos la mano en el camino a casa, y luego le dejé besarme. No era nada como con... él. Josh era dulce, e inocente, y me sentía tan maravillosamente cuando me rodeaba con sus brazos. Me pidió que fuera su novia y le dije que sí. Oh, Dios. Ahora, desearía haber dicho que no.

Pero ni se me ocurrió entonces. Estaba tan feliz de gustar a Josh - era algo todo mío, algo puro y bueno. Por otra parte, estaba aterrada de que... él... se enterara, por Anna o alguno de mis amigos. Le dije a Josh que teníamos que mantenerlo en secreto - conté alguna mentira sobre que las hijas de los reverendos no podían tener citas hasta que tuvieran dieciséis años. Me creyó y me prometió que no se lo contaría a nadie.

Lo mantuvimos así durante meses. Algunas veces me apañaba para escabullirme y encontrarme con él en la pequeña casa en la propiedad de sus padres. La llamaba la casa de Patrick, y dijo que sería suya algún día. Deambulábamos por ella, simulando que estábamos casados y viviendo allí, y fue la mejor época de mi vida. Luego, el día antes de que yo cumpliera quince años Josh dijo que tenía una sorpresa para mí y se suponía que tenía que encontrarme con él en la casa de Patrick por la tarde. Le dije a Mamá que tenía que quedarme después de clase y ayudar a uno de los profesores a clasificar papeles. No sé si realmente me creyó, pero en todo caso me dejó hacerlo - sonaba razonable y a él le gustaría. Tras la clase corrí a la casa de Patrick, evitando los aguaceros y sintiéndome viva. Josh estaba esperándome dentro, y me estrechó en sus brazos en cuanto cruce la puerta. Estuvimos así durante un minuto, los dos a salvo del mundo, mientras me besaba el pelo y me decía que era guapa, maravillosa, que me amaba tanto. Le miré y vi amor en sus ojos. Supe entonces que era el único con el que deseaba pasar la vida.

Me llevó arriba por las escaleras estrechas y oscuras, a uno de los pequeños dormitorios. Allí había preparado un paño de cuadros rojo sobre el suelo con un vistoso picnic para comer - se había apañado para sisar una botella de vino de la bodega de su papá. Nos sentamos, e insistió en servirme pollo frito y ensalada y galletitas. Todo formaba parte del servicio, dijo riendo. Mi primer vaso de vino fue en uno de esos pequeños vasitos de plástico, como los que podías conseguir en el supermercado. Fue la mejor comida que he tenido en mi vida, y al terminar me incliné para besarle en agradecimiento.

No estoy muy segura de cómo ocurrió. No recuerdo mucho - pensé más tarde que quizás me quedé en blanco a causa de lo que me hizo. Estábamos tirados sobre la manta, en un cuadrado de luz del sol que entraba por una de las ventanas. Era un día divertido, con sol y chaparrones, como si el mundo no pudiera aclararse la mente. Recuerdo observar las motitas de polvo bailar a la luz del sol, como burbujas doradas en el vino. Recuerdo que era feliz, y recuerdo a Josh besándome y diciéndome que me amaba. Debí ayudarle a quitarme el vestido - no veo si no cómo podría habérmelo quitado de un golpe. Siguió besándome por todas partes, diciéndome que era preciosa, tan blanca y suave como el marfil.

Él... nosotros... hicimos el amor, supongo. No fue solo sexo, como con él. Era amor, y Josh gritó mi nombre al final. Allí estaba yo, debajo de él, y sentía el amor que emanaba de él, e intentaba ignorar las voces que en mi cabeza me decían que era sucia, una puta. No podía ser - alguien como Josh no amaría a una puta. Me retuvo y me dijo que no me preocupara - quería casarse conmigo, y si me quedaba embarazada nos casaríamos mucho antes. Incluso sacó la cajita, forrada de terciopelo y me la dio. Contenía una delgada banda de oro, el anillo de bodas de su abuela, me dijo. Haría las veces hasta que pudiera ofrecerme un verdadero anillo de compromiso - entonces se detuvo, y me miró.

¿Quieres casarte conmigo, Caroline? preguntó. Dije que sí, y empecé a llorar.

Ahí... ahí fue cuando las cosas empezaron a torcerse. Josh quería hablar con él y conseguir su permiso para casarse conmigo. Le dije que no podía - mi padre nunca accedería. Insistió en que era algo que tenía que hacer, que estaba orgulloso de su amor por mí y no quería esconderlo más. Discutimos sobre ello y finalmente me levanté y agarré mi vestido, llorando. Le dije que si realmente me amaba me escucharía y no diría nada a mi padre. Estaba tan asustada, por mí, por él. De alguna forma sabía lo que ocurriría si alguien intentaba sacarme de la casa de Conway. Salí corriendo de allí, abrochándome el vestido y llorando. Podía oír a Josh llamándome por mi nombre, pero continué la huida - no podía pensar, estaba tan confusa y asustada. Al día siguiente tuve mi fiesta de cumpleaños. Él me había permitido invitar a alguno de los chicos de clase, pero Josh no vino. Me pasé todo el tiempo pendiente de la puerta, esperando que me perdonara y viniera de todas formas. Tenía tantas ganas de verle. Pero no se dejó ver.

La fiesta fue agradable, supongo. Tenía mi pastel, y velas, y regalos de todo el mundo. Sin embargo no podía disfrutarlo realmente, estaba tan preocupada por Josh. No me di cuenta en realidad de que los huéspedes empezaban a irse, hasta que la casa estuvo de nuevo en silencio. Nosotros cuatro solos. Anna molesta se fue a dormir pronto - creo que estaba furiosa de que yo hubiera sido el centro de atención por una vez, sin que pudiera hacer nada al respecto. Quizás una hora después me cogió los hombros y dijo que tenía un regalo especial para darme. Todavía recuerdo aquella sonrisa, y a Mamá sentada en la mesa de la cocina, sin atreverse a mirar. Me llevó arriba, a su dormitorio, y me dijo que me quitara los pantalones y me desabrochara la camisa. Pensaba que íbamos a hacer lo que hacíamos siempre, pero me empujó a la cama y me dijo que me quedara tumbada sobre la espalda esta vez.

Cerré los ojos y pedí a Dios que me dejara morir. Oí la cremallera, luego el rumor de la ropa cuando se quitó los pantalones. Los muelles de la cama sonaban mientras se subía encima. Él... él... oh. Se puso encima de mí, y lo pude sentir entre mis piernas, empujándome. Luego me la metió, dura. Él... ahora lo sé, debía estar intentando romper mi himen, desvirgarme. Josh había sido tan cuidadoso, tan suave. Todo lo que él quería era hacerme daño.

Su cara... cambió. Podía verlo, ver la constatación de que no había nada en su camino. Yo no era virgen. Se incorporó, mirándome, aguantó su peso sobre una mano y con la otra me abofeteó con fuerza. "¡Tú PUTA!" gritó, directamente en mi cara. "¡Tú, puta asquerosa! ¡Te han follado antes! ¡Dejaste que alguien te follara!"

Siguió abofeteándome, llevando mi cabeza de lado a lado con los golpes. Intenté no hacer ningún ruido, pero pronto empecé a gritar. No pude evitarlo. Entonces se levantó, y me agarró del pelo, arrastrándome fuera de la cama y abriendo la puerta para poder lanzarme al recibidor. Mi cabeza golpeó contra la pared de enfrente, y me callé, sin aliento del dolor. Pensé que iba a matarme, de alguna manera recuperé el aliento suficiente y me arrojé escaleras abajo. Aún no se como me las apañé pero recuperé el equilibrio y de alguna forma me di cuenta que tenía que alcanzar la puerta - llegar a Josh. Gritó algo y empezó a venir tras de mí y fui hacia la puerta sabiendo que no él no llegaría a tiempo. Entonces de repente alguien me agarró del pelo, me giré dispuesta a luchar para liberarme. Si hubiera sido Anna le habría aplastado su cara presumida contra la pared...... Era mi madre. No podía creerlo y no creo que ella lo quisiera. Estaba entregada, ya ves, en ese tiempo no podía imaginar por qué estaba de su parte, al no comprender completamente el miedo y el dolor....

Luego me puso la mano en la boca y le pidió que trajera una cuerda. Lo hizo, como una zombie y me sujetó mientras él me ataba. Me amordazó con una toalla anudada, luego me empujó escaleras arriba. La miré mientras estaba allí y parte de mí supo que él había ganado, supe lo que haría a continuación. Me había atado los tobillos pero pudo comprobar que era muy difícil moverme así, de modo que me empujó y los volvió a atar trabados. Intenté dar patadas pero sabía que era inútil.

Gruñendo, me enganchó del pelo de nuevo y me obligó a levantarme, luego me empujó.

Me empujó.

Hacia las escaleras del ático. Me llevó al ático, justo como había llevado a Mamá casi diez años antes. Y me volvió a atar, con las manos encordadas a una viga del techo tan alta que tenía que estar de puntillas, luego me abrió las piernas y ató cada pie a unos enganches viejos y herrumbrosos del suelo, de manera que me estiró aún más. Leí más tarde que la gente podía sofocarse en esa posición, que era la forma en que moría la gente cuando era crucificada. Apenas podía respirar, y la cara me dolía tanto cuando me cogía de las mejillas y me empujaba más la mordaza. Podía sentir los labios hinchándose, la sangre provocando que escocieran en el aire caliente, sofocante.

Me quitó la ropa cortándola, haciéndola trizas con un cuchillo profesional, y pensé que seguro que iba a cortarme. Pero estaba allí, examinándome como si fuera una pieza de escultura. Y asintió, mientras cogía un látigo para el ganado de un gancho de la pared. Dijo que había pecado contra Dios y mi religión, pero, lo más importante, había pecado contra él. Le había negado lo que le correspondía por matrimonio, y había caído más bajo ahora que todo lo que se arrastraba en la porquería. Tenía que ser castigada. No podía moverme mientras andaba por detrás de mí. Solo podía esperar, y tomar aire y confiar en morir.

Primero oí el sonido. Luego sentí la quemadura del fuego cruzándome la espalda. Fue el peor, el dolor más intenso que había sentido nunca, peor que sus bofetadas, peor que el dolor cuando se metía en mi cuerpo. Grité tras mi mordaza, arqueando la espalda, intentando escapar del dolor. Me azotó más y más. Más tarde me dijo que me había azotado cuarenta veces, una más que Jesús, porque era una guarra sin valor. Yo no lo sabía - me desmayé tras el sexto latigazo.

Cuando volví en mí, todo lo que podía sentir era dolor. Toda mi espalda arriba y abajo, mi culo, mis piernas. Parpadeé, intentando tomar aire a través de mi nariz atascada. Y le vi sentado en una silla frente a mí. A horcajadas sobre la silla con un codo apoyado en el respaldo, la barbilla en el puño. Mirándome. Cuando vio que me había despertado, me sonrió y me preguntó que quién era el que me había follado en primer lugar. No sé como lo hice pero negué con la cabeza. Dijo, muy suavemente, que Dios solo me perdonaría cuando le dijese quién me había profanado. Pero yo no lo haría.

Después supe que había pasado dos semanas allí arriba. Dos semanas en ese ático caliente, asqueroso, mientras él... experimentaba conmigo. Tenía todos esos libros y revistas, cosas que compraba por correo a compañías especiales de la ciudad, a los almacenes de suministro para granjas, a todo tipo de sitios. Y él las probaba, una por una, sobre mí, siempre pidiéndome que le dijera quien había sido el primero que me había follado. Me ató las piernas a una placa y me forzó los pies hacia abajo hasta que asomaron, luego los ató y me dejó allí mientras los músculos de mis pantorrillas se trababan en agonía. Embadurnó Ben-Gay sobre un enorme consolador y lo metió a empujones en mi culo. Me habló de la circuncisión femenina, y dijo que me iba a cortar los labios de mi coño y el clítoris y coserme el coño para que no pudiera disfrutar del sexo nunca más. Mientras tanto me pegaba y azotaba, solo por el placer de hacerlo.

Me mantuve hasta que... había instalado un banco de trabajo allí, una especie de mesa de madera gruesa. Me ató a ella. Forzó mis piernas en estos estribos caseros, separándolas todo lo posible para tener acceso a mi coño. Me lo había trabajado mucho, metiéndome consoladores y otras cosas dentro, follándome cada vez más, metiéndome el puño hasta que pensaba que moriría de dolor. Pero nada de lo que había hecho era tan malo como esto. Yo... no me gustaban las agujas. No me gustaba la idea de cosas clavándoseme, me rompían, así que no podía con ellas. Lo averiguó cuando empezó a clavarme alfileres atravesándome los pezones, y... tenía aquella placa pequeña, hecha de madera delgada con la forma de una mariposa con un agujero oval en el centro. La llamaba su placa de mariposa. Pensaba que era por la forma hasta que... hasta que me la puso entre las piernas y la empujo contra mí, con fuerza. Luego tiró de los labios de mi coño para que pasasen a través del agujero. Tiró y los estiró hasta que pude sentir la madera rascando mi clítoris, las parte interiores de mis muslos. Luego puso el alfiler. Y grité. Grité y grité, y él empujó el alfiler a través del labio de mi coño, clavándolo a la placa. No podía soportarlo, no podía con esa sensación. Y siguió haciéndolo, estirando los labios hasta que estaban completamente pasados por el agujero y podía pincharlos sobre la placa como una mariposa.

Me... me volví loca, supongo. Agitaba la cabeza de lado a lado y lloraba y suplicaba bajo la mordaza, y todo lo que podía sentir eran aquellos alfileres abriéndome, estirándome. Luego colocó otro alfiler, y tocó mi clítoris. Iba a pasarlo a través de mi clítoris, dijo, y lo desgarraría a menos que le dijera lo que quería saber.

Pude sentir como me rompía. No podía soportarlo más. Hice ruidos animales y as