miprimita.com

Memorias de un joven debutante (II)

en Hetero: Primera vez

Excitado por mi debut sexual, esa noche no me podía dormir pensando en todo lo que había vivido. Recaliente pensé en ir a ver a Ligia a su cuarto pero deseché la idea por temor a ser descubierto por mi padre, afecto a levantarse por las noches para tomar agua. Me arreglé haciéndome una buena paja. Algo más calmado pude conciliar el sueño.

Al otro día, cuando mi madre vino a despertarme para ir al colegio, le dije que no me sentía muy bien, que iba a faltar. Como no soy faltador, me consintió.

-Mami, antes de irte decile a Ligia que dentro de un rato me traiga el desayuno.

Ni bien se fueron mis padres apareció Ligia en mi cuarto.

-¿Qué le pasa al chiquitito? ¿se siente mal?

-No, lo que pasa es que dormí poco y además tenía ganas de cogerte.

Ligia sonrió.

-Picarón, te ha gustado la concha.

-Y qué te parece, estoy recaliente, mirá-dije corriendo la sabana dejando ver mi pija que ya estaba parada de sólo pensar.

-Epa, epa -dijo Ligia agarrándomela- ¿así que querés el desayuno en la cama? Bueno, pero antes me voy a desayunar yo -y diciéndome esto comenzó a chuparme suavemente la pija.

La verdad que sentir esa sensación antes de levantarme era más de lo que nunca me había imaginado.

Evaluándola a la distancia Ligia fue la mejor mamadora que conocí en mi vida, y he conocido a algunas. La presión y el roce que ejercía en la pija con sus labios, la suavidad y profundidad de sus movimientos y la intensidad de sus lengüetazos nunca los volví a experimentar con ninguna otra mujer, como tampoco volví a tener esas acabadas interminables que tenia al ritmo de la succión de su boca.

Luego de unos minutos no aguanté más y le lancé tanta cantidad de esperma que se le llenó la boca y tuvo que tragarla en varias etapas para no ahogarse. Me limpió bien la pija con la lengua y cuando estuvo segura de que no quedaba una gota más me dijo:

-Riquísima tu leche, me encanta así calentita ¡y qué cantidad! parecés una vaca lechera. Ya vengo.

Al ratito apareció desnuda con la bandeja de mi desayuno.

-Tómatelo todo así recuperas fuerzas.

Comencé a tomar el desayuno y ella se sentó en una silla frente a mí, se moja los dedos con saliva y comienza a masturbarse.

-Qué lindo sos chiquito, cómo me calentás.

Más que tomar, tragué lo que quedaba en la taza y fui hacia ella.

-Bésame, bésame toda.

Obediente, comencé a besarla en la boca, el cuello, bajé a las tetas y me entretuve chupándoselas mientras ella aumentaba el ritmo de sus dedos sobre el clítoris.

Mientras le chupaba los hermosos pezones que tenía me agarró la mano derecha para que la suplantara. Con las dos manos me acarició la cabeza y con una suave presión me indicó que siguiera besándola hacia abajo. Le besé el ombligo, la panza y cuando intenté volver hacia arriba me dijo:

-Seguí, quiero que me chupes la concha.

-Pero no sé -fue lo primero que se me ocurrió decir.

-Hazme lo mismo que con el dedo pero con la lengua.

Comencé a besarle el clítoris y los labios de la vulva. En realidad no tenía la menor idea de qué hacer pero el gustito y el aroma de la concha me gustaron tanto que en ese momento decidí que me convertiría en un experto chupador.

Le pasé la lengua por la raya abriéndole los labios y chupando su juguito, la fui subiendo hasta que se topó con el clítoris que ya tenía una dureza y un tamaño que me permitía agarrarlo con los dientes y los labios. Mientras que lo tenía sujeto empecé a lamerlo cada vez con mayor intensidad. Parecía que lo estaba haciendo bien porque Ligia empezó a tensar su cuerpo previamente a la acabada que no se hizo esperar cuando comencé a succionarlo como si fuera un pezón.

Casi acabo con ella pero por suerte me pude contener.

-Qué linda chupada que me hiciste chiquito. Me encanta que me la chupen pero a muchos hombres nos les gusta, dicen que es cosa de viejos.

-A mi me gustó mucho, así que quédate tranquila que yo te la voy a chupar siempre, todas las veces que quieras.

Se levantó y fue a recostarse en la cama

-Vení -me dijo mientras abría las piernas para hacerme lugar.

-Ligia ¿si me pongo un forro te puedo acabar dentro?

-¿Tenés?

-Sí, se donde los guarda mi papá.

-Bueno, pero cojamos así y te lo pones cuando vas a acabar.

Le apoyé la cabeza de la pija en la raya y como tenía la concha tan mojada por mi saliva y su flujo, se fue dentro de un golpe.

Garchamos un rato cambiando de posiciones. En un momento se puso en cuatro patas y se la metí desde atrás mientras miraba ese portentoso culo que tenía.

-Ay chiquito ponte el forro que no aguanto más, estoy a punto de acabar.

Me lo puse y ella se me montó arriba, tuve la sensación de que hasta los huevos habían entrado. Se empezó a mover con un ritmo e intensidad a pesar de su tamaño que en dos minutos estábamos en la puerta del paraíso, esperando acabar.

-Me voy, me voy, chiquito, vente conmigo.

Entramos en un vértigo de movimiento mientras teníamos el orgasmo que sin darnos cuenta terminamos caídos en el suelo. Tranquilizados por el goce y riéndonos de la situación llegamos a la conclusión que la cama mía era muy chica. El próximo polvo nos lo echaríamos en la cama de mis padres.

Hacia allá fuimos. Ya instalados más cómodamente charlamos un poco y empezamos a hacer unos jueguitos, a besarnos, tocarnos y cuando nos dimos cuenta estábamos haciendo un poderoso 69, yo abajo escondiendo mi cara en su concha y ella arriba chupándome la pija como sólo ella sabía hacerlo.

Cuando estábamos entonados se la metí como el perrito y nuevamente la visión de ese culo me puso al borde del abismo, Ligia ya había caído varias veces, como no tenía forro le avisé que estaba por acabar y me pidió que se la vaciara en las tetas.

Toda embadurnada de guasca miró el reloj y dijo:

-¡Huy! como se pasó el tiempo. Va a llegar tu mamá y yo no hice ni las camas.

Se puso en actividad y tal era su eficiencia que en pocos momentos había ordenado todo y se puso a hacer el almuerzo. Yo volví a mi lecho de enfermo a recuperar fuerzas.

Las dos semanas siguientes me las pasé cogiendo y pensando en coger. Descuidé todo, amigos, club, escuela y recogí las consecuencias de mi desenfreno. Tuve el primer aplazo en mi vida de estudiante.

Cuando se enteró mi madre casi se muere del disgusto. Mi padre, más ubicado, me aconsejó que me abocara con más atención al estudio para recuperar la materia.

Ligia me agarró en la cocina y me dijo:

-Chiquito, si no hay estudio no hay garcha, así que si querés que sigamos con nuestras cogidas, levantá lanota. Es verdad lo que dice el refrán que más tira un pelo de concha que una yunta de bueyes.

Autor: Chiquito