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La Mujer Aburrida

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La mañana es helada en la gran ciudad. Julia Pal camina distraida, sumergida en sus

pensamientos. Con la boca entreabierta, dejando escapar pequeñas bocanadas de gélido

aliento, camina con un ritmo distorsionado provocado por sus finos y largos tacones de

aguja. Con las manos resguardadas con mullidos guantes de algo similar al terciopelo,

unas medias térmicas que le permiten enseñar las piernas hasta encima de las rodillas,

una ajustada minifalda de tonos grises, un jersey de lana de color salmón y una larga

chaqueta negra, nadie pensaría que Julia se dirije al mercado. Un lugar al que

diariamente va a hacer la compra, mientras su marido recorre la ciudad en su coche

esperando convencer a alguien para que compre utensilios de cocina por catálogo.

Es temprano, pero cuando Julia llega a la entrada del mercado, se puede apreciar el

enorme movimiento del interior. Hoy es 22 de diciembre, el día en que todos sueñan

con poder cambiar algo de sus rutinarias y aburridas vidas. El día del sorteo de navidad

de la lotería nacional. Las personas del mercado, en su mayoría mujeres, corren a hacer

las compras para poder pegar la oreja a la radio e imaginar lo que harían con unos

cuantos millones más en sus cuentas corrientes. Julia no es una excepción, desea con

todas sus fuerzas que su vida cambie de algún modo y si es haciéndose millonaria,

mejor que mejor. Aunque lo cierto es que este año es diferente para ella. Siempre ha

deseado poder tener suficiente dinero para no tener que hacer cuentas para poder llegar

a final de mes, pero ahora lo desea por necesidad. Siente que, como su vida no cambie,

el aburrimiento que la embarga se apoderará de ella, que perderá el control. No quiere

ser una mujer aburrida, quiere ser feliz, pero la vida no parece que sienta simpatía por

ella. Cuando se da cuenta, Julia está ante la parada del pescado y la dependienta espera,

con un gesto de desgana por estar allí y encima tener que esperar a que le digan lo que

quieren.

-Lo siento. –Julia repasa la parada con una rápida mirada.

-Ponme una merluza que sea grande, mañana tendré invitados. –La dependienta

mastica un chicle de forma asquerosa. Parece que no pueda sorber suficiente y la baba

se le acumule en la boca. Julia tiene unas enormes ganas de vomitar pero se reprime.

Piensa que ella es la cliente y tiene todo el derecho a quejarse por despacharla de una

forma tan poco profesional y maleducada.

-Son dos mil quinientas pesetas. –Julia rebusca en su monedero casi sin mirar a

la cara de la dependienta. Sus manos comienzan a sudar y el monedero empieza a crecer

de tamaño, su mano entra dentro pero no puede encontrar el final. Consigue rozar el

billete de cinco mil que puso esta mañana allí dentro, cuando se levantó de la cama,

pero lo pierde. No comprende como el monedero se está tragando su brazo y ella no

consigue coger el billete. Ya no sudan sólo sus manos, ahora también lo hace su frente,

su cuerpo arde debajo de la ropa, las medias asan sus piernas y su cabeza, su cerebro, se

ilumina con una lejana luz, como los faros de un coche lejano que se acercan.

Finalmente, el billete aparece en la mano de Julia y, temblorosa, se lo entrega a la

dependienta.

-¿Se encuentra bien, Julia? –La dependienta tiene un rostro que denota

preocupación y miedo, pero Julia sólo ve ese chicle repugnante y baboso, demasiado

cerca de ella. Parece que quiere saltarle encima y cubrirla por entero, dejándola sin

oxígeno entre una masa de color rojizo, aroma de empalagosa fresa y litros de babas

resbaladizas.

-¡Estaría mejor si dejases de masticar como una puta guarra! ¡Oigo tu dientes

chocando con esa masa pegajosa y me está volviendo loca! –Julia tiene el rimel corrido,

el rostro sudado y la larga melena negra enmarañada y pegada en la frente.

-Tranquila, sólo preguntaba. –La dependienta lucha por ignorar lo que Julia le ha

dicho y le entrega el cambio. Sabe que una contestación no serían más que problemas.

Pero, aunque ella no quiere problemas, a la nueva clienta que llega a la parada, le

encantan.

-Julia... ¿estás bien, querida? Tienes una cara horrible y no he podido evitar oir

lo que le has dicho a la pobre chica. No es propio de ti ¿sabes? – Es Eva Santiz, una

vecina del barrio que adora los chismes. Tiene la misma edad que Julia, treinta y dos,

pero a ella el tiempo no la ha tratado tan bien como a Julia. Su trasero ha empezado a

crecer por cuenta propia, su tripa no es plana del todo y algunas arrugas de su rostro

destacan demasiado como para disimularlas. Quizá por eso Eva podría decirse que odia

a Julia. Si ese no es el motivo, Julia no puede saber cual es, aunque tampoco le

preocupa demasiado. Normalmente, Julia la ignora y se va con un saludo amable. Pero

hoy no es un día normal, al menos no lo parece. En un día normal, la luz del cerebro no

está tan cerca, los faros son lejanos, como dos ojos de un felino. Pero ahora, hoy, Julia

empieza a deslumbrarse.

-¡Métete en tus asuntos, zorra frígida! A mí no me engañas, tienes envidia de

que todos los hombres, incluso tu marido, me miran y me desean. En cambio tú no les

produces ni pena. –Eva no puede ocultar la expectación que le crea la contestación de

Julia. Apenas sabe como reaccionar.

-¡Pero como te atreves...! –La réplica de Eva no acaba, pues Julia coge un erizo

de mar con las manos, casi sin notar las púas que atraviesan sus guantes, y se lo clava en

la frente a Eva.

-¡Cállate! ¡Ve a follarte algún perro del vecindario! –Eva, grita de dolor e intenta

quitarse el erizo que tiene clavado en la frente, mientras corre sin dirección fija. Julia

tambien corre, hacia la salida, hacia su casa, huyendo.

Empieza a llover con fuerza en la calle. Dentro, una lluvia personal cae sobre el rostro

de Julia. Llora con desespero al recordar lo que ha ocurrido en el mercado hace media

hora. Cuando lo piensa, sabe que esa no era ella. Algo allí dentro se apoderó de su

cuerpo y la empujó a hacer lo que hizo. Cae en la cuenta de que no ha mirado su rostro,

muchas veces, mirarse en un espejo te muestra el estado de ánimo real que encierras en

tu interior. Se acerca al lavabo, enciende la luz y se ve. Su cara es la de siempre, no

tiene marcas de haber sufrido una transformación demoniaca o haber sido poseída.

Mientras más lo piensa, más absurda le parece la idea, pero lo que sí sabe es que la Julia

Pal del mercado no era ella. Sale del lavabo despacio, descubre también que los pies le

duelen de haber corrido con unos tacones tan finos. Se sirve un café caliente y se toma

una aspirina. Mientras aguanta la taza caliente entre sus dedos, observa la lluvia por la

ventana. En la calle pasan los coches, las personas caminan como hipnotizadas, algunos

pájaros vuelan de árbol en árbol para poder resguardarse mejor de la lluvia. Nadie presta

a tención a nadie. Julia, de repente se siente terriblemente sola. Se gira sobre su propio

eje, mirando el enorme comedor vacío de vida, sólo está ella y el silencio. Anhela un

niño que le diga mamá, que le dé su cariño y que la haga sentirse necesitada, amada.

Pero no puede, eso le dijo el doctor cuando se hizo las pruebas después de que todos los

intentos con su marido para quedarse embarazada fuesen inútiles. Sus ovarios no

trabajan, nunca podrá tener hijos de forma natural. Y no desea otra forma. Adoptar a un

niño requiere esperar el tiempo que la burocracia y los límites legales y económicos le

exijan. Eso es mucho tiempo.

El café se enfría en sus manos. La lluvia arrecia fuera y los pensamientos de Julia

siguen cosechándose en su mente. Tal vez si trabajara, dejaría de pensar tanto, pero de

joven no quiso estudiar, sus padres necesitaban dinero y optó por trabajar para

ayudarles. Aprovechaba cada oportunidad de trabajo que surjía, todos con contratos

basura y dejándose la piel en cada uno de ellos. Así pasó varios años, los mejores de su

juventud, hasta que sus padres, hartos de convivir juntos, se separaron y ella se quedó

sola, sin un futuro claro y desorientada. Ahora, en días festivos, vienen a comer,

pero apenas les ve. Han rehecho sus vidas y parece que quieran ignorar el pasado,

incluyéndola a ella. Por fortuna, conoció a su marido, Rafa Trene, aunque no de la

forma que una mujer desea conocer al amor de su vida. Fue en una discoteca, después

de beber y fumar demasiado. Decidió que esa noche se tiraría al primero que le gustase

y eso hizo. Aunque acabó casándose con él, todavía no sabe si por miedo a seguir sola o

porque realmente le ama. Una duda muy amarga, dado que lleva casada casi cinco años.

Julia se bebe el frío café a desgana y lo deja sobre la mesa del comedor. La lluvia parece

que ha parado. El día empieza a despertarse de verdad y decide que ya es hora de

preparar la comida, con suerte Rafa pasará por esta zona a vender algo y se acercará a

comer. De lo contrario, le tocará comer otra vez sola, mientras el telediario sólo muestra

desgracias en el mundo. Julia empieza a temblar de frío, casi cree que es miedo cuando

piensa en lo que ha hecho en el mercado. Tendrá que explicárselo a su marido y

probablemente recibirá la denuncia de Eva, más complicaciones en su vida. Entra en la

cocina y los faros del coche chocan contra su frente.

La llave entra en la cerradura de la puerta de la calle. Un giro y Rafa entra en casa,

maletín en mano, algo mojado por la lluvia que cae de nuevo, y con ganas de comer

junto a su mujer por una vez.

-¡Hola cariño! Hoy he conseguido acercarme hasta casa. ¿Has oido la lotería?

Dime que somos ricos, por favor. –Rafa deja el maletín en el sofá sin recibir

contestación alguna. El piso está en silencio, como si no hubiera nadie. Echa un vistazo

rápido a la cocina pero sólo se encuentra con el olor a comida. Luego se acerca hasta el

final del pasillo, donde está el dormitorio y allí encuentra a su esposa.

-Pero... ¿qué haces, cielo? –Julia está sobre la cama, perfectamente hecha, con la

calefacción puesta al máximo y vestida con un conjunto de ropa interior que Rafa le

regaló este año por el aniversario de boda. Un conjunto que le vuelve loco, con un

exquisito tanga y unos sujetadores que realzan los preciosos pechos de Julia. Rafa no

puede impedir la erección que se refleja en sus finos pantalones de algodón. Julia está

preciosa.

-Hola Rafa, parece que te alegras de verme ¿eh? –Julia mira la entrepierna de su

marido.

-No entiendo... ¿qué pasa? ¿Hay algo que celebrar?

-Sí, cariño. La Navidad. Empezamos hoy. –Julia se ha maquillado perfectamente

el rostro, parece una muñeca. –Ven aquí, la comida de hoy soy yo, ¿no te apetece?

-Claro. –Rafa se quita la ropa apresuradamente, desperdigándola por todo el

dormitorio. -¿Y si no hubiese venido?

-Te habría esperado hasta la noche, no tengo nada mejor que hacer. –Rafa se tira

sobre su mujer y empieza a besarla con pasión, casi desbocado por el deseo.

-Tranquilo. No comas tan deprisa o te sentará mal. Déjame a mí. –Julia empieza

a besar a Rafa de forma tímida, mordisqueando los labios. La suavidad del principio se

convierte en una presión demasiado fuerte y los dientes de Julia atraviesan el labio

inferior de Rafa, derramando sangre sobre su boca.

-¡Ah! ¡Julia, me has hecho daño! –Rafa se toca el labio sangrante, con cara de

desconcierto.

-Lo siento, cariño. Es la emoción. He perdido un poco el control. –Julia lame la

sangre de su marido al tiempo que coge el miembro viril con la mano derecha y empieza

a masturbarlo. Rafa se tranquiliza y empieza a disfrutar. La mujer sigue lamiendo el

cuerpo de su esposo, bajando de la boca hacia el pecho, despacio, recreándose, hasta

llegar al pene, hinchado y erecto hasta los límites. Julia lame la punta del glande con

extrema delicadeza, haciendole cosquillas a Rafa, y así sigue unos segundos. El hombre

está deseando que su esposa se introduzca el pene en la boca y cuando Julia lo hace,

Rafa se estremece en un gesto de placer increíble. Julia lame como si fuera un delicioso

helado e hiciera un calor asfixiante. Como si el helado se tuviera que comer rápido o de

lo contrario se derritiera. Rafa apenas puede aguantar las ganas de correrse.

-¡Me viene, Julia! –Rafa avisa a su esposa, pero ésta sigue chupando como una

posesa. Lo cierto es que es irónico pues Julia nunca se ha sentido muy atraida por el

sexo oral. De repente, la mujer siente que Rafa se va a correr y se introduce todo el

miembro en la boca, dejándolo entre sus dientes, sin moverse. Por un momento alza la

vista hacia la cara de su marido y lo observa, con los ojos entrecerrados, en un gesto de

total éxtasis. Siente como el semen se abre paso hacia su boca, oye como su marido

grita de placer y entonces cierra los dientes con fuerza y el placer se convierte en terror.

El pene de Rafa es arrancado de cuajo por la boca de Julia, el cual aún mantiene dentro.

Rafa sigue gritando, pero ahora de puro dolor. Se lleva las manos a su sangrante

entrepierna y cuando se roza sigue gritando todavía con más fuerza. Rafa se

descontrola, cae de la cama y se arrastra, retorciéndose.

-Vaya, creo que apreté demasiado, ¿verdad, cariño? –Julia mira como su marido

sufre. -¿Esto es tuyo? –Le dice, mientras le enseña el pene arrancado y sangrante.

-¡Maldita zorra chiflada! ¡Por Dios! ¡Julia, ayúdame! –Rafa sigue suplicando

mientras lucha por no desmayarse de dolor.

-Enseguida. Ya sabes que estoy a tu disposición. –El coche pone las largas y la

mente de Julia ya no ve. Tiene los ojos abiertos pero se mueve como si estuviese ciega.

Aunque sabe perfectamente hacia donde dirigirse. Levanta el grueso colchón de la cama

y, tras unos segundos palpando el somier de láminas, encuentra un frío y cortante

cuchillo. Se acerca a Rafa, semi-inconsciente por el dolor y muy débil. Un haz de luz

arranca un fino destello sobre la afilada cuchilla. Julia camina hasta su marido, lo

observa sin verlo y alza el cuchillo lo más alto que puede. Rafa no consigue siquiera

entender que ha pasado cuando su corazón es atravesado una docena de veces, cuando

un ojo estalla al ser pinchado como un globo, cuando la sangre salpica paredes y

muebles, cuando Julia lo mata sin compasión, perdiendo la cuenta de las veces que sube

y baja el cuchillo sobre él. De pronto, se queda quieta, con una mueca de desesperación

y burla en su rostro.

-¿Te diviertes, cariño?

El dia veintitrés amanece mucho más feliz. El sol no bosteza, se levanta vivo y con

ganas de dar calor a los habitantes de Barcelona. Sólo una capa de algo artificial mancha

su pureza. Pero, en la gran ciudad, es algo que ya no tiene solución. Julia, madrugadora

como siempre, empieza el día con una vitalidad desbordante. Preparando la comida

especial que tiene reservada para sus queridos padres. Piensa en la lotería y en que

todavía no ha tenido un momento libre para mirar si le ha tocado algo. Aunque da por

hecho que la suerte seguirá pasando de largo en su vida, así que no tiene prisa. Ya no

tiene prisa por nada, ha aprendido a divertirse, a reir, a ser ella misma en cualquier sitio

y ante cualquier persona. Rie sin hacer ruido, es una risa interior, cálida y protectora.

Como la luz de su mente, barriendo razonamientos y dudas. Se acerca hasta el lavabo,

abre un cajón del mueble que hay junto al bidet y coje una caja de pastillas. Hoy hará

una receta muy personal. Hoy, sus padres, tendrán una comida que no olvidarán.

El destino es caprichoso, cruel y quizá, inexistente. Sea como fuere, hoy el destino

dibuja un camino hacia el ascensor del edificio donde vive Julia Pal. Un camino que

tanto la madre de Julia, como su padre, caminan juntos sin desearlo. Vienen de distintos

lugares, de lejanos lugares, huyendo el uno del otro, pero hoy se juntan en un mismo

punto para coger un ascensor que ni siquiera les apetece coger.

-Hola Pedro.

-Hola Silvia.

No cruzan ninguna palabra más en los tres pisos que parecen interminables. Sienten

cada pequeña sacudida del ascensor, oyen el tictac de los relojes, las miradas no

coinciden pues luchan para que eso no ocurra. Cuando la puerta del ascensor se abre,

ambos se sienten aliviados. Aunque, por supuesto, ninguno de los dos permite

demostrarlo.

Dentro del piso, Julia está ultimando los detalles. La mesa tiene una mezcla de colores

muy bien distribuidos. Por un lado, los aperitivos salados, por el otro, los mariscos, todo

mezclado con un gusto exquisito. Su vestido, largo, ajustado y de color azul celeste, la

hace parecer una diosa, con el pelo recojido sencillamente, dejando ver el delicado y

sensual cuello, adornado por una preciosa gargantilla de oro y unos pendientes con

forma de delfines, también dorados. Todo está preparado para la fiesta. Suena el timbre

y se prepara ella también.

Desde que sonó el timbre han pasado varios años. O eso le parece a Pedro. Finalmente,

la puerta se abre como era de esperar, y allí encuentran a su querida hija. Sonriente y

llena de vida. La única palabra que a ambos se les dibuja en la mente es: preciosa.

-¡Hola mamá! –Julia abraza a su madre con un cariño desbordante y la besa en la

mejilla repetidas veces.

-¡Hola papá! –Repite lo mismo con su padre. Luego entran.

El aperitivo es algo silencioso. Comen y Julia intenta romper el hielo. Hacía tanto que

no se sentía cómoda con sus padres, que se sorprende. En un momento, su madre le

pregunta por Rafa y ella, muy educada, les dice que está indispuesto pero que después

del aperitivo vendrá a la mesa. Julia empieza a retirar platos, cuando su padre cae en la

cuenta de que ella no ha probado nada.

-No has comida nada, Julia. ¿Te sientes mal?

-No, es que ayer comí mucho y estoy algo empachada. Me reservo para el plato

fuerte, tranquilo.

Julia entra en la cocina. Coge la bandeja del horno y espera. Espera hasta que oye unas

carcajadas. Algo inusual entre sus padres, pero hoy no se siente sorprendida. Es más, lo

estaba esperando.

-¡A comer! –Julia sale de la cocina con una gran bandeja tapada en las manos,

protegidas con manoplas para no quemarse.

-Hija... ¿Qué le has puesto al aperitivo? Estoy mareada y con unas raras ganas de

reir por cualquier cosa.

-Probablemente han sido los medicamentos. No me preguntes cuales, los elegí al

azar. Quizá sólo os droguen, quizá os maten. La verdad, si ocurre lo segundo me sentiré

decepcionada porque os esperan muchas cosas divertidas. –Julia levanta la tapa de la

bandeja y deja ver su contenido. Partes perfectamente seccionadas de Rafa, puestas de

una manera coreográfica. Con el miembro viril justo en medio, simulando una erección.

-¿Qué parte de Rafa os gusta más? Ya os dije que vendría a la mesa, lo malo es

que no he podido aprovecharlo todo. –Julia sonríe, mientras mira las caras de sus

padres, mezcla de miedo y sorpresa, con los ojos rojos y medio cerrados debido a las

drogas.

-¡Julia! ¡Te has vuelto loca! –Pedro intenta levantarse, pero no le resulta fácil.

Lento y torpe, no consigue esquivar el golpe de Julia con la botella de cava. Su nariz se

parte, cruciendo como una rama seca. Cae al suelo con la cara sangrante. Silvia no

recibe mejor suerte, Julia coge el cuchillo de cortar carne, y lo pone junto al cuello de su

madre, todavía sentada y totalmente inmóvil.

-¿Loca? ¿Por qué soy feliz? ¡Que sabes tú de la locura, papá! ¡Levántate! –Julia

tiene una expresión desbocada. Sus ojos abiertos hasta el límite, su boca girada hacia un

lado y sus manos temblorosas sujetando el cuchillo demasiado cerca de la garganta de

su madre. Pedro se levanta, intentando cortar la hemorragia nasal, mareado e intentado

convencerse de que todo es una pesadilla. De que está en la cama y que todavía no ha

llegado a casa de su hija. Pero si se equivoca, el precio puede ser la vida de su exmujer.

Así que decide seguir el juego de locos de su hija.

-Cariño... ¿qué te ocurre? Tranquilízate, harás daño a tu madre.

-¿Te importa mamá? Sería una novedad por tu parte. ¡Para ambos sería una

novedad mostraros un poco de jodido cariño! ¿Quieres a mamá? ¡La quieres, papá!

-Sí, Julia. Siempre he querido a tu madre. No nos vemos mucho, pero no

significa que... –Julia no deja que su padre acabe de hablar. Está totalmente ida.

-Eres tan malo mintiendo como haciendo de marido y padre. ¡Toma! –Julia lanza

un pequeño cuchillo a su padre que lo coge después de que le caiga al suelo. Pedro

empieza a ver doble y la cabeza le patea las sienes como un caballo salvaje.

-¿Qué quieres que haga con esto? –Pedro mantiene el cuchillo en su mano

derecha, cogiéndolo con timidez, como si pudiera revelarse en sus manos y atacarle por

cuenta propia.

-Quiero que te cortes las venas, papá. Demuéstrame cuanto quieres a mamá.

Porque si no lo haces, le rebanaré el delicado cuello y se desangrará como un cerdo

delante de ti. ¡Diviérteme!

-¡No, no lo hagas! ¡Pedro, no lo hagas! –Silvia consigue juntar fuerzas para

gritar, pero Julia le recuerda que no es recomendable cuando el cuchillo hace un fino

corte en la superficie de su cuello.

-¡Shsss! Mamá, estate calladita, por favor.

-Tranquila, Silvia. Nadie sufrirá daño hoy aquí. Todo se puede solucionar

hablando, hija. Por favor... suelta ese cuchillo y hablemos.

-¡Tú no escuchas! ¿Verdad papá? ¡No estoy jugando! –Julia aprieta más el

cuello de su madre, quizá de forma involuntaria, quizá no, pero el corte es demasiado

profundo y la sangre comienza a salpicar como si de un aspersor de regadío se tratara.

-¡No! ¡Silvia! –Pedro salta con torpeza, ve como si lo hiciera a través de una

bolsa de plástico y los músculos le pesan tres veces más de lo normal. Aún así, consigue

empujar a su lunática hija y apartarla de su exmujer.

-¡Silvia! ¡Aguanta, por el amor de Dios! ¡Aguanta! –Pedro coge con delicadeza a

Silvia, pero ésta ya no responde. Su cuello es un río carmesí, totalmente desbordado.

La sangre mancha las manos del hombre y no puede reprimir las lágrimas de tristeza y

desesperación.

-Tu no sabes lo que es el amor. Ni conoces a Dios, papá.

-¿Por qué? ¿En que momento decidiste que mereciamos este castigo? ¡Y el

pobre Rafa!

-No lo sé, pero me lo paso mejor que nunca. –Los ojos de Julia parecen haber

cambiado de color. Son tan claros que parecen cristalinos. Los faros están encima de su

razón. La luz se come su bondad. Julia ha renacido.

-¡Basta! –Pedro abofetea a Julia sin que ésta pudiera esperarlo en ningún

momento. Parece que las drogas no pueden con su padre. Julia cae al suelo,

desprendiéndose del ensangrentado cuchillo. Pedro lo coge y se acerca a su hija.

-Necesitas ayuda. ¿Vamos a ir a la policía por las buenas o por las malas? –

Pedro amenaza a Julia, enseñándole el cuchillo, pero entre las palabras, da dos pasos de

más y Julia consigue llegar a la entrepierna de su padre con una patada. Él cae de

rodillas, con la respiración entrecortada y el vientre ardiéndole por dentro. Suelta el

cuchillo y Julia se levanta y lo recupera.

-¡Por las malas! Julia atraviesa la nuca de Pedro, empujando con todas sus

fuerzas. Huesos y músculos ceden y la hoja del cuchillo aparece por la parte delantera

de la cara de su padre, como si se lo hubiese tragado y ahora lo vomitase. Pedro cae

muerto al instante.

Pasan diez segundos profundamente silenciosos. Después los ojos de Julia se apagan y

empieza a ver de forma más clara. Ahora ve la sangre, ve la muerte, ve la locura, ve la

realidad. Se ve a sí misma con las manos pegajosas, salpicada de rojo, agotada y

desconocida. Tiene miedo de mirarse en un espejo, porque esta vez seguro que no se

reconoce. No comprende, pero decide que debe hacer lo que debería haber hecho mucho

antes. Antes de que todo acabase así. Recupera el cuchillo con el que ha matado a sus

padres. Los mira una vez más, inertes y en un gesto de suplica. Una suplica que ella no

escuchó porque no pudo oirla. Julia llora, tiembla, se marea y se acerca el cuchillo a las

venas de la muñeca izquierda. Empieza a ejercer presión sobre su delicada y fina piel,

pero de pronto, ve su bolso colgado sobre una silla y recuerda algo. Abre el bolso y

saca un décimo de lotería. No sabe que número corresponde al gordo, así que se acerca

a la mesita del comedor y rebusca un instante hasta encontrar el periódico con la lista de

números. Su sorpresa es mayúscula cuando descubre que tiene en sus manos el primer

premio de navidad. Es rica. Julia sonríe y tira el cuchillo lejos de ella. La luz en su

cabeza no se ha apagado, está esperando el momento. Y ahora es rica.

Va a seguir divirtiéndose.

 

-FIN-