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Un día normal

en Voyerismo

La noche era preciosa aunque calurosa. Me levanté de la sala, fui a la nevera y me llevé un vaso de jugo de naranja frío a la recámara. Aquella mañana me levanté con más pesadez que con ganas. El calor era insoportable y no supe qué ponerme. Tomé mi toalla y me dirigí a la regadera. Aunque es la mejor forma de dormir cómoda, mis bóxer blancos ajustados dejaban ver el sudor de una noche cálida. Mi top húmedo transparentaba la redondez de mis senos y el pardo de mis pezones. El sudor de mis rostro, trazaba un recorrido por mi cuello hasta perderse en mi entrepecho.

Abrí la llave de la tina y le puse burbujas de jabón. Los rayos de luz del sol que entraban por la ventana del techo del baño, se reflejaban en cada uno de los grandes espejos del cuarto. Deslicé mis manos a mi cintura, hundí mis dedos debajo de los bóxer y bajé la tela ajustada por mis caderas liberando mis glúteos redondos, firmes y parados. Acto seguido, tomé una punta del top y me lo quité frente al espejo sintiendo una frescura agradable. El sol ahora se reflejaba sobre mi espalda causando aún más calor y un río de sudor en ella. La lentitud de la presión de la llave del agua, hacía insoportable la espera para tomar de una vez por todas mi baño. No aguanté más. Tomé la esponja que se encontraba dentro de la tina y la exprimí a la altura de mi pecho para refrescarlo. El contacto fue un shock, pues olvidé abrir el agua caliente. El agua fría despertó mis sentidos. Pude ver frente al espejo como la jabonadura cubría mis senos y en mi entrepecho un hilo de jabón se deslizaba a mi abdomen. La sensación fue tal que despertó mi líbido que como un escalofrío recorrió mi cuerpo. Mojé de nuevo la esponja y la exprimí de nuevo ahora en mi abdomen plano confundiendo en mi vientre el sudor y el jabón, pero ahora la lubricación también intervenía. Repetí la operación y ahora el agua resbalaba por la parte interna de mis muslos como aquella primer menstruación de toda mujer. Con la punta de mis dedos pellizqué mi pezón derecho, mientras la esponja se deslizó por debajo del pezón izquierdo. Tomé mi seno y la humedad de mi mano subió por mi pecho acariciando con frenesí hasta llegar a mi cuello. Mojé con la otra de nuevo la esponja y la exprimí desde mi vientre a mis nalgas. Solté la esponja y acaricie mis glúteos, mientras mi otra mano regresaba a mi entrepecho. Seguí como loca todo detalle a través del espejo.

Acaricié mis nalgas y sobé la cara externa de mis caderas. Mis 98 centímetros de cadera son mis más grande orgullo. No ha sido fácil mi trabajo constante en el gimnasio por mantenerlas duras, redondas y firmes. Pero ahora mi orgullo era motivo de mi más grande excitación. Hundí mis dedos en mis muslos y tracé un valle hasta mis rodillas, por la parte externa e interna de mis piernas. Una y otra vez mis manos iban de la rodilla a la entrepierna y viceversa. Hasta que mi mano derecha se detuvo en mi entrepierna. Mojé con la otra la esponja y la escurrí sobre mi pubis. Comencé a frotar mis dedos contra mi pubis y los introduje en mi vagina para masturbarme. Encontré mi clítoris hinchado, así que jugué con él. Mi excitación creció tanto que comencé a caminar hacia atrás hasta caer en la tina.

Tomé mi toalla y sequé mi cuello, continué por mis hombros y bajé a mi pecho. Sequé suavemente mis senos acariciándolos con la tela. Continué por mi abdomen hasta llegar a mi pubis. Un hilo de agua corría por mis muslos los cuales sequé dejando al final mi espalda y glúteos. Tomé mi crema humectante y la apliqué en mi cuerpo. Contemplé mi figura en el espejo. Mis senos brillaban reflejando la claridad de la mañana, mis piernas lucían suaves y tersas, y mis nalgas cada vez más redondas.

Me senté en la tina y comencé a subir mi bikini color carne por mis pies delineando un camino que continuó por mis pantorrillas y mis muslos apenas rozándolos con mis manos. Me incorporé y lo ajusté de manera ideal a mis caderas, creando así un efecto de desnudez. De la misma manera, introduje mi blusa corta por la cabeza y cubrí mis senos que marcaban en la tela el pardo de mis pezones dejando al descubierto mi ombligo. Frente al espejo admiré mi cuerpo por unos momentos, salí del baño al cuarto a elegir la falda más sexy para vestir. Regresé con una minifalda roja de colegiala que me llegaba justo a tres cuartas partes de mis muslos. Tomé unas medias y las subí lentamente por mis pantorrillas y muslos. Finalmente me coloqué los zapatos de tacón y me dispuse a maquillarme. Al terminar modelé frente al espejo y me coloqué de perfil. Observé cómo mis nalgas lucían espectaculares en mi mejor minifalda y mis senos se veían admirablemente redondos. Estaba lista para un día más en la oficina.

Después de desayunar salí y me encontré fuera de mi casa a mi vecino Julián. Nos saludamos y pude ver cómo su mirada hacía un recorrido por mi cuerpo. Me acompañó a la estación del metro a tomar el tren y me despedí de prisa rozando sin querer sus labios. Me subí y él se dirigió de nuevo a su casa.

El vagón del metro iba semi-lleno, así que me coloqué del lado de los asientos pues sabía que tres estaciones más adelante se iba a llenar. En efecto, minutos después el vagón iba a su máxima capacidad. Ya en estos días la caballerosidad se ha perdido y aunque estaba delante de un chico, éste no me cedió el lugar. Y para acabar un tipo me empujaba con su portafolio por la espalda y me incliné casi encima del chico. Mis muslos quedaron muy cerca de sus manos. Yo nada más le miré. La cercanía de sus manos me ponía nerviosa. De repente con el movimiento del tren sentía cómo sus dedos rozaban mis muslos. Pensé que era circunstancial. De pronto sentí cómo su mano se posó en mis rodillas y sus dedos se hundían en mi muslo subiendo rápidamente. No podía moverme para evitarlo y no podía gritar por la pena me ganaba. Sus manos húmedas acariciaban mis muslos y mis braguitas comenzaban a mojarse sin que yo lo deseara. Subió aún más y metió sus dedos debajo de mis bragas masajeando mis glúteos. No saben el esfuerzo que tuve que hacer para disimular mi excitación. Aquel delicioso masaje entre tanta gente merecía un premio, así que cuando me bajé del vagón me agaché y le di un beso en los labios y por la impresión ya no pudo seguirme. Llegué a la oficina extasiada.

Al entrar, mi jefe ya estaba esperándome. Entré a su oficina y para evitar que viera mis medias húmedas por la excitación, al sentarme crucé mis piernas. Tardó demasiado en explicarme el reportaje que iba a cubrir, pues no podía quitar su mirada de mis muslos. Se preparó un trago y siguió explicándome. Nada más que esta vez se sentó en la silla de al lado y fijó su mirada en mi falda. Existe ya un pasado de historia con mi jefe que después les contaré. No se esperó más y se decidió a tocarme las piernas, pero en ese momento entró a la oficina su esposa, que al no encontrarme a nadie en el escritorio entró sin avisar. Afortunadamente no se enteró de nada. Pero mi excitación iba en aumento y nadie podía calmármela.

Salí de su privado y mis caderas iban calientes desde que me levanté. Así que las moví con cadencia enfrente de mis compañeros. Llegué a mi computadora y crucé las piernas en mi silla levantándome la falda. Más que trabajar me entretenía en ver cómo con un pretexto u otro los hombres se detenían a observar el espectáculo. Así transcurrió la mañana hasta la hora de la comida.

Salí a comer rápido y regresé a la oficina. Al pasar por la oficina del subdirector, escuché cómo alguien se quejaba. Por la oficina de mi jefe había una pequeña rendija. Así que decidí ver qué pasaba. Isabel la secretaría de mi jefe estaba con mis dos jefes. Mientras el subdirector la besaba, mi jefe metía las manos debajo de la blusa tomándole sus pechos. Ella gemía del placer. Mi jefe bajó una de sus manos y comenzó a masturbarla. Mientras el otro le desabrochaba la blusa besándole el cuello a mismo tiempo. Ante mi vista se mostraba la mano de mi jefe frotando el pubis de Isabel debajo de sus braguitas. Y pensar que por la mañana esa mano podía haber sido quien calmará mi sed de sexo, que al ver esta escena crecía aún más y más.

Mi jefe deslizaba la falda de Isabel hacía abajo. Mientras sus deliciosas nalgas se descubrían. Debo aceptar que posee un cuerpo divino Isabel. Ella se volteó y ahora besaba a mi jefe. Mientras lo hacía, desabrochó el pantalón del subdirector dejándolo caer al suelo. Le bajó el bóxer y el pene que tanto imaginé cómo era estaba ahora ante mis ojos, grande, ancho y larguísimo. Ella lo comenzó a acariciar mientras mi jefe le mamaba los senos. La despojaron de su sostén y quedó a merced de mis jefes desnuda. Isabel era mi amiga y no podía ser tan egoísta si yo me decidía a participar. Así que me decidí a entrar y cuando salí de la oficina de mi jefe Andrea mi compañera de trabajo me salió y echó abajo mis planes. Ese día era a la vez el mejor y el peor día de mi vida. Ya nada podía sorprenderme. Salí tarde de la oficina y no quise venirme en transporte, así que tomé un taxi y regresé a casa. Me quité los zapatos y me senté en la sala.

La noche era preciosa aunque calurosa. Puse el vaso sobre la mesa de noche. Me acerqué a la ventana y la abrí. Me desabroché la minifalda y cayó lentamente sobre mis muslos. Mi bikini estaba mojado de sudor. Alcé mis brazos y me quité el saco. Me dispuse a disfrutar de la brisa de la noche que refrescaba en algo mi cuerpo. Comencé a acariciar mis muslos suavemente con mis dedos y froté mi vagina recordando lo sucedido desde que salí de casa. Tomé mis pechos y pellizqué mis pezones y sobé mis senos. Cuando comenzaba a disfrutar de mi cuerpo sonó el timbre de la puerta. Eran las 11 de la noche ¿Quién podría ser?

Me vestí y me acomodé el cabello. Bajé y abrí. Era mi vecino Julián que traía una botella de champagne que había enfriado y quería disfrutar con mi compañía. La verdad estaba cansada pero el chico siempre había sido amable. Lo dejé entrar y nos sentamos en la sala. Él descorchó la botella mientras yo buscaba unas copas. El calor seguía en su punto. Él traía unos shorts y una playera sin mangas. Lo que le hacía lucir su espalda amplia y sus marcadas piernas. Conversamos durante media hora, hasta que noté que había cruzado demasiado la pierna y Julián no dejaba de ver mis muslos. Me acomodé y bajé un poco la falda, lo que a él no le pareció del todo.

La plática comenzó a verse trivial. Hasta que me comentó que no me había visto en un mes en el gimnasio. Le contesté que estaba ocupada y que estaba resintiéndolo en mi cuerpo. Me preguntó que si aún conservaba las últimas medidas. Le dije que no y él decía que sí. Le dije que cómo podía estar tan seguro y comenzó a narrar:

Por la mañana te levantaste con más pesadez que con ganas. Tomaste la toalla y te fuiste al baño.

Conforme narraba mi cuerpo se volvió a encender y conforme iba narrando mi libido iba en aumento.

Al terminar modelaste frente al espejo y te colocaste de perfil. Observaste como tus nalgas lucían espectaculares en tu mejor minifalda y tus senos se veían admirablemente redondos.

Quedé impactada. Sólo pude preguntar que cómo me había visto. Me contó que llevaba varios días espiándome a través de mi ventana. Se armó de valor y subió al techo de su casa. Por un pretil que une nuestras casa caminó y se trepó a mi techo en un segundo piso. Corrió sin que nadie lo viera y se asomó a través de domo de mi baño y lo demás era historia. De hecho la narración del baño está hecha al detalle por lo que me describió Julián. Apresurada tomé mi copa, cerré los ojos y bebí porque quedé seca de la boca. Él metió la mano en la hielera para tomar la botella. Al dejarla la dejó dentro un momento y la puso sobre mi muslo. La sensación fue brutalmente deliciosa. Hundió sus dedos en mis muslos y comenzó a sobarlos suavemente en círculos. Fría y suave su mano delineaba mis torneados muslos. Metió sus manos de nuevo en la hielera y así refrescó una y otra vez mis muslos.

¿Se ha ido el calor?

Sólo alcance a decir: ¡¡¡Sólo por fuera!!!.

Tomó un hielo y alzó mi falda. Lo pasó por mis entre piernas. Acto seguido metió el hielo a su boca y lamió mis muslos con él. Su lengua fría recorría mis muslos y me ceñía de la cintura. Acariciaba la parte interna de mis caderas y metía sus dedos debajo de mi bikini. Yo sólo atinaba en acariciar su cabeza. No lo podía creer, aquel chico al que nunca miré en la mañana, estaba dándome un placer incontenible.

Desabroché mi falda y él me la quitó con la boca. Metió sus manos a mis piernas y acariciaba la parte interna de adentro hacia fuera. Sacó mi cuerpo del sillón hasta la cintura. Posé mis piernas en sus hombros y comencé a impulsar mis caderas hacia él ofreciéndole mi vagina. Para mi sorpresa él se levantó y se fue a la cocina. Me desesperé y comencé a meterme los dedos en la vagina, espectáculo que él observó por unos minutos desde la cocina. Regresó con un frasco de mermelada y un cuchillo. Me ordenó quitarme la blusita y le obedecí. Con el cuchillo comenzó a untarme mermelada de zarzamora fría en mis pezones para después lamerlos. Untó más y chupó mis senos. Yo gemía del placer. Cubrió mi entre pecho de mermelada y hundió su cabeza entre mis pechos para chupar. Cubrió de dulce desde mi boca pasando por mi cuello, mis hombros, mi entrepecho, mi abdomen hasta llegar al inició de mis bikini. Y comenzó a lamer y a chupar cada rincón de dulce hasta que me mamó mi cintura.

No pude más lo aventé contra el sillón y comencé a bailarle en su regazo. Le tomé las manos para que no pudiera tocarme. Froté mis pechos contra su pecho. Deslicé mi cuerpo en su cuerpo como una boa. Froté mi vagina contra su pantalón y contra su pene. Le pasé mis pezones por su cara. Mi vagina por su boca. Estuvimos así durante diez minutos hasta que se liberó. Me incorporé y lo tomé de la mano y lo llevé a mi cuarto.

Sé que si estás leyendo está historia es porque eres voyeurista como Julián. Pero lo que pasó en mi cuarto nos pertenece sólo a Julián y a mí. Lástima tendrías que haber estado en el cuarto de Julián para que con sus binoculares haber visto el acto sexual. Pues por descuido dejé abierta las ventanas de par en par.

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