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A mis 16 años con una compañera de clase

en Hetero: Primera vez

Me llamo David, tengo 19 años. Lo que les voy a contar es totalmente real; se trata de mi primera vez. Espero que les guste tanto como a mí revivirla.

Fue en junio del año 1999, cuando yo tenía 16 años. Eran los últimos días de clase y se notaba la entrada del verano. En mi clase del instituto había una chica que me gustaba muchísimo. Se llamaba Alicia y era unos meses mayor que yo. Por mi timidez casi no me atrevía a hablar con ella, y cuando lo hacía yo creo que se notaba a la legua que estaba coladísimo por ella. El día en cuestión, el 11 de junio (no se me olvidará nunca), Alicia llevaba unos shorts y una camiseta de manga corta unas cuantas tallas mayores que la suya, que le llegaba hasta la mitad del muslo. Al verla así vestida empecé a tener todos los pensamientos que puede tener un chico de 16 años en un día caluroso.

Quién me iba a decir a mí que esa tarde acabarían convirtiéndose en realidad. Ese día tuvimos una hora libre; un profesor no había podido venir, pero como mi instituto era de esos en los que no te dejan ni respirar sin permiso, no nos dejaron salir en la clase, recomendándonos que estudiáramos los exámenes que se nos venían encima. Pero nadie estudió. Alicia, que se había sentado sola en una mesa, se acercó a mí, que también estaba solo, y nos pusimos a hablar; no me acuerdo de qué, porque estaba hipnotizado mirando sus ojos verdes y su cara preciosa, con una fantástica melena de pelo negro muy liso. De la conversación sólo recuerdo que en un momento dado me preguntó si tenía algo que hacer esa tarde. Casi me da un infarto: ¡por supuesto que no tenía que hacer nada! ¿Cómo iba a haber algo más importante en el mundo que verla a ella? La excusa eran unos apuntes de matemáticas. Quedamos en su casa a las seis de la tarde.

Se pueden imaginar que esa tarde estuve tremendamente nervioso. No era la primera vez que iba a casa de una chica, por supuesto, pero esta vez iba a la de la que me traía de cabeza. Estuve media hora bajo la ducha, me preparé como se prepara uno para una cita. Un cuarto de hora antes de la hora ya estaba en su portal. Pulsé el portero automático y en unos segundos oí su voz, que me invitó a subir. Una vez arriba me abrió la puerta. Tuve el segundo amago de infarto del día: ¡estaba en albornoz, acababa de ducharse! Su pelo mojado, el amplio escote que dejaba el albornoz, sus pies descalzos... Automáticamente tuve una erección de caballo. Rápidamente traté de disimularla con la carpeta que llevaba en la mano, ya que mis bermudas no la disimulaban en absoluto. Ella estaba sorprendida de que hubiera llegado tan pronto, no le había dado tiempo a vestirse, pero no se sintió incómoda con mi presencia, más bien al contrario. Como veía que yo estaba muy cortado, me llevó a su cuarto. Por el camino me contó que estábamos solos, que sus padres, que trabajaban en una empresa de seguros, habían salido en un viaje de negocios. Solos. Absolutamente solos, yo y la chica a la que había dedicado tantas noches calientes en la soledad de mi habitación.

Me senté en su cama mientras ella se secaba el pelo con una toalla. Lo siguiente que pasó me dejó completamente alucinado; empezó a deshacer el nudo de la cinta del albornoz. Yo hice un amago de marcharme de la habitación, de forma refleja ante lo que se avecinaba. Ella me dijo:

- Oye, por mí no te vayas, ¿eh? Yo lo el pudor lo tengo superado desde que voy a la piscina (en nuestra conversación de esa mañana me contó que practicaba la natación desde pequeña).

- No, si yo también, pero es que...

- De todas formas contigo me importa menos todavía.

Esa última frase sí que me dejó en el sitio.

¿Realmente ella también sentía algo por mí? No tuve tiempo de reaccionar, pues ante mí cayó al suelo el albornoz, como cuando se inaugura una escultura, y es que no era para menos. Creo que me quedé con la boca abierta. Sus pechos no eran demasiado grandes, pero eran redonditos y compactos; su figura, espectacular; sus piernas, de locura; y su coño... ¡buah! Era la primera vez que veía uno en vivo y en directo. Tenía poco vello, era precioso. Mi polla estaba totalmente enhiesta, y la posición de la carpeta empezaba a resultar sospechosa.

- Joder, David, parece que no has visto una tía desnuda en tu vida, hijo.

- Pues como tú, nunca.

- Vaya halago. Tú tampoco estás nada mal.

Así, totalmente desnuda, se sentó a mi lado. Toda esa soltura no la podía dar la piscina municipal ni de coña. Más tarde me enteraría de que se había cepillado a medio barrio. Nos miramos un rato largo a los ojos (aunque yo estaba deseando mirarle a muchos otros sitios) y nos besamos como locos. Yo tampoco era experto en besos -y menos de ese tipo-, pero hay cosas que no hace falta aprenderlas. Con tanta agitación se me cayó la carpeta al suelo. Ella me miró la entrepierna y sonrió.

- Vaya trancazo que tienes, David.

No era para menos. Mis 18 centímetros de polla a esa presión se veían majestuosos. Yo no sabía qué decir, así que ella siguió hablando:

- ¿Alguna vez lo has hecho con alguien?

- Pueees la verdad es que... no.

- Yo estoy deseando que me la metas entera.

Comprendí que ese era el día en que mi vida iba a cambiar. Dejé todos los miedos de lado y me entregué al sexo. Ella me quitó la camiseta en medio segundo y yo me bajé las bermudas. Por la parte superior de mi slip asomaba media verga con la punta ya brillante. Ella la agarró con fuerza y empezó a masturbarme. Yo me dejé caer hacia atrás gimiendo de placer. Gran parte de mi conocimiento acerca del sexo provenía de las películas porno que veía a escondidas los viernes por la noche en el Canal Plus, así que tomé yo la iniciativa, separé sus piernas y comencé a chupar los labios de su vagina. Eso le gustó mucho.

- Aaaaah, David, qué bien lo haces, tío. Sigue, por favor.

Yo estaba entusiasmado chupando y chupando. Después de unos minutos, ella, excitadísima, me derribó contra el colchón y se puso sobre mí, de rodillas en la cama, con su vagina chorreante cerca de mi polla. Yo no hablaba, simplemente cerré los ojos. Noté cómo una mano tomaba mi miembro y, en dos segundos, lo noté dentro del coño de Alicia. No puedo describir con palabras lo que sentí en esas décimas de segundo en las que mi glande se escurrió hasta el fondo de su vagina. Una vez dentro, empezó a subir y a bajar. Yo seguía con los ojos cerrados, los labios apretados, intentando no correrme en ese mismo instante (mi excitación, como comprenderán, era tremenda). Ella fue variando el ritmo, en algunos momentos paró (la muy cabrona notaba perfectamente que estaba a punto de correrme). No nos dio tiempo a cambiar de postura. Cuando abrí los ojos y vi a Alicia botando sobre mi pene, que desaparecía por completo en su coño y volvía a aparecer, dije:

- ¡Alicia, me voy a correr!

Ella rápidamente se levantó, justo antes de que expulsara unos tremendos chorros de semen calentísimo, que cayeron sobre mí, sobre la cama y sobre ella. Fue el orgasmo más intenso que he tenido en mi vida, y posiblemente también el más largo. Eyaculé cantidades industriales de leche, y después, me quedé como muerto sobre la cama, boca arriba, todavía empalmado.

Alicia me besó otra vez.

- No has estado nada mal para ser la primera vez.

Eso me llenó de orgullo. Nos seguimos besando y después, tras limpiar como pudimos los chorretones de semen, nos vestimos y solucionamos las dudas de sus apuntes de matemáticas.

Les he querido contar mi primera experiencia porque me marcó mucho. Más adelante tomé conciencia de lo arriesgado que había sido no usar condón, pero en esos momentos ni nos acordamos de él. Afortunadamente no pasó nada. Volví a hacer el amor con Alicia dos veces más ese verano. Después creo que se echó novio. Aunque yo me sentía muy atraído por ella, empecé a salir con otra chica de mi barrio, estuvimos bastante tiempo juntos, pero hemos roto hace ya unos meses. Yo creo que todavía hoy sigo obsesionado con Alicia.

Si desean escribirme para contarme lo que quieran, mi e-mail es: david_1983es@yahoo.es