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Aquella Mujer

en Hetero: Primera vez

Nota: Si te ofendes por descripciones explícitas de sexo o del cuerpo humano, si es ilegal en tu país, si eres menor de edad según la ley de tu país, o si alguien piensa que tu podrías divertirte demasiado leyendo esto, para ahora y borra el texto de tu ordenador. Esto es puramente un trabajo de ficción, con todos los caracteres y acciones descritas por mi procedentes de mi imaginación. Como trabajo de ficción que es, no indica acuerdo o aprobación de las actividades o acciones descritas.

 Participantes: 1h 1M

Acciones descritas: Hetero, 1ª Vez, Sexo con Adolescentes, Sexo oral

Nivel de consentimiento: Consentido.

Relación personajes: Desconocidos.

 

AQUELLA MUJER

Todavía recuerdo con añoranza los acontecimientos sucedidos aquella tarde de verano de hace ahora 5 años. Por aquel entonces yo tenía 15 años y era un chico tímido, callado, con pocos amigos, y por supuesto sin ninguna chica con la que poder despertar sexualmente. Conocía algunas chicas, y las imaginaba desnudas tratando de seducirme como si fueran unas vulgares putillas, unas lolitas de tierna mirada y mentalidad salvaje, ávidas de sexo. Sin embargo, lo más cerca que pude estar de una mujer desnuda era a través de las imágenes que mostraba el monitor de mi ordenador y que había conseguido sacar de Internet sin que mi padre lo supiera.

Desde que mi madre murió, mi padre había tratado por todos los medios cubrir el hueco que ella dejó, pero sus obligaciones laborales le dejaban poco tiempo para dedicar a un adolescente inquieto, que trataba de buscar respuestas a su sexualidad a través de la fría pantalla de un ordenador.

Aquella tarde de verano, excesivamente calurosa, mi padre había quedado en casa con un compañero de trabajo para terminar de dar los últimos toques a un proyecto que tenían entre manos. En realidad, mi padre lo había invitado a cenar a él y a su mujer. Yo, harto de aquellas reuniones de trabajo, le había pedido que me dejara cenar a mi solo en mi cuarto, lo que me daría una buena oportunidad para estar tranquilo, navegando con mi ordenador por el mundo sexual de Internet. Sorprendentemente accedió a mis peticiones, y rápidamente me preparé para una noche de sexo desenfrenado ante la pantalla, me coloqué unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas y me senté frente a la máquina que, hasta entonces, mayor placer me había producido (metafóricamente hablando).

A eso de las siete de la tarde sonó el timbre y yo con curiosidad me acerqué a mirar el aspecto que tendría el nuevo compañero de mi padre. Él era un poco más joven que mi padre, bajito y con una pequeña barriga que ya empezaba a notarse. Pero lo que me sorprendió fue su mujer. Era un poco más alta que él, mucho más joven, rubia de cabello largo y grandes curvas, con pechos prominentes y piernas largas. Sus ojos rasgados y los labios carnosos pintados en rojo fuego le daban un aspecto francamente salvaje, como una tigresa, algo así como una devora-hombres. Vestía un fino vestido de gasa, que prácticamente trasparentaba todo lo que llevaba debajo y que supuse, no debía ser mucho. Debía tener unos treinta años. Sí, ya sé que algunos pensaran que era demasiado mayor, pero pensad que la mayoría de las actrices y presentadoras que nos gustan rondan esa edad o incluso más, quiero decir con esto que realmente era atractiva y nada tenía que envidiar a una jovencita de veinte años, salvando las distancias claro está.

Para mí ella fue como una aparición, sobre todo cuando se colocó delante de la lámpara del salón. La luz atravesó su vestido, mostrando sin ocultar nada toda la forma de sus piernas y las curvas de sus caderas. Colocada de pie, con sus piernas ligeramente separadas de espaldas a mí, era una visión francamente turbadora.

Altamente excitado, volví a mi cuarto ajeno a lo que ocurría durante la cena en el piso de abajo. Al cabo de unas horas no pude evitar salir para volver a verla. Bajé sigilosamente las escaleras hasta llegar al punto en el que tenía una buena visión del despacho de mi padre. Allí estaban él y su socio charlando sobre una pila de papeles, pero ella no estaba. Tristemente, pensé que tal vez se habría marchado, pero algo me hizo acercarme a la salita y asomarme con cautela. Efectivamente allí estaba, tumbada en el sofá con una copa de whisky en la mano. Su cara era de aburrimiento, miraba fijamente al techo mientras bebía como ida. Con un rápido movimiento se quedó sentada, mesó sus cabellos y resoplando se levantó. Su movimiento fue tan brusco que casi pierde el equilibrio y se cae al suelo, si no se hubiera agarrado al respaldo del sillón. Comprendí que había bebido demasiado, mis ojos miraron a la botella que estaba sobre la mesa llena por la mitad. Empezó a caminar sin rumbo por la habitación mirándolo todo, tocándolo todo, sumida en el aburrimiento. Dio una vuelta completa a la habitación, ojeó unas revistas y se dejó caer a plomo sobre el sofá.

Hacía mucho calor aquella noche y ella estaba sudando, lo notaba por el brillo de su piel y por como levantaba sus cabellos tratando de refrescar su cuello. Con sus dedos, sacó un cubito de hielo del vaso que sostenía y lo pasó por su mejilla, para después pasarlo por su cuello. Un gesto de alivio se dibujó en su cara, al tiempo que ese gesto se convertía en otro cargado de lujuria. Pasó el hielo por sus labios, lo rozó con su lengua, y lo deslizó por su cuello hasta el canalillo entre sus pechos, donde se detuvo para sacar uno de ellos fuera del vestido y acariciar su pezón con él. Para entonces yo ya estaba sudando y con mi polla a punto de salirse de mi diminuto pantalón. Su juego no acabó ahí, porque pude ver como separaba las piernas y levantaba su vestido, dejándome ver las braguitas de color blanco que apenas cubrían un pequeño triángulo en su pubis. Con sus dedos acarició su coñito por encima de la delgada tela, mientras seguía acariciando su pezón con el trozo de hielo que ya estaba derretido. Apartó a un lado la tela de sus bragas y dejó al aire su sexo afeitado, en el que se podían observar claramente sus labios vaginales. Para mí aquello era nuevo, era la primera vez que veía un coño que no estaba en una pantalla de monitor y por supuesto, la primera vez que veía a una mujer masturbarse.

Se metió lo que quedaba del hielo en su boca y sacó otro del vaso. El objetivo de este era una zona aún más caliente. Lo pasó por sus muslos, empezando por las rodillas hasta llegar a su coño, donde lo pasó por encima de sus labios vaginales, momento en el que echó su cabeza hacia atrás y un gemido escapó de su garganta. En ese momento ella miró asustada por si alguien la había oído, lo que hizo que yo me tuviera que esconder para evitar ser visto. Nunca supe si llegó a verme, sólo sé que ella continuó con su juego acariciando cada centímetro de su piel y mostrándome una imagen que tan sólo había podido imaginar en mis sueños.

Cuando empezó a meterse los dedos en el coño, yo ya estaba con mi mano rodeando mi polla y moviéndola con rapidez en busca de un orgasmo, que no llegaba debido al exceso de excitación y al miedo a ser descubierto. Al llegar a su clímax, cayó rendida sobre el sofá jadeando y sudando por todos los poros de su piel, momento que yo aproveché para marcharme a mi habitación y finalizar lo que había empezado, mirando alguna buena imagen porno en la pantalla de mi monitor.

Fue entonces cuando sucedió, no se cómo, pero lo presentí. Yo estaba sentado ante el monitor, meneando mi polla y sentí una presencia, alguien me observaba. Giré mi cabeza y allí estaba ella apoyada en la puerta, mirándome, sudorosa, con su pelo revuelto y su vaso de whisky en la mano.

Traté de parar, disimulando, procurando esconder aquello que era obvio, pero no pude, antes de que me diera cuenta ella estaba arrodillada ante mí mirando mi erecto pene.

  • No está mal, pero veo que necesitas ayuda. - me dijo.

  • No... no sé a que se refiere. - contesté muerto de miedo.

  • Veamos que puedo hacer...

Ella, tomó un buche de whisky y lo escupió sobre mi polla, estaba frío, pero pronto noté el calor de su boca rodeando mi polla. Su lengua, se enroscaba alrededor de mi rabo y jugueteaba con mi capullo sin darme un respiro. Pero cuando empezó a mover su cabeza chupando, arriba y abajo, arriba y abajo, así una y otra vez, no pude aguantar. Me corrí como un idiota, llenando su boca con el esperma acumulado en mis pelotas.

Ella me miró, con su boca abierta y llena de mi líquido blanco y espeso, moviéndolo con la lengua, para rápidamente desaparecer tragado con gusto, como pude apreciar en su gesto.

  • ¿Te llamas Luis? - me preguntó.

  • Sí... - le respondí tembloroso, mientras ella continuaba bebiendo grandes tragos de su vaso.

  • Sabes bien, voy a llenar la copa y ahora vengo - Se levantó y fue hacia la puerta desde la que me volvió a mirar:

  • No te vayas... - añadió.

¡Como si tuviera intención de marcharme, después de lo que me había pasado!, ¿Adónde iba a ir?, ¿A contárselo a mi padre?, ¿O, tal vez a su marido?.

Pasados unos minutos eternos, en los que pensé que no volvería apareció por la puerta. Se detuvo sin llegar a entrar y dejó el vaso en el suelo. Desde allí, mientras yo la observaba desde mi silla, desabrochó su vestido y lo dejó caer quedándose tan solo con sus braguitas. Una visión única, que volvió a ponerme a cien. Era como un sueño. Tenía un cuerpo perfecto, moldeado tal vez a fuerza de gimnasio y con una piel morena, tan solo de color blanca en la zona de sus pechos, donde se marcaba la forma del bikini que algún día utilizó para ir a la playa.

Se acercó y se sentó sobre mí ofreciéndome sus pechos.

  • ¡Vamos, tócalos!, ¡Juega con ellos!, ¡Apriétalos!- me apremió con insistencia, y yo la obedecí.

Se los manosee, los aplasté y apreté, con la intención de no olvidar ninguna de las sensaciones que me producía su tacto blando y la dureza de sus pezones. Tiró de mi cara hacia ellos y casi me obligó a meterlos en mi boca, lo que hice con mucho gusto, pues chupé pretendiendo vaciarlos para sacar el contenido de aquella maravilla de la naturaleza.

Ella se retorcía y no paraba de frotar su entrepierna contra mi bulto, que ya había vuelto a recuperar de nuevo su grosor y tamaño inicial.

Me hizo levantar de la silla y me quitó, de una sola vez, los pantalones cortos y el slip que llevaba puestos. Ahora, mis genitales estaban a su merced. Yo era su juguete, estaba claro ella me controlaba, y yo en mi timidez, me dejaba llevar. Me echó sobre la cama y se subió sobre mí. Pude verla sudorosa y excitada, con su boca entreabierta, apartando a un lado la tela de su braga dejando al descubierto su preciosa rajita, de la cual no podía apartar mis ojos. Con su mano izquierda, acarició mi polla y la dirigió hasta su entrada. Sentí el calor que manaba de su interior, y cuando mi capullo rozó sus labios sentí una descarga, que recorrió mi columna como un calambre.

Se dejó caer sobre mi aparato hundiéndolo en su interior como una daga, mientras notaba los pliegues de su sexo abriéndome paso a su interior, quemándome, abrasándome, hasta notar como su pubis golpeaba el mío, mojándome con sus flujos.

Yo solo miraba sus pechos sudorosos saltar como flanes, mientras ella se movía cabalgándome. Mis manos apretaban sus nalgas duras y redondas. No nos hablamos, sólo nos mirábamos, con cortos cruces de mirada, pues yo solo quería ver su sexo golpeando el mío, ver mi pene entrando y saliendo de ella, sus pechos flotando como globos. No teníamos nada que decirnos, solo había que disfrutar, era el momento, mi momento de gloria. Yo sólo servía para saciar su apetito, para paliar su aburrimiento, era su objeto y me gustaba; no quería que aquello terminase nunca. El excesivo calor nos hacía sudar copiosamente, mojándonos mutuamente.

Gracias a mi corrida anterior, aguantaba sin estallar en otro orgasmo bestial. Procuraba mantenerme en mi sitio, aguantando para no terminar antes de lo debido. Quería quedar bien ante ella y creo que lo conseguí, pues se corrió entre gemidos y jadeos como una vulgar puta.

Pero yo aún aguantaba, aunque no mucho más, por lo que ella sacó mi polla y se arrodilló de nuevo masturbándome con su mano. Moviéndomela con ritmo y aumentando progresivamente la velocidad.

Cuando notó que ya estaba a punto, cogió el vaso y apuntó mi polla hacia él haciendo que me corriera dentro, vaciando hasta la última gota y mezclando mi leche con el whisky, que movió y se bebió de un trago ante mi mirada atónita.

Tal y como había entrado, recogió su vestido y salió de mi habitación dejándome tirado sobre la cama.

Un cuarto de hora después, el compañero de mi padre y su mujer se marchaban. Bajé a despedirme y ella me besó, cariñosa e inocentemente en la mejilla, hablándome al oído:

  • Sube al baño... - me susurró.

En cuanto mi padre cerró la puerta corrí al baño. Allí sobre el wc estaban sus bragas y una escueta nota: "gracias. Vanessa"

Vanessa, precioso nombre, recordé que no se lo había preguntado. Tampoco hacía falta, era algo superfluo que en nada habría cambiado el resultado final. Acerqué sus bragas a mi cara y aspiré su olor, estaban manchadas y su olor era excitante, nuevo para mí, pero muy turbador. Aún las tengo guardadas en un cajón y no sé cuantas veces me he masturbado con ellas recordando aquella noche. Desde entonces no he vuelto a verla, y es una lástima, porque aún me quedaron muchas cosas por aprender...

FranK

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