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Recuerdo muy bien aquel día

en Hetero: Primera vez

Recuerdo muy bien aquel día. Nunca podría olvidarlo. El día de mi primera vez. La primera vez que hice el amor con una chica.

Tendría unos dieciséis años y ella los mismos que yo. Ahora sonrío al recordar aquella tarde, pero recuerdo perfectamente el miedo que tenia entonces. Había oído cantidad de rumores sobre la primera vez. No obstante, me consolaba pensando que más asustada tendría que estar ella ya que, según me dijo, también era su primera vez.

Estabamos en su casa, ya que esa tarde sus padres habían salido a celebrar la boda de unos parientes lejanos, por lo que disponíamos de su casa durante toda la tarde y parte de la noche.

Habíamos esperado mucho esa tarde. Por lo menos desde que descubrimos de qué iba eso del sexo. Nosotros no es que fuéramos novios. Simplemente éramos vecinos, yo era su mejor amigo y ella era mi mejor amiga. Creo que eso fue lo que nos llevo a aquella situación.

Al ser vecinos, estabamos gran parte del día juntos. De niños, jugábamos juntos a todo y, cuando crecimos un poco más, empezamos a contárnoslo todo. Hasta que un día, yo o ella (eso no lo recuerdo muy bien) sacó la conversación de "¿sabes de donde vienen los niños?". Recuerdo que aquello acabó con los dos medio desnudos para ver esas partes "prohibidas" de nuestro cuerpo y con el culo bien rojo de los azotes que nos dieron nuestros padres cuando nos descubrieron de esa guisa.

Sin embargo, el gusanillo de saber para qué servían esas cosas no nos abandonó. Simplemente seguía ahí, latente, esperando una nueva oportunidad para resurgir de nuevo.

Crecimos algo más, y comenzamos a ir con los de nuestro propio sexo. Yo con mis amigos y ella con sus amigas. No obstante, seguíamos contándonos todo. Yo le contaba a ella lo que decían los chicos y ella me decía a mi lo que decían las chicas. Pero nuestra estupenda amistad, a los ojos de los demás chicos, era mucho más que todo eso. Comenzaron a correr rumores acerca de nuestra relación, de lo que hacíamos cuando estabamos a solas... y nuestra relación empeoró, ya que los rumores los lanzaron los chicos y ella creyó que yo les había dicho algo raro.

Ella estuvo sin hablarme durante unos meses, el tiempo que me costó deshacer todos esos rumores infundados. A partir de ahí, nuestra relación comenzó a salir a flote. Volvimos a reunirnos y a contárnoslo todo.

Entonces, en una de esas reuniones, en una cálida tarde de primavera, ella me preguntó si me gustaban sus pechos. Eso me dejó perplejo. Hasta ahora, solo la había visto como a mi otro yo. Nunca me había parado a fijarme en el cuerpo que estaba madurando delante de mis ojos. Debí ponerme colorado como un tomate, porque ella comenzó a reírse. Entonces, sin más ni más, ella se quitó la camiseta, dejando su sujetador a la vista. Eso me sorprendió un poco porque, como ya he dicho antes, la veía como a mi otro yo. Realmente, la veía como una niña. Una eterna niña.

No había visto antes a una chica de aquella forma, por lo que no sabía qué decirle. Sin embargo, recuerdo que le pedí que me dejara tocarlos para ver como eran y poder responderle. Ella accedió sensación permanecía en mi memoria. Pensé en pedirle que me dejara tocarle de nuevo los pechos, pero visto lo ocurrido la vez anterior, decidí no hacerlo, no fuera que volviera a tomárselo mal y se enfadara conmigo otra vez.

Y entonces sucedió lo inevitable. Ella comenzó a salir con chicos. Aunque yo por mi parte también salía con chicas, por algún extraño motivo cuando la veía con algún otro, sentía como si algo dentro de mi me devorase. Y sucedía así cada fin de semana, cuando salíamos por ahí y la veía irse con tal o cual chico. En una de nuestras ya menos frecuentes reuniones, le conté lo que me sucedía cuando la veía con otro y ella, cariñosamente, me volvió a besar en la mejilla y, dulcemente, me dijo que eso era algo que debía pasar, que era algo natural. Yo no lo entendía, pero le dije que sí para dejarla tranquila.

Y las cosas siguieron igual. Ella salía con otros chicos y yo no podía explicar la comezón que sentía en mi estómago. Entonces, sucedió que un fin de semana, me encontré con ella de casualidad por la calle. Iba acompañada de otro chico y parecía muy feliz. Pensé que, al fin y al cabo, si ella era feliz, yo también lo era. Sin embargo, conocía bien al chico que la acompañaba, y su reputación entre los chicos no era demasiado buena. De nosotros hacia fuera, no se que impresión podría dar, pero los chicos lo conocíamos y sabíamos que no era trigo limpio.

Así pues, y sin saber muy bien por qué, les seguí. Al principio todo era normal. O al menos todo lo normal que puede ser. Pero las cosas no tardaron en torcerse. Él la llevó por unas calles mal iluminadas y comenzó a sobarla y meterle mano por todas partes. Ella se quejaba y le decía continuamente que parase, pero él parecía no oírlo. Él seguía dale que te pego. Llegó un momento en el que el chico se desabrochó el pantalón, sacó su miembro en erección y comenzó a forcejear con ella para quitarle los pantalones. Ella no se dejaba, pero el era más fuerte que ella y los pantalones que llevaba no resistían gran cosa, precisamente. Lo único que podía hacer era gritar, y eso no parecía ayudarla demasiado.

Entonces, y como salido de la nada, me abalancé sobre el chico y comenzamos a pelearnos. Con una rapidez asombrosa, aquello se llenó de una gran cantidad de público. Me preguntaba de donde podría haber salido tanta gente si hasta hacía unos segundos aquello era una callejuela solitaria. No obstante, y a pesar de que veía a numerosas caras conocidas, no vi a mi amiga por ninguna parte. Al saber que ella ya estaba fuera de peligro, yo me concentré, más que en ganar aquella pelea, en no perderla. Y afortunadamente, no la perdí. A pesar de ser algo menos fuerte que mi rival, uno de los múltiples golpes que le propiné pareció afectarle lo suficiente como para que se fuera corriendo. Agotado, me senté en el suelo mientras los demás me felicitaban por mi victoria. Sin embargo, ella no estaba allí para felicitarme o, cuanto menos, para darme las gracias. Así pues, me levanté de donde estaba y me fui a casa. Ya había tenido suficientes experiencias por un día.

Al día siguiente, ella vino a verme a casa. Vino para hablar, como siempre, pero también para darme las gracias por actuar como su ángel de la guarda. Entonces, ella pasó sus delicados dedos por las heridas de mi rostro, que no eran pocas. Había ganado en aquella pelea, sí, pero me había costado un alto número de golpes en la cara, la cual tenía ahora llena de moratones. A pesar de todo, el dolor de los golpes pareció mitigarse cuando ella me acarició. Y se fue, pero prometiendo volver a verme. Otra vez me decía cosas que no entendía. En ese momento fue cuando me di cuenta de que ella era más adulta que yo.

Pasé toda la semana siguiente yendo al instituto con la cara llena de golpes y recibiendo continuas felicitaciones por mi victoria. A mi me gustaba que me halagaran de aquella manera, desde luego, pero a pesar de todo, no estaba contento con aquella victoria. Simplemente había hecho lo que debía haber hecho.

Y entonces ocurrió. En una de sus visitas, ella me dijo que sus padres no iban a estar en casa el próximo sábado, ya que tenían que asistir a la boda de un pariente algo lejano, por lo que estarían solos toda la tarde y parte de la noche.

Así pues, fui a casa de mi amiga en el momento que vi salir a sus padres por la puerta de la cochera en dirección a la boda. Llamé a la puerta, pero antes de que pudiera quitar el dedo de encima del timbre, ella ya me había abierto. Me había estado esperando.

Fuimos a su habitación, como era la costumbre, y me senté en su cama. Ella se sentó a mi lado y me cogió la mano. De nuevo debí estar turbado, porque volvió a sonreírme y a decirme que me tranquilizara. No obstante, podía notar a través del contacto con su mano, que ella también estaba muy nerviosa. Entonces me lo dijo. Me dijo que quería ver cómo era mi miembro.

Aquello me pilló por sorpresa y, al principio, no sabía qué hacer. Lentamente, comencé a desabrocharme el pantalón. Tras esto, me quedé en calzoncillos, como había hecho ella la vez anterior, cuando se quitó la camiseta y se quedó sólo con el sujetador. Ella volvió a sonreír y me llamó tonto, pero en un tono muy amable. Me dijo que así no podía verlo, así que me quité los calzoncillos también.

Tal y como hice yo aquel día, ella también me cogió el miembro y comenzó a acariciarlo. Yo pensé que haría como yo, que lo tocaría un poco para ver como era y que luego lo dejaría. Sin embargo, continuó acariciándolo hasta que volví a sentir la sensación que sentí aquella tarde. Y mi órgano comenzó a crecer y a ponerse duro.

Al ver la reacción de mi cuerpo, ella se asustó un poco, pero se recuperó casi de inmediato. Tras esto, dejó de acariciarme el miembro y comenzó a desnudarse, quedándose desnuda en poco tiempo, tras lo cual, acabó de desnudarme a mí. Tras esto, nos quedamos mirándonos el uno al otro, estudiando las partes de cada uno.

Entonces ella me dijo que ya sabía para qué funcionaban aquellas cosas, pero que no sabía cómo usarlas. Yo, por supuesto, ya lo sabía. Sabía lo que había que hacer con ellas, es decir, me sabía la teoría.

Tras esto, lentamente, ya que no sabíamos muy bien qué hacer, nos abrazamos y nos besamos. Pero no en la mejilla como en otras ocasiones, sino en la boca. Fue algo muy especial. Yo notaba como sus pechos y sus pezones rozaban mi cuerpo, y sentía como mi sexo rozaba el suyo. Eso era algo que sí sabíamos, que para practicar el sexo hacía falta estar juntos y, ya de paso, besarse un poco.

Lentamente, nos acostamos en la cama mientras seguíamos besándonos y comenzamos a acariciarnos mutuamente. Yo no sabia muy bien como acariciar a una chica, por lo que deje que mi mano bailara a su antojo por el cuerpo de ella. Le acaricié el cuello, los hombros, los pechos, la cintura, los muslos… todo su cuerpo. Ella, claro está, también me acariciaba a mi, y supe que tampoco sabía muy bien como acariciar a un chico ya que hacía exactamente lo mismo que le hacia yo.

Al cabo de un rato, ella dejó de besarme y acariciarme y se tumbó boca arriba. Me dijo que ya estaba preparada, aunque no estaba seguro de qué. No obstante, eso era algo evidente, por lo que me puse encima de ella y traté de buscar la entrada a su cuerpo con mi pene. Me costó encontrarla, pero la encontré finalmente. El corazón me latía con fuerza y la sangre se agolpaba en mi cabeza con un martilleo sordo.

Entonces, lentamente, le introduje mi órgano. Sin embargo, antes de que lo pudiera meter todo, ella soltó un pequeño gemido de dolor, lo que me hizo retirarme de inmediato. Esta también era su primera vez. No quería hacerle daño a mi amiga, y menos en aquella ocasión. Sin embargo, ella me dijo que siguiera, que no le importaba y que se la introdujera entera, por lo que volví a penetrarla hasta llegar de nuevo al tope. Una vez allí, y con sumo cuidado, fui empujando más fuerte poco a poco para traspasar aquella barrera, haciendo oídos sordos a los pequeños gritos de ella hasta que, finalmente, logré atravesar la barrera.

Me quedé en aquella posición durante un rato para que a ella se le pasara un poco el dolor. Yo, mientras tanto, le daba suaves besos para intentar tranquilizarla, aunque lo hacía más por hacer algo porque no tenía ni la menor idea de qué hacer.

Así pues, al cabo de un rato, ella me dijo que ya estaba bien y que podía seguir. Entonces yo comencé a moverme lentamente. Me había gustado mucho la sensación que había sentido cuando entraba en ella por primera vez, por lo que quería volver a sentir esa sensación una y otra vez. Ella me abrazaba y yo la abrazaba a ella, mientras movía mis caderas arriba y abajo.

Poco a poco, fui dejando de ser dueño de mis actos y comencé a moverme con más velocidad. Yo suspiraba de placer y ella gemía por la misma razón. No estábamos practicando sexo simplemente. Estábamos haciendo el amor. Yo daba y recibía, y ella, a su vez, también daba y recibía placer.

Continuamos así durante unos minutos hasta que no pude aguantar más y eyaculé. Con un suspiro, me dejé caer encima de ella y nos abrazamos, mientras descansábamos de la que había sido nuestra primera vez. Aunque había sido simple, había sido una mágica e inolvidable primera vez…

A la semana siguiente comprendí por que había ocurrido todo aquello. Su padre había encontrado un trabajo mejor en otra ciudad, por lo que se mudaban a esa ciudad.

Mi amiga me contó tiempo más tarde en una carta que había conocido a mucha gente nueva, pero que no era lo mismo que antes, y que lo sabía, por lo que había querido dejar de ser virgen con la persona que más había querido en aquella ciudad… yo.