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Visión

en Voyerismo

La primera vez que sucedió fue de casualidad. No había cerrado las cortinas y podía ver la angosta cama de mi hija. También pude ver cómo tomaba su siesta. Sólo tenía un polo blanco encima que hacía juego con su calzoncito blanco. Dormía boca abajo. Primero quise alejarme de la ventana de mi cuarto, que queda en el segundo piso, pero no pude y seguí mirando. Con sus catorce años, era perturbadora. Muchas veces me había sorprendido yo mismo al verle las nalgas cuando caminaba por la casa con un pequeño short. Tenía piernas largas y deliciosas. No era de esas chicas flacas, mas bien era una niña de figura completa, con unas caderas anchas.

Mi mujer estaba de viaje, había dio a visitar a su madre moribunda. Sin darme cuenta, me vi sobándome el bulto sobre mi pantalón. Luego me masturbé viendo cómo se movía un poco en su sueño: sus piernas, una estirada y la otra doblada; sus nalgas en delicioso contraste con su ropa interior, sus pies sin medias.

Después de ese primer día, se me hizo costumbre pararme en mi ventana y corrérmela mientras vigilaba su sueño

Ayer en la noche, me dijo que iría al cine. Le di permiso y, después de tomar su siesta, se comenzó a cambiar… y lo podía ver todo. La mata de su entrepierna era negra y su cuerpo era muy bello. Me la estuve corriendo un buen rato, pero me detuve, pensando que podría hacer algo mejor. Desde ahí, me dediqué a acariciarme lentamente, mirándola de la manera en que un padre puede mirar a su hija…

Se despidió de mí (olía riquísimo) y se fue, vestida muy conservadoramente. Pasaron unos minutos y bajé al primer piso y entré a su cuarto. Me eché boca abajo en su cama y olí la almohada (allí quedaba algo de su aroma) y comencé a sobarme contra las sábanas algo deshechas. Pero ese no era mi objetivo principal. Era hora de pasar a tomar la entrada.

Busqué en el cesto de ropa sucia y encontré su ropa interior: su brassier, su calzón y sus medias. Con una mano cogía uno y otro al azar y con la otra me masturbaba. Amarré su calzón a mi verga (la cuál me dolía, ya que estaba muy sensible y muy dura) y me masturbé con él, mientras recuperaba de sus otras prendas la bella niñez de mi única hija.

Me vine aparatosamente y varias gotas cayeron en la cama. No me preocupé porque no lo notaría. Fue un orgasmo brutal, que me dejó las piernas en estado de coma y mi cerebro repetía la imagen de ese cuerpo ligeramente bronceado y, supuse, tan suave al tacto, tan atractivo a todos los sentidos.

Para esconder mi crimen, me llevé todo el cesto y lo metí a la lavadora. Por supuesto, me quedé con esas prendas que ella acababa de vestir.

Regresé a su cama y pensé mucho en ella, viendo las fotos de ella y sus amigas en las paredes. No debería tener ningún remordimiento, ningún sentido de culpa de ahora en adelante. Me imaginé acariciándola, sintiendo sus piernas apretar mis riñones, la calidez de su boca y de su coño. Me imaginé que me decía papi mientras se entregaba a mí en esa cama angosta, blanquirosada, infantil.

Decidí tomar mi segundo plato antes de que mi mujer regresara. Iba a seducir a mi hija. Ya no me importaba lo que iba a pasar, sólo quería, deseaba, necesitaba, a mi hija. A mi ángel…

Hoy, mientras la veo dormir tiernamente, disfruto por adelantado lo que pienso hacerle. Estoy oliendo su ropa interior. Estoy sintiéndola muy cerca de mí, casi dentro de mí.