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La lección

en No Consentido

LA LECCION

Aquella noche habia quedado con un grupo de chicos y chicas de la facultad para ir a bailar a una discoteca de las afueras. Cuando llegué ya estaban todos meneando las caderas: Luis "el empollón", Rafa, Pedro, Lola, Desi, Eva y Marta, una rubita con un cuerpo espectacular, más conocida entre el género masculino como "la calientapollas".

- Hola, chavalote - me saludó Luis -. Menos mal que has venido, porque si no te hubieras perdido una falda que va a entrar en el libro Guinnes de los records.

Señaló la falda de Marta. Ciertamente era cortísima. El espectáculo de sus carnosos muslos en sensual movimiento era el centro de las miradas de todos los varones heterosexuales de la disco.

- Hoy viene en plan calientapollas - observó Luis.

- Como siempre - corregí yo.

- Si, es verdad - asintió Luis -. Pero es mejor no calentarse demasiado, porque ya se sabe que no hay nada que hacer con esa zorra.

Luis tenía razón. Pero yo no podía dejar de mirarla. Me empalmé al imaginar que mis manos se deslizaban por sus duros muslos.

- Yo creo que lo que le hace falta a esa tía...

Dejé a Luis con la palabra en la boca y me dirigí con decisión hacia el objeto de mi más ardiente deseo.

Empecé a bailar con ella sin mediar palabra, tratando de pegarme lo más posible a su caliente carne, pero ella se esforzaba por mantener las distancias mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa maliciosa y engreída.

Afortunadamente, poco a poco fue bajando sus defensas y tolerando un cada vez más íntimo contacto. Me permitía apretarla con mi durísima polla y que recorriera con mis manos sus caderas, sus muslos y sus nalgas. Me estaba poniendo tan caliente que creía que iba a explotar allí mismo, en mitad de la pista de baile.

Así pasaron las horas, casi sin darnos cuenta, entre movimientos de caderas y de pelvis y manoseos diversos. Cuando reparamos en la hora era ya muy tarde. Miramos en derredor, pero no vimos a ninguno de nuestros colegas.

- ¡Malditas hijas de puta! - gritó Marta -. Me dijeron que me avisarían cuando se fueran. Ahora tendré que llamar a un taxi.

- Yo te llevo en mi coche - me apresuré a decir.

- Vale.

Subimos al coche, arranqué el motor y pregunté:

- ¿Adónde Vamos?

- A mi casa - dijo ella -. Ya sabes dónde es.

- ¿Y no preferirías ir a...un hotel?

- ¿A un hotel? - dijo ella indignada - ¿Qué te has creído, que soy una puta? Llevame a mi casa ahora mismo.

- Vale, vale.

Nos pusimos en marcha. Al detenernos en un semáforo reparé en mi polla. Seguía durísima. Pedía a gritos descargar su proteínico contenido. Aquella zorra me había calentado tanto que no tendría más remedio que aliviarme al llegar a casa.

Entonces me percaté de que Marta estaba mirando el enorme bulto que sobresalía en mis pantalones. Se sonreía con malignidad, como pensando: "Yo he sido la que te ha puesto así, pero no pienso aliviarte, apáñatelas tú solo".

Mi indignación y mi ira se dispararon. No podía tolerar que aquella zorra se riera de mi tan impunemente. Entonces tomé una decisión.Debía dar a aquella calientapollas profesional una lección que no olvidara nunca. Así es que en el siguiente cruce tomé el camino de un bosque de pinos cercano.

- Creo que te has confundido. No es por aquí.

- Es un atajo - le dije.

Cuando llegamos paré en el arcén.

- ¿Qué pasa? ¿Se te acabó la gasolina?

- No exactamente - le dije.

La miré de arriba a abajo. Estaba riquísima. Sus enormes tetas eran dos tesoros ocultos listos para ser explorados por mis libidinosos dedos.

- ¡Arranca inmediatamente! - gritó ella al percatarse de mis aviesas intenciones.

- Claro - le dije -, claro que voy a arrancar, ¡voy a arrancar estos botones de tu camisa!

Le abrí la camisa de un solo golpe, dejando a la vista sus tetazas apretadas en el sujetador. Me abofeteó.

- ¿Qué has hecho, cabrón?¡Me has destrozado la camisa!

- Una pena - le dije con sorna -. Espera que te la arreglo.

Abrí la guantera y saqué una pequeña navaja. Desplegué su afilada hoja y la deslicé suavemente por las tetas de Marta.

- ¿Qué haces?¿Estás loco? - dijo asustadísima -. No me mates. Haré lo que tú quieras, pero no me mates.

- Vaya, vaya, eso está mucho mejor.

Con un rápido movimiento de muñeca corté la tirita que mantenía unidas las dos copas sostén. Sus pesados senos, liberados ya de la cruel opresión, cayeron sobre las palmas de mis manos. Los amasé sin piedad.

- Te voy a follar viva, maldita zorra calientapollas. Vamos afuera.

Me apetecía follarmela sobre la hierba, a la luz de la luna llena. La arrastré entre los pinos hasta un lugar que me pareció adecuado.

- Desnúdate, zorra.

Ella vaciló un instante, pero enseguida obedeció. Se deshizo de su rota camisa y de la cortísima falda. A continuación bajó sus bragas lentamente, dejando a la vista una deliciosa mata de vello rubio. Cuando se disponía a despojarse de sus zapatos de tacón alto, la detuve.

- No, déjatelos, me excita que los lleves.

Al fin mi más ansiada fantasía erótica iba a hacerse realidad. Allí estaba aquella real hembra, desnuda, asustada, lista para mi uso y disfrute.

- Arrodíllate.

Ella obedeció. Me sentía poderosísimo teniendo a aquella sumisa zorra arrodillada a mis pies. Sin más, bajé la cremallera de mis pantalones, saqué una durísima polla y la froté contra su cara.

-¿Ves, zorra, lo que pasa por ir de calientapollas? Te voy a dar una lección que no olvidarás. ¡Chupa!

Ella abrió tímidamente la boca, momento que yo aproveché para introducirle la polla, de un solo golpe, hasta la garganta. Sacaba y metía mi polla en su boca con violentas sacudidas.

Cuando me cansé de follármela por la boca, le ordené que se tumbara boca arriba. Lamí sus tetazas con fruición, escupí en ellas, pellizqué fuertemente sus pezones y le restregué la polla. Deslicé mi lengua vientre abajo, me entretuve un rato en el ombligo y llegué, finalmente, al ansiado pubis.

Para mi sorpresa, su coño chorreaba su jugoso néctar. Aquella morbosa zorra estaba disfrutando tanto como yo. La lamí con avidez durante varios minutos. Cuanto más lamía más chorreaba.

- ¿Estás disfrutando, eh, zorra?

- Cállate, maldito cabrón.

Era evidente que se sentía avergonzada de su propio deleite. Debía verse a si misma como una auténtica cerda, disfrutando de que un cabrón como yo la violara de aquella manera.

-Ponte a cuatro patas.

Obedeció. El paisaje de sus carnosas nalgas y de su jugosa mata de pelo me puso al borde del orgasmo. La penetré con fuerza. Agarraba su pelo y tiraba hacia atrás obligándola a levantar la cara.

Cuando sentí próximo el orgasmo, saqué la polla de su coño y se la metí en la boca.

- ¡Traga, puta, traga! - le grité en medio del más potente orgasmo que haya tenido nunca.

Dejé mi polla un buen rato dentro de su boca. Cuando la saqué aún estaba henchida de sangre.

- Vistete - le dije.

Se vistió y me siguió sumisa hasta el coche. Durante el trayecto hacia su casa no intercambiamos palabra. Al llegar, ella hizo ademán de bajarse, pero yo la detuve.

- Espero - le dije - que no me lo tengas en cuenta.

Marta esbozó una forzada sonrisa.

- No te preocupes.

* * *

Han pasado ya algunos meses desde que ocurrió aquello. Ambos hemos procurado esquivarnos desde entonces. Pero cuando, a pesar de nuestras precauciones, nos encontramos, ya sea en los pasillos de la facultad o simplemente en la calle, puedo percibir en su mirada un inconfundible destello de deseo.