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La ducha

en Confesiones

La ducha

Sucedió sólo una vez. Yo acudía todos los lunes, miércoles y viernes a clases de baile en un centro en donde además había un gimnasio para musculación. Desde que ocurrió aquello dejé de ir, así, de golpe y porrazo. ¿Qué pasó? Enseguida lo cuento.

Fue un viernes de invierno, a mediados de diciembre. Había terminado la clase (era de ocho a nueve de la tarde) y me estaba cambiando en el vestuario. Un chaval aproximadamente de mi edad entonces (25 años) se estaba desnudando para entrar en la ducha. Justo cuando se había desnudado por completo y se cubría con una mano en la que llevaba una toalla y un bote de gel me empezó a hablar. Me dijo que se dedicaba a la construcción; que era un trabajo duro pero que aún así le gustaba venir a hacer culturismo. Le comenté que me parecía un poco redundante tanto trabajo físico. Él siguió hablando, gesticulando cada vez con más vehemencia, lo que se traducía en dejar al descubierto su miembro muy a menudo. Era de esos penes carnosos que tienen cubierto todo el glande por la fina piel del prepucio.

Después de seguir hablando más de lo mismo se metió en la ducha. Escogió la que quedaba enfrente de mí. Yo, atento a sus palabras, había dejado de cambiarme mientras me hablaba, así que continué desvistiéndome.

Mientras lo hacía me fijé en un detalle curioso. Las duchas eran amplias, protegidas por la clásica cortinilla de plástico semitransparente. El caso es que él no paraba de enjabonarse muy cerca de la cortina. Tan cerca tan cerca que varias veces vi su pene pegado al plástico.

No le quise dar más vueltas y seguí con lo mío. Entonces pasó algo que me dejó paralizado. Él seguía cerca de la cortina, como siempre, pero había empezado a tocarse. Lo que al principio pensé que era pura higiene se prolongo más de lo que sería normal. Hubiera asegurado que de estar en reposo aquello pasaba a lo que se conoce como estado morcillón.

Mi "error" fue quedarme quieto durante la aquella visión. Lo debió notar, porque con la excusa más tonta del mundo me dijo: eh, perdona, ¿te importaría echarme un poco de jabón en la espalda?

Por supuesto que sabía de qué iba la cosa. Era indudable. Mi problema es que me cuesta mucho decir que no. Soy lento en encontrar excusas verbales. Le dije un sí que debió sonar a seco. Seco o no al fin y al cabo era un sí.

Descorrió la cortina ofreciéndome la espalda y el jabón sin mirarme.

—Me lo extiendes un poco —me dijo con seguridad.

—Sí —volvía yo a utilizar sobriamente la afirmación.

Le eché directamente el jabón sobre la espalda y le enjabone yo diría que del modo más aséptico posible, no queriendo dar muestras de nada.

Cuando iba llegando a la cintura (no pensaba bajar más) de pronto se dio la vuelta.

—Gracias —me dijo parcamente, como si hubiera adoptado mi estilo.

De nuevo me quedé paralizado. Inconscientemente estaba sorprendido de que no hubiera más, de que todo se quedara así. Otro gesto involuntario me llevó a mirarle el miembro. Seguía carnoso y morcillón, aunque todavía tenía todo el glande cubierto por el prepucio.

No hubo más palabras. Como si fuera un kamikaze me lancé sin saber lo que hacía. ¿Y qué hice? Entrar en la ducha completamente. Él se retiró hacia atrás para que pudiera entrar.

Yo iba vestido sólo con la camiseta y el calzoncillo que rápidamente se calaron. Yo seguía como si nada. Tenía que echarle valor para hacer lo que de pronto supe que me apetecía: descubrir el glande de su pene.

No hubo palabras. Me agaché y le tomé el miembro. Tiré con suavidad y lentitud hacia atrás. Se resistía a salir. Intuyendo lo que quería se acercó a mí hasta que el prepucio chocó contra mis labios.

En ese momento pasó lo que no se me había ocurrido que pudría pasar: alguien entró en el vestuario. Di un paso para cerrar la cortina completamente. Me volví a girar para verle. Pensé en esperar a que la persona se fuera. Pero no. En el fondo estaba impaciente. Ya no podía echarme atrás.

Me agaché de nuevo y sin necesidad de usar las manos me metí aquel glande cubierto en la boca. Sabía a agua y a un poco de jabón.

No sé por qué de pronto me entusiasmé. Empecé a chupar con pasión y a utilizar mis manos. Usaba las dos para masturbarlo hacia delante y hacia atrás.

Perdí la noción del tiempo. Saqué de mi boca aquello y vi que el glande estaba completamente fuera. En ese instante entendí lo que estaba haciendo. Aquel pedazo de carne color rosa todo lo justificaba. También comprendí la existencia de una especie de ley de la selva por la que resulta imposible negarse a la belleza de una polla grande y al deseo irresistible de obtener su néctar a cualquier precio.

Con un movimiento brusco tiró de mis calzoncillos hasta desprenderme de ellos y me dio media vuelta hasta apoyarme contra la pared.

Esperé inmóvil a que él hiciera. Con el rabillo de ojo vi que llenaba su mano de jabón. Ahora untaba todo ese líquido en la entrada de mi ano. Seguí sin hacer nada.

Supongo que me dolió mucho. Supongo porque la situación me sobrepasaba y me sentía como si estuviera fuera de mi cuerpo. Fueron sus fuertes empujones los que me bajaron de nuevo a tierra.

Tardaba demasiado. Los dos estábamos mudos. Ninguno gemía ni daba muestras de placer o de dolor. Sólo se escuchaba el incesante caer del agua sobre el piso.

Me pareció que pudimos estar así como diez minutos.

Tomó un ritmo desorbitante. Yo me apoyaba con fuerza en la pared para no golpearme la cara contra ella. Cuando miré al suelo vi que entre el agua que se colaba en el sumidero había rastros de sangre. Noté que con su mano poco a poco recorría mi espalda hacia arriba buscando mi cabeza. Cuando llegó me agarró fuerte del pelo y sacando su pene de un golpe me llevó la cabeza hacia él.

—Vamos sigue —rompió con impetú el silencio.

Agarré su pene con las dos manos y lo masturbé lo más deprisa que pude.

—Abre la boca —gritó.

Lo hice. Él me quitó el miembro de las manos y tomándolo con la suya se masturbó bestialmente. A los pocos segundos paró y me introdujo el glande en la boca. Yo apreté los labios.

Tras un gemido intenso un líquido ardiente como la lava comenzó a inundar mi boca. No tragué, sólo permanecía quieto a la espera de que terminara. Notaba perfectamente cada nueva polución, al principio líquida y luego más y más espesa.

Me agarró de la nuca trayéndome hacia sí hasta que logró meterme todo el pene en la garganta.

Al minuto sacó otra vez de un golpe su aparato. Entonces dejé caer todo su esperma fuera de mi boca. Paradójicamente éste, por la posición en la que estaba, cayó sobre mi pene.

—Gracias, tío —soltó extenuado—. Si eres rápido te la como yo.

—No hace falta, gracias —le contesté con una formalidad que en dicha situación resultaba estúpida.

Me quedé todavía en la ducha, con la camiseta mojada puesta. Él salió y se puso a vestirse. Yo volví al estado catatónico.

—Si el viernes que viene estás por aquí nos podemos ver —me dijo mientras cogía su mochila—. Venga, hasta luego.

Como pude me levanté, me desprendí de la camisa y dejé que el agua corriera por mi cuerpo.

Fue la última vez que fui a recibir clases de baile. No sé si por vergüenza o por qué. Aquello se había escapado de mi control. Ni siquiera supe cuantas personas entraron y salieron durante mi mamada y posterior enculamiento. ¿Con qué cara iba a mirar yo al resto el próximo día? ¿Con qué cara me mirarían ellos a mí? Sea como fuere nunca lo llegaré a saber.

Lo cierto es que me gustaría repetirlo. Quisiera volver a vivirlo sin caer en un estado catatónico. Por ello, si alguien que tenga el pene bien cubierto por el prepucio (condición imprescindible) quiere donar semen a una boca hambrienta, no estaría de más que se pusiera en contacto conmigo vía correo electrónico.

De igual manera, si tenéis fotografías de atributos con esas características no esperéis más para enviármelas.

Hasta pronto.

lineas@eresmas.com