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LAU

en Sadomaso

LAU

Aquella tarde Lau llegó a casa de Leire, su Dueña, después del trabajo; iba impecablemente vestida con su traje chaqueta negro, su blusa blanca, sus medias finas y sus zapatos de tacón moderado. Sus preciosa nariz aguantaba una costosa montura de cristales especiales para su reducida miopía y su melena morena estaba recogida en un ordenado moño. En un hombro colgaba un bolso de Pierre Cardin y en su otra mano llevaba el maletín con su ordenador portátil.

Leire la había convocado allí, a una hora inusual en sus citas, porque debía recibir un castigo por una tierna reacción de la sumisa en la playa, cuando en un éxtasis amoroso había pasado un brazo por la cintura de su Dueña sin permiso. Y aquella tarde iba a pagar por tal osadía.

Nada más traspasar el umbral de la puerta Lau se encontró a su Dueña plantada en el centro del salón, con los brazos en jarra y expresión adusta; "está preciosa", pensó para sus adentros Lau, quedándose quieta donde estaba y contemplando la belleza que tenía delante. Leire era una preciosa muchachita de 21 años que tenía un trabajo rutinario y mal pagado y encontrar una sumisa como Lau le había alegrado la vida. Su metro sesenta y cinco y su cabellera rubia que le caía lisa por la espalda enmarcaban un cuerpo pensado para la lujuria, delgado pero proporcionado, con pechos firmes y redondos y nalgas ingrávidas, amelocotonadas, suaves....

Lau en cambio, cinco años mayor, era una próspera abogada con un trabajo que le llenaba por completo, aunque paradójicamente su campo se centraba en los malos tratos a las mujeres, cosa que a ella le encantaba recibir..... de manos de otra mujer. Casada sin hijos, lesbiana convencida tras el mal trago de la rutina del matrimonio, también había encontrado en Leire lo que le faltaba para ser completamente feliz sin romper con su vida de cara a la galería. Morena y sofisticada, era el complemento perfecto a su Dueña.

Leire la miró de arriba abajo, con desaire, y la hizo desnudarse por completo, ante ella; llevaba unos pantalones negros elásticos, de hacer deporte, unas zapatillas deportivas y una camiseta blanca corta que le dejaba el ombligo al descubierto, y mientras Lau se desnudaba se recogió el pelo en una cola de caballo.

- "Coge tu puto bolso y ábrelo bien", dijo Leire una vez que su sumisa estuvo completamente desnuda.

Lau hizo lo que le dijo su Dueña y de rodillas se acercó hasta ella; mientras Leire lo examinaba, la esclava bajó los pantalones negros hasta la rodilla y le fue devuelto el bolso una vez que tuvo a su Dueña preparada. La belleza rubia le ordenó colocar el bolso abierto entre sus piernas, cerca de su sexo y la sumisa tuvo que aguantarlo mientras una cascada de orina caía dentro, impregnando y bañando todos sus enseres, las pinturas de maquillaje, la agenda, el reloj y los papeles, todo lo que allí tenía. Lau miró dentro una vez que su Dueña se volvía a colocar el pantalón y observó sus cosas flotando en el amarillento líquido, pero recibió la orden de cerrar de nuevo la cremallera y abandonarlo en un rincón.

- "Ahora, puta, saca el ordenador de la bolsa", espetó Leire.

Lau esgrimió una quedada súplica, pero no se atrevió a contrariar a su malhumorada Dueña, y abriendo la cremallera de la bolsa, sacó el aparato, lo depositó en el suelo abierto y esperó el siguiente requerimiento.

- "Colócate tú misma ahora en cuclillas sobre él y descarga tu apestosa meada sobre el teclado, ¡vamos!".

Lau sabía que hacer eso suponía dejar inservible aquel objeto que tanto falta le hacía en su trabajo, pero hizo tal y como su Dueña le sugería; fue dejando caer su orina por todo el teclado, empapándolo bien por todos lados, por miedo a una represalia mayor si no cumplía a la perfección, mientras su Dueña reía complacida. Una vez completada su acción, fue retirada de encima de aparato y Leire se dedicó por espacio de unos minutos a pisotearlo, patearlo y destrozarlo por completo, dejándolo hecho añicos.

- "Muy bien, perra, ya te puedes tumbar en el suelo boca abajo", le dijo apartándola de una patada en el trasero.

Lau se colocó sobre la alfombra boca abajo, inmóvil, esperando la llegada de su Dueña, con los brazos pegados a su cuerpo desnudo; Leire se acercó despacio, unos segundos después para provocar esa espera de la sumisa y se asentó sobre las nalgas de su sumisa, mirando hacia sus pies, y lentamente fue enrollando con una cuerda sus piernas, anudando un extremo a uno de los dedos gordos de los pies y subiendo poco a poco, apretando y haciendo firme la cuerda sobre la delicada piel. Llegó hasta las rodillas y allí anudó el otro extremo, dejando totalmente inmóviles las articulaciones.

Se giró entonces sin levantarse, restregando nalga con nalga y lo rpimero que hizo fue colocar un sujetador en el torso de Lau y posteriormente tomó el brazo izquierdo de la sumisa, retorciéndolo a la espalda y forzándolo hacia el cuello, produciendo un moderado dolor; le pasó un extremo de otra cuerda por la muñeca, apretándola y el resto de la misma por el cuello desnudo, le dio varias vuelta e hizo firme, dejando en una posición bastante incómoda a Lau. Acto seguido se fue a la habitación y volvió con una serie de objetos que dejó en el suelo; primero le fue colocada una mordaza en la boca, con la particularidad de que la parte que quedaba dentro de la boca era un pene de plástico bastante gordo y largo.

Leire lo colocó en la boca de su sumisa, introduciéndolo hasta la garganta y provocándole arcadas, y lo ajustó en su nuca muy fuerte; como el cabello lo tenía recogido en un moño, no tuvo problemas al ajustarle la capucha de látex que le cubrió la cabeza por completo, apretando los cordones en el ya de por sí apretado cuello.

Se levantó y cogió del bolsillo del abrigo de la sumisa el teléfono móvil de ésta y volvió a sentarse sobre las nalgas; cogió un consolador del suelo y sin previo aviso lo incrustó de un golpe en el año desnudo que se le mostraba entre los muslos, lo ajustó hasta el fondo, y repitió la misma operación en el coño, pero esta vez metió hasta el fondo el teléfono que tenía en la mano.

Lau se sentía dolorida por todas partes, con el brazo izquierdo retorcido, el cuello estrangulado y con el ano y el sexo relleno; pero aún tenía otra tortura más a recibir. Leira giró el atado cuerpo sobre la alfombra, dejándolo boca arriba, y se sentó sobre el estómago; tomó una cajita de chinchetas que tenía en el suelo y pacientemente fue colocando las diabólicas puntas dentro de las copas del sujetador de Lau, más de diez en cada pecho, y levantándose giró de nuevo el cuerpo, de un golpe, y sin con su propio peso la sumisa sintió las punzadas en su blanda carne, cuando Leire volvió a sentarse sobre su espalda de golpe, las chinchetas se clavaron del todo en sus pechos, provocando puntiagudas heridas que tiñeron de rojo el sujetador.

Y fue entonces cuando la verdadera pesadilla llegó para Lau; su Dueña se acomodó en la espalda tendida, sentada sobre el brazo izquierdo retorcido, y tomo, de entre sus propios muslos el brazo derecho que estaba suelto. Leire lo retorció hasta un ángulo inverosímil, lo que provocó un respingo del cuerpo de la sumisa, tomó el dedo meñique y lentamente lo fue torciendo hacia atrás, sin prisa pero sin pausa, gozando Leire con lo que estaba haciendo, y llegando al clímax cuando un chasquido repentino le anunció que el dedo estaba roto.

La dominante, sádica y cruel muchacha se detuvo un momento, respirando hondo pero sin soltar la mano retorcida, complacida con su fechoría, y tomó el siguiente dedo, repitiendo la operación; el sordo ruido del hueso tardó más en llegar, pues era más difícil y costoso lograrlo, pero consiguió romperlo de nuevo, con un nuevo goce y con la entrepierna del pantalón completamente empapada. Leire estaba excitada, como nunca lo había estado, habiendo roto dos de los dedos de la mano derecha, y abandonó el brazo en el suelo, que cayó a plomo, se incorporó un poco y se bajó el pantalón, dejando su sexo desnudo respirar un tanto.

Con el brazo en el suelo, entre sus piernas, tomó una maza pequeña de las cosas que había traído con la mano derecha y con la izquierda inmovilizó el brazo libre de Lau; primero fueron golpes flojos, sobre el dorso de la mano, pero a medida que se iba excitando fue descargando golpes más violentos, reventando otro de los dedos de la mano, y destrozando los huesos de la mano en sí, convirtiéndolos en papilla. Dejó la maza y volvió a coger el brazo para retorcerlo de modo brusco, forzando cada vez más el ángulo del codo, para llevar la maltrecha mano de la sumisa hacia su sexo.

No llegaba hasta el punto que Leire quería, así que forzando hasta el límite consiguió meter la mano muerta en su coño, entera, masturbándose con ella mientras Lau se retorcía de dolor, llorando a través del látex, pero chorreando de placer. La mano desapareció dentro del coño de Leire, consiguiendo la sádica un placer indescriptible, pero cuando poco le faltaba para llegar al extremo placer, el teléfono que Lau tenía metido en el coño sonó, con el vibrador puesto, e hizo que el cuerpo de la sumisa se estremeciera por completo.

Fue la chispa que le faltó a Leire, forzando más el brazo y corriéndose en el mismo momento que el hueso del brazo cedía y se fracturaba, provocando un orgasmo bestial en ambas mujeres.

Leire se levantó y desató a su sumisa, despojándole de la capucha y de las cuerdas.

- "Vámonos al médico, puta".

FIN