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Crónicas domésticas (01)

en Sexo con maduras

CRÓNICAS DOMÉSTICAS (I)

Desde niño viví siempre en la compañía de empleadas domésticas. Pues mis padres ambos trabajaban y siempre niño me dejaban al cuidado de muchachas o señoras algunas simpáticas otras no tanto. Así fue siempre incluso cuando cumplí la mayoría de edad.

Cuando tenía 19 años y cursaba los primeros semestres universitarios, llegó a casa la Sra. Melva. Una mujer en sus 36, bien conservada a pesar de la dura vida que seguramente le había tocado afrontar. Madre de una hija de 13 muy simpática digna de su madre.

La Sra. Melva es una mujer de contextura media, estatura media (1.68m), de tez blanca de cabello castaño claro corto. Tenía bonitos ojos marrones que le daban un toque muy tierno. Tal vez la palabra que mejor la define sea esa: ternura. Sus senos de tamaño medio eran parados y firmes poseía nalgas abultadas y piernas gruesas. Mejor dicho muchas chicas de 16 no tienen los atributos de la Sra. Melva tenía entonces.

Su trato para con migo y el mío para con ella siempre fue en los primeros meses muy sereno y respetuoso, auque en ningún momento seco. Ella siempre solía tratarme con mucha ternura. En una ocasión quedamos solos en casa una mañana como solía ocurrir a veces. Ella cocinaba y yo leía un libro en el un sofá dispuesto en el corredor que daba hacia el patio de tal manera que yo podía contemplarla. Aunque yo no tenía ninguna malicia si admitía que esa señora me resultaba atractiva me caía bien.

Noté que lloraba, que a pesar de que silbaba una canción que emitía la radio, ella gemía apagadamente un llanto. Me acerqué y ella sollozando trató de esquivar mi mirada tal vez por vergüenza. Le pregunté que le ocurría y aunque al principio no me dijo nada, poco a poco fue cediendo hasta confiarme algunas cosas. Al parecer sufría porque su esposo no le daba buen trato andaba bebiendo y de mujer en mujer. Mi reacción natural fue abrazarla y consolarla a lo que ella correspondió sin dejar de sollozar. Nos abrazamos y yo le acaricié el rostro y la miré fijamente a sus hermosos ojos marrones ahora humedecidos. Me dio la gracias y yo le dije que contara con migo. Le dije que como era posible que una mujer tan hermosa y tan cálida mereciera un hombre tan patán como su marido. Y le dije que yo lo envidaba, que ya quisiera yo tener una mujer como ella. Esas palabras la fueron enterneciendo y del llanto pasó a las caricias y terminaos dándonos un beso suave. Luego ella se detuvo avergonzada y yo le dije que estaba bien. Que yo quería que eso pasara. Y después nos volvimos a besar con pasión. Allí empezó todo.

No me permitió en ese instante ir mas allá del beso. Pero eso fue algo tremendo para mí. No podía creer que una señora tan respetuosa y mayor me regalara sus encantos. Experimenté una sensación rica pero me daba tristeza para con ella y rabia para con su marido. La Sra. Melva llegaba a las 6 de la mañana y se iba a las 5 de la tarde a su casa. Ese era el horario de trabajo. Al día siguiente sencillamente en la mañana aunque yo tenía una clase de estadísticas, decidí no ir para quedarme solo con Melva. Quería consolarla, besarla y hacerle el amor. Porque no?. Una mujer como ella así me lo inspiraba y además sé que hasta lo necesitaba.

A eso de las 9 am mi padre salió al trabajo y finalmente Melva y yo quedamos completamente solos en casa. Me quede en ropa interior solo con unos boxers blancos en mi alcoba escuchando música. En cualquier momento ella habría de tocar la puerta para asear mi alcoba como era rutina. A los 10 minutos así fue. Toc toc sonó en mi puerta, yo sin ningún reparo le dije que pasara. Ella abrió la puerta y me miró tendido semidesnudo en mi cama con la grabadora sonando canciones de música romántica vieja que ella le encantaban. Ella me preguntó que si no me daba pena que me viera en interiores. Yo le dije que no. Que entrara y descansara un tanto. Ella obedeció. Se sentó en la silla de cuero pequeña del escritorio. Vestía una blusa blanca pegada al cuerpo que realzaba sus senos tras los sostenes anchos de encaje que se podía adivinar. Tenía una falda a la altura de las rodillas algo pegada y cómoda de color rojo que realzaban sus atributos. Se veía muy bonita. Le pregunté como se sentía. Me dijo que mejor, que su marido ayer no había ido a dormir en su casa. Comenté cuan triste ha de ser que una mujer tan linda y joven como ella sea despreciada así por su marido, que si yo fuera él, cada noche le haría el amor una y otra vez. Ella se ruborizó al oírme decir eso. Me levanté de la cama y me acerqué a ella. La abracé yo de pié, ella sentada y su rostro lo acercó a mi barriga. Me doblé un tanto para buscar sus labios y nos fundimos en un beso.

Mi pene se puso duro de inmediato y ella lo notó enseguida a través del bulto que se hacía en mis boxers. Sin dejar de besarnos, las caricias empezaron a emanar por zonas prohibidas. Le acaricié sus pechos por encima de la blusa y ella dejaba resbalar sus manos por el bulto de mi pene erecto bajo mi interior. Supe en ese momento que haríamos el amor.

La invité a sentarse en mi cama y así lo hizo. Allí lado a lado no besamos. Sus labios carnosos y suaves me elevaban. Toqué por primera vez sus piernas gruesas metiendo mi mano hasta donde era posible. El calor que emanaba de sus entrepiernas cerca de su sexo era muy exquisito. Ella se entregaba mas y mas en cada beso mientras mis caricias se hacían mucho mas intensas. Nos detuvimos y luego me recline hacia atrás dándole libertad a Melva para que jugara con mi cuerpo. Lo hizo. Atrevidamente paseó su lengua húmeda y procaz por mi pecho desnudo y fue bajando lentamente hasta pasar por mi ombligo. Luego subió la montaña que hacía mi miembro parado y duro y se detuvo allí acariciando mis piernas. Me miró insidiosamente como pidiendo permiso. Yo sonreí con lo que le quise decir que sí, que mamara de mi pene. Me retiró el boxer hasta mas debajo de las rodillas y dejó que el hasta de carne se irguiera apuntando al techo. Lo contempló con ternura y ansiedad al mismo tiempo. Lo tomó en sus manos cálidas cual niña jugando prohibidamente. Acercó su boca jadeante y dejó que el pene explorara dentro. Sentí un estremecimiento fuerte al inundarse mi pene de humedad y de calor bucal. Lo hacia con mucha suavidad y soltura al mismo tiempo, pero sobre todo con ganas. Chupó hasta el cansancio. Se lo metía todo. A veces jugaba con la cabeza, escupiendo en ella y luego pasaba su lengua hasta la bese del pene y las bolas. Yo me incorporé volviéndome a sentar en la cama y ella decidió acomodarse mejor arrodillándose en el piso. Se dio a lamerme el pene con mas ahínco y allí deje que mi elixir brotara a cántaros. Inundé mi boca de mi semen, temiendo que tal vez no le gustaría, pero si le agradó. Pues no dejó de lamer y lamer.

Volví a reclinarme y ella se puso de pié. Se quitó la blusa por petición mía. Dejando sus brazieres color crema al descubierto. Luego se los quitó destapando al fin sus pechos que resultaron mas apetitosos de lo que yo me imaginaba. Eran regordetes, algo caídos y de pezón rosado claro, pero amplísimo. El pezón era ovalado y le cubría buena parte de las carnes del seno. Luego se alzó la falda hasta poco mas arriba de sus muslos y con malicia se quitó el panty. Fue un modesto pero exquisito strip tease que después se volvería costumbre. Retiró su interior crema y pude ver un poco el pelaje de su vulva, pues volvió a bajarse la falda. Yo me recliné en la cama y ella se encimó. Se sentó a horcajadas sobre mí sin quitarse la falda para que por fin la penetrara. Así fue. Se movía con cadencia, delicadeza, pero firmemente con mi pene todo tragado dentro de su sexo. Sus senos bailaban al vaivén de sus embestidas. Yo me deleitaba contemplándolos y acariciándolos. Si dejar de moverse y hacerme tocar el cielo se dejaba caer hasta quedar acostada encima de mí. Así le chupaba las tetamentas. Sus pechos sabían a mujer pura. El olor que desprendían sus pechos en mi boca era indecible. Todo: la penetración, el sonido de su jadeo, el olor de su vulva, las caricias de sus manos necias, en olor de su pelo, la suavidad de sus nalgas; estaba allí para embelesarme. Luego en un giro yo quedé encima y tomé el control. Abrí sus piernas y desplegué su falda echándola atrás. Pude ver por fin su vulva peluda y hermosa penetrada por mi miembro. Mi pene entraba y salía cual pistón de motor de auto y el calor de su vagina se me trasmitía hasta la médula de mis huesos. Allí fue imposible contenerme otro orgasmo y dejé que mi semen se derramara totalmente donde la naturaleza lo manda. Dentro de la vagina. Quedamos tendidos y fundidos en un beso suave y eterno.

Habían trascurrido algo así como media hora. Pero en esos casos el tiempo no existe. Melva debía seguir sus ocupaciones y yo debía recuperarme un poco para mi clase de tarde. Fue una experiencia inolvidable que daría lugar a muchas otras.