RESTAURANTE DE CARRETERA (Primera parte)
Voy a relatar sucesos acaecidos durante cierta etapa de mi vida. Se trata de mi juventud, de la época de la adolescencia. Vivía con mis padres y era hijo único. El negocio familiar era un restaurante de carretera que empezaba a tener cierta dificultad para funcionar pues cada vez se detenían menos pasajeros a comer. Cuando yo nací el restaurante si llegó a funcionar con éxito, incluso había empleados: una cocinera, un camarero..., aparte de mis padres, que también trabajan.
Como he dicho, cuando yo ya era un jovencito el restaurante empezaba a dar escasos ingresos. Sólo atendían el negocio mi padre y mi madre, y yo, que de vez en cuando echaba una mano. He de decir que fui un niño mimado y no me faltó de nada nunca; además mis abuelos tanto maternos como paternos me enviaron siempre y muy a menudo toda serie de juguetes y caprichos, pues decían que un niño sólo viviendo en un restaurante de carretera se aburriría mucho, y no les faltaba razón.
Últimamente me interesaba mucho la electrónica y gracias a los regalos y al dinero que me daban mis abuelos monté todo un equipo de sonido, microcámaras, altavoces de escucha miniaturizados, pantallas de televisión, grabadoras, videos, etc. Mis padres no se metían mucho en lo que yo hacía con este equipo y además no entendían una sola palabra de cómo funcionaban o para que servían. Es fácil imaginar que uso le di, porque el negocio, además de restaurante también funcionaba como motel y se alquilaban habitaciones. Así que coloqué cámaras de video y equipos de escucha en todos los dormitorios del motel, incluido el de mis padres. De ese modo despertó mi curiosidad y mi interés por la sexualidad. Pronto me convertí en un voyeur empedernido.
En el motel se detenían algunas parejas (desgraciadamente pocas para satisfacer mi vouyerismo y para ganar dinero en el negocio familiar). Yo grababa en video lo que hacían aquellas parejas y me parecía magnífico; era increíble lo que se podía hacer en el terreno sexual. El material grabado lo archivaba y he de decir que años más tarde lo empleé para realizar cine porno amateur, negocio del que vivo y muy bien por cierto, pero eso es otra historia.
Me masturbaba contemplando aquellas imágenes pero vuelvo a repetir que eran escasas las parejas que se paraban allí a pernoctar, fue por eso que me centré en las relaciones sexuales de mis padres, las cuales, en comparación con las que había tenido ocasión de contemplar en otras parejas, dejaban mucho que desear. Mis padres eran muy sosos en la cama, pero poco a poco me di cuenta que mi madre no era la responsable de ello; al que le faltaba vigor y pasión sexual era a mi padre. Yo me contentaba con ver desnuda a mi madre, que por entonces tendría unos treinta y cinco años y estaba muy bien de cuerpo.
Morena, guapa, de buenas tetas, de un tupido coño pleno de vello púbico... Era la ninfa de mis pajas. Aunque oía las conversaciones de mis padres, nunca escuché a mamá echarle en cara a papá la falta de vigor sexual, pero no tardé en comprobar que la mayoría de las veces quedaba insatisfecha, pues papá la sometía a practicar un sexo convencional y carente de morbo. Me excitaba ver cómo, después de que papá le echase un polvo rápido y vacío de gozo, mamá se retiraba a otra habitación para masturbarse en solitario. Esa costumbre en ella me fascinó: ver cómo se introducía en su vágina un plátano o un pepino me volvía loco. A pesar de que papá y mamá follaban muy de tarde en tarde, ella se quedó embarazada y a partir de ese momento papá dejó de mantener relaciones sexuales con ella, aunque estaba bellísima con su barriguita. Aunque a mi madre le apetecía hacerlo, papá le explicaba que en su estado no convenía follar.
Todo eso lo escuchaba yo gracias a mis micrófonos ocultos. Papá y mamá estaban preocupados; el negocio iba mal y otro hijo venía de camino, más gastos aún. No sabían qué hacer. Entonces un día llegó al restaurante un camionero con su camión cisterna lleno no se qué líquido industrial y se detuvo a cenar. Pidió también una habitación para pasar la noche. Era un hombre alto, fuerte, guapo, rubio de ojos azules y tendría más o menos treinta años. Noté que mi madre le miraba casi constantemente y él a ella. El camionero era un hombre educado y de buenos modales y llamaba a mis padres señor y señora.
Esa noche no había nadie en el restaurante y yo me retiré a mi habitación a entretenerme con mi equipo de imagen y sonido. En una pantalla observé lo que ocurría en el restaurante: el camionero quiso hablar con papa en privado y yo lo oí todo. Goyo, que así se llamaba el camionero, preguntó a papá si podía contratar los servicios de una prostituta y traerla consigo ala dormitorio del motel; que si hacía falta pagaría más por poder utilizar el dormitorio para esas necesidades. Mi padre se negó rotundamente diciendo que en su casa ese tipo de cosas no estaban permitidas. A mi me fastidió mucho porque quería ver a aquel hombre de apariencia de semental en acción con una hembra y además, según dijo, estaba dispuesto a pagar una fuerte suma de dinero, y eso hubiera venido fenomenal a mi familia. Todos se retiraron a dormir. El camionero salió al balcón de su dormitorio a fumar un cigarro.
El pobre hombre tenía unas ganas terribles de follar, lo había dejado claro. Papá y mamá estaban en su cama, lo veía en uno de mis monitores. Papá se quedó dormido muy pronto y mamá aprovechó la ocasión para ir al despacho de papá y masturbarse como a veces tenía por costumbre. Su embarazo la hacía más bella y apetecible. Me dije a mi mismo que la situación era curiosa: por un lado Goyo el camionero con ganas de follar y por otro mi madre masturbándose.
De repente tuve una idea y no dudé en llevarla a cabo. Salí afuera y vi a Goyo en el balcón; no tuve timidez y le pregunté que si tenía ganas de follar y qué cuanto pagaría por ello. A él le extraño mi pregunta pero su deseo era tan fuerte que sintió interés por el asunto. Me dijo la suma de dinero que ofrecería. Regateé y pedí más, consiguiendo que elevase la cifra hasta convencerme, entonces le dije donde estaba el despacho de papá y le animé a ir pues mi madre le esperaba. Eso era mentira, claro, mi madre no le esperaba, pero era un riesgo que debíamos correr. Así que Goyo me pagó el dinero convenido y fue hacia el despacho. Yo me fui inmediatamente a mi pantalla a ver que ocurría allí. Tenía la esperanza de contemplar un bello espectáculo..., pero lo que ocurrió lo contaré más adelante.