La profesora en Casablanca
Supongo que verme en sujetador delante del vendedor hizo que me sintiera tan
caliente que provocó todo lo demás.
Hola a todos, me llamo Luisa, soy profesora y actualmente tengo 34 años. Mi pelo es negro, largo y liso; mis ojos son verdes y mis medidas son 170 de altura y 94-62-95. No os voy a contar que soy una mujer espectacular tipo Pamela Anderson o Shalma Hayek, pero tengo un buen cuerpo y mis grandes ojos verdes me hacen atractiva.
Mi vida sexual entra dentro de los cauces normales, tanto ahora como en el pasado, con los novios ocasionales que tuve. Pero "normalidad" no creo que se deba considerar suficiente en algo como el sexo, que debe ser extraordinario. La falta de lo "extraordinario", de lo que te puede hacer vibrar, sentir emociones especiales, convierte la normalidad en algo monótono y aburrido, y lo peor de todo es que, como no tengo pareja estable, no llego a alcanzar el nivel de confianza suficiente con mis ocasionales parejas como para intentar algo diferente. Esto hace que tenga que suplir mis carencias en este campo con la fantasía y también en internet. Tal vez por este mismo motivo a veces siento ese tipo de excitación que hace que deje la cortina un poco descorrida en unos probadores cuando sé que me pueden ver; o al regresar después de una noche de juerga me separo las piernas en el taxi, haciéndome la borracha para que el taxista me vea las bragas. Pero no creo que sea sólo exhibicionismo, creo que es más como dejar salir al animal que llevamos dentro, que por breves momentos actuamos de una forma completamente irracional y puramente instintiva. Son breves momentos en que dejamos a un lado nuestra forma de ser habitual y dejamos aflorar nuestros instintos primarios como hembras (o machos), buscando, en definitiva, lo que nos falta: morbo.
La experiencia más fuerte que viví en ese sentido me sucedió
hace tres veranos, cuando me fui de vacaciones dos semanas a Casablanca con unos
tíos míos. Ella tiene 54 años y es la típica señora entrada en kilos, muy
habladora y mi tío tiene 57 años, es calvo y con una buena barriga. Son la
típica pareja que había dedicado toda su vida a la educación de sus hijos y
ahora que éstos ya eran mayores comenzaban a hacer turismo. Yo en ese verano
acababa de romper con un novio que tenía y mi madre, como me veía sola y
desanimada, y lo que es peor, sin ningún plan en perspectiva, me sugirió hacer
ese viaje a Marruecos con mis tíos, ya que sabía que sino no iba a ir a ningún
lado. Yo, como tampoco tenía nada mejor que hacer, acepté.
Ya no iba con muy buen ánimo y las primeras impresiones tampoco contribuyeron a
mejorarlo. No es que sea racista, pero la gente de allí me resultaba
desagradable, más que nada supongo que por la falta de higiene y el excesivo
calor, que hacía que me resultara incómodo que estuvieran cerca por el olor que
desprendían. Esta es una de las manías que tengo: estoy incómoda con la
proximidad de gente que no huele bien. Así, cuando dábamos un paseo por el zoco
o por cualquier otra calle concurrida, al poco tiempo ya deseaba volver al
hotel. Más o menos así fueron transcurriendo los días hasta que surgió uno de
esos momentos irracionales de los que os hablaba: un día hicimos una excursión a
un pueblo cercano a Casablanca ya que nos habían dicho en el hotel que era un
pueblo muy típico marroquí (resultó ser una completa decepción). Mientras mi tío
se acercaba a un bar a buscar agua fresca, mi tía y yo curioseamos en un pequeño
mercadillo que había en el pueblo (no era ni mucho menos un zoco, estaban los
que atendían en los puestos y cuatro o cinco personas más, dos de nuestro mismo
hotel - los puestos eran sólo cinco-). En el único en el que vendían telas y
prendas de vestir había una prenda que me llamó la atención: era de una tela muy
bonita pero no le vi ninguna forma conocida. Se lo comenté a mi tía y esta se
acercó al vendedor para preguntarle qué clase de prenda era y como se utilizaba.
Estuvieron discutiendo un rato, básicamente por señas y sin entenderse mucho por
lo que podía ver.
El vendedor, que era un señor que tendría entre 55 o 65 años, sucio, con mal
olor, delgado, de mi estatura y con una barba pequeña y mal cuidada, después de
discutir un rato con mi tía y cuando ella me señaló un par de veces indicando
que era para mi, se acercó y trató de indicarme cómo se ponía, con gestos y
señas, pero yo no acababa de entenderlo y además me estaba empezando resultar
repulsivo tenerlo tan cerca. Como no me veía precisamente decidida a comprarle
la prenda, me indicó que lo siguiera a lo que debía de ser su casa y que estaba
situada justo detrás del puesto, haciéndome señas de que lo podría probar. Yo me
mostraba indecisa, pero mi tía lo solucionó con un ¡anda vete, no seas tonta!
Descorrió la cortina que hacía de puerta, me puso la prenda en las manos, me
invitó a pasar y cerró mientras mi tía y él esperaban fuera, hablando de nuevo
sin entenderse. La prenda por lo poco que pude entender de sus explicaciones, se
enrollaba en el cuerpo, y los dos extremos se sacaban hacia delante por encima
de los hombros, así que me saqué la blusa y lo enrollé como pude. Era bastante
largo y, como tenía una blusa sin mangas, estaba más tapada que con la blusa,
así que descorrí la cortina para mostrar el resultado. El resultado no debió ser
muy bueno porque el vendedor puso un gesto de desaprobación y decía que no con
la cabeza. Mi tía lo volvió a solucionar: ¡deja que te lo ponga él! Dijo
mientras le hacía gestos al vendedor para que pasara. Ella debía pensar que se
ponía como un chal, por los hombros y que yo tenía la blusa puesta, además en
ese momento apareció mi tío y empezó a discutir con él, como solían hacer muy a
menudo por cualquier tontería, dejándonos al vendedor y a mi un poco de lado.
El vendedor pasó y, rápidamente, comenzó a retirarme la prenda, diciendo que no
con la cabeza y sin mudar su gesto de desaprobación. Sucedió tan rápido que no
me dio tiempo a reaccionar. Su gesto y su actitud cambió completamente cuando
descubrió que estaba en sujetador: se calló automáticamente, se quedó quieto y
su rostro pasó de la sorpresa inicial (si hubiera sabido que no tenía la blusa
puesta creo que no se hubiera atrevido a quitarme la prenda) al deseo, mientras
clavaba su mirada en mis pechos. Yo, por mi educación y mi timidez, suelo ser
bastante recatada, hasta tal punto que me puede resultar incómodo estar en
sujetador, incluso delante de mi madre. Así que en aquellos momentos sentí una
enorme vergüenza, y cuando ya iba a echar la mano a mi blusa para ponérmela y
salir de allí, algo me detuvo, sucedió uno de esos momentos irracionales de los
que os hablaba al principio. No sé, no puedo explicarlo, supongo que estar
semidesnuda delante de aquel marroquí, activó la parte instintiva de hembra que
hay en mi, como si lo morboso de la situación me hiciera aflorar ciertos
sentimientos, por lo general ocultos. Lo único que sé a ciencia cierta es que
alcé los brazos en cruz, y me quedé quieta.
Se acercó por detrás de mí y sin decir nada me desabrochó el
sujetador (era de estos sin tirantes, muy fino, para que no me diera calor, pero
que sujetan poco: yo de hecho me lo ponía para que no se me transparentaran
mucho los pezones en la blusa, ya que los tengo bastante grandes) y lo colgó
junto a la blusa, cogió la prenda y vino por delante, se paró unos instantes,
como pensando cómo colocármela, pero mirándome descaradamente los pechos. Yo en
esos momentos me empecé a sentir muy excitada, hasta tal punto que me pareció
que todo daba vueltas y la discusión de mis tíos fuera me sonaba como muy
lejana. Lo cruzó y lo colocó sobre mis pechos, rozándomelos lateralmente,
después le dio un par de vueltas sobre mi barriga, de forma bastante ajustada,
se situó detrás de mí y pasó cada punta por debajo de la tela en la espalda, de
abajo hacia arriba, de tal forma que al hacerlo apoyó las manos en la parte alta
de las nalgas, después lo sacó por encima de los hombros (algo de su explicación
había entendido), volvió a colocarse delante, cogió una de las puntas y empezó a
introducirla sobre la tela que estaba sobre los pechos. Al meterla por arriba
rozó mi pezón con la punta de sus dedos y debió de notar su dureza.
En vista de mi pasividad, volvió a meter la mano por debajo de la tela, pero en
vez de agarrar el extremo, agarró el pezón y le dio un pequeño pellizco con dos
dedos, mientras me soltaba una sonrisa lasciva. Cuando le tocaba al otro pecho,
ya al introducir la tela por arriba me agarró el pezón entre los dedos y empezó
a pellizcarlo con suavidad. La humedad que ya había empezado a aflorar en mi
braguita cuando empezé a sentir vergüenza, desembocó en esos momentos en un
orgasmo.
Tras este primer orgasmo, y aunque todavía me sentía muy excitada, reaccioné por
unos instantes, empecé a decir que no y a intentar retirar su mano, empujándolo.
A pesar de lo excitado que estaba la retiró y se alejó un metro de mí, supongo
que por miedo a que pudiera gritar. Acabé de pasar yo el extremo de la tela por
el pecho y él acabó de colocármelo introduciendo los extremos por debajo de la
parte que tenía enroscada en el estómago. Mientras me miraba al espejo lo vi
detrás de mí, con cara suplicante. No sé si suplicaba que no dijera nada o que
le dejara seguir, lo cierto es que, en parte me dio pena y en parte todavía me
sentía excitada, por lo que cogí sus manos y volví a colocarlas en mis pechos,
dándole a entender claramente que no iba a dejar pasarle de ahí, estuvo
amasándolos y pellizcándome los pezones un buen rato sobre la prenda que me
había colocado, hasta que me pareció que la discusión de mis tíos amainaba. En
esos momentos le dije que basta y comenzó a retirarme la tela.
Cuando ya me iba a poner el sujetador se acercó de nuevo suplicante, acercándome
la boca a los pechos. Asentí con la cabeza y le dio un suave beso con los labios
a cada pezón, succionando levemente (me pareció hasta tierno y sensual). Ya
había terminado de vestirme y caminaba hacia la puerta cuando sentí sus manos
masajeando mis nalgas hasta introducirlas en mi entre pierna, por encima de la
falda, dejé incluso que apretara brevemente mi coño antes de terminar de salir
por la puerta. Esa fue su última caricia.
Ya fuera le pagué la prenda y mi tía pareció sorprenderse incluso de que hubiera
acabado tan pronto de probármela. Esa noche, en cama, no podía quitarme de la
cabeza la cara de excitación del marroquí mientras me miraba fijamente los
pechos y, a pesar de que ya me había masturbado al ducharme, volvía a sentirme
tremendamente excitada. No tuve que estimular mucho mi sensible clítoris: me
bastó con recordar el escalofrío que sentí cuando me agarró el pezón con sus
dedos para volver a tener un tremendo orgasmo.
Mis tíos al día siguiente se sorprendieron mucho cuando les dije que después de
desayunar me iba a dar un baño con ellos en la piscina del hotel, ya que los
días anteriores siempre les había puesto excusas (la verdad es que me daba
reparo ponerme en bañador en la piscina delante de los empleados marroquíes del
hotel que atendían las mesas de la terraza). Les dije que ese día sentía mucho
calor.
En la piscina eché de menos no haber traído alguno de mis bikinis y sí un
bañador que utilizaba para hacer natación los inviernos (es el ejercicio que
hago para mantener el tipo, lo recomiendo, es muy bueno), y que había metido en
la maleta sin mucho convencimiento de utilizarlo. Le pedí a mi tía que me
pusiera protector solar en la espalda y, mientras lo hacía, me sorprendí a mi
misma mirando de forma insinuante al camarero de la barra: comencé a imaginarme
que no era mi tía sino él quien me estaba masajeando la espalda, y además,
estaba desnuda. ¡Dios! ¡No podía ser! ¡Lo que eran instantes instintivos se
habían convertido en algo recurrente que no me podía quitar de la cabeza! ¡yo,
la reflexiva y conservadora Luisa, me sentía como una perra en celo! Tuve que
levantarme precipitadamente y darme un baño para que mi tía no notara que iba a
tener un nuevo orgasmo.
Si mi comportamiento por la mañana les había parecido sorprendente, después de
comer debieron pensar que me habían abducido, ya que fui yo misma la que les
propuse ir al zoco, algo a lo que me había negado desde que el segundo día,
cuando nos acercamos, ví la gente que había y el mal olor que se notaba. Menos
mal que la buena de mi tía exclamó:
- ¡Ay hija, por fin te empiezas a animar un poco! justo cuando mi tío parecía
que iba a pedir alguna explicación.
El zoco estaba lleno de gente, pero mis sensaciones habían cambiado
completamente: ya no me molestaba el fuerte olor a humanidad que se respiraba y
tampoco rehuía el contacto con la gente. Caminaba detrás de mis tíos sintiéndome
cada vez más excitada con los roces inocentes y no tan inocentes que empezaba a
notar por todo mi cuerpo.
En un momento que me paré en un puesto de recuerdos para turistas, pude notar
claramente, a través de la tela de mi fino vestido de verano, una mano posada
sobre una de mis nalgas. En vista de que ni siquiera me giraba y permanecía
estática, comenzó a juguetear con el elástico de mi braguita: Introdujo dos
dedos entre la nalga y el elástico, sobre el vestido y comenzó a descender
lentamente. Cuando estaba muy cerca de su objetivo, que no era otro que mi ya
empapada almejita, mi tía me llamó, así que reaccioné y la mano se retiró.
Volvía a sentirme muy excitada y volvieron a mi mente todas las sensaciones del
día anterior, cuando aquel maloliente marroquí jugueteaba con mis sensibles
pezones.
Así, cuando mis tíos dijeron que iban a entrar en una cafetería para
refrescarse, les dije que había visto algo en un escaparate que me gustaba, que
se fueran entrando. No se si se creyeron o no mi excusa, ya que no les di opción
a réplica y volví a sumergirme en el zoco, que para mi era en esos momentos como
un lugar mágico en el que podía disfrutar de miles de sensaciones diferentes,
todas ellas muy placenteras.
Empezaba a sentirme flotando, como mareada (supongo que, en parte, también sería
por el calor y el fuerte olor existente), me daba la impresión de que era yo
misma la que buscaba ahora los roces para producirme placer. Vagué un rato sin
rumbo hasta que acabé en una callejuela estrecha, sin salida, que estaba
desierta. No sé como había ido a parar a aquel callejón, pero era evidente que
estaba ya fuera del zoco y perdida.
Cuando iba a dar la vuelta para intentar regresar al zoco y
localizar a mis tíos, me di cuenta de que al fondo del callejón había un
marroquí sentado en los peldaños de entrada de una casa. Vestía una túnica que
le llegaba hasta los tobillos y era casi un anciano. Pero lo que me llamó la
atención de él fue su cara: se parecía mucho al vendedor del día anterior: tenía
la misma barba descuidada y sobre todo los mismos ojos oscuros, mirándome de
forma lujuriosa. Lo que estaba provocando su mirada era que, en mi "paseo" por
el zoco, uno de los tirantes de mi vestido estaba descolgado hasta el codo y se
me notaba claramente el pezón hinchado por la excitación a través de la fina
tela del sujetador de verano que llevaba puesto, pero yo estaba tan absorta que,
en esos momentos, no me di cuenta, simplemente me aproximé a él sin decir nada,
sólo pensando en algo que preguntarle y que no pareciera demasiado estúpido.
El, naturalmente, notó mi grado de excitación y, sin decir nada, se levantó y
comenzó a acariciarme con una mano la teta descubierta, mientras que con la otra
bajaba el otro tirante. Sus caricias y los pellizcos que me daba en mis
sensibles pezones provocaron mi primer orgasmo. Ya se había deshecho del
sujetador y ahora se dedicaba a chuparme los pechos con glotonería, pasando
rápidamente de uno a otro y regalándome de vez en cuando suaves mordisquitos en
los pezones, para, seguidamente, lamer con avidez la aureola. Sus manos mientras
tanto, habían levantado el vestido y estrujaban con rudeza mis nalgas por dentro
de mis braguitas, mientras un dedo pugnaba por entrar en mi estrecha cavidad
posterior.
En esos momentos abandoné mi pasividad y mis manos se dirigieron como autómatas
a su abultada entrepierna para, seguidamente, comenzar a levantar su túnica. El
se percató de mis intenciones: se la acabó de remangar y volvió a sentarse en
los peldaños, separando las piernas. Yo me agaché y empecé a pasar mi lengua por
aquél mástil, que se erguía insolente delante de mi, dentro de un sucio
taparrabos y cuya punta comenzaba a asomar de su prisión. El olor que desprendía
era insoportable y, en cualquier otra circunstancia, me hubiera provocado
arcadas, pero yo me encontraba demasiado excitada como para no encontrarlo
apetitoso. Liberé tan preciado tesoro de las ataduras que lo aprisionaban y
comencé a saborearlo con deleite: mi lengua parecía haber cobrado vida propia y
comenzó a recorrerlo lentamente desde la base hasta el glande, como deleitándose
en el sabor del más exquisito helado que había probado.
En esos momentos noté como otras manos comenzaban a bajar mis braguitas para,
seguidamente, comenzar a introducir los dedos en mis dos agujeritos, centrándose
especialmente en pellizcar mi sensible clítoris. Se cansó muy pronto de jugar
con los dedos porque de pronto noté que otro pene comenzaba a penetrarme
lentamente por mi almejita, como recreándose en el proceso de entrada. Pero a mi
no me importaba, en esos momentos mi mundo era aquél duro y caliente helado que
estaba saboreando con deleite y que vibraba ante las caricias de mi lengua.
Cuando me cansé de recorrerlo todo entero de arriba abajo con mi lengua,
introduje el glande en mi boca y le pegué un pequeño mordisco. El pobre marroquí
ya no pudo aguantar más y comenzó a descargar semen en mi boca, que yo tragaba
con avidez, como hace un sediento en el desierto cuando encuentra una
cantimplora llena de agua fresca. Solo fue un instante más tarde cuando aquel
otro pene que había comenzado a penetrarme empezó a eyacular dentro de mí,
coincidiendo con el orgasmo más brutal que he tenido en mi vida, que era como la
culminación de los que tuve desde las caricias iniciales en mis pezones de este
anciano marroquí que me recordaba al vendedor del día anterior.
Sólo al pasar un rato tumbada en el suelo, recobrándome, empecé a tomar
conciencia de la realidad y me fijé por primera vez en el individúo que,
aprovechando mi calentura, me había penetrado: ¡Era mi tío!
Cuando le pareció que tardaba, salió a buscarme, pensando que me había perdido
y, cuando me encontró, decidió aprovechar la situación. Ni él ni yo dijimos
nada, yo recompuse como pude mis vestimentas y regresamos los dos a buscar a mi
tía, en silencio y sin mirarnos.
Después de esto, recuperé mi normalidad, regresamos y ni él ni yo comentamos
nunca nada de lo que había sucedido en aquella callejuela de Casablanca, ni
tampoco volvimos a tener contacto sexual de ningún tipo.
Esta es la experiencia más fuerte de este tipo que he tenido. Supongo que verme
en sujetador delante del vendedor hizo que me sintiera tan caliente que provocó
todo lo demás.
FIN
Este es mi primer relato, basado en una experiencia personal. Me encantaría que
me escribierais comentando que os ha parecido o cualquier otra cosa que os
apetezca. Lo que cuento de mi, mi descripción, ocupación y forma ser también se
corresponde con la realidad, para que os hagáis una idea de cómo soy.
Mi correo es:
Autor: luroba35
luroba35@hotmail.com