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Mis dulce 19

en Jovencit@s

De nuevo frente al espejo, ya arreglada, repasaba los últimos detalles de su aspecto. Su figura alta y delgada dentro de aquel vestido de terciopelo color vino cobraba un aspecto casi mítico. No era provocador, aunque ceñía tanto sus senos y dejaba tanta porción de su espalda al aire que hacían inútil el uso de un sujetador. No era provocador, aunque ella, que se sabía bonita y sabía ponerse más guapa aún, dominaba con maestría el arte de saber provocar con él las miradas de jóvenes y adultos. Era una mujer hermosa, y le gustaba mostrarse como tal.

No llevaba mucho maquillaje. Un poco de rímel en las pestañas y una fina capa de barra de labios para resaltar su ya de por sí bastante sugestiva textura, nada más. Con un moño por peinado, cómodo pero lo suficientemente elegante como para recibir a sus invitados como una preciosa anfitriona, jalonó aquella obra de arte viviente.

Sin embargo, su imagen en el espejo no le trasmitía la habitual dosis de narcisismo que siempre le solía regalar. Estaba preocupada con lo que le había escuchado a su esposo, y aunque sabía que no debía, ya que él le había dicho también que sabía lo que se hacía, le era imposible no estarlo.

El timbre de la puerta sonó con la fuerza de mil cañones, o al menos eso le pareció a ella, sacándola de su sopor. Se giró para ir a abrir mientras su esposo, que acababa de llegar para ajustarse el nudo de la corbata, le daba un suave beso en la mejilla diciéndole lo guapa que estaba como si no pasara nada.

Luis apareció al otro lado de la puerta con su eterna cara de niño malo. Sonrió a sus dos anfitriones y pasó a dentro del amplio piso de la pareja. Le dio un abrazo a su esposo y luego, con un tono jocoso, tomó la mano de Laura y le dio un sonoro beso en los delicados nudillos de la mujer.

Tal vez el beso le pasara desapercibido a su marido, pero ella pudo notar claramente como Luis, aprovechando la excusa, le dirigía una caprichosa mirada a su escote mientras se agachaba para besarla. Y sobretodo como empleaba la lengua y no los labios para darle el ósculo, dejando sobre su mano una sensación de horrorosa humedad.

Ella encajó el golpe lo mejor que pudo. Conocía ya de sobra la fama de bromista de Luis. Pensó que lo que debía hacer era tranquilizarse y esperar a que viniesen las otras dos parejas ya que entonces todo sería más ameno.

De nuevo sonó el timbre: esta vez era Andrés, que venía curiosamente solo.

Lo siento chicos, pero Marta no puede venir: tiene dolor de cabeza. –Dijo excusándose.

No pasa nada, que se le va a hacer.

La voz de su esposo sonó sumamente tranquila. Evidentemente, pensó Laura, al él le importaba poco que no fuese su amigo quien fallara, sino la amiga de su mujer. Bueno, al menos quedaba Ana.

Hola queridos. Ana no ha podido venir porque le dolía la cabeza. Me ha pedido que me disculpe por ella, pero es que dice que está fatal.

Laura, como buena anfitriona, trató de encajar el golpe lo mejor que pudo, aunque no le hizo ni pizca de gracia descubrir que iba a ser la única mujer en aquella reunión de hombres. Unos hombres además, que posiblemente la hubiesen visto desnuda.

El mero hecho de recordar esto le provocó un ligero temblor en las rodillas. ¿Habrían visto sus fotos?. No parecía que así hubiera sido, pues ninguno aparentaba haberse fijado en ella con una mirada especialmente torva. A excepción del pervertido de Luis, que tampoco era ya una novedad.

Vaya Carlos, lo siento, debe ser un virus, porque mi mujer estaba igual. –Confesó Andrés.

Un virus… no creo: eso del dolor de cabeza es algo que afecta a las mujeres desde que Dios las creó. –Dijo socarronamente Luis- Bueno, al menos no siempre les afecta a todas.

Es verdad, Luis. –Sonrió feliz Carlos- Aquí está nuestra Laurita para animarnos la fiesta. –Dijo mientras propinaba un sonoro beso en su mejilla.

Eh!, déjame a mí un poco también. –Agregó Andrés dando otro sonoro beso en la otra mejilla de Laura.

Vamos, vamos, que es mi esposa. –Dijo fingidamente ofendido su marido mientras empujaba a sus tres amigos hacia el salón.

Unos perros. Eso es lo que eran, unos perros, unos cerdos, pensaba Laura mientras se pasaba aprensiva una toalla por su cara para secarse la huella de los besos. Estaba sola en el cuarto de baño, a punto de llorar, y lo hubiera hecho de no ser porque le hubiera sido muy difícil después borrar las pruebas de sus lagrimas. Estaba segura de que los tres habían visto sus fotos, segura. No entendía que podía estar tramando su esposo y, aunque confiaba ciegamente en él, le costó mucho armarse de valor para salir de nuevo del baño mientras se veía otra vez entre aquellos dos amigotes de su esposo, besando su carita como si fuera pública y acercando sus manos descaradamente a su cuerpo, como si la fueran a desnudar de un momento a otro.

Estaba tan sumamente nerviosa, que cuando llegó al salón, se bebió la primera copa del vino rosado espumoso que ella misma había elegido para la cena de un trago. Era realmente bueno, y estaba muy frío. Luis le ofreció gentilmente otro, que también se bebió al instante.

Ya más sosegada pudo comprobar como los tres amigos y su esposo charlaban tranquilamente sin hacerle más caso del sencillamente cortés, lo cual terminó por tranquilizarla. Una copa más, ofrecida por Andrés, que ya sí, se bebió con toda la calma del mundo, la hicieron recuperar la esperanza en que todo aquello acabaría lo antes posible y tendría tiempo de exigirle una explicación a su esposo.

El pollo estaba en el centro de la mesa esperando a ser trinchado. Su esposo le pidió que hiciese los honores y ella, solícita, se levantó para trincharlo.

Tal vez fuera porque se levantó demasiado deprisa o tal por que el vino se le había subido a la cabeza, el caso es que cuando se puso en pie notó como se le iba un poco la cabeza. Aún así, hizo un esfuerzo por mantener la calma y comenzó a cortarlo ante las hambrientas miradas de aquellos cuatro hombres.

¿Muslo o pechuga?. – Pregunto cuando hubo acabado.

Pechuga.- El tono de voz de Luis sonó tan caliente que a ninguno se les escapó el matiz y una sorisita se dibujó en las caras de todos, menos en la de su marido, que parecía estar en la luna.

Valor, Laura, pensaba mientras servía el pollo.

Es un pollo muy bueno, Laura. –le dijo Luis en tono meloso mientras esta se sentaba un poco aturdida.

La confesión la pudieron oír todos, lo que ninguno pudo observar era como éste comenzó a darle unas ligeras palmadas en su muslo. Si bien, en condiciones normales, seguramente le hubiera respondido con un sonoro bofetón, pensó que su marido era consciente de lo que estaba pasando, por lo que se limitó a dar un ligero manotazo en aquella mano para quitársela de encima.

Sin embargo, lejos de amilanar a su compañero de mesa, el manotazo azuzó a Luis, quien volvió a dirigir la mano contra su anatomía, aunque pasando ahora de las palmaditas a las caricias sobre la rodilla. Confiaba en su esposo, pero por momentos le parecía que se estaba desentendiendo de ella, por lo que procuró llamar su atención pidiéndole que le pasara el salero, el aceite, lo que fuera.

A Luis le excitó el aparente desinterés de su amigo por su legitima esposa. Veía incrédulo como mientras él se aferraba a la rodilla de aquella mujer haciendo cada vez más atrevidas sus incursiones sobre los muslos de la guapa anfitriona, su esposo pasaba y pasaba saleros, vinagreras y demás sin mirar siquiera, absorto en no sé que estúpida conversación con Carlos y Andrés.

Mientras las caricias de aquel amigo de su esposo se contentaron con la parte superior de sus muslos, Laura aguantó estoicamente, tratando de que su marido se diese cuenta de una vez de lo que estaba pasando bajo el mantel. Sin embargo, cuando los tocamientos llegaron a la cara interna de éstos, comenzó a sentirse desfallecer.

Su marido debía de haberse dado ya cuenta de lo que estaba pasando. Debía tener fe en él, pero ya fuera por los nervios, ya por la bebida, o ya porque aparentemente nadie más se estaba dando cuenta de lo que estaba pasando allí, el caso es que Laura comenzó a sentir como su corazón comenzaba a latir con más fuerza y como un terrible calor comenzaba a apoderarse rápidamente de ella, impidiéndole seguir tratando de llamar la atención de su esposo.

A Luis no se le escapó la aparente entrega de Laura a sus deseos por lo que volvió más atrevidas sus manos, no contentándose ya solo con acariciar los muslos y el tanga de su anfitriona y desplazando a una de las ingles aquella pequeña barrera de tela perla, comenzó a acariciar suavemente con las yemas de sus dedos corazón y pulgar el mojado clítoris de la mujer que se ofreció inflamado a sus deseos.

Laura hubo de hacer un esfuerzo por no ponerse a jadear como una loca allí mismo mientras a medio metro de ella su esposo departía con sus otros dos amigos sin darse cuenta de nada de lo que pasaba bajo el mantel. Su esposo. Valiente esposo. ¿Para esto servía tener fe en él?.

Cuando se sintió penetrada por los dedos de Luis no pudo evitar que sus ojos se cerraran. Se lamió los labios víctima de un placer como antes jamás había llegado a sentir y se dejó hacer. Y se dejó hacer hasta que un prolongado y cálido orgasmo invadió todo su cuerpo.

Eres una autentica putita. –La voz susurrada de Luis a su oído sonó como un beso en su cerebro.

 

 

 

Si os ha gustado… continuará