Cuando yo tenía 17 años, en el instituto, tenía una amiga
íntima que se llamaba Mari Ángeles, con la que estaba siempre y a la que le
contaba todo. Éramos como uña y carne, inseparables y sin secretos. Un día tuvo
que existir un secreto entre nosotras. Desde entonces nada fue igual hasta que
ella se marchó.
Por aquel entonces, ella solía venir a dormir a mi casa y yo iba de vez en
cuando a dormir los fines de semana a un chalet que tenían sus padres en la
sierra. El padre de Mari Ángeles era piloto de una compañía aérea, y para la
edad que tenía estaba muy bien conservado y aparentaba cinco o diez años menos.
Él era muy simpático y muy agradable, y a mí me trataba como si fuera su otra
hija.
Un fin de semana de los que subí a su chalet, sucedió lo
siguiente: Era Domingo ya, y yo estaba dormida en la cama. Era verano y hacía
calor, así que yo me acosté con una camisetita y las bragas. Mi amiga me
despertó muy temprano por que quería bajar al pueblo de compras con su madre. Yo
estaba cansada por que la noche del sábado la pasamos en vela hablando de los
chicos del instituto y la dije que se marchara ella con su madre, que yo
seguiría durmiendo. Ella y su madre se fueron y yo me quedé en la cama. Lo
cierto es que ya no pude volverme a dormir, y me quedé tumbada en la cama boca
abajo descansando.
A la media hora, subió el padre de Mari a la habitación y preguntó en bajito por
ella. Yo me hice la dormida, y mientras él comprobaba que Mari no estaba
susurró: ¿Estas dormida? Yo no dije nada, pero el padre de mi amiga no se fue.
Bajo mi sorpresa, él apartó la sábana de mi cuerpo con mucho sigilo, dejando mi
culito al aire. El corazón me dio un vuelco, pero yo seguía haciéndome la
dormida muy bien.
Pasaron dos o tres minutos quizá en que él tuvo que estar recreándose con mi
culo, y viendo mis braguitas blancas de semitanga. Noté como él se recostaba en
la cama, y pasaba suavemente su mano por mis piernas. Aquello me excitó, pero
decidí seguir sin hacer ruido. Él se fue acercando más a mí hasta que noté su
paquete hinchado cerca de mi culito. Yo me moví un poco hacia atrás para notarlo
mejor. Él entonces empezó a frotarse contra mí de manera muy suave. Aquello me
puso a mil, pero seguía haciéndome la dormida.
Oí cómo con una mano se desabrochaba el cinturón, mientras que con la otra pasó
de acariciarme el muslo a pasar su mano por debajo de mis braguitas, comprobando
mi humedad latente. Después de que se hubiera bajado pantalones y calzoncillos
hasta la rodilla, metió su verga bajo mis braguitas, notando su contacto en mi
culo pero sin meterla. Comenzó a subir y bajar por los exteriores de mi ano
mientras que me metía un dedo en mi coño viscoso. Yo empecé a gemir suavemente,
aunque ya él advirtió que yo no estaba dormida.
Él, me quitó despacio las braguitas, me puso boca abajo de nuevo y comenzó a
comerme mi almeja de manera que mi cuerpo se estremecía cada vez que su lengua
rozaba mi clítoris, y de manera que así también tenía acceso a mi culito. Yo me
estaba haciendo la dormida, pero no podía controlar mis espasmos. Su lengua era
larga y a menudo la metía hasta encontrar sitios placenteros.
Cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, paró y se quitó
del todo la ropa. Él se tumbó encima de mí de tal manera que la punta de su
glande tocaba los labios de mi vagina. Yo quería que me la metiese, pero él no
hacía fuerza y jugaba en mi rajita. Aquello me desesperaba de placer y me ponía
ansiosa, pero yo no le decía nada porque se suponía que estaba durmiendo.
Después de jugar un minuto rondando mi agujero, embistió con fuerza, su verga
entró deslizándose y encajando perfectamente, porque yo estaba mojadísima, como
nunca lo he estado. Aquello fue un placer enorme, tanto que se me saltaban las
lágrimas y tuve que gemir bastante más fuerte. Estuvo embistiendo fuerte
alternando con salirse y apoyar su verga en mis labios intentando no meterse. La
última vez que lo hizo, yo empujé para abajo con fuerza para que entrará, lo que
hizo sin dificultad, y entonces me folló muy deprisa durante unos minutos más.
Yo ya me había ido dos veces no pudiendo contener un grito fuerte que ya no me
importó, entonces él empezó a urgar en mi culito con su dedo corazón. Yo ya
estaba temblorosa, y le dije que lo hiciera. Metió muy despacio su dedo en mi
culo mientras continuaba follándome con su verga. Su dedo entraba y salía
dándome nuevo placer, gritando tan fuerte que debió oírlo mi amiga y su madre
desde el pueblo a cinco kilómetros.
Él seguía esmerándose tanto con el dedo, que tuve un tercer orgasmo de placer
por el ano y después de cinco minutos más, sacó su verga de mí , me dio la
vuelta y se corrió en mi cara, notando su chorro fluir por mi boca y por mi
pelo. Después se quedó tumbado en la cama, acariciándome y me comentó que no se
lo dijera a nadie que no nos hacía bien a nadie.
Al poco rato se fue a la ducha y me dio una toalla para que me limpiase un poco porque solo había un baño. Yo me vestí rápidamente, aireé la habitación y bajé al salón, justo cuando Mari Ángeles y su madre entraban por la puerta. Venían con bolsas de compra y Mari Ángeles me invitó a subir a su cuarto para enseñarme una blusa que le había comprado su madre. Cuando subimos y estábamos más juntas en su cuarto, me dijo: ¡Hueles a hombre! a lo que yo repliqué: ¡Bah serán imaginaciones tuyas!