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Otro día con mi electro-masajeador de clítoris (1)

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Otro día con mi electro-masajeador de clítoris. (1)

Por Bajos Instintos 4. bajosinstintos4@hotmail.com

Imagina un cinturón de cuero muy ancho, lo bastante como para fijarse sin deslizamientos a tu cintura, una vez ajustado con sus correderas.

Eso es lo hallé dentro de la caja que me habían enviado, sin rótulos, cumpliendo con la "absoluta discreción" prometida en el aviso.

Y una tira para conectarla a la parte delantera del cinturón, pasarla por la entrepierna, y terminar conectada a la parte del cinturón correspondiente a la espalda.

La tira, de grueso cordón, podía ajustarse de modo que la almohadilla quedara frente al clítoris, y pegada a él. Examiné la almohadilla. De algo menos de un centímetro de espesor y revestida con un suave terciopelo negro, que se sentía muy suave. De ancho, la medí, tenía cinco centímetros; y de largo, doce.

La publicidad decía: "¡Libérese de ese desgano cotidiano, y viva días alegres y vibrantes! ¡Haga que retorne la circulación a esa zona que tanto tiene para brindarle! ¿Frigidez, dificultad para excitarse? ¡Esas son cosas del pasado con el nuevo electro-masajeador "MAST"! ¡Disfrute a toda hora, y esté donde esté, de un masaje estimulante, que a la vez es un mimo!" Y seguía con más eufóricas exhortaciones, que pensé que seguramente eran exageraciones propagandísticas. Pero lo compré.

No sé muy bien por qué lo compré, ya que frígida no soy, pero algo me tentó.

El manual de instrucciones aconsejaba comenzar poniendo el aparato en la modalidad "suave", luego seguía la "normal", la "intensa" y finalmente la "tremendísima", que recomendaba no usar a las principiantes.

Como soy esencialmente una mujer prudente, luego de calzármelo, comencé con la sintonía en "suave". Y una muy agradable sensación comenzó a transmitirse del peludo terciopelo a mi clítoris. Era realmente estimulante, y pronto mi tono general se elevó, haciéndome sentir más dinámica. Y decidí llevármelo puesto a la oficina.

Lo gradué para cuarenta y cinco minutos, con descansos de veinte, y salí rumbo a la oficina.

Las suaves fricciones no me molestaban al caminar, sino todo lo contrario. Y en el viaje en subte, que duró unos veinte minutos, representaron un buen refresco de la monotonía que experimentaba habitualmente. Aunque quizá "refresco" no sea la palabra adecuada.

Cuando entré en la oficina, todos los compañeros que crucé me elogiaron los colores de mi rostro, y el brillo en mis ojos.

Y a los diez minutos, aproximadamente, las simpáticas vibraciones cesaron. Y continué con la mañana normal, aunque notoriamente reconfortada.

Revisé los mensajes en mi compu, cursé un par de memorandums a otras secciones, y me serví un té. Y el silencioso zumbido percibido sólo por mi clítoris, recomenzó, lo que me produjo una sensación alegre.

Como mi clítoris ya había sido estimulado, la circulación no había disminuido, de modo que este nuevo masaje actuó como un refuerzo. Y sobre la zona previamente estimulada, me produjo sensaciones deliciosas.

A los diez minutos de eso se acercó a mi mesa, Lidia, que había entrado junto conmigo a la compañía, casi dos años atrás. Tenía problemas con su esposo. Es un desperdicio, porque es verdaderamente una mujer muy atractiva. Nunca antes lo había notado, pero esa mañana percibí la pureza de su cutis, la suave curva de sus caderas y la redondez de sus pechos. Y no podía comprender como el tarado de su marido no se pasaba el día follándola, en vez de tener esas estúpidas discusiones que no llevaban a ningún lado, y mucho menos a la cama.

Esta vez la discusión había sido por no se que tontería acerca de cual programa de televisión ver. Lidia estaba enojada porque siempre veían lo que él quería. Y no pude menos que ver lo bonita que se veía su boca con su mohín de enojo. Y se lo dije. Su rostro se ruborizó intensamente. "¿Por qué mejor no follan, en vez de discutir por un tonto programa de televisión?" le pregunté algo indecorosamente. Lidia bajó la cabeza "sí, follamos muy poco últimamente…" "Es un crimen", le dije.

Cuando Lidia se fue, me sorprendí a mi misma, siguiendo con la mirada los vaivenes de su hermoso culo. Y en eso terminó el segundo masaje. Y me quedé sentada tranquilita, frente a la pantalla, aunque sintiéndome algo extraña.

Después del almuerzo me llamó el jefe. Hacía unos diez minutos que se había reiniciado el masaje, y recorrí el camino hasta su oficina con ligereza, casi flotando. La verdad es que entre la comida y el masaje de clítoris me había puesto un poco cachonda.

Roberto me miró de arriba abajo cuando entré, deteniéndose en mis pechos y luego en mis piernas. "¿Qué le pasa hoy, Susy? La noto distinta…" "¿"Distinta" cómo?" "…No se… más atractiva que de costumbre… " dijo, mirándome fijo a los ojos. Me mojé.

Después comprendí que el efecto del aparatito era acumulativo, y este nuevo masaje me estaba elevando hasta alturas de calentura que no había previsto.

Algo debe de haber visto Roberto, porque se me acercó hasta que su cuerpo casi se pegó al mío. Mi respiración se estaba agitando más de lo debido.

Tomándome de la cintura me dio un beso de lengua que me elevó algunos grados más, y su mano audaz fue hacia mi coño y me lo apretó con ganas. Entonces fue que advirtió la almohadilla del masajeador, que confundió con un pañito menstrual. "¡¡Perdón!! ¡No sabía que…!" y retiró la mano como un relámpago. Yo gemí de impotencia. "Vaya, vuelva a su trabajo, Susy" dijo con una sonrisa comprensiva y caballerosa. Y yo no sabía como explicarle que estaba todo bien, que me siguiera tocando el coño, que me siguiera comiendo la boca, que por favor me amasara los pechos. Pero no me atreví a explicarle lo del aparatito, y salí de su oficina, aún más caliente de lo que había entrado. Y al caminar entre las mesas de los empleados, mi cuerpo lo expresaba claramente, con la sensualidad de mis pasos, y los vaivenes involuntarios de mi culo, que fueron advertidos por varias miradas varoniles, que los siguieron con tanto interés como en verdad merecían.

En la puerta de la cafetería estaba Miguel, un hermoso macho, bien viril, que siempre me decía algún piropo algo subido. Nuestras miradas se cruzaron, y el mensaje de la mía debió de haber sido muy contundente, pues Miguel se plegó a mi paso. "¿Me podrías acompañar un momentito al depósito?" me dijo con una voz que era toda una invitación a la lujuria, o al menos así la sentí. "Vamos", le dije con voz roca. Si este chico quería sexo lo tendría.

Cuando entramos a la habitación pequeña, del depósito, Miguel me abrazó, pegando su boca a la mía y su cuerpo a mi entrepierna. Pude sentir su poderoso nabo pugnando a través del pantalón. Presintiendo que su siguiente movimiento sería llevar su mano a mi coño, y temiendo que tuviera la misma reacción que mi jefe, me adelanté, llevando sus manos a mis tetas, que comenzaron a recibir una sobada tremenda, la sobada que Miguel había querido dar a mis tetas desde el día en que me vio por primera vez, y todas las veces que siguieron. Una sobada de acumulación, digamos. Yo comencé a jadear y a gemir. Y él también. Su boca, con su atrevida lengua incluida, me estaba haciendo un trabajito digno de un premio en la mía. Y mi cuerpo comenzó a retorcerse, con la respiración cada vez más agitada.

Pero presentí nuevamente que el próximo destino de una de sus manos en forma inminente, sería mi coño. Así que me le adelanté nuevamente, bajando mi cara hasta la altura de su polla, todavía en el pantalón. Se la saqué afuera. Tenía una erección que parecía capaz de derribar puertas. Y agarrándola con ambas manos, me la metí en la boca. Y comencé a chuparla con pasión.

Yo no se si por el erotismo de la situación, o por el grado de calentura que ya tenía, o por los besos de lengua, o por el manoseo de mis tetas, o por el trabajito que me seguía haciendo el demoníaco aparatito, el hecho fue que al sentir el sabor y el olor de su excitada polla, me corrí entre jadeos y gemidos, terminando por deslizarme hasta el suelo.

Con su tremenda polla cimbrando en el aire, Miguel esperaba que yo recomenzara la mamada. Pero mi acabada me había vuelto a la realidad. ¿Qué estaba haciendo yo allí, con un muchacho que nunca me había llamado la atención? ¿Es que me había vuelto loca? Y sin decir palabra, ya que no quería ser grosera con Miguel, me levanté y escapé de la habitación. El pobre tipo se quedó con una erección de concurso, parado en medio de la piecita, con la cara tan colorada como la polla, y sin entender nada. No quiero ni pensar en el dolor de huevos que habrá tenido.

Cuando volví a mi mesa, el masajeador había vuelto a la calma. Y ya serena y fría, puse el dial en posición neutra y me aboqué a la pantalla de la computadora, con la que me enfrasqué el resto de la tarde.

Cuando pasó mi jefe, echándome una mirada en la que se mezclaban el deseo, la culpa y la esperanza, le devolví la mirada con ojos tranquilos e indiferentes. Dos veces pasó también Miguel, echándome miradas rencorosas que no devolví, aunque advertí que su nabo no había logrado retornar a la normalidad.

Pero bueno, las expectativas de esos hombres no eran mi problema. Ya sabemos lo que siempre quieren de nosotras esos animales.

Si quieres que te cuente que pasó al día siguiente entre ese maravilloso aparatito y yo, y el mundo, escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com

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