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Mariana

en Sexo Oral

"Una Musa es siempre una fuente de inspiración, ella misma es la inspiración para todo arte creador, es la divinidad que estimula a desarrollar las mejores aptitudes de las personas, sus mejores dotes surgen desde lo interior para exponerse ante el mundo como el resultado de una capacidad superior. Pero la creatividad no surge de uno mismo, sino que proviene de ella, ella es quien otorga ese privilegio y lo quita cuando quiere. Uno termina siendo su esclavo y deja de ser alguien al ser abandonado, se queda a la deriva de la vida, sin motivación, sin estímulos, sin querer hacer nada más. Lo peor es que si se intenta volver a la creatividad, todo sale mediocre y sin valor. Eso es y eso hace una Musa."

Mariana fue mi Musa. Ella apareció en mi vida siendo yo un estudiante, en tiempos ya lejanos. En ese entonces no me fijé mucho en ella, no me atrajo ni sedujo como mujer, era parte de ese grupo con el que teníamos continuos encuentros furtivos en tiempos de mucha represión política. En esos años juntarse a conversar en los jardines de las universidades era considerado sedición y en muchos casos se podía perder hasta la vida. Mucho más si uno efectivamente participaba en gestiones con tinte político. Entre esas actividades que organizábamos estaba la creación musical, buscábamos que- a pesar de la represión- los estudiantes se expresaran. Ella cantaba, cantaba como las diosas del Olimpo, como una verdadera Musa. Si no cantaba, no se veía, nadie notaba su presencia, pero arriba de un escenario su cuerpo entero se convertía en canción. Solo eso atraía mi mirada y siempre ponía atención a su canto. Como yo participaba en las organizaciones de esos encuentros musicales, siempre procuraba invitarla, siempre me las arreglaba para que ella cantara, y entonces llegaba con sus acompañantes, muy tímida, sin mostrarse nunca, como escondida tras bambalinas, esperaba su turno. Durante años eso fue todo contacto que tuve con ella: le mandaba recados, llegaba el día del encuentro, subía al escenario y se transformaba en la propia Euterpe. El teatro entero se quedaba mudo. Pero no por ello fue mi Musa.

Un par de veces me encontré con ella en la calle, platicamos y nos reíamos mucho de lo que conversábamos, pasaba la hora y seguíamos hablando, riendo. Esos encuentros casuales generaron una leve empatía entre ambos y demostrábamos estar encantados de vernos.

Un día ese encuentro fue cerca de mi casa. Ella ya estaba casada y con una hija pequeña. Yo ya tenía también dos hijos, el menor de la edad de su hija. Me contó que la vida no había sido muy buena para ella y que, después de terminar la universidad todo había sido muy plano, trabajando como profesora de inglés. Así que decidió cambiar rumbos y estudiar fotografía. Como yo hacía clases en un instituto de fotografía, me consultó sobre lugares donde estudiar. Otro día en que nos encontramos, unos meses después, me dijo que ya había entrado a estudiar. Como yo tenía un equipo completo de revelado de fotografía en blanco y negro, se lo ofrecí. Le pasé las llaves de mi casa y le dije que lo usara cuando quisiera (en ese entonces yo vivía solo y no estaba nunca en mi casa).

Agradecida, ella aceptó mi ofrecimiento. Pasó el tiempo y de vez en cuando la encontraba trabajando en el cuarto oscuro. A veces ya terminaba su trabajo y conversábamos un rato. Poco a poco se empezó a dar mayor cercanía, sin proponérmelo y sin que ella, aparentemente, quisiese algún encuentro más íntimo. En una de esas conversaciones me contó que se estaba separando y que su relación con su pareja ya no funcionaba más. La intimación de temas avanzó aún más, hasta que un día, apenas ella terminaba de trabajar, llegué justo para verla salir del cuarto oscuro. Estaba muy acolarada por la falta de ventilación del improvisado laboratorio, la piel colorada y llevaba puesto un vestido liviano, muy de verano, bastante escotado para la época del año en que estábamos (finales de otoño). Justo cuando salía del cuarto, yo iba a golpear para preguntarle si quería un café o algo así y me la encontré de frente. En esa corta distancia, nos pusimos a charlar.

No recuerdo exactamente cómo pasó, pero de pronto estábamos besándonos apasionadamente. Sus besos eran ansiosos, fuertes, provocativos, chupadores, alucinadores. Sin siquiera presuponerlo me atrapaba entre sus brazos y no dejaba de acariciarme y besarme, su mano recorría mi cara, me revolvía el pelo... me abrazaba, me apretaba hacia su cuerpo que yo sentía como desnudo bajo su leve vestido. En ese cuerpo a cuerpo ella hundía sus senos en mi pecho y su vientre apretaba mi sexo, que ya respondía anhelante. Tomó de pronto mi mano y me llevó a mi pieza, se sentó en mi cama, desabrochó hábilmente mi pantalón y con mucha destreza tuvo mi pene entero en su boca, la cual yo sentía muy ardiente. El momento fue maravilloso. Yo nunca había vivido algo como eso. Su boca no era boca, eran todas la vaginas de todas las mujeres del mundo que se concertaban para deleitar mi ser, de pronto chupaba, en un momento lamía toda la extensión de mi pene, jugaba con mi glande, lo apretaba con sus labios, hundía su lengua por la abertura, lograba hacer fluir mis jugos y los saboreaba, juntaba sus labios y se alejaba unos centímetros para que mis fluidos formaran un delgado hilo desde la punta de mi pene hasta su boca y cuando se cortaba, besaba suavemente el glande con innumerables besitos cortos y labiales, en tanto que una de sus manos recorría el pene, apretándolo y soltándolo, dando su propio ritmo de roce, mientras la otra mano no soltaba la base de mi aparato al rojo vivo. Y eso al mismo tiempo que su boca se abría al máximo para tragarlo entero y rápidamente correrlo hacia fuera aprisionando el glande, como una ventosa que se cierra y no deja escapar el aire que queda atrapado en su interior.

Entonces actuaba su lengua, que recorría toda la punta mientras sus labios se cerraban en torno a él. De pronto sentí que los primeros espasmos del orgasmo se aprontaban a reventar en su boca, pero en ese momento previo, ella soltó el miembro, me miró a los ojos, sonrió, esperó unos segundos sin tocarme y el orgasmo se interrumpió en el instante anterior a la eyaculación. Finas gotitas de semen aparecieron tímidamente en la punta de mi pene, que corrieron por su perímetro. Cuando ya no salía nada más, su lengua lamió el semen escurrido e introdujo todo el pene mío en su boca, casi llegando hasta los testículos, aprisionando, apretando, chupando fuertemente mientras sus manos volvían a ocupar las posiciones anteriores al orgasmo y su boca retomaba los mismos ritmos y las mismas juguetonas lamidas, los mismos besos.

Mis piernas flaquearon y me recosté en la cama, sin que mi pene saliera de su boca, sin que interrumpiera de nuevo tan magnífica felación. Un nuevo orgasmo se anunció, ahora con mayor intensidad, con una fuerza que sentía venir desde mis piernas y desde mi pecho y nuevamente, como por arte de magia ella se enteró, lo sintió y soltó mi pene mientras me miraba sonriente, tal como lo había hecho antes. Yo ya estaba enterado de lo que se producía en ese instante y me reí con ella y de nuevo el orgasmo se postergó. Cuatro veces hizo lo mismo. Cada vez mi erección decaía un poco, mi pene se ablandaba sin dejar de sentir los mínimos espasmos de deleite, su mano lo apretaba suavemente y desde la punta corría más semen que había logrado pasar los conductos más exteriores, los que ella tragaba y saboreaba como si fuese el mejor manjar del Olimpo, pero sus besitos, sus apretoncitos del glande entre lengua y paladar lograban endurecerlo al máximo y el deleite seguía, la locura era total, mi sensación de placer estaba en estado superior, mis testículos estaban hinchados y ella los apretaba entre sus manos y los besaba con su boca abierta para estimularlos aún más. Al final el orgasmo que sobrevino fue autorizado por su pericia a llenarle la boca, a inundar su garganta, a escurrir por las comisuras de sus labios, a bajar por sus pechos y mojar su ropa, y mientras eyaculaba, su lengua no dejaba de entrar por la abertura de mi pene buscando tapar la salida, tocando mis fuertes sensaciones, logrando hacer saltar mi cuerpo a centímetros de la cama, y el semen brotaba por litros y su cara se mojaba, sus labios rojos de tanto succionar y apretar se emblanquecían y ella besaba con ellos entreabiertos prolongando el éxtasis por varios minutos más, sin dejar de besar, sin dejar de acariciar con su lengua, sin dejar de apretar la base del pene con su mano, sin dejar de hacerme sentir mi pasada por el mundo celestial.

Cuando ya todo parecía haber terminado, ella aún no soltaba mi pene, aún lo mantenía entero dentro de su boca, aún lo apretaba entre lengua y paladar, logrando más gotitas de semen. Seguimos así por más de quince minutos y ella no lo soltaba, no lo dejaba libre, no quería sacarlo de su boca, apretando suavemente, besándolo, sintiéndolo dentro suyo, con ese aroma llenando el ambiente, con ese calor abrazando los cuerpos.

Ese día fue el comienzo de dos años de placeres semejantes, ese día fue solo un botón de muestra de lo que ella sabía hacer con un pene, ese día fue el último día que llegué tarde a mi casa…

 

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