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Te soñe... y no te conozco

en Otros Textos

En mi sueño te veía sin rostro, es decir, caminaba contigo teniendo la conciencia de que eras tú, pero sin saber como eras.

Tomados de la mano, caminábamos en silencio por el bosque. Con ese silencio que encierra la más grande felicidad, ese silencio que permite escuchar el tronar de las hojas al pisarlas, el cantar de las aves cuando entonan himnos, el abrirse paso entre las sombras de los rayos del sol y el cantar de las copas de los árboles sacudidas por el viento. Todo ello escuchado en el silencio, a sabiendas que todos éstos crean loas en derredor nuestro, salmos que cantan nuestro amor. Y nosotros felices tomados de la mano escuchando cómo la naturaleza se alegra y goza con nuestro encuentro y nos invita a ir cada vez más hacia sus entrañas.

Llegamos al paraíso.

Un prado de pasto tupido y suave que invitaba a recostarse sobre él y enfrente de este jardín un río que lo atravesaba sigilosamente con el tierno arrullo de su corriente. Lo admiramos y luego nos miramos. Al hacerlo, nos dimos cuenta de que estábamos en medio de la nada. De la nada y a la vez de un todo que nos invitaba a la intimidad.

Sin decir palabra nos besamos. Fue así como entró la lujuria en nuestros cuerpos y se desató el torrente de fuego que yo había encarcelado en mi interior hace ya mucho tiempo. En tu mirada vi brillar a la diosa de la belleza que te cubría con capa de luz, la cual, llenaba todo tu ser de una belleza sublime, un resplandor de hermosura que nunca será visto.

Estaba yo en éxtasis, pero me volviste en mí dándome un abrazo. Con ese abrazo, el fuego, que apenas surgía, me incineró en un instante. Tomándote de tu bien formada cintura, te besé tiernamente en tus labios y saboreé gustoso el dulce néctar que de ellos salía.

Beso tras beso fui experimentando muchas nuevas emociones, cada beso tuyo, transmitía una nueva sensación de placer, de calor, de ternura y de lujuria. Nadie antes me había besado tanto y tan bellamente como tú.

Mis manos llevadas ya no por mi razón, si no por una fuerza desconocida, corrían por tu cuerpo lentamente. Iban de un lugar a otro apenas tocándote; de abajo a arriba, viaje en tus brazos; tu espalda la medí a palmos; tu cintura cabía apenas perfectamente entre mis brazos y tus pechos, que me pedían a gritos que los acariciara, no me atreví a tocarlos.

Vine a sentir tu suave y delicada piel, cuando te recosté en el pasto pues al hacerlo, una de mis manos quedó accidentalmente colocada en tu desnudo abdomen, fue entonces cuando, sin despegarla de tu piel, comencé a recorrer nuevamente tu figura.

Nuestros besos continuaban, pero lo tierno, ya se había tornado candoroso y lo candoroso en una pasión sin freno.

Con mi otra mano me deshacía difícilmente de tus vestidos y no lo hubiese logrado si tú, como leyéndome la mente, no me hubieras ayudado. Con increíble soltura, esquivabas tus ropas y te deshacías de ellas, al mismo tiempo que me desnudabas parcial y poco a poco.

Mis besos habían dejado ya tu boca y ahora recorrían tu cuello. Mientras que seguíamos el juego del despojo de todo lo que nos estorbaba para nuestra entrega.

Cuando quedamos desnudos y vi tu figura completa, sentí como si un ser divino estuviera enfrente de mí. Tus líneas perfectas no hacían más que invitarme a recorrerlas con mi boca y... así lo hice.

Mis besos que estaban en tu cuello. Con mi lengua lo recorrí mientras ésta pronunciaba suaves palabras de amor y pasión. Bajé a tus pechos, los cuales ya estaban en posesión de mis manos. Tus pechos me parecieron tan bellos a la vista, tan suculentos al gusto y tan admirables al tacto que ya no quería dejarlos ni un momento, pero tus gemidos me dijeron que continuara.

Dejé entonces que mi boca gustara de tus delicias y que se arriesgara a excursionar por esas montañas tan llenas de encantos. Besé pues tus redondos pechos, los lamí y chupé. Con tiernos mordiscos, conquisté tus paraditos pezones, fue como conquistar la mejor de las montañas. Mientras, mis manos se separaron y se aventuraron a recorrer lo que restaba de tu cuerpo. Viajaban por tus brazos, tu espalda, una bajó a tus piernas la otra en tu hombro, tu cuello y tu rostro hasta que, cómo si se hubiesen puesto de acuerdo, se toparon frente a frente, pero en dos elevaciones diferentes, se saludaron, pero se negaron a soltar el glúteo que cada una había encontrado. No se soltaban porque estaban como en el cielo y se aferraba cada una al suyo como si de ello dependiese su existencia.

Los sostenían a veces tiernamente para sentir su suavidad, su redondez, su perfección y a veces con gran fuerza y brusquedad llevados por la pasión y el desenfreno.

Mi boca se animó a bajar de tan suculento lugar, con la esperanza de encontrar un lugar con mayores goces y... así fue.

Llegué a ese lugar no sin antes recorrer un largo y sabrosísimo camino en el que sentí con mis labios un abdomen firme y delicado. Mi lengua se entretuvo un poco al encontrarse con tu ombligo en el que se introdujo varias veces jugando a las escondidas.

Al seguir bajando, me topé con tu vientre y lo besé con gran ternura como sabiendo que en este lugar se encontraba la fuente de toda dulzura. Mis manos seguían recorriéndote; ora estaban en tus pechos, ora estaban en tus piernas, o, en su lugar favorito... tus nalgas.

Para entonces con mi barbilla sentía el roce de tu bello púbico y disfrutaba extraordinariamente de tal sensación. Como un imán me atraía la parte que escondes entre tus piernas. Pero quise retrasar mi llegada y me desvié a tus muslos. Muslos que me conquistaron en cuanto los vi; tan firmes y blancos, tan lisos y suaves, tan... suculentos.

Estuve allí hasta que tus gemidos me indicaron el momento exacto para ingresar al valle del placer. Mis brazos se colocaron debajo de tus piernas y mi boca colocó sus labios en tus labios vaginales. Empecé a lamer tu concha muy, pero muy despacio. Recorría tus labios con mi lengua y me detenía más tiempo en tu clítoris. Lento y suave, mi lengua saboreaba lo más dulce de ti.

Tus apenas escuchados gemidos se habían convertido ya en gemidos profundos y ahogados, acompañados de contorciones corporales que hacían que me excitase más.

Mi lengua se introducía hasta donde más podía y llegó el momento en el que se concentró únicamente en tu clítoris y lo chupé con desenfreno una y otra vez y no pare de chuparte tu concha, hasta que sentí que tus líquidos recorrían mi boca y escurrían hasta mi cuello.

La contorsión que te provocó el orgasmo, hizo que levantases una de tus piernas y yo, ágil y sutilmente, me recorrí de forma admirable a una nueva posición. Ahora el punto que mi lengua buscaba sin cesar, era tu ano. Mis manos extendidas ampliamente cubrían parte de tus nalgas y las forzaba a separarse para que mi lengua pasara sin problema. Me comía tu ano y de vez en cuando daba pequeños mordiscos a tu delicioso trasero y mis manos aferradas a tus redondas nalgas, las apretaban y las acariciaban.

Cuando tus gemidos se hicieron presentes, supe que ya estabas recuperada y lista para venirte una vez más. Fue entonces cuando una de mis manos se alejo de su respectivo glúteo y empezó a excitar tu conchita, que aun estaba húmeda y lubricada. Así que sin necesidad de humectar mis dedos, pude recorrer tus labios, jugar con tu clítoris abrir tu vulva y meter dos de mis dedos.

Mi lengua continuaba lamiendo tu ano y un dedo travieso empezaba a querer meterse en él. Tú, aprobando tal acto, empezaste a ceder y a permitir que mi dedo se introdujera en tu ano. Así una mano acariciaba y cogía tu vagina, y la otra se abría pasó en tu ano.

Mi pene estaba a tope fuerte y rígido como roble y al tenerte en esa posición, entré en conflicto por un momento, pues no decidía donde introducirlo. Opté de forma natural por tu vagina, pero unas palabras, entrecortadas y ahogadas en placer que me dirigiste, cambiaron mi opción; "por atrás" me dijiste y, como un ser sin voluntad, seguí tus palabras.

Para esto, ya tenía dos de mis dedos dentro de tu ano. Los saqué y puse en posición mi pene y lo introduje poco a poco. Al principio me ardía horrores pues estabas cerradita, y al juzgar por tus gritos, a ti también te sucedía lo mismo. Pero a ambos el dolor se fue convirtiendo en placer, en un placer mezclado con dolor , un placer que se gozaba en cada arremetida, por lo regular violenta, como queriendo entrar hasta donde más se pudiese.

Ya sin respiración y con mi cuerpo tan contorsionado que parecía poseído por el dios del amor y con mis músculos tan tensos que se marcaban cada cual y mi vientre tan caliente y tan furioso que era comparable con un volcán a punto de estallar. Ya solo bastó un apretón de tus nalgas para que no pudiera soportar más ese fluir de lava que tenía dentro y, como erupción repentina y violenta, salió mi leche una y otra vez llenando tu interior de un calor que recibiste con un gemido de placer. Me salió tanta leche que parecía que no iba a terminar nunca. En cada escupida, sentía que se me iba la vida. Un goce que por más que busco no encuentro palabras para describirlo.

Mi semen salió tan violentamente que, al terminar, el orificio de mi pene me ardía de forma singular.

Cuando concluyó mi eyaculación y la última gota de mi leche había salido ya, me derrumbé sobre ti, como un debilucho al ser golpeado por un campeón de box. Me recosté sobre tu cuerpo buscando tus cuidados y tu protección. Tú me recibiste con una expresión de dormisión en el placer. Me abrazaste y nuestros sudores se mezclaron y nuestras respiraciones se entrelazaron.

Pasando un minuto de reposo mutuo, me empezaste a besar y a acariciar. Me hiciste recostar totalmente y te colocaste sobre mí. Fue entonces cuando tus labios empezaron a besar expertamente los míos y, siguiendo el recorrido que mis labios habían hecho sobre tu cuerpo, avanzaron hacia mi cuello y mi pecho. Tus labios tiernos, jugosos y hábiles sabían arrancar suspiros de mí con sólo besar mi cuello. Estos suspiros multiplicaron su número e intensidad cuando tu boca recorrió mi pecho mordiéndolo, besándolo y arañándolo con tus manos.

Cuando tu boca llegó a mi firme abdomen, mi pene ya estaba tan erecto como hace unos instantes. Tus besos se colocaron en cada músculo de mi abdomen y bajaron hasta mi ombligo. Fue allí donde te topaste con mi, poco pero firme, vello.

Sin avisar y de un brinco, tus labios fueron a dar a mi pene. Abriste tu boca e introdujiste mi pedazo en tu boca. Ante esta indescriptible sensación lo único que pude hacer fue tomarte de los cabellos y lanzar una exclamación de inigualable placer. Me la chupaste de arriba a bajo, te la metiste toda en tu boca y la saboreaste como si tuvieras enfrente el mejor de los platillos. Colocabas mi cabeza en tus labios y la chupabas, la mordías y la succionabas. Tu mano me agarraba la base y tu boca recorría mi erecto trozo de carne. Tu boca bajo hasta mis huevos y los lamió, los chupaste uno y otro. Pasabas de chupadas a mordiscos suaves que me hacían perder el juicio. Cuando ya no puede contenerme más salió de mi una segunda eyaculación, la cual recibiste y saboreaste con tu abierta boca. Exprimiste mi pene hasta que tuviste la certeza de que no quedaba gota alguna...

Subiste a mi hasta quedar rostro con rostro. Me sonreíste y me diste un beso que encerraba don y agradecimiento, complicidad y ternura, gozo, placer y descanso.

Te recostaste en mi brazo y abrazándote para protegerte de todo, dejamos que el río, cómplice nuestro, nos arrullara con su dulce melodía. Nos dejamos seducir por el canto de la naturaleza, con los ojos cerrados nos transmitíamos caricias de amor y con tiernos besos resumíamos todo lo que experimentamos. Cuando nos atrevimos a mirarnos nuevamente, nuestros ojos contenían el mismo pensamiento –CONTINUAR- y como si se tratase de una competencia, los besos y caricias se desataron y corrieron desesperados por todos lados.

Y cuando el calor de nuestros cuerpos disponía una nueva modalidad en el amor......

......sonó mi despertador.

Fue un largo y bello sueño. El mejor que he tenido, el más deseable, el más intenso, el más real, el único en magnitud, el que ha estado en mi mente desde que sé de ti, el más perfecto, el más dulce y candente..... pero sueño al fin.

Y ya me estoy haciendo a la idea de que sea sólo eso, un bello sueño. Tan bello que es mejor que se quede allí. Y tan ideal que es, al parecer, irrealizable.

Así son los sueños.