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La verja del colegio

en Jovencit@s

"La verja del colegio"

A los quince años estudiaba en un colegio religioso masculino. Los curas eran nuestra pesadilla, las mujeres nuestra obsesión y la clase de gimnasia la ocasión para evadirnos. El profesor, Don Julio, al que le encantaba mirarnos mientras nos poníamos la ropa de deporte, muertos de frío, en los destartalados vestuarios, nos hacía correr en pelotón a lo largo de todo el perímetro del colegio. En una de las zonas había muchos árboles, y era al llegar allí cuando mi amigo Miguel y yo nos rezagábamos y nos escurríamos entre la maleza. Don Julio nunca se enteraba, absorto como estaba en mirar a tantos adolescentes sudorosos con las piernas desnudas y los traseros apretados por los pantalones de deporte.

Miguel y yo corríamos hasta la verja del colegio, que lindaba – ironías de la vida - con los terrenos de un colegio religioso femenino. Allí teníamos un agujero donde guardábamos revistas pornográficas y cigarrillos que robábamos a nuestros padres, y pasábamos la clase de gimnasia fumando y masturbándonos.

Aquellas primeras experiencias sexuales guardan un lugar de honor en mis memorias íntimas. Pero en realidad fueron los curas los que nos dieron la idea. Cada poco tiempo nos llamaban para que nos confesáramos "voluntariamente", y nos hacían preguntas del estilo: "¿Miras las portadas de las revistas pornográficas en los quioscos?", "¿te haces tocamientos o dejas que otros te los hagan?" o "¿has mantenido relaciones sexuales con otros muchachos?"...

He de darles las gracias porque fueron ellos los que me dieron la idea de mirar las portadas de las revistas pornográficas en los quioscos, la de hacerme tocamientos y dejar que otros me los hicieran, y la de mantener relaciones sexuales con otros muchachos – aunque solo fuera con Miguel.

Pasamos buenos ratos en aquel rincón junto a la verja del colegio, perdidos entre los árboles con las pollas tiesas y las manos calientes.

Pero hubo un día que fue especial. Como siempre, nos habíamos quedado atrás y estábamos pajeándonos mirando una revista. Aquel día el honor de ser regada con nuestro semen caliente había recaído en Miss Mayo, una imponente morena con unas tetas de pezones perfectos y un coño en el que aún sueño con perderme y que para mí siempre olerá a papel de revista.

De repente, oímos unos ruidos procedentes del otro lado de la valla y, sin darnos tiempo a reaccionar, vimos cómo una alumna del colegio de al lado trepaba ágilmente por la malla metálica que coronaba el muro. Nos pusimos de pie tan rápido que nuestras pollas seguían fuera de nuestros pantalones de deporte, apuntando hacia delante.

La chica se quedó arriba de la verja, a horcajadas, con una pierna en cada lado. La falda de cuadros estaba enganchada y se le había subido hasta las ingles, dejándonos ver las suaves ondulaciones de su coño bajo unas braguitas blancas. La chica tendría unos dieciséis años, era morena y pecosa, y tenía un cuerpo ágil y excitante. Además de la falda enganchada y reveladora, vestía un niqui azul celeste que redondeaba sus tetas de una forma deliciosa, y unos calcetines azul marino que le llegaban hasta las rodillas, dejando ver sus firmes muslos.

Se nos quedó mirando, y luego miró nuestras pollas sin el menor atisbo de vergüenza en su rostro. Nosotros las ocultamos en seguida cuando nos dimos cuenta, pero tampoco dijimos nada.

- Ayudadme, ¿queréis? – dijo ella, mientras empezaba a descolgarse por nuestro lado de la valla.

Reaccionamos y nos acercamos a ayudarla. Ella pasó la otra pierna a este lado de la valla y se preparó para saltar. La falda seguía enganchada, y enmarcaba, junto con los muslos, las braguitas a la altura del coño, formando un excitante triángulo blanco del que no podíamos apartar la mirada.

La chica saltó entre nosotros pero, con un ruido de tela al rasgarse, la falda se rompió, quedándose enganchada en la verja. Cogimos a la chica como pudimos, y yo sin querer le puse la mano en el culo por un momento, sobre las suaves braguitas, y comprobé lo cálido, firme y excitante que era.

De repente estábamos los tres muy juntos, nosotros empalmados y ella en bragas.

- ¡Mierda! – dijo ella

- ¿Estás bien? – preguntó Miguel

- Sí, joder, pero mi falda... en fin, ahora estamos empatados – la chica nos acarició el culo a los dos a la vez por encima de los pantalones de deporte – yo he visto lo vuestro y vosotros lo mío.

Luego se dirigió hacia las revistas y el tabaco. Yo no podía apartar la vista de su precioso culo redondo y prieto, cuyas nalgas asomaban bajo el borde del niqui azul márcandose a cada paso que daba.

Se llevó un cigarrillo a los labios y nos pidió fuego. Miguel y yo casi nos pegamos por encenderle el mechero.

Ella se sentó sobre la hierba y nosotros a su lado, fumando cada uno un pitillo. Yo no podía apartar la vista de sus labios, y de la manera en que sujetaban el cigarrillo.

- Me llamo Diana – dijo, mientras ocultaba la entrepierna con el niqui - ¿y vosotros?

- Yo Miguel – dijo mi amigo – y éste es Manu.

- Ho...hola – dije yo, notando con vergüenza que mis gafas estaban empañadas de lo colorado que me había puesto.

- No pensé que fuera tan tímido – dijo Diana a Miguel, y luego me miró a mí – no lo parecías el otro día cuando os la machacabais.

Miguel y yo nos miramos boquiabiertos. Aquella tía nos había estado espiando.

- Os recomiendo que cambiéis de sitio, porque cualquier día os puede pillar una monja igual que os descubrí yo. Pero tranquilos, no he dicho nada. Quería disfrutar del espectáculo yo sola...

- ¿Seguro que no has dicho nada? – dijo Miguel.

- Ya te lo he dicho: me gusta ver cómo os tocáis - dijo Diana, y a continuación bajó el tono de su voz de una manera extraña – Yo también me toco mientras os miro.

Nos quedamos callados, fumando. Nubes de humo en el aire.

Me fijé en Miguel y él en mí, como tratando de adivinar mutuamente nuestros pensamientos. Por el bulto en su pantalón, vi que tenía la polla tan dura como yo. Ambos éramos vírgenes, y por mi cabeza estaban cruzando imágenes a toda velocidad. Imágenes que me ponían cada vez más caliente.

- Os propongo una cosa – dijo Diana apagando el pitillo - ¿lo adivináis?

Mientras lo preguntaba se inclinó hacia Miguel, llevó las manos a su paquete y bajó el elástico de su pantalón dejando que su polla saliera como un resorte.

Después hizo lo mismo conmigo. Casi me corrí al sentir sus dedos calientes rozar mi verga.

Volvió a su posición entre los dos y levantó su niqui hasta el ombligo, dejándonos ver sus bragas blancas, que estaban empapadas y le marcaban la raja del coño.

- Quiero ver cómo os mastubáis – dijo con la voz más sexy que he oído en mi vida.

Miguel y yo nos agarramos las pollas y empezamos a deslizar la mano arriba y abajo, arriba y abajo. Al principio me dio un poco de corte, pero después estaba tan cachondo que dije casi sin pensar:

- Diana, hazte un dedo.

Ella me miró y sus ojos brillaban de lujuria

- ¡Vaya con el tímido! – dijo, pero acto seguido se recostó contra el muro, separando las piernas, y con una mano apartó las bragas a un lado dejando a la vista su coño, mojado, rosado y oscuro, mientras con los dedos de la otra mano se separaba los labios y se frotaba suavemente al principio, más rápido después.

Durante unos minutos los tres nos masturbamos en silencio. Yo no había estado tan cachondo en mi vida. Después Diana empezó a gemir de placer, lo cual hizo que me corriera al instante, de una manera tan violenta y placentera que di un grito y, de tan fuerte como eyaculé, un borbotón de semen me llegó hasta la boca.

Miguel se corrió también en cuanto oyó los gemidos de Diana, quien dejó de masturbarse para mirarnos, con esa mirada traviesa y brillante de placer que tantas veces veríamos después de aquel día.

Cerró las piernas, se levantó y se acercó hasta mí.

- No te lo limpies – dijo cuando me acercaba la mano a la boca para quitar el semen aún caliente.

Diana acercó su boca a mis labios y de un lengüetazo lo lamió todo.

- Sería una pena desaprovecharlo – dijo acercando su boca a mi oreja y metiéndome la lengua, húmeda y caliente, durante un breve pero excitante momento para después susurrar – y por cierto, quiero más.

Acto seguido se arrodilló ante mis piernas, me agarró la polla con una mano, agachó la cabeza y se la metió entera en la boca, chupando, succionando, mordisqueando mi carne caliente hasta que volvió a estar tan dura como un palo.

Yo apartaba su abundante cabello rizado para ver su cara, sus ojos cerrados, su mano sujetando la base de mi polla, que se perdía en la humedad de su boca. De vez en cuando abría los ojos y me miraba, y luego se la tragaba toda de un golpe, haciéndome gemir.

Miguel, mientras tanto, se había sentado a mi lado, con la polla fuera más tiesa incluso que la mía. Cuando Diana se dio cuenta se la agarró con la otra mano y empezó a pajearle. Luego me miró y me dijo

- Ahora vuelvo – y empezó a comérsela a Miguel.

Pero mi imaginación iba por delante de mí, y mi cuerpo no tenía más remedio que obedecerla.

- No dejes de chupar y levanta el culo – dije, y no podía creer lo que estaba diciendo.

Pero ella obedeció y, mientras se la comía con ganas a Miguel, alzó la cadera y entreabrió las piernas. Yo, detrás de ella, puede ver con claridad las curvas de su culo, marcado por las bragas blancas, y cómo esas curvas se juntaban en la entrepierna, donde las braguitas, todavía apartadas a un lado, dejaban entrever retazos de carne rosada, tierna y húmeda.

Sin pensarlo, arranqué las bragas de un tirón. Diana dio un respingo, me miró durante unos instantes, y después volvió a meterse la polla de Miguel en la boca mientras yo me dedicaba a disfrutar del espectáculo que, por primera vez en mi vida, se me ofrecía tan generosamente. Palmeé las firmes nalgas, las acaricié y estrujé, las lamí, las mordí y besé. Paseé mi nariz y mi lengua por el valle oscuro del ano y del coño, aspirando aromas, chupando y explorando todo lo que a mi lengua se ofrecía. Localicé la entrada del coño - aquel lugar con el que tanto tiempo había soñado - y me detuve un poco más, mordisqueando, chupeteando, introduciendo mis dedos. Notaba como Diana se movía, complacida, mientras emitía gemiditos apenas ahogados por el pollón de Miguel en su garganta.

Y entonces ya no pude más, me arrodillé tras ella, apunté mi polla a su chorreante agujero y embestí con todas mis fuerzas. Entró a la primera, y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no correrme del placer que me produjo. Aquel agujero caliente y húmedo que me atrapaba era mejor que cualquiera de mis fantasías. Y empujé y empujé, sacando y metiendo mi polla como si me fuera la vida en ello, disfrutando de todas y cada una de las oleadas de placer que recorrían mi cuerpo. Sentía sus nalgas golpear contra mi pubis, mis manos agarrando sus caderas, y sus tetas bamboleándose bajo su niqui azul. No sé cuánto tiempo estuve empujando con todas mis fuerzas. Sólo sé que ella dejó de chupársela a Miguel y se concentró en mis salvajes embestidas, con la cabeza reclinada contra sus brazos y los ojos cerrados por el placer.

-¡Sí, sí! ¡Fóllame! ¡Fóllame! – gemía.

Se tumbó hacia delante, de modo que tuve que tumbarme con ella, y alzó el culo de forma que mi polla no se saliera y pudiera sentirla más.

- ¡ Así, así! ¡Quiero que me folles más! ¡Fóllame!

Mi cara se hundía en la fragancia de su cabello, y olía a hembra joven, a sexo. Bombeé, bombeé y bombeé hasta que noté cómo se aproximaba el orgasmo.

- ¡Voy a correrme! – casi le grité en la oreja.

Ella se cerró al instante y se dio la vuelta

- Ven -dijo

Y, antes de que me diera tiempo a notar la diferencia, su mano y su boca rodearon mi polla palpitante, acabando lo que su coño no había hecho. Me corrí como nunca lo había hecho antes, experimentando un orgasmo que me dejó casi inconsciente de puro placer. Ella se tragó todo el semen, chupando y chupando y mirándome con los ojos brillantes de placer y lujuria.

Yo quedé exhausto en el suelo, pero Diana aún quería más.

- Ahora te toca a ti – le dijo a Miguel, que nos miraba masturbándose.

Diana se quitó el niqui, descubriendo unas tetas del tamaño de naranjas, firmes y bien formadas, sus pezones dos promesas sonrosadas y excitadas. Su ombligo coronaba un vientre perfecto, de piel tersa y morena. Ahora estaba toda desnuda a excepción de los zapatos, los calcetines hasta las rodillas, y un crucifijo de madera colgado del cuello con un cordel negro.

- Túmbate – le dijo a Miguel señalando el suelo junto a ella.

Miguel obedeció. Ella se sentó a horcajadas sobre él y le quitó la camiseta, mientras le lamía el pecho y se comía sus pezones. Después, viendo que la polla de Miguel estaba suficientemente dura, se colocó en posición, abrió las piernas y se sentó poco a poco sobre aquella verga grande y morena.

Una vez la tuvo toda dentro, Diana empezó a mover las caderas, arriba y abajo, en círculos, cada vez más deprisa, de forma que sus tetas, cuando Miguel no se las estaba comiendo, se movían al ritmo de su cuerpo. Sus rizos castaños le tapaban la cara, volando al ritmo de las embestidas y los jadeos.

Yo había vuelto a empalmarme como si fuera la primera vez. Recordé una postura que había visto en una revista y, caliente como estaba, no me lo pensé. Me arrodillé detrás de Diana, la empujé hacia delante, de forma que siguiera ensartada en la polla de Miguel, pero enseñándome el culo, escupí sobre mi polla y se la metí por el ojete, despacio primero, entera después.

Diana gritó y gimió, pero siguió moviéndose como una posesa con nuestras dos pollas bien adentro. Estuvimos así un rato, embistiendo. Luego cambiamos de postura, y yo volví a disfrutar de su coñito adolescente mientras Miguel le rompía el culo y ella gritaba de placer.

Finalmente, Miguel y yo nos salimos a la vez y apuntamos nuestras pollas a su cara. Diana las cogió una con cada mano y nos masturbó y nos las chupó alternativamente hasta que nos corrimos y la regamos con semen. Parece increíble cuánto semen podemos producir de adolescentes, y en qué cortos espacios de tiempo. Ella se lo tragó todo y repasó nuestras agotadas pollas con la lengua. Luego, con los ojos más brillantes que nunca, nos besó, metiéndonos la lengua hasta el fondo, dejando un regusto a semen y a sexo que sabía a gloria con el cigarrillo que nos fumamos después.

Y allí pasamos, tirados los tres en la hojarasca, el tiempo que tardó en consumirse el pitillo – el último que nos quedaba, el que mejor nos supo – pensando, sin decirlo en voz alta para no estropear el momento, en la clase de gimnasia de la semana próxima, y de la próxima, y de la próxima...

FIN

Madrid, 22 de abril de 2003