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Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.

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Te digo adiós, y acaso te quiero todavía...

Me está mojando los labios este verso de Buesa, con el que te lo digo todo.

Te digo adiós y muero un poco, como van a morir todas las páginas de este diario que se quedarán sin la caricia de tu nombre, sin el premio de tu mirada. Esta es la última página, la última vez... No se qué haré con él, pero no merece el olvido en el fondo de algún cajón oscuro... está tan lleno de ti como tú mismo, aunque nunca lo sabrás.

Me cuesta no pensar en lo que pudo haber sido. Tú, mi amo. Mi amo. Nadie más habría sabido acercarse a mi alma de esclava. En realidad ni siquiera estaba segura de poseer ese alma, hasta que tu lo descubriste. Nunca me habría imaginado tan excitada ante una orden... "Desnúdate. Suplícame".

El camino iba a ser largo, me decías, angosto a veces, ancho y soleado otras, pero único, solo para nosotros dos, que lo habríamos recorrido de la mano. Ahora una niebla dulce pero espesa lo oculta a nuestros pasos. Sí, me cuesta no imaginar el resto de ese camino, sus curvas, sus olores... tu sombra junto a mi sombra... y a lo lejos la meta a la que habríamos llegado desnudos de cuerpo y de alma, hechos quizá una sola sombra.

Se muere el diario, como se muere de pena aquel conjunto de lencería que habría de ser solamente para tus ojos. Cuero, terciopelo y metal sobre la piel de tu esclava. Me hubiese gustado tanto...

Si he de decirte adiós, déjame hacerlo aún como tu esclava, un último ritual, mi última ofrenda. Desátame después, si es lo que quieres, y déjame que en la dolorosa libertad de tu ausencia deshaga nuestros pasos.

...

Mira. He alfombrado este trocito de nuestro camino con las páginas de mi diario, con tus cartas y mis cartas y tus versos y mis versos. Y me he vestido con el pequeño conjunto que compré para ti. ¿Te gusta, mi amo? He puesto música suave, y estoy dejándome llevar por su caricia. Te imagino frente a mi, sin saber qué puertas abrirme, pero disfrutando de tus últimos minutos de poder.

Las pequeñas cadenas que adornan mi sujetador se balancean rozando mis pezones, al son de la música. ¿Dónde está ahora tu boca, mi amo? ¿Porqué no se acerca a morder lo que es suyo? ¿Porqué no me diste tus manos? Me duele el placer que no viene de ellas.

Insisto, sin embargo... te vuelvo a imaginar... poco más que una sombra, un enigma. Y bailo para ti, me acaricio para ti, me desnudo, me abro, me hiero y me curo, y le pongo tu nombre a un triste falo de triste silicona para sentirte dentro. Para sentirme tuya por última vez. Pero no lo consigo... Duele el placer...

¿Qué puedo hacer ahora conmigo? ¿Dónde quieres que muera?

Te digo adiós, así, derrotada, con la cara sobre el suelo.

Las lágrimas arañan mis mejillas con rabia, y resbalan sobre las hojas del diario, emborronando tu nombre. Pero no es tan sencillo... no importa que la tinta y el llanto lo oculten a mis ojos: tu nombre ya está grabado para siempre en cada milímetro de mi piel. Puedes nombrarme libre, amor, pero no harás que se borre la marca de tu poder sobre mis muñecas.