UNA VIEJA AMIGA.
Aquella tarde me fui paseando hasta casa, de vez en cuando me gusta hacerlo,
dejar el coche aparcado en algún momento nunca viene mal. Se ven otras muchas
cosas a pie que desde el coche, el comportamiento de la gente, observando sus
manías, sus andares, mirando las chicas pasar, admirándolas...
De pronto mi vista se quedó fija en un punto... Aquella mujer... ¿Era ella?...
Siiii... Me reconoció enseguida. Ante mis ojos estaba Carmen, una vieja amiga y
compañera del instituto, tan arrolladora, tan seductora y tan hermosa como
siempre, iba acompañada de una niña pequeña de unos 4 años.
- ¿Carmen?
- ¿Miguel?
Los dos reímos y nos quedamos observándonos durante unos instantes.
- ¡Dame dos besos! - me dijo agarrándome por la cintura y acercando su cara a la
mía. Nos besamos y seguimos sonriéndonos y mirándonos pues hacía casi 15 años
que no nos veíamos. Su olor se impregnó en mi piel en ese aroma que aún
recordaba con frescura mi memoria.
Carmen no había cambiado mucho, bueno, sin duda habían pasado unos años, pero se
conservaba tan juvenil y sexy como siempre. Nunca había sido una mujer
especialmente guapa, algo chatilla, boquita pequeña, pero seguía teniendo un
cuerpo de locura. Un pelo negro de media melena y bien peinado, unos ojos negros
muy expresivos, unas tetas de veinteañera, un culo de vicio y las mejores
piernas que he visto en mi vida, lo juro.
- ¡Caramba Miguel!, ¿Cuánto hacía que no nos veíamos?
- No sé, catorce... quince, sí, quince años...
- Te veo como siempre, algo más calvo, pero como siempre. Tienes el mismo
aspecto de entonces, con esa cara de niño malo...
- Tú si que estás como siempre, guapísima.
- Venga, adulador...
Era cierto, la tenía delante y mi memoria la evocaba a cuando tenía apenas 18
años, la chica más simpática del instituto y aquellas piernas...
- Bueno, pero ¿qué haces por aquí? - le pregunté.
- Paseando... vivo por aquí cerca. ¿Y tu?
- Pues también dando un paseo, pero vivo un poco más lejos.
- Ayyy, Miguel, Miguel, cuanto tiempo... ¿qué haces?
- ¿Yo?, trabajo en una asesoría financiera, ya sabes, libros, impuestos,
contabilidad y esas cosas...
- Siempre fuiste un hacha en matemáticas ¿eh?
Aquella sonrisa en la cara la hacía resplandecer, con una dentadura perfecta,
blanca y un rostro brillante y terso. Me tomó de las manos.
- Como me alegro de verte Miguel.
- Y yo también, estas imponente ¿tu a que te dedicas?
- A nada, a la vida contemplativa, mi marido trabaja como gerente de una
multinacional y vivimos bastante bien, así que ¿para qué trabajar?
- Haces bien, así te veo de estupenda...
Otra vez su linda sonrisa.
- Dime, ¿estas casado?
- Si, estoy casado y tengo 2 niños.
- Yo también, tengo 1 niña, esta fierecilla. - dijo señalando a su hijita.
Carmen llevaba una blusa azul celeste, con un escote que relucía un lindo
canalillo precursor de unas impresionantes tetas, unos pantalones ajustados sin
bolsillos y unas sandalias de tacón.
- ¿Tienes prisa Miguel?
- Bueno... no.
- ¿Me esperas y tomamos algo?. Dejo a la niña con mi cuñada que me espera en
casa y bajo en un momento ¿vale?
- Esto..., yo... sí, claro.
La verdad es que había quedado con mi mujer para ir de compras, pero el volver a
ver a Carmen me hizo rememorar muchas cosas, casi rejuvenecer así que decidí
dejar a segundo término mis planes del día. Cogí el móvil, llamé a mi esposa
diciéndole que tenía algo de trabajo y que me retrasaría, que fuera ella sola de
compras.
Seguí observando a Carmen mientras desaparecía unos metros por delante de mí,
camino a su portal. Su culo se mostraba espléndido, sus muslos perfectos, su
cintura estrecha. Otra vez la memoria me transportó 15 años atrás, cuando Carmen
era la envidia de sus compañeras y el anhelado deseo de sus compañeros, no solo
por su espectacular cuerpo, sino por su simpatía, sus gestos, sus elocuentes
frases, su comportamiento con los hombres, siempre se había sentido muy a gusto
rodeada de chicos y nosotros estábamos encantados. Recuerdo como todos la
perseguíamos, le tirábamos los tejos y ella siempre con su sonrisa y una
oportuna disculpa nos daba calabazas... Ya dije que nunca había tenido un rostro
especialmente hermoso, pero era esa mezcla de niña traviesa y vivaracha lo que
la hacía tan deseada. También recuerdo cuando yo había conseguido muchos puntos
para poder conquistarla, pero mi gran amigo Eduardo se me adelantó y me la robó.
Empezaron a salir y casi me da algo. Para colmo él no paraba de decirme lo bien
que besaba, lo duras que tenía las tetas y como le había hecho una mamada por
primera vez, algo que ninguno de los demás compañeros de la clase habíamos
probado. Mucho peor era cuando me relataba como se la follaba por delante y por
detrás, como había probado un culito duro y estrecho, algo impensable en una
mente como la mía de entonces que solo conocía una paja tras otra y muchas de
ellas en honor a Carmen, naturalmente.
Al recordar todo esto sentí como se me estaba poniendo dura por momentos hasta
llegar a sentir una incómoda erección. En ese momento llegó Carmen con su bolso.
Me miró a los ojos, luego más abajo hasta encontrar un bulto entre mis piernas
que yo trataba de disimular, sonrió y noté como se sintió de halagada por esa
situación.
- ¿vamos? - me preguntó con su sonrisa de oreja a oreja.
- Si, si, vamos.
- Tomamos algo rápido, que tengo que ir a buscar a mi marido al aeropuerto,
viene de viaje.
Entramos en un pub cercano, nos sentamos en una apartada mesa y cuando el
camarero se acercó y nos preguntó que deseábamos, le contesté rápidamente:
- Un Gin Tonic para la señora y un Whisky para mí.
- ¿Todavía te acuerdas del Gin Tonic? - me dijo con su divina sonrisa.
La conversación fue muy divertida, sobretodo cuando rememorábamos aquellas
aventuras del instituto, nuestras primeras acampadas, los largos días en la
playa, las tardes lluviosas en el cine...
Yo no podía evitar dejar de mirarla con el mismo deseo de entonces y sé que ella
lo notaba. Tampoco podía evitar observar sus piernas cuando las cruzaba y
descruzaba tan sensualmente. Charlamos durante un rato recordando aquellos
viejos y memorables tiempos, al mirarla la veía en aquella época y sin embargo
ya habían pasado unos cuantos años.
Nos despedimos con dos besos, yo la tomé por su estrecha cintura y sentí de
nuevo su embriagador olor.
- No nos ha dado tiempo casi a hablar de nada - le dije algo triste.
- Es verdad, a ver si nos vemos otro día y tomamos algo o cenamos ¿vale?
- ¿que tal mañana?
- Ufff, mañana no puedo, ya sabes, hoy viene mi marido y me tengo que dedicar a
él, compréndelo, pero el viernes se vuelve a ir de viaje y la niña se quedará
con mi cuñada, podríamos quedar entonces...
- Claro, ¿te vengo a buscar aquí?
- Si... o mejor ¿por qué no vienes a casa y cocino algo?. Sabes que me encanta
la cocina y no se me da mal ¿recuerdas?, así estaremos más tranquilos.
Como se me iban a olvidar aquellas paellas que nos hacía cuando íbamos de
acampada o la empanada de atún que nos hacía los domingos antes de ir al cine...
Me dio la dirección y nos separamos.
Yo iba más contento que unas castañuelas, como ese colegial al que acaba de dar
un tímido beso una chica por primera vez, como cuando haces una travesura y te
sientes triunfador, otra vez esos recuerdos de juventud me hicieron rejuvenecer
y volver 15 años atrás.
Tal y como habíamos quedado, me presenté en su casa el viernes puntual como un
reloj, llevé un ramo de rosas que sabía cuanto le gustaban. Cuando abrió la
puerta me dejó de nuevo sorprendido. Llevaba una blusa sin mangas que enseñaba
unos morenos y delicados brazos, adornados por unas cuantas joyas, una falda de
tubo, con una pequeña abertura en un costado que hacía relucir parte de su muslo
y unas sandalias de tacón de aguja. Estaba realmente arrebatadora. No tenía nada
que envidiar a ninguna quinceañera, era como aquella cría de entonces, un
bomboncito de licor.
Me invitó a una copa mientras ella iba terminando de preparar la cena, como no,
su famosa paella de marisco y mientras reposaba el arroz, volvimos a recordar
nuestras aventuras y desventuras.
- Miguel, desde que te he visto me siento más joven, quizá porque me has
transportado a esos años...
- Tampoco hace tanto tiempo ¿no?
- Bueno, ya no somos unos chavales y siempre se echa de menos aquella época de
libertad de hacer lo que a uno le apetecía de verdad...
- ¿Acaso no eres feliz ahora?
- No, no es eso, si no me puedo quejar... pero no es lo mismo, el matrimonio,
los hijos, ya sabes...
- Si claro, ¿qué me vas a contar?
- Yo me acuerdo mucho de aquellos días. - decía ella entornando los ojos.
- Y yo. Además me acuerdo mucho de ti.
- ¿De mí?
- Si... Siempre me has gustado mucho.
- Jajaja. ¿Yo?
- Si, siempre te he deseado.
- ¡Que tonto!
- Es verdad...
- Vaya, de que cosas se entera una... ¿y por qué nunca salimos juntos?
- Porque estabas con Eduardo ¿recuerdas?
- Oh, si... Eduardo... ¿qué fue de él?
Bastante poco me importaba a mí lo que había sido del famoso Eduardo...
- No sé, no le he vuelto a ver...
- El bueno de Eduardo... -dijo ella volviendo a la cocina e intentado refrescar
la memoria...
Me quedé esperándola y admirándola como desaparecía ante mis ojos. Al rato salió
con la paella y cenamos en un bis a bis muy agradable en el que yo me sentía en
la gloria.
Después tomamos una copa en el salón, sentados juntitos en el sofá.
- Miguel, te voy a enseñar una cosa que te va a gustar... - me dijo
Por un momento pense: "¿Se despelotará delante de mí?"
- Se agachó en uno de los armarios del salón y sacó un álbum de fotos. Se sentó
a mi lado en el sofá y empezamos a verlas y naturalmente eran de la época de la
pandilla, cuando estabamos todos (mucho más jóvenes por cierto).
- Mira esta - decía ella - ¿recuerdas?, fue cuando salimos corriendo delante de
aquella cabra... jajajaja... y mira esta otra, tenías más pelo ¿eh?,
jajajaja....
- Oye Carmen aquí estabas impresionante con ese bikini amarillo ¿eh?, nos
pusiste a todos como motos.
- Si, jajajaja, la verdad es que era muy sexy y apenas tapaba mucho. ¿Sabes que
todavía lo conservo?
- ¿No me digas?, no me lo creo.
- Sí, de verdad, me gusta guardar recuerdos. Espera un poco que te lo traigo.
Volvió a desaparecer y trajo una cajita con varias cosas que identifiqué
enseguida, un juego de damas, un yoyo de madera, unas siluetas con la caricatura
de cada uno de nosotros y su bikini amarillo. Lo tomé entre mis manos y recordé
como le sentaba, imaginaba que ese bikini que estaba en mis manos, había estado
en aquel cuerpecillo tan lindo...
- ¿Por qué no te lo pones a ver como te queda? - le dije a ver si colaba. (no
estaría mal una exhibición)
- ¿Ahora?
- Si, me gustaría recordarte con ese bikini, estabas tan sexy...
- Pero, ya no tengo 18 años...
- Pero no has cambiado nada, tienes un cuerpo impresionante.
- Pero Miguel...
- Por favor...
Como Carmen siempre había sido una tía "echada palante", se animó a mostrarme el
bikini pero sobre su cuerpo. Vaya sueño... Salió un rato a su habitación para
cambiarse, mientras yo me servía otra copa, la ocasión lo merecía.
Cuando volvió al salón, me quedé de piedra, ante mis ojos volví a ver a la
maravillosa Carmen, la misma de entonces, parecía que el tiempo no había pasado
por ella. Aquel bikini amarillo era realmente espectacular, su sostén apenas
podía aguantar unas perfectas tetas que se conservaban como años atrás, y su
reducida braguita escondía un secreto que yo siempre había querido revelar. Las
sandalias de tacón de aguja la estilizaban aún más, vaya cintura, vaya
piernas...
- Bueno ¿qué? - me preguntó haciendo un giro sobre sí misma.
Una erección incontenible se reveló bajo mi pantalón que sin duda ella notó.
- Eres increíble Carmen.
- ¿Todavía me queda bien?
- Estás imponente, estás... buenísima...
- Como eres, Miguel.
- Es cierto, eres como un trocito de cielo...
Seguí observándola de arriba a abajo y mis malos pensamientos me desbordaban,
cuanto la deseaba, ahora incluso más que nunca. Me debí quedar con la boca
abierta.
- Bueno, me vestiré para no provocar en tí malos pensamientos. - dijo como
adivinando lo que yo tenía en mi mente.
- No, por favor, no te lo quites, déjame admirarte...
- Esta bien, pero no quisiera provocarte ¿eh?, jejejeje.
Ya lo creo que lo hacía....Me sonrió una vez más y se sentó junto a mí en el
sofá cruzando las piernas. Yo no le quitaba ojo de encima y a ella parecía
encantarle eso de seducirme y excitarme.
- Estas igual que siempre, Carmen, sencillamente impresionante.
- Gracias, a una le gusta oír esas cosas de vez en cuando.
Me fijé que bajo el sostén de su bikini asomaba una especie de tatuaje.
- ¿Que tienes ahí? - pregunté curioso.
- ¿Esto?, es un tatuaje que me hice el año pasado.
- ¿Puedo verlo?
Ella deslizó ligeramente la prenda de su reducido bikini y pude contemplar el
tatuaje que estaba casi pegado el pezón que empezaba a asomar. Era una especie
de mariposa o algo así.
- Oh, te queda muy bien, es muy bonito.
- ¿Te gusta?
- Si, me encanta.
- A mi marido no le hace mucha gracia que lleve tatuajes, pero ya se ha
acostumbrado.
- A mí me gusta mucho, de verdad, y en ese cuerpo que puede sentarte mal.
Sonrió de nuevo.
- Tengo otro más íntimo pero no puedo enseñártelo.
- ¿Por qué no?
- Jajajaja, estas intrigado ¿no?, lo que pasa es que está un sitio prohibido.
- ¿Prohibido?
- Si, me lo hice junto al pubis.
- Cuanto me gustaría verlo, por favor, hazme ese último favor...
- No Miguel, creo que eso me lo reservo, eso solo lo puede ver mi marido.
- Vamos mujer, que quedará entre nosotros, ¿has olvidado que en aquella época no
teníamos secretos?
- si, pero ya no somos unos críos.
- Por eso, razón de más para que no me alarme.
- No, no insistas Miguel, por favor.
- Esta bien, tan solo me lo imaginaré.
- jajajaja.
- Al menos ¿me dejarás ver de nuevo la mariposa?
- Si, esa sí, al fin y al cabo todo el mundo lo ve en la playa ¿no?
- ¿Haces top-less?
- Claro.
- Pues bueno, por lo menos podrías dejarme admirar el otro bien ¿no?
- Hombre no te voy a enseñar las tetas aquí...
- ¿Por qué no? ¿no haces top less en la playa?
- Ya, ¿pero aquí?
- Vámos mujer, por los viejos tiempos...
Se quedó pensativa, aquello le parecía un juego de seducción y acto seguido, se
desabrochó la parte de arriba del bikini y me mostró esas dos preciosas tetas
que siempre había soñado. Eran perfectas, con ese redondo y rosado pezón,
mmmmmm, qué bien puestas, ni grandes ni pequeñas, sino perfectas.
- Dios mío - le dije totalmente perplejo.
- Así se ve mejor ¿no?
Yo no podía creer que me estuviera pasando aquello, era demasiado para mí.
Instintivamente acerqué uno de mis dedos para acariciar aquel tatuaje junto a su
divino pezón. Ella no se apartó y me dejó hacer...
- Que piel tan suave tienes...
Ella se dejaba acariciar el tatuaje y yo no sabía si era porque lo consideraba
un acto de lo más normal o porque realmente estaba excitada por la situación. El
caso es que mi dedo seguía rodeando aquella impresa pintura de su piel y se fue
acercando hasta el pezón y rozándole ligeramente. Fue entonces cuando me retiró
la mano de su pecho.
- Oye Miguel, que te estás pasando, creo que te he dado demasiadas confianzas.
- Pero Carmen, si eres lo que más he deseado en este mundo, estoy viviendo un
sueño...
- Anda, tunante, que eres un tunante...
- Es verdad, te he deseado desde que tenías 18 años, no veas si me he hecho
pajas pensando en ti.
Sin duda me estaba lanzando y creo que ya estaba fuera de mis casillas, así que
ya no me importaba nada ni nadie.
- Miguel, como eres ¿pero que dices?.
- Te juro que es cierto, me la he pelado mil veces pensando en ti.
- ¿Y eso?
- Porque aparte de desearte, Eduardo me contaba lo bien que se la chupabas, lo
bien que follabas, lo estrechito que tienes el culito.
Se puso algo colorada por todo aquello, pero sus mejillas también se tornaban
rojizas por una excitación que yo veía evidente.
- Así que Eduardo... ¿te contaba todo?.
- Todito... con pelos y señales. Me contaba como ibas en su coche y le bajabas
la cremallera y le hacías una mamada de campeonato y yo le miraba con los ojos
idos, pues no sabía lo que era aquello. Así que cuando llegaba a casa, buscaba
la foto del bikini y me masturbaba pensando en ti.
- No me lo puedo creer...
- Pues es cierto y hoy llegaré a casa y lo volveré a hacer, eres una
preciosidad, he soñado incluso antes de venir aquí como si no fuese realidad,
como si todo fuese un imposible y veo que no, que eres real.
- Vaya Miguel, me vas a ruborizar.
Hubo unos segundos de silencio, ni ella ni yo sabíamos que decir. Sin duda mis
palabras (que ni yo mismo creía haber pronunciado) nos dejaron mudos por un
rato. Nos servimos otra copa, después volví al ataque.
- Solo te pediría un favor y es que me dejaras ver ese tatuaje prohibido.
Me miró fijamente a los ojos y vio como la observaba con deseo. Sin duda, ella
se sentía muy halagada y al mismo tiempo muy cachonda excitándome de esa manera.
No dejaba de observar el bulto de mi pantalón.
- Pero Miguel...
- Carmen, posiblemente no nos volvamos a ver hasta dentro de otros quince años,
hazme ese pequeño favor...
- Esta bien, te lo dejaré ver pero solo un momento ¿vale?
Se puso de pie frente a mí, se agarró la braguita del bikini con dos dedos y lo
movió hacia un lado dejándome ver el famoso tatuaje que era una flor muy pegada
a los pelillos morenos que rodeaban su lindo sexo. Aquella vista era
impresionante, algo que se me quedó grabado en las retinas para siempre. Ella
estaba ahí, de pie, frente a mí, con sus impresionantes tetas al aire y
mostrándome parte de su más íntima anatomía. Otra vez uno de mis dedos se acercó
a su piel para acariciar el tatuaje. Me apartó la mano inmediatamente.
- Miguel, que te estás pasando...
- Mujer, solo tocarlo.
- Las manos quietas, esto solo es para mi marido.
Esas palabras me hacían excitarme aún más, se estaba convirtiendo en una fruta
prohibida y muy deseada.
- Déjame tocarlo un poquito...
- No Miguel, se ve pero no se toca.
Ella sonreía toda picarona y al mismo tiempo no quitaba ojo del bulto de mi
pantalón.
- Pero es que no lo veo bien así.
- Bueno te dejaré verlo pero nada de tocar ¿eh?
A continuación se bajó la braguita del bikini y yo creí morirme, sentí que la
sangre se me helaba, que mi corazón dejaba de latir. Ahí estaba Carmen
completamente desnuda de pie frente a mí, con sus poderosos y bien puestos
pechos, su estrecha cintura, sus divinas piernas, su linda sonrisa y su coño a
15 cm de mi cara con los pelos recortados y las ingles depiladas y por supuesto
su adorable tatuaje.
- Guaaaauuuuuu !!! - fue lo único que pude decir.
Me acerqué para verlo de cerca y admirarlo, pero más que su tatuaje veía como su
rajita húmeda me estaba llamando, su olor a hembra impregnaba toda la
habitación.
Decía que no quería que la tocase pero yo sabía que lo estaba deseando. Mi mano
alcanzó a rozar el tatuaje y aunque ella se retiró ligeramente volví al ataque.
Esta vez no quitó mi mano cuando mi dedo rozó ligeramente el vello de su pubis,
sin duda estaba cachonda con la situación. Aquello se estaba convirtiendo en
algo más que un sueño.
- Mmmmiguel...
Esta vez fue mi mano entera la que llegó hasta una de sus tetas y empezó a
acariciarla suavemente, a jugar con uno de sus pezones, luego el otro, luego mi
mano rozando su ombligo hasta llegar a su pubis de nuevo y rozar su coñito. Esta
vez ella no decía nada, se limitaba a acariciar mi pelo mientras mis manos iban
de arriba a abajo, acariciando todo su cuerpo, sus piernas, sus caderas, sus
tetas, su chochito. Fui más allá y fue mi lengua la que llegó hasta su pubis,
recibiendo ese olor que yo tanto había deseado.
- Carmen, Carmen, Carmen... - era lo único que me limitaba a decir.
Volví con mi lengua, la tomé por sus glúteos y separando sus labios vaginales
comencé a chuparle aquel sabroso vergel que era su coño, tierno y duro a la vez.
Un suspiro salió de su boca y después unos gemidos que indicaban lo caliente que
estaba. La cogí de la mano y la conduje hasta el sofá y se tumbó. Comencé a
acariciarla y a besarla por todos lados. Estaba como un toro. Seguí chupando
aquel manjar, mis labios sobre su coño y mi lengua jugando con su clítoris, mis
manos acariciando y pellizcando sus pezones, hasta que no pudo evitar un intenso
orgasmo acompañado de fuertes jadeos. Ella permanecía con los ojos cerrados,
recibiendo mis lengüetazos por su intimidad, hasta que los abrió y me sonrió.
Fue el momento en el que se incorporó y comenzó su ataque. Me despojó de la
camisa, me soltó el cinturón y mientras me mordía los pezones me bajaba la
bragueta buscando mi desesperado miembro deseoso de ser devorado. Metió la mano
por mi calzoncillo y encontró mi polla dura como una roca, volvió a sonreír. Me
bajó los pantalones hasta dejarme desnudo igual que ella, me empujó en el sofá y
se tumbó sobre mí. Comenzó a besarme suavemente con tiernos y cortos besos,
luego fue su lengua la que exploró mi boca y la mía correspondió a ese juego.
Sus tetas se aplastaban contra mi pecho y mi polla notaba el calor de su sexo,
fue bajando con su lengua hasta llegar a mi pubis donde jugaba con mi vello,
llegó a mis huevos y los rozó con sus labios. Volvió a sonreírme y esta vez su
boca rodeó mi glande, apretando suavemente, después fue bajando los labios por
todo mi instrumento hasta hacerme gozar como nunca, comenzó a hacerme una mamada
fuera de serie, subía y bajaba por lo largo de mi polla y de vez en cuando me
sonreía, esa imagen era extraordinaria, ver como me la estaba chupando y como me
sonreía, con aquella boquilla que me estaba comiendo y que tanto había imaginado
siempre.
- Ohhhhh... Carmen, Carmen, Carmen... - eran mis únicas palabras.
Ella seguía en su labor de estrujarme al máximo mi polla con sus calientes
labios, yo estaba en la gloria y no dejaba de jadear como un perro.
Al cabo de un rato y a unas décimas de segundo de que me corriera, apartó su
boca de mi miembro como sabiendo lo que le venía encima. Ahí estaba ella
arrodillada en el sofá observándome como una gatita mala. Yo la estaba deseando
más que nunca, quería que fuera mía para siempre, no me importaba nada ni nadie
en el mundo, la deseaba con todo mi corazón, quería sentir su cuerpo fundido en
el mío.
Parecía haber oído mis pensamientos y abriendo sus piernas se sentó sobre mi
pecho. Yo permanecía tumbado en el sofá esperando los acontecimientos. Con sus
manos fue recorriendo mi cara, mi pelo, mi pecho, jugaba con mis pezones...
Mientras ella se iba hacia atrás poco a poco hasta que su culo tocó mi miembro,
lo agarró con su mano y lo pasaba ligeramente por sus glúteos como dibujando con
mi polla todo su lindo trasero. Luego se sentó sobre mis piernas y esta vez
jugaba con mi polla subiéndola por su lindo coñito, con ese placer enorme que no
me dejaba ni respirar.
- Carmen, Carmen, Carmen... - volvieron a salir de mi boca su nombre.
Ella sonreía, disfrutaba con el momento, quería hacerme sufrir hasta la
extenuación. Mi glande estaba en la entrada de su jugosa vagina, metía un poco
la cabeza de mi dilatada verga y luego la sacaba, así una y otra vez, hasta que
de un golpe la introdujo en su cueva. En ese momento pude ver las estrellas, el
cielo, el firmamento, yo que sé...
Carmen gritó, con un grito ronco pero intenso que sin duda los vecinos debieron
oír. Apoyó sus manos sobre mi pecho y comenzó a follarme, sí, sí, era ella la
que me estaba follando y yo naturalmente me dejaba hacer. Nuestros cuerpos
chocaban, sudaban y gozaban de aquel maravilloso instante. Yo disfrutaba con la
imagen de mi miembro entrando en su coño, era la vista más increíble que podía
imaginar jamás. Sus tetas subían y bajaban como dos flanes en un baile erótico y
sensual difícil de describir. Así continuamos en aquel ejercicio divino, hasta
que ella volvió a gritar presa de un orgasmo que le invadió el cuerpo, pude
palpar sus erectos pezones en ese instante y como apretaba los músculos de su
vagina apretando mi polla en su interior. Se volvió a incorporar dejándome a
punto del orgasmo, yo creía morirme.
- Carmen no te separes ahora... - suplicaba yo.
Volvió a sonreírme con esa sonrisa dulce y perversa a la vez. Se dio la vuelta
volvió a abrir las piernas dándome la espalda y con su mano orientó mi polla a
su orificio posterior, jugaba con mi glande en aquel divino agujero, mientras me
miraba de reojo y volvía a regodearse de la situación, sin duda ella había
tomado las riendas.
- ¿No querías probar mi estrecho culito?, jajajajaja.
Primero entró la cabeza casi sin problema, pero la estrechez se notaba a medida
que yo quería meterme más adentro, mi gusto iba en aumento, hasta que ella
relajó su esfínter y todo mi miembro entró en su culo como una espada en su
funda. Esta vez si creí morirme y en un momento creo que se me cortó la
respiración, pero volví en si cuando ella empezó a cabalgar sobre mí. Yo la tomé
por la cintura y la vista era magnífica, su espalda erguida, su cabello suelto
sobre sus hombros y mi polla entrando en su poderoso culo.
- Guauuu, guauuu, guauuu - ladraba yo.
No pude aguantar mucho, cierto era que nunca había probado un culito y aquel
desde luego era divino: solté toda mi leche dentro de aquel reducido agujero sin
que ella dejara de saltar sobre mí como poseída por el diablo, el gusto era
inmenso, increíble...
Permanecimos unidos y callados en aquella postura durante un minuto y ella se
separó de mí. Se quedó de pie observándome de nuevo, como una leona que acaba de
terminar con su presa. Yo tenía la vista ida pero no dejé de observar su cuerpo
cuando desaparecía en dirección a su cuarto.
Volvió al rato con dos cigarrillos que fumamos desnudos y abrazados sobre el
sofá... Me hubiera quedado así, en esa postura, cien años: ella junto a mí con
nuestras piernas entrelazadas...
Después de ducharnos, besarnos y acariciarnos durante un buen rato, y una vez
que nos vestimos, nos despedimos con un profundo beso que marcaba sin duda una
despedida definitiva y esa podría ser la última vez que nos viéramos, pero yo
sabía que no, que no podía dejar de verla, de sentirla, de desearla, de
amarla... pero... esa... es otra historia.
Tartufo
Tartufo69@latinmail.com