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Millie

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Etienne era modelo de pasarelas. De esos que desfilan ante el público mostrando la ropa de algún diseñador o de una tienda especializada. Era un hombre joven (22 años), alto (1.82 m), hermoso, de raza negra, con un cuerpo perfectamente formado, producto de múltiples sesiones de gimnasio.

Era de reciente incorporación a las lides del modelaje, pero rápidamente se estaba convirtiendo en una figura muy cotizada. Y al mismo tiempo que su fama crecía, también crecía su aceptación entre las damas. Eran ya muchas las modelitos, diseñadoras, propietarias de tiendas, compradoras, etc., que soñaban en compartir el lecho de Etienne... y varias lo habían logrado.

Aquella noche Etienne había causado el furor de las asistentes a aquella pasarela, luciendo y modelando la nueva colección de ropa interior y trajes de baño de una conocida importadora.

Cada vez que Etienne aparecía en paños menores, las mujeres gritaban y aullaban. También lo hacían con otros modelos masculinos, pero él era la estrella.

Gladys era la sub-gerente de mercadeo de aquella empresa. Era una mujer de mediana estatura, pelo negrísimo (no faltaba quien dijera que era teñido para cubrir las canas), con algo de barriga, culo grande, de unos 52 años, bastante bien conservada y, sobre todo, con unos pechos que se adivinaban bastante grandes.

Gladys estaba casada desde hacía 29 años y tenía tres hijos, todos mayores. Vivía sola con su esposo, un ingeniero industrial de 66 años, que era director de una gran corporación.

Tras una vida dedicada a su hogar, al casarse el último de sus hijos Gladys había logrado convencer a su esposo para que la dejara trabajar. Afortunadamente, por medio de una amiga había conseguido empleo en aquella importadora y distribuidora de ropa, donde rápidamente se había abierto paso, hasta colocarse en una importante posición.

Su vida matrimonial se había vuelto monótona desde hacía varios años atrás. Su marido estaba bastante alejado emocionalmente. Nunca había sido un tipo muy efusivo, pero las ocupaciones de ambos lo habían vuelto más indiferente.

Gladys, desde el primer momento, se sintió cautivada por Etienne. Lo miraba, como el niño que se para frente a un aparador contemplando el juguete que nunca podrá tener. Sin embargo, él se fijó en ella y a cada instante estaba mirándola. En realidad, las miradas de ambos se entrecruzaban constantemente. Esto la hacía sentirse nerviosa y al encontrarse con aquellos ojos negrísimos, un escalofrío recorría su cuerpo.

Etienne tenía un fuerte atractivo hacia las mujeres, pero siempre se había sentido especialmente atraído por las maduras, que aportaban en el amor una buena dosis de experiencia y un encanto que nunca había encontrado en las jovencitas.

Al terminar el evento, entre risas y aplausos, todos los participantes propusieron ir a celebrar. Gladys, recogió sus cosas y se resignó a marcharse a su casa, con su aburrido esposo. Para sorpresa suya, Etienne se acercó y mirándola fijamente, con esa mirada que la trastornaba, le preguntó:

- Nos va acompañar, ¿verdad?

Ella no supo que responder, buscaba la manera de negarse con amabilidad y en ese momento se acercaron varias de las modelos, que insistieron en que ella estuviera presente en la celebración.

- Bien -dijo cediendo finalmente-, iré, pero sólo un momento.

Etienne sonrió, mostrando sus dientes blanquísmimos que contrastaban con el color oscuro de su piel. Al salir, el joven le tendió el brazo y ella no pudo rehusarlo.

Fueron a un lugar de moda (antro dirían los mexicanos), donde comieron (un poco), bebieron (mucho) y bailaron. Gladys, en un principio no quería beber, pero finalmente se dejó convencer y su falta de costumbre pronto hizo que los vapores del alcohol se subieran a su cerebro.

Al principio no quería bailar, pero Etienne logró persuadirla. Bailaron separados, primero, y juntos después. Ella se sentía extraña. Él la apretaba contra su cuerpo y una sensación de sensualidad y erotismo pronto fue apoderándose de su cerebro.

Todos los principios que Gladys había observado durante toda una vida se vieron sacudidos, cuando Etienne le propuso "seguir la fiesta en otro lado". Trató de hacerse la desentendida, pero él insistía.

Las bebidas alcohólicas siguieron haciendo su efecto devastador, llevándola a perder sus inhibiciones. Fue así como ella misma se asombró al sentir su propia mano posada en la rodilla de Etienne, quien le hablaba cálida e íntimamente al oído.

Cuando varios de los asistentes anunciaron que se retiraban, para seguirla en otra parte, Etienne se puso de pie y, tomándola de la mano, la hizo caminar a duras penas tras de sí, ya que se sentía algo mareada y sin voluntad.

Etienne y Gladys subieron al automóvil de ella y, conduciendo él, partieron con un rumbo ignorado para ella. El joven, sin dudar llevó el vehículo hasta la entrada de un discreto motel, ingresó al mismo y al entrar en un garaje, rápidamente bajó la persiana.

Sin poder resistirse, Gladys, algo nerviosa accedió a dejarse llevar hasta la habitación. Etienne abrió la puerta y entró con seguridad, seguido por ella, que mostraba cierta timidez. Una vez adentro y con la puerta cerrada, él se volvió y pasando sus brazos alrededor del cuello de la mujer, estampó en sus labios un beso apasionado, que desató su calor interior, que siguió creciendo por momentos. Él se rozó contra ella, para excitarla y asegurarse de que ella sintiera su erección.

Etienne la llevó hasta la cama y con suavidad la despojó del sujetador, dejando libres aquel par de hermosos y grandes senos, coronados por grandes pezones y que le parecieron más grades y bellos de lo que él había imaginado.

No tardó en desvestirse y ya desnudo, tomó uno de aquellos pechos entre sus manos y la hice caer de espaldas en la cama. Luego, echándome encima de ella, comenzó a chuparle los pechos con verdadera hambre, mordisqueando los pezones y cubriéndolos de besos.

Poniéndose de rodillas en la cama, Etienne colocó su cara entre las piernas de la mujer, aplicó su boca al Monte de Venus haciéndola gemir de placer. Gladys se sentía transportada a un paraíso por causa de aquella boca, haciéndola sentir en otro mundo con deliciosas caricias orales, en tanto le manoseaba los pechos desnudos, estremecéndola de voluptuosidad, como nunca antes se había sentido.

Etienne aplicó sus labios a aquella vulva, y comenzó a mamar con fruición. La mujer se sintió en éxtasis y comenzó a acariciarle el pelo y la cabeza, mientras él le chupaba el clítoris y la hacía vibrar de lujuria con cada toque de su experta lengua que, atrevidamente, se introducía por el canal vaginal, llevándola a la gloria con febriles estertores de pasión.

Aprovechando una pausa que el joven negro hizo para respirar, la mujer giró y se apoderó del pene de su amante, tomándolo con sus labios y comenzó a mamar con furia, haciendo que Etienne se rindiera ante el placer.

Él le permitió mamar por unos instantes, ya que no podía negarle a su cuerpo y a su pene enfurecido de pasión, el privilegio de ser mamado por aquella deseable mujer. Pero también estaba ansioso de saborear la dulzura de aquel cuerpo.

El cuerpo de Gladys respondía a las demandas de aquellos labios ardientes y la lengua golosa le había provocado una formidable erección en el clítoris. Chupó Etienne entonces ese hirviente trocito de carne eréctil, mordisqueándolo con sus dientes. Un temblor agudo sacudió a la mujer cuando empujó su vulva al encuentro de los labios devoradores. Etienne tragaba los jugos que manaban en abundancia de la vulva emocionada de Gladys, mientras él abalanzaba sus manos hacia aquellas nalgas y comenzaba a acariciarlas.

La mujer tembló con la caricia de los dedos en sus glúteos, en tanto el pene del joven cabeceaba de deseo, con su cabeza oscura y húmeda, triunfante y agresiva. Con su vulva bien lamida, Gladys necesitaba ahora de un coito completo. Necesitaba sentir en su interior aquella erección poderosa y firme hundiéndose en su vagina hambrienta. Ansiaba la sensación de esa verga explotando muy dentro de sus entrañas, disparando los chorros hirvientes del semen contra las paredes sensitivas de su aterciopelado estuche de amor. Con la voz teñida de lujuria, la mujer dijo en un suspiro:

- ¡Métemelo ya! ¡Poseéme!

Dejando de mamar, Etienne colocó la cabeza de su pene a la entrada de la hirviente cueva. Incorporándose un poco, con mi verga lista frente al orificio de la mujer, empujó, sintiéndome desfallecer al sentir que su miembro era tragado por aquella cavidad caliente y húmeda que lo devoró completamente.

La pasión crecía en ambos a cada embestida del instrumento. Consumidos por el ardiente deseo y excitados por el ruido de humedad que el movimiento de vaivén producía entre los líquidos de la mujer, él bombeaba a cada momento con más entusiasmo.

Temblando como una hoja, Gladys sintió el momento en que el pene de Etienne explotó con la fuerza de un volcán. El esperma hirviente brotó a torrentes, sumiéndose el joven en un éxtasis delicioso. La mujer sentía cada gota del ardiente semen en el interior de su vagina y aquel temblor y estremecimiento encendieron las llamas de su propio orgasmo. Y su clímax la azotó arrollador, tremendo, incandescente. Con movimientos incontrolables, ella se retorció y se apretó más contra el cuerpo de su amante.

Ambos, muy unidos, dejaron descansar sus sentidos y dieron tiempo para que se normalizaran sus agitadas respiraciones. Abrazados, se dispusieron a reposar. Un sopor los invadió durante un rato, hasta que un sonido exterior hizo que ella volviera a la realidad.

- ¡Mi marido! -exclamó alarmada, pensando en lo avanzado de la hora.

Gladys se levantó y fue al baño. Al cabo de un momento regresó y comenzó a reunir su ropa. Etienne veía con gusto las formas desnudas de la mujer, que se acercó al tocador, como buscando algo. Con gran atrevimiento, él se levantó y lleguó hasta ella, acercándose por detrás, agarrándole los enormes senos y colocándole su miembro nuevamente erecto, en forma agresiva, entre la rajadura de las nalgas.

- ¡Ya es tarde! -exclamó ella alarmada.

Sordo a sus objeciones, Etienne la acarició con furia y, ella, sintiendo aquellas expertas caricias y la presión del crecido miembro entre sus nalgas, se fue abandonando al placer.

Ella trató de resistirse a ser penetrada por detrás, pero él la llevó a la cama, colocándola en cuatro patas y, tomándola por detrás, poco a poco fue penetrándola, acomodándosee entre aquel estrecho túnel, en tanto ella se remeneaba, presa de una enorme sensación, mezcla de dolor y placer.

Aferrado a sus senos, Etienne se quedó quieto, sintiendo en su cuerpo, a través de las reacciones del ano de Gladys transmitidas al pene. Sacó él entonces casi todo su miembro y con impulso le metió más de la mitad, haciéndola caer de bruces sobre la cama. Gladys gritó. Las paredes de su recto se contrajeron de dolor, pero el placer de sentirse llena y atravesada como por aquella especie de hierro candente, pudo más. Él repitió la operación y sacó mi verga hasta casi dejar afuera la cabeza, para clavarla de nuevo de un solo golpe hasta que sus testículos chocaron con las nalgas de ella.

Otro grito sacudió la habitación. Gladys se sintió como abierta en canal y los ojos se le llenaron de lágrimas. Etienne se detuvo, permitiendo que ella se serenara y luego continuó con delicadeza, permitiendo que el placer sustituyera al dolor.

En poco tiempo la habitación se inundó de suspiros y gemidos que denotaban lo mucho que estaban gozando. Con la verga totalmente dentro del ano de Gladya, Etienne seguía acariciando con sus manos los senos de ésta. Gladys no se contuvo y gritó desaforadamente al arribar a su orgasmo. Con un impulso final, Etienne se derramó y ambos se desmoronaron sobre la cama. Por un rato sólo se oyó el sonido entrecortado de sus respiraciones. Un olor a semen, sudor y sexo, llenaba la habitación.

Gladys se puso en pie al recuperarse y se dio una rápida ducha, se vistió y se preparó para marcharse, pese a las protestas de Etienne que hubiera querido amanecer amándola.

Con todo el dolor de su corazón, Gladys tuve que irse. Su marido estaba en casa y alguna excusa le tendría que dar por la tardanza.

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Millie era una chica provinciana que deseaba probar suerte en la gran ciudad. Por ello, había decidido dejar todo lo que conocía y viajar a la capital. Deseaba salir a una hora temprana, pero diversas actividades y una muy prolongada despedida de su novio, le provocaron una apreciable tardanza.

Salió al atardecer, por lo que debería transitar parte del camino en la noche. Aquello no le preocupaba, de hecho, lo sentía más cómodo que conducir a aquellas horas en que el brillo del sol te deslumbra y no te deja ver bien el camino.

Millie conducía su viejo automóvil por un paraje oscuro y desolado de la carretera, cuando eran ya las 9:30 de la noche. LLevando la radio de su carro como única compañía, Millie cantaba a voz en cuello las melodías que eran transmitidas a través de las ondas hertzianas. De pronto, el radio se quedó en silencio. Pensando que habría algún problema en la estación, cambió de emisora, pero para sorpresa suya, su receptor no captaba ninguna señal de radio.

Estaba intrigada por aquel problema, cuando vio una luz intensa adelante, en mitad de la carretera. Disminuyó la velocidad y ¡zas!, de pronto su auto dejó de funcionar. Atemorizada, se quedó mirando fijamente la luz, que avanzaba rápidamente en su dirección. Rocordó entonces aquellas historias de ovnis que había visto en la televisión, y una oleada de pánico se apoderó de ella. Estaba como paralizada y de pronto, perdió la conciencia.

Quién sabe cuánto tiempo había pasado cuando un ruido la hizo reaccionar. Tenía abiertos los ojos, pero no podía mover ni un músculo; no sabía qué le pasaba pero ni sus manos ni sus piernas le respondían. Estaba tumbada boca arriba sobre algo parecido a la mesa de masajes de un gimnasio, cubierta con una sábana blanca. La habitación era algo totalmente desconocido, con aspecto de esos laboratorios espaciales que salen en las películas, iluminada sólo por una tenue luz espectral. Como no podía volver la cabeza, su campo de visión era muy limitado.

Al fondo, se encendió una luz liviana y escuchó sonidos de alguien que se acercaba. Sentía una presencia a su lado, pero no podía verla.

Seguía sin poder moverse, ni siquiera articular palabra, pero era consciente de todo. Lentamente, sintió que le quitaban la sábana de encima. Estaba casi desnuda, salvo por el sujetador y las minúsculas braguitas rosadas que se había puesto aquel día. Comenzó a sentir que unas manos invisibles le tocaban todo el cuerpo: la cara, los brazos, las piernas, los pechos, el sexo. Se sentía muy alarmada y atemorizada, sin saber lo que sucedía y lo que estaba por llegar.

Aquellas manos hicieron un alto y luego, lentamente, le desabrocharon el sujetador y lo quitaron de sus pechos. Luego sintió como tiraban de sus braguitas hacia abajo, dejando su pubis al descubierto. Quedó completamente desnuda. Entonces, sintió un estremecimiento en todo su cuerpo, sintió mucho temor.

Sus pechos fueron manoseados repetidamente y también le separaron las piernas. Entonces empezó a notar la sensación de unos dedos que empezaban a introducirse dentro de su sexo, por la fuerza. Aquello le resultaba espeluznante. No podía ver a su violador, pero sí podía sentirlo.

Pronto, los dedos de la otra mano se introdujeron también por mi ano. Ella estaba enterándose de todo, sentía una terrible angustia y dolor pero no podía moverse ni hablar.

Tras una corta pausa sintió cómo, alguien que no podía ver, se subía en la mesa y se tumbaba encima de ella. Entonces, algo diferente a los dedos, grueso y caliente, se posó frente a la entrada de su vagina.

Estaba completamente abierta de piernas. Imposibilitada de poder gritar, moverse, o de evitarlo de alguna manera, Millie sintió como un ardiente e invisible pene comenzaba a penetrar en su vagina.

Le sobaba las tetas y chupaba sus pezones con fruición, arrancándole encontrados sentimientos de repulsión, temor y... placer.

Al invisible desconocido no le costó penetrarla. El primer empellón hizo que se le clavase la mitad de la verga y Millie quiso emitir un grito de dolor, pero nada salió de su garganta. El invisible cuerpo entero del desconocido estaba sobre ella y sin cesar en su empeño, empujó de nuevo, aún con más fuerza, clavándole lo que parecía una enorme polla que llegó hasta el fondo, hasta que sintió unos cojones rozando mis nalgas.

El extraño comenzó a follarla con fuerza y a gemir de placer, al tiempo que maniobraba lente}amente y con maestría, provocando en Millie oleadas de una rara sensación que, rápidamente, se iba convirtiendo en placer.

Su vagina estaba totalmente dilatada y la enorme polla entraba en ella tan diestramente que creyó que no iba a poder resistir los embates de aquel extraño ser, demoníaco y perverso. Crecientemente dominada por la pasión, Millie fue sintiendo que el orgasmo se arremolinaba en su interior, preparándose para estallar con fuerza.

El extraño había conseguido someterla a su voluntad. Si hubiera podido moverse, seguramente, lo hubiera abrazado y acariciado, como lo haría una mujer enamorada con el amante adorado. Y él seguía sobre ella, clavándole aquella tremenda verga entre sus piernas.

Y de repente lo sintió: ¡se estaba corriendo!. El desconocido le sobaba las tetas y siguió clavándosela de forma febril. Pronto, sintió brotar un chorro viscoso y caliente entre sus piernas, al tiempo que el extraño se estremecía en su orgasmo y prorrumpía en un extraño grito de placer. Millie también hubiera gemido y gritado como una cerda si hubiera podido, mientras el desconocido no paraba de moverse hasta que terminaron los estertores de su venida.

Un líquido viscoso resbalaba por sus muslos, manchando las sabanas y la cama. Millie creyó que aquella corrida no tendría fin. Finalmente el extraño se apiadó de ella y le sacó la polla. Millie siguió incapaz de moverse, pero se sentía más traqnquila, pensando que ya todo había terminado.

Sin embargo, unos momentos después, la situación volvió a ser preocupante para ella. Las invisibles manos de aquel desconocido le dieron vuelta sobre la mesa, hasta colocarla boca abajo. Entonces, las manos comenzaron aacariciarle las nalgas y un dedo grueso y cálido comenzó a penetrar en su ano.

Un relámpago de alarma y terror cruzó por la mente de Millie. El dedo fue entrando, no sin provocarle dolor e incomodidad, máxime que la chica era virgen por ese lado. Quiso gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. El dedo continuó su penetración y el dolor aumentando, principalmente porque una oleada de terror ocupaba su mente.

El extraño comenzó a mover su dedo hacia adentro y hacia afuera, logrando relajar el esfinter y permitiendo una más cómoda penetración. Entonces, el dedo salió de ella. Su culo quedó completamente abierto. Pronto sintió de nuevo la punta de la polla rozando contra ella, esta vez en su agujero anal. La penetró en forma salvaje y comenzó a moverse con violencia, hacia adentro y hacia afuera. El dolor hizo presa de Millie.

Cada golpe del pubis del extraño hacía que el enorme pene se le clavara más y más, hasta sentir los calientes cojones del desconocido chocar contra abierto y enrojecido culo. La reacción de Millie, poco a poco, fue dando paso al placer y dejando de lado el dolor. Poco a poco fue sintiéndose más y más excitada, en tanto el extraño aumentaba por momentos el ritmo de su cojida. Millie, con su cerebro presa de la locura sensual, no pudo resistir mucho y, en poco tiempo, sintió su propio orgasmo invadir su inmóvil cuerpo, solo pocos momentos antes de que una verdadera erupción de lava ardiendo inundó su recto, mientras de la garganta del ser invisible salía un ronco grito de triunfo y placer.

Tras unos momentos, el extraño retiró su verga del ano de la joven y se bajó de la mesa. Por el ruido de unos pasos, Millie pudo darse cuenta de que el desconocido se marchaba, hasta salir de la habitación. Aún paralizada, ella trataba de tranquilizar su cuerpo y su cerebro y conforme su respiracion se fue regularizando, también fue quedándose dormida.

Millie despertó sobresaltada. Estaba dormida sobre el volante de su viejo automóvil, detenido enmedio de la oscura, y desierta carretera. Todo estaba tranquilo y en silencio. Sólo el aire olía a ozono.

Inmediatamente recordó el incidente acontecido pero, para su sorpresa, no había seña ni rastros de nada. El auto estaba detenido. Ella hizo girar la llave del encedido y el motor funcionó de inmediato, al tiempo que el radio comenzó a sonar.

Como pudo echó a andar en el vehículo y se despalzó con lentitud, muy alterada todavía, un escalofrío recorrió su cuerpo. No lograba comprender lo sucedido, aunque debía reconocer que nada indicaba que aquello hubiera sido un incidente real. Quizás todo había sido un sueño.

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com