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Mi vecina

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Todos los días bajo en ascensor hasta el portal para ir a clase, y rara vez me cruzo con la chica del segundo, pero son esas pocas veces las suficientes para que me confunda el hecho de que tenga novio, viva con él y aún así me mire como lo hace cuando coincidimos por los pasillos o bien en el garaje. Físicamente no está nada mal, es notable nuestra diferencia de edad pero ello está muy compensado por sus ubres, las cuales no dudaría un segundo en ordeñar si tuviese la oportunidad, de lamerlas y metérmelas todo lo profundo que mi boca permitiese. Las pocas palabras que he cruzado con ella, algo típico como un hola, un adiós o un como estás me han dejado interpretar que podría no serle todo lo fiel que le podría ser a su pareja si la oportunidad que ella quiere se presentase, la que creo, quizás consintiéndome demasiado, soy yo. No sé de qué manera, cuando, ni como, pero lo cierto es que más de una vez he fantaseado con ir a su puerta con la excusa barata de pedirle sal, azúcar o algo parecido aprovechando que el novio no está para que al pasar podamos hablar de algo en su sofá, y quien sabe, quizás me invite a ver la decoración de su habitación o las cortinas del baño.

El caso es que una noche en invierno, venía yo de madrugada después de haber salido con mis amigos de marcha, ese día no iba colocado, lo que más adelante me permitió saber que lo que me iba a suceder no era una mera alucinación mental ni un erótico sueño. Metiendo la llave en la cerradura del portal alcanzo a diferenciar la silueta de alguien que va tomar el ascensor, y para no estar esperando, toco para subir con esa persona. Ese contorno me resultaba muy familiar, esas curvas, ese culo rígido y subido pero sin llegar a ser respingón era el de mi vecina, no cabía duda, la del segundo, que con una sonrisa de oreja a oreja me abrió delicadamente la puerta y me invitó a subir con ella.

Lo primero que noté al entrar fue el fuerte olor a whisky que llevaba encima, que junto con sus andares me hizo pensar que estaría borracha. Pero no le di mayor importancia, ya que eran sobre las cinco y media de la mañana y el ascensor no tardaría demasiado en subir hasta un segundo piso, y con el cansancio de la fiesta no habrían demasiadas ganas de hablar de nada, repito, que no habrían ganas de hablar de nada y no tardaríamos en subir...

Y así fue, relativamente, ya que mucho no hablamos, apenas cruzamos dos palabras cuando ella me dice que se encuentra mal y me pide que pare el ascensor, yo no me percaté de que esa excusa era peor que la mía de ir a buscar sal a la casa de la vecina pechugona, pero lo hice, lo que supuso nuestro retraso hasta el segundo piso por un largo tiempo. Me pide ella entonces que le abriera su bolso, que yacía sobre el suelo ya que lo había soltado durante su mareo, y le diese la aspirina del bolsillo lateral. Cual es mi sorpresa cuando meto la mano y lo que toco con mi mano no es una caja de aspirinas, sino una de condones, por lo que levantando despacio la cabeza la miro y observo como ella menea su preciosa y linda cara de arriba a bajo en un ademán de cocimiento sobre lo que yo ya tenía en la mano. Por mi parte, veo mal estar con una chica a sabiendas de su estado, pero si ella me manda a cogerle una caja de condones de su bolso creo que no es por accidente. Antes de poder reflexionar un segundo más sobre lo que me estaba sucediendo noté su templada mano sobre mi erecto fusil, siendo cargado con verticales movimientos para la gran batalla que en aquel mínimo receptáculo se iba a librar.

Sentado yo con ella entre mis piernas me la empieza a machacar mejor que yo mismo, escupiendo sobre mi capullo y cruzando sus dedos para poner mi pene entre sus palmas, provocando en mi glande un placer que pocos literatos podrían describir ni con la mejor formación académica. Comienzo yo entonces a desnudarla lo más rápido posible, tratando de no correrme en un primer asalto y pensando en que suerte tenía ella de estar como estaba, porque lo más seguro es que no podría acordarse ni yo volver a mirarla a la cara después de aquella noche.

Una vez la penetro averiguo sus capacidades contorsionistas, elevando ella ambas piernas hasta hacer tocar las rodillas con los hombros, quedando de esta forma su conejito a mi entera disposición. Con el pulgar estimulo su clítoris al tiempo que con fuerza inserto mi banana en su frutero, agitándola como el mejor zumo tropical y haciéndola jadear, al verse ella incapaz de contener a un ritmo normal su acelerada respiración. Ella ahora corrida por completo sugiere que le dé por culo sin vaselina alguna, a lo que yo entusiasmado acepto pensando que siempre le dolería más a ella que a mí. No penséis que soy egoísta, pensad que ella es una pervertida. Una vez terminado el acto sexual me doy cuenta que unas gotitas de sangre habían quedado en el suelo, le había desgarrado el culo pensé, pero no dije absolutamente nada. Por lo que ella activando de nuevo el ascensor se fue a su casa y yo a la mía, sin mediar palabra, sin mirar atrás y sin hacer ningún otro gesto que el del intenso placer que le estaba haciendo andar un poco más abierta de lo normal.

Al día siguiente tuve que ir a buscar a la farmacia un jarabe para la tos ¿y a que no saben a quien me encontré? A mi vecinita, que compraba una cajas de algo que conseguí ver, eran gasas y pomada. Yo, con entrecortada risa la miraba sabiendo que no sabía con quien había follado anoche, si con su novio o con el vecino del quinto. Inmerso en mis pensamientos ella interrumpe mi risa para decirme;

-¿Nunca te habían dicho que no es cierto eso de que los borrachos siempre dicen la verdad? A mi no, pero parece ser que anoche tu te lo creíste todito.

Moraleja; Siempre que te tires a la chica del segundo asegúrate antes de si está o no borracha.