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Confesiones

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Confesiones

Un día me desperté y miré alrededor, solo vi oscuridad por lo que me levanté y encendí la luz.

Es curioso lo que llega a asustar unos parpados cerrados; la luz termina y comienza el sonido; nuestros sentidos se agudizan sin nuestro mirar. El oído se recela y empiezas a oír… un ruido de fondo que antes era mero pasar, ahora lo tamizas y distingues; es el sonido de un crematorio. Oyes el humo elevarse, imaginas el que harán dentro.

Oyes y escuchas; porque en tu calle, bajo tu ventana (a pesar de estar en un 6º piso), escuchas lo que antes eran voces inusitadas y perdidas. Un chico con voz afeminada le grita a otro que vaya con el; con tus ojos cerrados imaginas sus fachas: plataformas, y minifaldas y pecho sin afeitar, muy poco alentador y sugestivo, al menos para mí.

Te das la vuelta en la cama y sigues con el oído puesto, esta vez hacia la pared. Escuchas la conversación claramente; las paredes de tu piso son como papel de fumar, finas, casi transparentes al oído y a la imaginación. La pareja que vive tras ella, no parece llevarse muy bien, y con la oreja puesta a modo transmisor, percibes perfectamente lo que dicen.

- ¡Ya estoy harta de que no puedas hacerme el amor!- gritó ella con furia. – ¡Me voy a buscar otro hombre que me pueda satisfacer me oyes!, el primero que encuentre.

- ¡Haz lo que quieras! No creo que ningún hombre te encuentre atractiva con esas pintas… ¡ya no eres lo que eras mujer!- y con un gesto cruel oyes el cerrar de una puerta.

Cambias de habitación, te acercas al cuarto de baño; mantienes tus ojos cerrados a lo que ayuda también la luz apagada. Y apagadas eran las lágrimas de una mujer desconsolada. Sabes quien es, te la encuentras cada mañana cuando sales al descansillo; y con ella te bajas en el ascensor cada día; hay algo que no te deja dormir, y es su olor, su mirada y su voz, su hola y su adiós.

Pero esta historia no acaba aquí, ni tampoco acaba como las demás historias.

Esta historia acaba como empezó, en mi cama cada noche, en el baño a la madrugada, oyendo como se le iba la vida a esa mujer, que yo tanto anhelaba. Ni cobardía, ni otra cosa; simplemente realidad. Hasta cuando habrá que seguir así? NO TE CALLES DEFIENDE TUS DERECHOS.