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Reflexiones sobre las putas

en Textos educativos

Reflexiones sobre las putas.

¿Qué diferencia a una mujer decente de una puta? En realidad es difícil establecer las diferencias, sobre todo en esta época de sexo libre y feminismo. Quizás en la primera mitad del siglo XX las cosas eran más claras, con el matrimonio como antesala para el ejercicio de la sexualidad, y con los valores burgueses y conservadores en la cúspide de su vigencia. Ahora todo es más relativo, todo es más aceptable, los límites se han vuelto menos nítidos.

Sin embargo, el "tipo ideal" de la puta, de la prostituta, aún existe, y la única forma de apreciarlo, de comprenderlo es, por supuesto, conocer a putas reales, hablar con ellas y estar con ellas.

A su vez, dentro de los diferentes espacios donde se puede ejercer la prostitución, el más fascinante, creo que es el cabaret (como opuesto a la prostitución callejera y al departamento privado). ¿Por qué es tan fascinante? Por el microclima especial que se crea en él, no solo el de la prostitución, hay muchísimo más. Están los shows (generalmente strip tease) en el escenario que suele haber, están las ropas glamorosas y eróticas que usan las "chicas". También están los clientes, personajes de todo tipo, dispuestos a gastar su dinero con ganas y a las carcajadas, en un mundo donde las reglas se invierten gratamente para nosotros los hombres. En lugar de rogar y cortejar a las mujeres, son ellas las que nos ruegan y cortejan a nosotros, tratando de que las elijamos. Nos abrazan y miman, haciéndonos creer que les gustamos. Por un momento olvidamos que en el medio de todo ello está el dinero, y se crean situaciones mágicas y alucinantes.

Se establecen muchas veces conversaciones donde las "chicas" sueltan algunas perlas sobre su concepción del mundo y sobre su vida privada (sobre la cual, por regla general nunca dicen nada, pese a ser ellas, paradójicamente, "mujeres públicas").

En efecto, ellas suelen escudarse detrás de sus "nombres de guerra", que actúan como los "nicks" en las conversaciones en internet, como máscaras protectoras. Así, hay Estrellas, Melanies, Aixas, Loreleys, que quizás se llamen Laura, Helena, Paula o Gabriela. Nunca lo sabremos, y ellas procuran que no lo sepamos. Es una de las pocas defensas que tienen, uno de los pocos velos de privacidad que pueden correr quienes exhiben sus cuerpos desnudos en el escenario y venden su sexo al mejor postor.

Al estar en alguno de estos lugares (sobre todo en alguno lujoso, y no así en alguno pobre que inspire lástima) uno puede comprender la fascinación que han ejercido sobre pintores, escritores y músicos de todos los tiempos. Hay algo enigmático y mágico en ellos. Se puede tararear la letra de alguno de los tantos tangos que hablan sobre las prostitutas y los cabarets (escritos hace 80 años) y comprobar como encajan asombrosamente en los cabarets del siglo XXI. "Los morlacos del otario los tirás a la marchanta…" piensa uno mientras ve a un tipo grande y levemente gordo, vestido con traje y corbata, tomando champagne en una barra vip y rodeado de dos putitas jóvenes que le festejan cada comentario.

Aquí todo es festejo y sexo fácil. Pero también es tristeza y "bajón" cuando las luces se encienden, el cabaret cierra sus puertas y hay que volver a la fría calle de la madrugada, generalmente a las seis de la mañana, con el cuerpo cansado y la billetera vacía. Volver al mundo real en donde ganar esa plata que uno se gastó en dos horas o tres de jolgorio, lleva alrededor de tres días de duro trabajo, a razón de ocho horas por día. Volver al mundo donde las mujeres nos prestan poca atención, donde no nos escuchan tan atentamente como las chicas de ahí dentro, y donde –desde luego-- el sexo no es tan fácil y rápido de conseguir como ahí dentro.

Y es así como la visita a tales lugares puede llegar a convertirse en una especie de adicción, una forma de escaparse de la dureza del mundo real que tenemos los trabajadores. Adicción cara en la cual hay que tratar de no caer, ya que nos vaciará la billetera y el espíritu también. ¿Por qué el espíritu? Porque se puede caer en la trampa –muy tentadora también—de dejar de buscar el sexo unido al afecto y al amor, en el mundo "exterior", y reemplazarlo por el sexo fácil y sin cuestionamientos que se da en ese paraíso de los pecados que es el cabaret. Pero tarde o temprano ese sexo no nos bastará, querremos también el afecto y el cariño de alguna de las "chicas" y es entonces cuando se hará trizas la ilusión que fomentan esos lugares: no hay afecto posible mientras el dinero no siga fluyendo. Sobrevendrá la bronca, el desengaño (aquí venía siempre el tango, era en esta etapa que los tangueros inmortalizaban este sentimiento en una canción) y finalmente la aceptación de que las cosas son así. Que fue bueno mientras duró, pero que aquello fue una ilusión, un comercio y un pasatiempo.

Y finalmente volveremos a mirar a las chicas "decentes", pero con una mirada distinta y más comprensiva. Sabiendo que la dificultad que ellas nos oponen es la barrera que necesitan justamente para diferenciarse de las putas. Que las discusiones que surgen sobre si las amamos o no, sobre si las queremos y sobre qué significan ellas para nosotros, tenían una razón de ser, después de todo. Pues versaban sobre ese afecto y ese amor que las prostitutas no están dispuestas a dar, al menos no a sus clientes.

Volveremos, sólo después de haber conocido a las putas, a las mujeres decentes, a las chicas serias, como quien vuelve a su país después de haber recorrido el mundo. Buscando aquellas cosas familiares que en su momento no consideramos importantes pero que formaban parte también (sin que lo supiésemos) de nuestra búsqueda de una felicidad que, esta vez, no fuera ilusoria.

 

Rosario, 11 de abril de 2004

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