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Los espejos

en Autosatisfacción

Los espejos

Quizá porque mi primera vez fue ante un espejo tengo una especial inclinación por ellos.

Y es que yo fui una adolescente un poco solitaria y tímida. Me desarrollé tarde y durante algunos años fui una niña desgarbada, con más piernas que cuerpo, "nadadora", es decir: nada por delante y nada por detrás.

Pero todo pato sufre su transformación y se vuelve cisne, conste que los cisnes me parecen unas aves muy cursis. Tardé pero a los 17 años era una chica preciosa, aunque esté feo que lo diga, de pelo castañorojizo y largo, ojos tiernos, y un cuerpo impresionante. Claro que seguía siendo tímida y habitualmente me gustaban los chicos que no me hacían ningún caso.

Mi habitación tenía una cama un poco más grande que las individuales y un armario dentro de la pared, cuya puerta se abría y dejaba ver un espejo de cuerpo entero, y si lo abría hasta un cierto límite me podía ver a mí misma tumbada en la cama.

A veces las tardes eran muy aburridas, seguía siendo la misma chica solitaria. Subía a mi habitación a leer o a jugar con mi espejo. Me gustaba disfrazarme, ponerme medias y abrirle estratégicos agujeros en el sexo, para que salieran los vellos negros y rizados, colocar los fulares de gasa en torno a mis senos de forma sexy y provocativa. Entonces también me maquillaba y me ponía tacones altos. Jugaba a actuar frente a un inexistente público y en no mucho tiempo estaba húmeda.

Aclararé que yo fui una chica muy inocente, no como ahora, no sabía nada de masturbación, de hecho pensaba que eso sólo lo hacían los niños. Pero igual que era inocente tenía un fuerte instinto que funcionaba muy bien.

Los disfraces solían llevarme a la desnudez total y de ahí a tirarme en la cama boca abajo y a mover la pelvis de abajo a arriba con lentitud. Eso conseguía excitarme mucho, cuando me volvía estaba completamente roja de deseo. Con la mirada extraviada y neblinosa me veía lejana en el espejo, como si fuera otra, y eso aumentaba mi ansiedad. No necesitaba más que rozar la punta de mis tetas para que se pusieran de punta. El pecho redondo, alto y el pezón, que distendido es rojito, suave y blando, se ponía marrón y durísimo. Tocarme los pechos me mareaba de placer, me llevaba hasta el límite y verlo frente a mí era la locura.

Lo más que había hecho era trotar sobre mis caderas sin conseguir romper el orgasmo, me quedaba frustrada e insatisfecha porque no sabía que tocándome todo iba a ser mucho más fácil.

Pero aquella tarde vino la fantasía en mi auxilio, porque imaginé el encuentro con mi héroe de turno. Le veía allí acariciando mis pies y subiendo sus dedos largos y suaves por la piel satinada de mis piernas, me volvía contra el colchón y sobre mí mordía mi nuca con una mezcla explosiva de pasión, delicadeza y deseo que me hacía gemir. Mis piernas se abrieron y mi mano bajó hacia mi sexo, adelanté un dedo en el interior de mi vulva y vi que resbalaba de la humedad. El roce hizo crecer mi placer hasta casi el delirio, era una sensación eléctrica. De forma instintiva moví mi mano dentro y toda la geografía física de mi pubis se erizó, ya sólo tenía que rozar para que todo estallara.

Y entonces quise prolongar ese momento, me incorporé borracha de sensualidad y miré mi cara, mi cuello, el torso desnudo, mis senos erguidos, la cintura breve y con las piernas colgando a los pies de la cama abrí los muslos, y vi la rosada carne de mi coño.

Toqué la punta más sobresaliente de mis labios y un estremecimiento me recorrió entera, la oleada fue tan grande que tuve que tumbarme, torcí el torso y volvía tocar con la yema de mis dedos aquella rosada protuberancia que sobresalía de mi sexo, a pequeños golpes, y de algún lado salía un líquido untuoso que mojaba mis dedos y hacía que se perdieran buscando más y más.

No pude contener el orgasmo y estiré las piernas, sacudí los pies, los dedos buscando el extremo, los muslos apretados, comenzó a moverse todo mi cuerpo, a dispararse de forma automática y a anularme de placer. Caía en el vacío, explotando en mí y generando ondas que recorrieron todo el cuerpo.

Cuando terminó todo me dio miedo lo que acababa de descubrir, pensé que me volvería una adicta, que no volvería a hacer otra cosa en mi vida.