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Intrusión nocturna

en Fetichismo

Ella vio cuándo él llegó a la casa. Sonrió para sí y se quedó ahí, acechando a su víctima de turno. Había estado esperando este momento desde que cayó la tarde, sabía que no pasaría mucho hasta que lo viera. Ya tenía todo perfectamente calculado, venía estudiando sus movimientos por más de una semana. Se acurrucó en el techo de la propiedad como un gato y de tanto en tanto espiaba hacia abajo, pero nadie pasaba por la vereda en ese momento. En los más de cinco años que llevaba en eso jamás un trabajo le había salido mal, nunca la descubrieron, ninguna vez habían podido seguirle la pista a la asesina misteriosa que de tanto en tanto salía a cazar preferentemente hombres solos de mediana edad y de contextura física aproximada entre sí. Y eso que la policía hacía bien su trabajo. Pero ella se consideraba con razón mejor que cualquiera de ellos, puesto que hasta ahora los había burlado siempre.

Desde el rincón en que se había agazapado divisó entonces la luz de la claraboya del baño y el inconfundible sonido del agua al caer en la ducha llegó hasta ella. No precisó acercarse para darse cuenta de que él se estaba bañando en ese momento. Sffff, se mordió el labio inferior imaginándoselo ahí, desnudo, enjabonando cada parte de su ardiente cuerpo, recorriendo lentamente con el agua tibia sus brazos, su pecho, su espalda, sus piernas y su sexo. Cómo le hubiera gustado estar allí en ese momento, pero tenía que controlarse y no dejarse llevar por las sensaciones que sentía y que ya mojaban su bombacha anticipándose a la acción que habría de seguir. Como paladeando un gustoso caramelo suspiró y sus ojos brillaron en la oscuridad del techo como dos candelas.

El ruido de la ducha cesó, pero hasta ella llegaron los aromas característicos de una costosa loción masculina, justamente la que más le gustaba, la que más le atraía, aquella que él usara una mañana en la que ella decidió, al cruzarse casualmente por la calle, que ese sería su próximo sacrificio. Inhaló profundamente, llenando de ese aire perfumado sus pulmones y se dijo mentalmente que se acercaba la hora de desplegar todo su poder homicida, mientras jugueteaba con la cuerda trenzada de finos hilos de cuero y alambre que siempre la acompañó en sus incursiones a través de la noche.

Listo, la luz del baño se apagó, seguramente ahora él iría camino a la cama donde se recostaría como todas las noches mientras escuchaba el casete que ella misma le había enviado camuflado como un regalo de una de sus tantas amigas. Realmente esa había sido una de sus múltiples tretas para que el susodicho permaneciera con la guardia baja, mientras ella cumplía su cometido como de costumbre. Además de los sonidos discordantes en la cinta, había insertado mensajes sublimales de modo de poner a quien lo escuchara en un estado de leve trance, sin entorpecerle la conciencia, pero evitando de que dejaran de oírlo si se cansaban. De forma tal que al momento en que tuviera puestos los auriculares, aunque quisiera no podría encontrar fuerzas para sacárselos o apagar la radio. A partir de ese momento tenía treinta minutos, pero esos eran más que suficientes para que ella hiciera su trabajo.

Sigilosamente se arrastró por el techo hasta encontrar una saliente a la cual ató firmemente una soga que usó para descolgarse hasta llegar a la ventana. Desde allí observó con cuidado el interior de la habitación. En efecto, él se había recostado en la cama y estaba escuchando el bendito casete con los ojos cerrados. Su respiración pausada y rítmica movía su pecho arriba y abajo, pero no estaba dormido.

Sin que la oyera empujó la cortina de modo tal de abrirla y entrar silenciosamente en aquel cuarto en el que se respiraba aroma a virilidad masculina en potencia. Sin dejar de mirarlo fijamente se recreó un instante contemplando a su placer aquel cuerpo varonil cubierto hasta la cintura con la sábana, pero que se adivinaba desnudo bajo ella.

Despacito se corrió hasta posicionarse detrás de la cabecera de la cama. Claro que estaba segura de que no abriría los ojos y la vería accidentalmente acercarse a él por el efecto de la cinta que escuchaba, pero le gustaba eso, llegar así por sorpresa, estar en un lugar en el que por más que la persona luchara tratando de librarse de ella, poco y nada podría hacer hasta que fuera demasiado tarde.

Ya estaba ahí, podía dejar de inclinarse y mirar desde donde estaba hacia abajo, saborear el momento de ver a su víctima completamente ajena a lo que ocurría a su alrededor. Se tomó su tiempo cuando sacó de su bolsillo la cuerda tejida. La acercó a sus ojos moviéndola en círculos sobre ellos, iluminando su rostro al hacerlo, pero él no los abrió, ni se dio cuenta de que a menos de unos pocos centímetros se hallaba la personificación de la muerte, de su muerte…

Segura de que no la vería, ella cerró por un instante los ojos, sintiendo cada fibra de su cuerpo, estremeciéndose lentamente, notando el flujo que comenzaba a bañar las paredes de su vagina y que tenía la seguridad de que haría eclosión cuando alcanzase el punto máximo de su éxtasis en el momento por venir, cuando terminara con la vida de su víctima.

Es hora de actuar, se dijo, agachándose hasta que las puntitas de sus cabellos rozaron la frente del hombre que apenas sí se movió levemente en la cama. Entonces ella sonrió otra vez, los recogió en una cola de caballo y se volvió a inclinar. Sólo que ahora sopló despacito. Entonces él abrió los ojos y se quedó un instante sorprendido al ver a esa diosa asesina frente a él, mirándolo entre indiferente y divertida, traviesa y perversa, desde arriba suyo.

Inmediatamente se quitó los auriculares e iba a incorporarse, cuando ella que tenía preparada la cuerda no le dio tiempo y se entretuvo en pasar unas cuantas vueltas alrededor de su cuello con la rapidez que da la experiencia. Algunas palabras sucias susurradas a su oído le dieron el toque especial, porque él se resistió y se debatió vigorosa pero inútilmente mientras ella apretaba más y más.

Agk..h.h...k.k.k.k.m.fkagh. se oía mezclado con el mmmmmmmmmm de ella al entrar en un orgasmo. Nadie vendría en su ayuda, porque estaba solo en ese momento y por más que luchase sería en vano.

Mffffmmmfff… ggjjjjjj matizado con los ahhhh, ohhhhh, siiiikkkk, mmmmmm, MMMMMMMM. Otro más pegadito al primero al estrangularlo más fríamente. La sábana se corrió porque él agitaba las piernas a un lado y al otro. Y ver que su pene enhiesto parecía a punto de explotar, le dio más energía a ella para oprimirle más firmemente la cuerda alrededor del cuello y hacerle salir sonidos cada vez más débiles de su garganta.

Ghhhhh…. Ffffffff, sssssshhhhh… hhhhhhhhhhh!!!

MMMMMMM, SSSSÍIIIIII, AAAAYYYYYYYYYYFFFFF. Una última convulsión, su pelvis se elevó hasta el techo como queriendo alcanzarlo, su cuerpo se puso rígido y en un segundo todo acabó. Ahhhhh, qué rico orgasmo había tenido, qué bien acabar así, jamás se cansaría de ello. Fue rápido, pero ella terminó completamente empapada de sudor y flujo. Él yacía sin vida en la cama, los ojos dilatados y fijos completamente, la boca entreabierta, la lengua afuera, la soga todavía envolviendo su cuello… Ella le tomó una muñeca, la levantó mientras buscaba el pulso y la dejó caer cuando se convenció de que este ya no existía.

Aún con chispas en la mirada se abrió el cierre del pantalón y se los sacó. A continuación siguió con su bombacha que estaba efectivamente toda mojada. Levantó la vista hasta encontrarse con ese pene vigoroso y antes lleno de vida que aún conservaba una gotita de semen en la punta. Se regodeó al verlo, pasando la lengua despacito por ella haciendo circulitos y luego sorbiéndola en un beso largo y húmedo. El momento no estaba para desperdiciarlo, así que lo montó introduciéndolo en su vagina bien hasta el fondo.

Con las manos se entretuvo en recorrer el pecho de su víctima, jugando con él y tomando de un costado la bombacha todavía mojada. Mientras calmaba el calor y el picor de su cueva más profunda, una y otra vez restregó la prenda por su cuerpo, bañándolo de nuevo, pero perfumándolo con su propio aroma.

Cuando estuvo satisfecha se separó de él, lo volvió a cubrir hasta el pecho con la sábana que ahora estaba en el piso, le colocó los auriculares nuevamente y prendió el grabador. Ella se fue por la ventana por la que había entrado, complacida por ahora, pero en espera de encontrar más adelante algún sujeto que sosegara su sed homicida.

En el cuarto, aún se oía en un murmullo una voz chillona de bruja.