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La niña fea

en Sexo Anal

En aquel entonces tenía apenas 12 años y era una niña muy acomplejada. En primer lugar me veía fea delante del espejo, después cuando estaba con las niñas de mi edad, notaba la enorme diferencia de estatura de ellas a mí. Yo no llegaba al metro veinte. Las demás tenían ya un principio de nacimiento de sus pechos, yo ni siquiera se adivinaba que iban a salir. Las piernas eran muy delgadas como las de mi madre y solo el culo ponía un cierto toque a mi cuerpo y con ello no digo que fuera maravilloso, sino que en comparación con el resto, era lo único que se podía salvar.

Claro que tenía lugar en donde mirar mi herencia genética. Mi madre era si cabe más fea que yo, a sus 29 años, si la mirabas por la espalda, parecía una niña. Sus pechos eran casi ridículos por su pequeño tamaño, y encima un poco lacios. Por eso siempre habíamos sido uña y carne, pues parecía que era lo único que teníamos una y la otra.

Mi madre me tuvo a los 17 años. Tras andar buscando desde que tenía uso de razón un muchacho que la cortejara y viendo que todos la rechazaban, se entregó al primer hombre que le propuso algo. Era un hombre mayor, de casi 50 años, pero que ante la falta de otras mujeres en su vida y quizás pensando en su juventud, tras tres salidas siempre en sitios ocultos por la minoría de edad de ella, se la llevó a la cama una tarde de verano, y le arrebató la virginidad sin ahorrarle ningún tipo de sufrimiento.

Aquella tarde, ese hombre, después de tantos años sin acostarse con ninguna mujer, la folló 4 veces, dejándola embarazada. Desde aquel día y hasta que se enteró de que la había dejado preñada, la folló cada vez que se le antojó, sin que mi madre hubiera tenido placer ninguna de las veces.

Cuando supo la noticia, desapareció, se esfumó, nadie más en el pueblo lo vio. Mi madre decidió tenerme, y con la ayuda de mis abuelos, me crió de la forma que una niña puede hacerlo. Pero mis abuelos murieron los dos muy pronto, y aunque le dejaron una importante herencia, que le permitía vivir sin problemas, se sintió muy sola.

Cuando iba yo a cumplir 11 años, apareció en nuestras vidas Don Julían, un hombre de unos 40 años, que según decía era monje retirado, y no supe nunca donde lo conoció, pero ella encontró en él la sensación del deseo que nunca había conocido.

Enseguida se empezó a hablar por los habitantes locales de que había sido expulsado, e incluso había estado en la cárcel, por violar jovencitos, que llegaban al convento. Mi madre nunca se dio por avisada o quizás prefirió obviarlo.

A los siete meses de visitas continuadas y salidas por la tarde, noté cambios en mi madre que me hicieron temer lo peor. Se notaba muy compungida, extraña, pero había tomado ya una decisión y a pesar que algo no iba bien, prefirió eso a la vida eterna en solitario. Como ya he contado, mi madre no es una belleza y el interés de él, aunque parecía tener dinero, no se sabía cierto.

Una mañana de principios de primavera, mi madre me sentó en su regazo y me dijo que Don Julián iba a vivir con nosotras. Me dijo que necesitaba tener cerca un hombre, y que no había tenido mucho donde elegir, me pidió que fuera condescendiente y que lo aceptara, pero yo no estaba por la labor.

Cuando llegó, en los primeros días, intentó ser muy amable conmigo, pero yo en cambio, procuraba ser lo más arisca posible, sin llegar a molestar a mi madre, pero cuando llegó el verano, en una noche de intenso calor, al tener las ventanas abiertas, oí a D. Julián pidiendo a mi madre que se preparara como sabía, y que le llamara cuando estuviera lista.

Como las tres habitaciones del primer piso tenían un balcón corredera, desde el cual se podía acceder a través de mi habitación, que antes era una saloncito de estar, cerré mi puerta con cerrojo y me salí al balcón, pasando la ventana de la habitación contigua, hasta la que ocupaba mi madre.

Tenía la ventana abierta y la persiana levantada por el calor, y allí, a escondidas para que no pudieran verme, ví a mi madre desnuda y con una especie de faja, se apretaba los pechos para que no se notaran. Tras eso, se puso una especie de crema por toda la vagina que tapó con una gasa que quedó adherida. Por último se lubricó el ano con otra crema incolora y se puso unos calzoncillos que por el tamaño debió de comprar puesto que a él no le hubieran cabido y una camiseta para que no se viera que llevaba fajados los pechos.

Una vez hecho todo eso, le llamó y él acudió casi inmediatamente. Iba completamente desnudo y entre sus piernas colgaba un aparato de grandes dimensiones, pues si era largo, más de 20 cms, lo alucinante era su forma, delgado en el glande y se iba haciendo cada vez más gordo, hasta ser monstruoso a la altura de los huevos. Mi experiencia me dice que esos tipos de pene hacen daño siempre.

Él entró y se dirigió a ella con el nombre de Claudio, con lo cual quedaba muy claro su gusto en el sexo. La rodeó con sus brazos y la besó. Sus manos se posaron directamente en sus pequeñas nalgas, masajeándolas y enseguida metió la mano por dentro del calzón, para acariciarle el ano. Ella le suplicaba que no fuera bruto, pero él le dijo que ya era una mujer hecha y derecha, y que debía de aguantar una follada sin tanto lloriqueo.

Cuando ella se tumbó boca abajo en la cama, poniéndose un almohadón bajo su vientre, me sorprendí a mi misma tocándome por primera vez en mi vida, mi pequeño coño. Mientras él, después de bajarle solo para dejar su tesoro al descubierto, el pequeño calzoncillo, le recriminó el hecho de que se hubiera puesto tanto lubricante, ya había yo alcanzado el primer climax de mi vida.

Seguí acariciándome mientras él le penetraba casi de un solo empellón, haciendo que mi madre tuviera que morder la almohada, y gruesas lagrimas de dolor le resbalaran por la mejilla. Él no la tocaba apenas, solo tenía ojos, manos y dedos para el lugar donde penetraba y se aseguraba con sus dedos que había penetrado hasta el fondo. No hubo compasión, y después de 20 minutos de intensa follada, se salió como había entrado dejando a mi madre inconsciente en el lecho y con el intestino lleno de semen.

Enseguida se quedó dormido y mi madre no dio señales de vida hasta pasados 15 minutos, levantándose para ir al lavabo, momento que aproveché para volver a mi cuarto y seguir tocándome el coño.

Al día siguiente todo estaba normal, nada parecía denotar lo que había pasado la noche anterior en aquella alcoba. Ella estaba resignada a tolerar lo que el único macho que le había hecho caso iba a hacerle, aunque fuera de forma tan denigrante, pero a mi los pensamientos me cambiaron cada instante, pasando de pensar que era un hijo de puta, a denostar a mi madre por no aguantar lo que el único hombre que le había hecho caso, deseaba.

A partir de esa noche, estaba siempre avizor para cuando volviera a ocurrir estar presente en mi escondite. Eso lo hice hasta que cumplí los 12 años, puesto que mi trato hacia él cambió radicalmente. Pedí a mi madre que me cortara el pelo a lo chico, como ella lo llevaba, empecé a vestir pantalones holgados para que no se me marcara lo único verdaderamente femenino que tenía, mi culo. En cuanto al pecho, ya lo dije, ni siquiera había hecho amagos de aparecer.

A partir de ese momento, me empezó a mirar con deseo, y por las noches, cuando mi madre se subía a dormir, siempre y cuando no hubiera notificación por parte de él, de que deseaba follarla, Me sentaba en su regazo, y mi entrepierna se mojaba al sentir aquella bestia debajo de mi culo.

Al poco tiempo empezó a meter la mano por el pantalón de pijama, posándose en mis nalgas desnudas, y como yo no le decía nada, al poco empezó a dejar un dedo, directamente sobre mi ano, y como tampoco le dije nada al respecto, pronto lo ensalivaba previamente y acababa viendo la película con su dedo introducido.

Para mí era el primer ser humano que había tenido deseo de mi cuerpo, y a esa temprana edad ya tenía un complejo de siquiatra, con lo cual, estaba loca por estar con él, y me encantaba que me tocara. Mi madre pagaba aquellos extravíos, pues ahora, casi todas las noches la despertaba para que se preparara, y su salud se vio mermada, puesto que casi nunca podía dormir después de que la follara.

Una noche, estando yo sentada encima de él, me dijo que me deseaba con locura, mientras profundizaba en mi ano con dos dedos ensalivados. Me habló dando rodeos y excusas de sus gustos que yo ya conocía de sobra y me besó en la boca. Mientras lo hacía y al no recibir negativas por mi parte, bajó mi pantalón de pijama y mis bragas, lo justo para que mi ano quedara expuesto.

Tras un tiempo infinito de besos y dilatación de mi ano, me tumbó de lado en el sofá, arqueándome una pierna hasta que quedó casi a la altura de mi barbilla, y procedió a penetrarme. La verdad es que aquella primera vez, fue suave y condescendiente. Penetró con el glande, y notando mi dolor, se detuvo mientras acariciaba mi costado y me besaba en el cuello y en la boca. Sacó mi camiseta y empezó a pellizcarme los pezones produciéndome un poco de dolor, momento en el que aprovechaba para meterse un poco más.

Milímetro a milímetro llegó a la mitad, y con ello empezó lo peor, puesto que esa parte ya se ensanchaba en exceso, pero de ahí no pasó, y empezó un lento movimiento y con el, mis primeros síntomas de placer. Retrajo al máximo el momento de la eyaculación y para aquel entonces yo había tenido un orgasmo. En el momento final, me abrió con ambas manos las nalgas para ver como entraba lo suficiente para dejar lo suficientemente dentro su semen. En ese momento profundizó algo más de lo previsto y el dolor se agudizó por unos segundos, pero cuando sentí el torrente dentro de mí, otro orgasmo me sobrevino, y no me podía creer lo que estaba pasando.

A partir de ese día me buscaba a todas horas. Era incansable. En cuando sabía que mi madre no estaba en casa, me sodomizaba en el lugar que estuviera y cada vez la penetración era mas profunda. A pesar de que con él siempre tuve muchísimo dolor en todas las penetraciones y también en las horas posteriores, siempre alcanzaba el orgasmo, cada vez con mas facilidad.

Mi madre descansó sin perder a su hombre. La pobre nunca conoció el placer del sexo. Ahora ya se le veía mas contenta, más feliz, sin pasar el tormento que a mi me daba tanto placer. En la actualidad tengo 22 años, y seguimos viviendo juntos, con la salvedad que ahora la habitación de matrimonio la comparto con él, y mi madre se ha pasado a la mía.

Escribiendo esto, debo de moverme continuamente en la silla, puesto que anoche de mutuo acuerdo, me violó salvajemente. Mi madre ha acudido a la puerta varias veces, puesto que ayer al ayudarme a fajar el pecho, sabía que iba a tener mi ración de sexo, aunque no se ha atrevido a entrar. Esta mañana tenía sangre alrededor del ano y había resbalado muslos abajo, pero ayer fue una de las noches más maravillosas de mi vida.