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La psicóloga de mi mujer (3 - Final)

en Sexo Anal

La psicóloga de mi mujer III (final)

 

Cuando regresé de la consulta de Silvia mi mujer me esperaba en casa con ganas de marcha. Llevaba puesto un sugerente albornoz de color amarillo pues acababa de darse una ducha y sus voluptuosos pechos de madre aparecían visibles en parte por entre la bata de baño. En condiciones normales, sólo con la visión seductora y sensual de mi mujer me hubiese empalmado como un caballo pero yo acababa de echar un polvo con la psicóloga y mi rabo estaba saciado de sexo.

¿qué tal? ¿cómo ha ido con Silvia? –dijo mientras se desataba el albornoz.

Bien, ya sabes, hemos estado hablando y eso.

Ana dejó el albornoz tras la puerta del baño y desnuda por completo se acercó a mí y me dio un beso en la boca mientras con sus manos me palpaba los bajos.

Mi polla comenzó a endurecerse pero lo hacía sin la potencia con que lo hacen las pollas cuando están ávidas de sexo.

Vamos a la cama, tenemos todavía un rato antes de que venga Toni.

Cuando acabé de quitarme la ropa la tenía de nuevo tan dura como una roca y me tumbé al lado de mi mujer que me esperaba echada boca arriba en la cama. Al verla desnuda recordé también el cuerpo desnudo de Silvia. Silvia era algo más joven que mi mujer pero al no ser madre conservaba aún un cuerpo mucho más estilizado. Sus pechos, por ejemplo, aunque no tan grandes como los de mi mujer eran más firmes y duritos. Ana tenía las caderas más anchas y el culo más grande que el de Silvia. Recordé el tacto de mis manos en sus nalgas, mientras la follaba sobre la mesa de su consulta. Eran unas nalgas apretaditas, seguramente bien trabajadas en el gimnasio que contrastaban con las nalgas flojas de Ana.

Se las acaricié, pellizcando suavemente en sus mofletes como solía hacer cuando novios para indicarle que tenía ganas de follarla. Ana se puso de lado dándome la espalda y ofreciéndome su culito.

Mi berga se restregaba contra sus riñones y algo más abajo aún, justo donde empezaba la rajita de su culo. Le pasé una mano por el coño y lo encontré excitado como de costumbre. Ella abrió las piernas para facilitar mis caricias pero tan sólo buscaba su flujo, sus fluidos, su humedad que me permitiera lubricar su ano.

Mi mujer entendió rápidamente mis intenciones y se puso boca abajo sobre la cama. Su culito había dejado de ser virgen mucho tiempo atrás, antes incluso de llegar a casarnos y aunque no era lo que más gustaba a Ana nunca me había rechazado cuando sin palabras se lo proponía.

Coloqué un cojín bajo su estómago para que su culito quedara aún más expuesto y volví a hurgar en su chochito para extender más cantidad de flujo en su ano y en mi polla.

Relájate cariño, voy a entrar.

Con las manos le separé las nalgas y con mi polla en su abujerito comencé a empujar hasta que conseguí introducírsela toda. Nada que ver la resistencia de ese ano ya experimentado a la que ofreció la primera vez, y sin embargo, por la preocupación de no hacer daño y de que Ana también disfrutara recuerdo que aquella primera vez fue bastante normalita, dadas las grandes expectativas que tenía en ella.

Pero ahora mi polla entraba y salía con cierta facilidad de su culito y a medida que el ritmo de mis embestidas aumentaba escuché los crecientes jadeos y gemidos de mi mujer. Vi que tenía una mano en el coño como solía ser costumbre cuando adoptábamos esta postura y decidí darle con más fuerza. A cada penetración mis huevos chocaban contra sus nalguitas provocando un sonido indecente y morboso.

Clak, clak, clak, clak, no dejaba de sonar mientras un fuerte orgasmo se iba fraguando en el interior de la vagina de Ana.

Ella se corrió antes que yo, que tenía el deseo algo más calmado que ella pero cuando la escuché correrse por segunda vez me imaginé que era el culo de Silvia el que me estaba follando y me vacié en ella dejando caer mi cuerpo sobre el suyo y permaneciendo así durante un buen rato.

Pasó la semana como habían pasado todas desde que fui por primera vez a la consulta de Silvia. Hacía el amor todos los días con mi mujer pero a veces, mientras la follaba imaginaba que se la estaba metiendo a Silvia y me excitaba recordando nuestros dos encuentros. El martes era el día fijado por Silvia para nuestro encuentro. No sé bien cuál fue el motivo, quizás Ana sospechara algo, quizás se me había escapado en algún momento el nombre de Silvia mientras hacíamos el amor y yo no me había dado cuenta, el caso es que mi mujer se empeñó en acompañarme a la consulta y no hubo forma de hacerla cambiar de idea. Me preguntaba si Silvia se cortaría sabiendo que mientras ella estaba en el despacho conmigo, fuera iba a estar mi mujer, en otros momentos también paciente suya pero pronto me di cuenta de que no iba a ser así.

Nada más entrar a su despacho y verme entrar vi como se relamía los labios mientras enviaba una primera mirada lasciva hacia mi paquete.

¿cómo es que has traído a tu mujer?

Ha querido venir y me ha sido imposible convencerla de lo contrario.

Silvia se levantó de su asiento y me endiñó un morreo sin más.

Entonces tendré que ser más discreta cuando tenga un orgasmo ¿no?

Esa Silvia era increíble. Tenía la misma facilidad para hablar como para quitarse la ropa.

Vamos, dame tu pollón, quiero sentirte dentro una vez más.

Se había bajado los pantalones y las bragas y peleaba con el cinto de mis pantalones mientras en mi paquete comenzaba a marcarse un tremendo bulto.

No tardó en tenerme como ella, con los pantalones bajados hasta los tobillos. Yo lucía una hermosa erección mientras la observaba a ella quitándose también la blusa y el sujetador. Tenía los pezoncitos tan duros como la primera vez que se los vi y la piel de sus pechos estaba tan caliente que parecía que tuviera fiebre.

Vamos, fóllame, ¿a qué esperas para metérmela?

Silvia se abrió el sexo con los dedos como si yo no conociera cuál era el camino que debía tomar pero mis dudas se debían a un terrible pensamiento que me asaltaba desde hacía unos días.

Quiero follarte el culo. –le dije para que no pensara que estaba atontado.

¿cómo dices? ¿quieres mi culito?

Sí, quiero joderte por detrás, llevo días soñando con ello.

Entonces, por primera vez desde que conocí a Silvia la vi dudar. Era como si la idea de ser penetrada por detrás no le hiciese demasiada gracia.

Verás, es que….

No importa, si no te apetece lo dejamos y ya está.

No, no es eso, es que verás…. Es que nadie me ha tocado el culo nunca, ¿sabes? No sé si me va a gustar.

Si no lo pruebas nunca lo sabrás. –dije yo intentando mostrar decisión y seguridad en mis palabras.

Prometo ir con cuidado, tú sólo déjate llevar.

Entonces repetí la operación que había hecho tantas veces con mi mujer. Le acaricié el coño y le restregué sus flujos por el ano y cuando me pareció que podía comenzar a intentarlo le ordené que se pusiera a cuatro patas en el suelo.

Yo me puse tras ella y observé su trasero durante unos segundos. Era un trasero delicioso. Tenía un pequeño tatu en una de las nalgas que decía devórame. Me extrañaba que hasta entonces ningún hombre hubiese querido poseer ese lindo abujerito. Le separé las nalgas como solía hacer con Ana le inspeccioné el ano. Parecía que lo tenía muy cerrado. Intenté presionarlo con un dedo y aunque hubo cierta resistencia, gracias a la buena lubrificación pareció aceptarlo bien.

¿te duele? –le preguntaba yo de vez en cuando.

No, de momento no.

¿Y ahora? –le decía mientras le intentaba introducir un segundo dedo.

Un poco.

Costó un poco pero al fin conseguí que aceptara tener varios dedos dentro de su culito. Era el momento de penetrarla. Acerqué la cabeza de mi polla a su culo y presioné sobre su ano que comenzó a abrirse poco a poco. Costaba lo suyo introducir una polla como la mía en un abujerito virgen como era ese pero poco a poco conseguí introducir la punta de mi nabo.

Ya la tienes dentro. –le dije para darle ánimos. Con mis manos le acariciaba el coño para que sintiera más placer y se relajara aún más, pero la tarea era lenta y ya comenzaba a arrepentirme de haber querido forzar ese culito.

Voy a metértela un poco más. –le dije y apreté con fuerza.

Silvia soltó un gemido mitad dolor, mitad placer pero ahora mi polla estaba ya dentro de su culito.

Ya ha pasado lo peor, a partir de ahora disfrutarás de lo lindo.

Comencé a moverme adelante y atrás sacando y volviendo a meter todo mi rabo en su interior cuando la puerta del despacho se abrió y Ana apareció tras ella.

Yo me quedé petrificado al verla pero Silvia prácticamente ni se inmutó, era como si no hubiese pasado nada, como si nada tuviese sentido fuera de lo que estaba sucediendo en su culo.

¿estás disfrutando? –me preguntó burlona Ana mientras se acercaba a nosotros.

Yo no sabía que decir. Hice la intención de salirme de su trasero pero Silvia no me dejó.

Espera…. –dijo Silvia

Aturdido por lo inesperado de la situación vi como Ana se subía la falda de color negro que llevaba puesta y le mostraba impúdicamente su coñito desnudo a Silvia.

Tu mujer es parte de la terapia, terapia de pareja que le llaman los expertos. Fui yo quien la llamé. –dijo Silvia.

Entonces Silvia hundió su cabeza entre las piernas de mi mujer y comenzó a lamerle mientras yo continuaba perforándole el culo.

¿Así que vosotras dos también estabais en algo? –pregunté a mi mujer que había cerrado los ojos para concentrarse en las agradables sensaciones que le provocaba la lengua experta de Silvia.

Desde el primer día.

La visión de mi mujer siendo comida por Silvia me acabó de poner como una moto y agarrándome a su trasero cogí impulso para penetrarla con fuerza.

Clak, clak, clak, clak, volvían a sonar mis cojones contra el culo de Silvia, clak, clak, clak, clak hasta que no pude aguantar más y una tremenda lechada de semen salió disparada de mi polla para desbordar el estrecho culito de la psicóloga de mi mujer.