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El reencuentro con las hermanas

en Jovencit@s

EL REENCUENTRO CON LAS HERMANAS

Algunos recuerdos de mi infancia acudieron a mi cabeza aquella noche. Eran excitantes, pues mi relación con ellas, con las hermanas, había sido más próxima de lo normal. Ahora, seis años después de aquellos encuentros me encontraba de nuevo frente a ellas; habían crecido y seguían igual de guapas. La mirada infantil e ingenua había desparecido de sus rostros y supuse que sería normal. Lo que no tenía tan claro es si ellas recordarían, si soñarían con esos momentos cuando éramos unos niños.

Mireia tenía 16 años, mi edad. Esa niña regordeta, morena y desinhibida que recordaba había dejado paso a una adolescente de pelo y ojos castaños y suaves facciones, figura estilizada, sugerentes pechos y culito respingón. Vestía un top rojo de tirantes que dejaba ver una barriguita lisa adornada por un curioso y sensual piercing. Su hermana, Ángela, acababa de cumplir los 20 y conservaba en su rostro ese toque de niña fría y calculadora –con un toque morboso- que sacaba a relucir en nuestros juegos secretos. No había cambiado tanto como su hermana: de ojos verdes y pelo rubio, seguía estando delgada, aunque sus senos, lógicamente, habían mejorado –más si cabe- en tamaño y forma. Me alegró comprobar que de su cara no habían desaparecido del todo esas pequitas tan graciosas. Llevaba una minifalda vaquera y una camiseta de algodón.

Los padres de las hermanas eran muy amigos de los míos, por lo que durante nuestra infancia nos vimos con bastante frecuencia hasta que hace seis años –justo después de nuestros encuentros- tuvieron que irse a Francia por motivos de trabajo. Yo perdí el contacto con ellas, pero mis padres parece ser que seguían escribiendo a sus amigos hasta que consiguieron que se vinieran unos días a casa aprovechando las vacaciones.

No lo he contado todavía, pero mi casa es bastante grande. Puedo decir sin reparos que mi familia es rica y eso me ha proporcionado una libertad de movimientos que sería inimaginable para un chico de clase media: podía perderme por las habitaciones sin que mis padres supieran de mí durante horas, también he traído –lo reconozco- alguna chica y me he dado relajantes (y excitantes) baños de espuma en el jacuzzi que tenemos en la terraza. Con las hermanas también disfruté mucho en las dependencias de la casa. Gracias a la despreocupación de nuestros respectivos padres, todo sea dicho, pudimos disfrutar de nuestros primeros juegos eróticos, por ejemplo en la piscina del jardín.

Mi casa tiene dos piscinas: una en la terraza, junto al jacuzzi, y otra más pequeña en el jardín. Cuando pasó el episodio que voy a relatar, Mireia y yo teníamos unos 10 años y Ángela cuatro más, 14.

Un día de verano cualquiera, nuestros padres se fueron a la piscina del jacuzzi y dejaron a Ángela como responsable de su hermana y de mí; nosotros éramos los pequeños y ella la mayor. A mí me caía mal, aunque no sabría explicar el porqué, quizás fuera su edad y el hecho de que congeniara mejor con su hermana, que era de mi edad. Ángela era demasiado creída –supongo que como cualquier cría de 14 años- y ya pensaba en novios y otras cosas. Se pasó un buen rato vigilando para que no tiráramos agua fuera o no nos hiciéramos daño. Constantemente amenazaba con chivarse hasta que, de repente, se le ocurrió un juego para que nos calláramos.

"Dos se esconden una cosa en el bañador, por ejemplo una goma del pelo, y tienen que intentar sacársela al otro. El primero que le quite la goma gana y entra el que estaba descansando. A ver si así os calláis".

- ¡Eh, no vale! –replicó Mireia. Tú tienes bikini, Guille una bermuda y yo un bañador que me cubre todo el cuerpo.

- ¿Y qué? –dijo Ángela con su habitual aire de superioridad. Tú eres la que más ventaja tiene, te puedes esconder la goma en más sitios que yo y Guille.

- Bueno vale –pareció convencida.

- Además, seguro que os gano. Os llevo 4 años y no tenéis nada que hacer.

Sólo tenía 10 años, pero la posibilidad de tocar el cuerpo de dos chicas ya me estaba excitando. Sentía que mi pene se levantaba y me hacía un poco de daño. Ángela llevaba un bikini deportivo amarillo, le sentaba muy bien y se le pegaba al cuerpo. En cambio, el bañador de Mireia era azul y se notaba que era del año pasado. Le venía un poco pequeño y no cubría del todo su culito, por lo que constantemente se tenía que colocar la parte de detrás.

Empezamos a jugar Mireia y yo. Me dio una de sus cintas para que me la escondiera y la coloqué alrededor de mi pene. Ahora me sorprendo por haber elegido ese lugar la primera vez, pero la verdad es que estaba bastante nervioso... y un poco más excitado. Comenzó la búsqueda y, tras unos titubeos iniciales, nuestras manos intentaron contactar con el cuerpo del contrario. Ella intentaba llegar hacia mi bañador y yo intentaba zafarme, pero algo me decía que no opusiera tanta resistencia. El chapoteo era constante, casi frenético y Ángela nos miraba atentamente desde una distancia prudencial. Llegué a rozar su entrepierna un par de veces y me gustó su suavidad; en otro roce por debajo del agua localicé la goma: estaba en su barriga, a la altura del ombligo y ahora tendría que meter la mano –aún no había decidido por donde- para sacarla. En un descuido ella logró introducir su mano por dentro del bañador, palpaba y yo me dejaba hacer. Puso su mano en mis testículos, movió su mano lentamente y a continuación apretó, produciéndome un intenso dolor. Enseguida encontró la cinta y la extrajo con rapidez mientras rozaba mi pequeño, erecto y dolorido pene. Sacó la cinta del agua y fue a dársela a su hermana mientras le contaba cómo lo había hecho.

Llegó el turno de las hermanas. Parece ser que últimamente no se llevaban muy bien, porque la lucha fue salvaje: primero chapotearon un poco y luego se hicieron algunas aguadillas, pero no dio resultado. No recuerdo toda la escena, pero sí cómo Mireia intentó bajarle la braguita del bikini a su hermana. Esto la enfureció y la emprendió a golpes, patadas y pellizcos. Llegó a subirse encima de ella y casi la ahoga. Finalmente vi cómo Ángela hundió la cabeza de su hermana y aprovechándose de ese momento de indefensión introdujo su mano por la parte de abajo del bañador para coger la ansiada goma. La batalla había terminado.

- ¿Pero tú estás idiota, enana? ¡Cómo me bajas el bikini!

Mireia estaba llorando.

- ¿Y tú por qué me hundes, y me pegas y me pellizcas? ¡Y me has tocado ahí! –se señaló su vagina.

- Yo no te he tocado ¡Mentirosa!

- ¡Sí lo has hecho! –estaba fuera de sí. ¡Guarra!

- ¡Gilipollas!

- ¡Guarra!

Ángela, ejerciendo de hermana mayor, se cansó y le tiró un escupitajo en la cara. Mireia, viendo que no tenía posibilidades se alejó del centro de la piscina preparando la venganza.

Ahora nos tocaba a Ángela y a mí. La verdad es que le tenía bastantes ganas; por un lado, deseaba derrotarla, y por otro, su bikini permitía tocar más carne. Mi erección, aunque apenas se notaba, no remitía y eso me extrañaba.

Decidí colocarme la goma en un bolsillo interior del bañador. "Así sería más difícil de encontrar y ella tendría que tocar más", pensé. Empezó la lucha y aún se le notaba enfadada; pasé apuros para escaparme de sus manos, que no dejaban de pellizcar por todos lados. En unas cuantas ocasiones pude rozar su barriga, el bikini y unas piernas torneadas y muy suaves; era evidente que ya se depilaba a sus tiernos 14 añitos. Finalmente pude llevar a cabo mi estrategia, bien sencilla, de pasar por debajo de sus piernas para situarme detrás de ella y así atraparla con mis manos rodeando su cintura para que no pudiera escapar. Lo conseguí pese a sus protestas, que se materializaban en chillidos y en alguna que otra patada al aire. No podía escaparse, pues mis manos ejercían presión sobre su cuerpecito y lo empujaban contra el mío, tanto, que mi erecto pene, escondido en el bañador, entró en contacto con su culito y ambos lo notamos: era una sensación nueva que al menos a mí me agradó. Mi cosita se acomodó a la perfección entre unas esponjosas y firmes nalgas que poco a poco se iban abriendo. Es verdad que nuestros respectivos trajes de baño impedían un auténtico contacto carnal, pero a mí me pareció que se la estaba metiendo de verdad. Esa sensación de placer y de hacer algo prohibido o sucio me ha acompañado hasta el momento de escribir estas líneas.

Tras el desconcierto inicial que provocó la presencia de un agente extraño en su intimidad, Ángela volvió a moverse frenéticamente y entonces vi que no podía proteger su braguita. Sin pensármelo dos veces introduje la mano derecha en su vagina y empecé a buscar la goma del pelo. La encontré enseguida, pero no quise desaprovechar la oportunidad de explorar un poco: note un poco de pelusilla y el contorno de sus labios vaginales, eran finitos y me gustó el tacto, tan diferente... Me hubiera gustado entretenerme unos minutos más, pero no sabía si a ella le gustaba. Finalmente, saqué la goma y levanté el brazo izquierdo haciendo la señal de victoria mientras esperaba su reprimenda.

Pero no llegó. Simplemente dijo que el juego había terminado y su hermana intuyó que se sentía derrotada. Yo intuía que había algo más y pensé que no le habían gustado mis tocamientos, pero unas semanas después descubrí que estaba equivocado.

Una vez dentro de la casa, mis padres nos dijeron a las chicas y a mí que si queríamos pasáramos al otro salón y así podríamos hablar de nuestras cosas. Se lo agradecí y las acompañé, aunque era evidente que recordaban bastante bien la casa.

- ¡Mira, en esa habitación hemos jugado muchas veces! –exclamó risueña Mireia.

Llegamos al salón y nos sentamos en el enorme sofá rosa que mis padres se compraron el año paso. Las hermanas me pidieron que me sentara entre las dos, ya que así podríamos hablar mejor y –pensé- contemplaría de cerca a dos auténticos bombones. Ángela cruzó las piernas de una forma muy coqueta y, debido a la diminuta falda que llevaba, pude ver sus braguitas blancas un instante hasta que ella se percató y se tapó con un cojín mientras me guiñaba un ojo. Su hermana Mireia se recostó en el mullido sofá y pude tener una mejor perspectiva de su piercing, que quedaba perfecto en esa barriga tan plana.

- Bueno –dije para romper el hielo. ¿Cómo os va la vida?

- Muy bien –respondió Ángela. La vida en Francia no está mal y...

- Aunque a veces echamos de menos lo que dejamos aquí –le interrumpió Mireia.

- ¡Pero serás maleducada, enana! ¿A ti no te han enseñado a no interrumpir? –Ángela no había perdido en absoluto ese tono autoritario.

Su hermana le sacó la lengua y continuó hablando conmigo. Parece que en todos estos años le ha perdido un poco el respeto. Esbocé una sonrisa y procedí a escucharla.

- Es que... te he hemos echado mucho de menos, Guille –tras decir esto puso su mano sobre mi rodilla y me la frotó suavemente.

- Yo también he pensado mucho en vosotras, lo pasamos tan bien...

Quería sacar el tema de los juegos como fuera, me interesaba saber cómo reaccionarían, si se acordaban, si les gustaron. Algo –probablemente mi conciencia- me dijo que había metido la pata, pero se vio interrumpida por la voz de Ángela.

- Ah, ¿te refieres a los juegos que hacíamos?

- Sí –no supe qué más decir.

- No estuvieron mal –intervino Mireia- Pero éramos unos críos.

- Perdona hermanita, vosotros erais unos críos. Yo ya era una jovencita...

- ¿Pero a que tu también te lo pasaste bien?

- ¡Te he dicho que no me vuelvas a interrumpir! –esta vez no parecía enfadada, era más costumbre que otra cosa.

- No me has respondido –dijo con malicia Mireia.

- Sí, la verdad es que para ser unos críos algunos estuvieron bastante subiditos de tono, ¿eh Guille?

Perfecto. Se acordaban y tenían un buen recuerdo. Antes de responder me di cuenta que Ángela había abandonado la protección del cojín y podía ver un trozo de sus bragas cada vez que se movía un poco. Mireia se subió un poco más el top y se mostraba un poco más inquieta de lo habitual. No dejaba de cambiar de postura.

- Cierto, y más aún si las compañeras de juego eran dos chicas guapas que han mejorado con los años.

Las dos sonrieron y se acercaron un poco más a mí.

- ¿Qué juego es el que más te gustó? –preguntó Mireia. Parecía más lanzada que su hermana.

- Pues... –decidí empezar por orden cronológico- el juego de la goma en la piscina no estuvo mal del todo.

- ¡Ah! ¿Ahí es donde le hiciste un dedo a mi hermana, no?

- No fue un dedo, sólo le... ¡Oye! ¿Y tú cómo sabes eso?

- Se lo conté yo –intervino Ángela.

- Ah, o sea, que te gustó. –la incipiente erección en mi pantalón hacía cada vez más difícil aquella conversación.

- Bueno, no estuvo mal. Fuiste el primer chico que me tocó ahí, aunque también es verdad que me dejaste a medias.

- Con diez años no se sabe que a las chicas se les puede meter un dedo.

Nos reímos los tres. La conversación iba subiendo de tono y los tres ignorábamos lo que pasaría. Noté que las hermanas iban desinhibiéndose más: ahora podía ver a la perfección las braguitas (¿o era un tanguita?) de Ángela, y Mireia no dejaba de jugar con su piercing.

- Un dedo no sé, pero tú me querías romper el culo –parecía enfadada, por lo que no supe qué responder.

Las dos se quedaron quietas esperando mi respuesta y, como no llegaba, Ángela soltó una carcajada y se acercó a darme un sonoro beso en mi mejilla mientras me acariciaba el brazo.

- ¡Ay, mi Guille! Lo que aprenderías con nosotras...

No sabía qué decir o qué preguntar. Temía fastidiar este momento tan soñado; el reencuentro estaba saliendo a pedir de boca, mucho mejor de lo que había creído, y pensé en ir un poco más despacio. Por otra parte, si me lo jugaba el todo por el todo –me dije- puede que la recompensa fuera aún mayor.

- ¿Sabéis qué? Esto no se lo he contado a nadie, pero como vosotras sois las interesadas... Me he pajeado pensando en vosotras, casi todas las noches.

Estallaron en sendas carcajadas y esta vez fue Mireia la que se acercó a darme el besito, pero esta vez fue un piquito, muy rápido y muy tierno. La hermana pequeña se lo estaba pasando en grande y no podía dejar de reír.

- Ángela, cuéntale a Guille lo que me haces por las noches, jajajaja.

- ¡Cállate idiota! –pareció molestarle ese comentario.

- ¿Por qué? Yo bien que no me quejo –replicó Mireia.

- ¡Porque es un secreto!

Yo contemplaba la escena divertido. De nuevo las hermanas discutiendo, pero esta vez se trataba de algo que no me podía creer.

- Venga –intervine- no me dejaréis con la miel en los labios.

Ángela trató de impedírselo con la mirada, pero Mireia empezó a hablar:

 

- Pues resulta que dormimos en la misma habitación, y de vez en cuando se mete en la cama y me pide que hagamos lo de la piscina.

- ¿Lo de la piscina? –no entendía del todo.

- Sí, tonto, pero si es muy fácil: nos desnudamos y me pongo encima de ella; me coloco un consolador entre las piernas y lo froto contra su culo. Ah, y mi mano acaricia su chochito. ¡Deberías ver cómo te llama! ¡Guille, Guille, Guille! ¡Más dentro cariño! –dijo imitando su voz.

¡Guau! Aquello sobrepasaba todas mis fantasías. Incluso llegué a pensar que se trataba de un sueño, pero no era así. Las hermanas eran tan reales como yo y al parecer también querían llegar hasta el final en este nuevo juego.

- ¿Y hacéis algo más entre vosotras?

- Sí, pero no te lo vamos a contar –dijo Ángela anticipándose a su hermana- Digamos que no es apto para menores.

- Ah, ¿pero sois lesbianas?

- Yo un poco –dijo Mireia mientras se ponía de pie y se desabrochaba un botón del vaquero- Oye, perdonadme, pero me voy a quitar el pantalón. ¡Hace un calor! Bueno, ya veo que a Guille no le importa –dijo mirando mi ya abultada erección.

Nos quedamos mirando cómo se quitaba el pantalón con toda la naturalidad del mundo, pero ninguno dijo nada.

- Yo no –dijo Ángela, que no podía dejar de mirar el tanga azul clarito de su hermanita-, pero reconozco que a veces me acuesto con ella para... hacer la fantasía de antes y para "calmarme" un poco.

- Te entiendo- dije Guille. ¿Y desde cuando haces eso con tu hermana? –lo intuía, pero quería asegurarse.

- Ah, desde lo del striptease y el juego de los besos. ¿Te acuerdas?

Me acordaba perfectamente. Fue como a las dos o tres semanas del juego de la piscina; ese día llovía, por lo que nos fuimos a jugar a mi habitación. Ellas llevaban un pantaloncito corto, una camiseta de manga corta y debajo, esta vez sí, sendos bikinis. Nuestros padres volvieron a pedir a Ángela que nos cuidara, sólo que esta vez sería diferente porque nos dejaban solos, tenían que irse a algún sitio. Cuando se fueron, volvió a proponer un juego que había preparado con su hermana.

"Te vamos a hacer un striptease". Sólo dijo eso, ni normas ni nada. A mis diez años ya sabía en qué consistía. Se quitarían la ropa y bailarían delante de mí, pensé. Tal vez me dejaran tocarlas un poco.

Las dos hermanas salieron de la habitación y cerraron la puerta. Me pidieron que esperara dentro y tardaron cinco minutos en entrar con la misma ropa, aunque quizás estuvieran un poco más inquietas de lo normal. Empezaron tarareando una canción desconocida para mí pero muy sensual; Ángela, la más coqueta, empezó a contonearse lentamente moviendo sus caderas al ritmo de la canción. Al igual que su hermana iba descalza, por lo que empezó por quitarse la camiseta con un rápido movimiento, unos pechos grandes para una incipiente adolescente. Mireia no le fue a la zaga y no tardó en mostrar sus pechitos de niña, ya que no se había puesto la parte de arriba. Continuaron bailando y la música cesó, se acercaban cada vez más a mí y supongo que estaba bastante excitado. Ángela se sentó encima de mí y notó una pequeña dureza en mi pantalón; instintivamente empecé a acariciarle la espalda y parece ser que le gustaba. La hermana pequeña iba a su bola y ya estaba sólo con la braguita del bikini; también quería sentarse entre mis piernas y, después de unos cuantos empujones, lo consiguió, pero, a diferencia de Ángela, se colocó de cara y no de espaldas y me pidió que me quitara la camiseta. Como un pequeño esclavo obedecí y en unos segundos estaba con el torso desnudo, preparado para besarle esa piel que me parecía tan suave. Empecé por los pechitos y bajé hasta su barriga. Como estaba un poco gordita podía tocar, coger y besar por donde quisiera. Todavía recuerdo el agradable olor que desprendía su piel. Quise bajar hacia la braguita, conocía la cosita de su hermana, pero quería saber cómo sería una de mi edad, pero Ángela me detuvo.

Estaba celosa y era normal, una chica tan posesiva como ella necesitaba ser el centro de atención y en ese momento sólo era una simple espectadora que no dejaba de mirarnos a los dos. "Quita, que ahora me toca a mí", le dijo a su hermana y, tras otro forcejeo, se levantó de mis piernas. Ángela volvió a mirarme, se acercó y, mientras me daba un cálido beso, sus pechos quedaron liberados. "Puedes tocarlos", me dijo con una voz extremadamente dulce. Los estuve manoseando un buen rato hasta que me apeteció darles un besito y pasar mi lengua por esos pezoncitos tan diminutos; aquello me gustaba, era diferente a todo y sabía que estaba mal, que era algo prohibido. Eso fue lo que me llevó a tirarme encima de ella, ocasión que aprovechó para quitarme el pantaloncito y de paso el slip. De él salió mi pene en estado de semierección. "Qué extraño", pensé. La otra vez, en la piscina, lo tenía muy duro y hasta me hacía daño, claro que en ese momento no pensé que a los diez años las erecciones son un poco... "irregulares". Ángela se percató y empezó a tocármelo: primero con reservas y después, con total confianza, me subía y bajaba la piel, hacía que el pene chocara contra los testículos... Mientras ella jugaba y me provocaba cosquillas y alguna cosa más vi que Mireia había terminado de desnudarse y, con un rápido movimiento, se acercó a su hermana y le bajó la braguita.

- Ya estamos todos –dijo, riendo.

- ¡Tú estas loca! ¡Que no quiero que me tocas!

- ¡No te he tocado!

- Eres una guarra –y, diciendo esto, se lanzó contra su hermana y cayeron las dos al suelo, quedando Ángela –con la braguita enrollada en los tobillos- encima de Mireia.

Empezó una nueva guerra de pellizcos, tortazos, cosquillas y algún que otro escupitajo, pero me sorprendió que Ángela no dejara de sobar las tetitas de su hermana. Ésta intentó levantarse sin éxito por lo que decidió esperar. Sus vaginas estaban, sin duda, juntas y húmedas, y sus respectivas caras adquirieron un tono rojo producto de la excitación y del esfuerzo. Cuando parecía que iban a terminar con la lucha, Mireia besó a su hermana en los labios. Era un simple beso, inocente, sin pretensiones, como si formara parte del juego, pero Ángela no lo entendió así. Al principio se apartó del cuerpo desnudo de su hermana y al cabo de unos segundos fue ella la que besó los labios de su hermana. Fue un beso largo, sin lengua pero intenso, acompañado por los manoseos que las hermanas se daban por todo el cuerpo, sobre todo en los respectivos traseros. Nunca había visto a dos chicas besándose, pero no le di mucha importancia: tampoco había visto a dos hermanas desnudas a la vez. Seguí observando aquellos cuerpos que no dejaban de moverse, fueron unos 30 segundos larguísimos y finalmente decidí intervenir retirándole a Ángela la braguita que le colgaba de uno de los pies.

Las chicas se levantaron y Ángela nos miró a los dos. Tuvo una genial ocurrencia que convertiría aquel lluvioso día en el más excitante de mi vida. Era, cómo no, otro juego: "jugamos a besarnos los tres". No había reglas, ni ganadores ni perdedores. Era simplemente una excusa para explorar nuestros cuerpos.

Mientras mi memoria recordaba a velocidad de vértigo el día del striptease contemplé de nuevo la habitación: Mireia, sin saber aún muy bien por qué, estaba en tanga acurrucada en el sofá y mostrándonos la silueta de su conejito seguramente depilado; por su parte, la faldita de Ángela dejaba ver cada vez más y se había quitado las sandalias: tenía unos pies preciosos. Pensé que si unas niñas me habían hecho disfrutar tanto el día del striptease y los besos, estas jovencitas –que en algunos aspectos no habían cambiado nada- podían darme un placer incalculable.

Continuará.