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Con mi profe en la carretera

en Jovencit@s

En los dos meses de vacaciones de verano del 88 comparé a mi profe de geografía con Héctor, Manuel y Gerardo, cada vez que cogía con ellos, y la comparaciones eran favorables para el profe que, por lo visto, era experto en llevar a la cumbre del éxtasis a chavitas de mi edad. Así que al regresar a clases, mis ansias por coger otra vez con èl eran enormes.

Esta vez, teníamos geografía a penúltima hora. Yo veía al profesor con otros ojos: recordaba lo bien que me la había metido y las ganas que tenía de que me cogiera otra vez. Empecé a fantasear maneras de echármelo al plato y apenas noté que terminó la clase. Iba saliendo de la cuando dijo:

-Cecilia, espera un momento.- Salieron los demás y él preguntó con voz neutra y cara inocente:

-Por casualidad, ¿no olvidaste algo en mi oficina, unas dos semanas antes de salir de vacaciones?, algo de seda, muy bonito...- se calló y me miró.

-Pues claro que lo olvidé... ¿no lo tendrás en tu coche?

-Si... si- tartamudeó.

-Pues deberías dármelas dentro de hora y media en la esquina de Hidalgo y Morelos, ¿te parece?

-Si... está bien.

-Pues vale. Me voy.

Y me fui: pensaba que había bastado con desearlo y que ya lo tenía, que él había dado el primer paso.

Hora y media después me subí a su coche. Había pasado al baño de un super donde me subí la falda hasta medio muslo y me quité las pantys, y al subirme a su coche, en aquella esquina siempre sola, lejos de mi parte de la ciudad, cerca de la salida a XXX, la falda subió aún más. Le di un beso en la mejilla y tomé su mano, poniéndola en mi muslo, hasta arriba. El la recorrió un poquito y sonrió al sentir que no había nada.

-No llevas pantys –dijo.

-Es que no tengo... ¿te acuerdas? Las dejé en tu oficina- dije.

Mis pensamientos y sus caricias me tenían a mil y le dije:

-No quiero que me vean en tu coche-. Y me agaché sobre su regazo.

Tenía un chevy nova ya viejo, con un asiento delantero muy amplio y de una pieza y vidrios polarizados: muy naco, pues, pero potente: sus 6 cilindros arreaban que daba miedo.

Antes de que terminara de bajarle el pantalón y los calzones lo suficiente como para que su verga apareciera, ya habíamos salido a carretera. Manejaba por la autopista mientras yo se la chupaba y al rato tuve que beberme su leche, que es algo que nunca me ha gustado.

¿No se les antoja? Imagínense manejando un poderoso seis cilindros por la carretera, bajo el sol, con el viento moviéndoles el pelo, y una lolita cachonda mamándoles la verga como una puta consumada?

Porque yo sabía mamar vergas, ni duda cabe. Había aprendido a chuparlas golosamente, a acariciarlas con la lengua, a morderlas despacito, a succionar para extraer la leche de que solían estar llenas. Sabía mamarlas lo mismo para prepararlas para encularme luego de una o dos buenas cogidas, cuando parecían un pellejo inerte, que para satisfacer a mis amantes cuando la ocasión no permitía una cogida en forma.

Como yo confiaba en la resistencia de mi profe, pues recordaba muy bien que me había cogido espectacularmente a pesar de que acababa de darle su ración de leche con verga a Lola la Trailera, así que se la mamé hasta dejársela afilada, hasta extraerle todo la leche que sus huevos guardaban, mientras sentía que mi panocha ardía, cocinándose en su propio jugo. Por supuesto, llevé mis dedos allá abajo y me introduje dos de ellos en mi panocha, preparándola para recibir esa gruesa vergota.

Me tragué toda su leche y seguí chupando, sintiendo como la verga de mi profe perdía vigor y luego se recuperaba y crecía hasta ponerse dura otra vez. Entonces, el prof se metió en un camino secundario, lo que sentí por la violenta vibración del coche, no porque yo viera nada, pues, mamandole la verga, mis ojos solo abarcaban su vientre y parte del asiento.

Sin aviso, detuvo el motor y tomándome en sus musculosas brazos me dio vuelta como si yo no pesara nada. me acostó sobre el amplio asiento, boca arriba, me levantó la faldita y sin mas trabajo, me insertó su pitote en mi palpitante panochita. No le costó trabajo, pues yo abrí bien las piernas y adelanté mi pubis para recibirlo por fin, con un largo suspiro de gozo.

Su juego dentro de mi fue largo, violento y lleno de meandros imprevisibles, de pronto juntaba mis piernas con sus fuertes rodillas, dándome la sensación de que su verga saldría de mi, que me las abría y las subia, entrando hasta profundidades increíbles.

Como si no hubiese aprendido tanto n los meses anteriores, yo estaba quieta: la actividad era d él, solo de él, que se movía en mi sin pausa, que me hacía suya, que me enloquecía con su vergota dentro mía. Me tenía clavada al asiento trasero del coche, atada a él, a su vientre, y seguía moviéndose, excavándome,

Yo llevaba cinco orgasmos cuando al fin se derramó, llenándome de un dulce calor.

Como no lo había sentido con mi tío, ni con mis amigos, sentí que lo amaba, que quería esa verga en exclusiva propiedad.