El Macho que violó a la Puta

Esta historia empieza el segundo día que cursaba la preparatoria, cuando descubrí hasta que punto puede llegar un hombre a sodomizar a otro hasta convertirlo en el más sumiso esclavo sexual, ese sería yo. El hombre que me dominó nació bajo el nombre de Santiago Mijares y por lo que oí después, proviene de una larga familia de dominadores de putas, nombre que reciben sus esclavos. Su secreto es una pequeña pastilla que remueve la voluntad de las personas para que los Mijares puedan hacer a diestra y siniestra lo que quieran. Usar sus cuerpos para deleite sexual y castigarlos por faltas mínimas a su reglamento, también escrito desde hace mucho.

Como iba diciendo, era el segundo día de mi preparatoria y acabábamos de terminar con la clase de deportes. El calor nos agobiaba a todos los alumnos (únicamente hombres). Sudados, regresamos a las aulas para tomar una clase de álgebra muy pesada y Santiago pareció no entender la clase y por eso me pidió que nos quedáramos en el salón durante el recreo para que pudiera explicarle unos ejercicios. Así lo hicimos. Nos sentamos juntos y él me ofreció una pastilla de "dulce". Yo la acepté gustoso. En pocos minutos, mis músculos se empezaron en entumir, la sangre empezó a fluir a través de mi pene. Mi cuerpo dejó de responder a las órdenes de mi mente.

"¿Qué es lo que me está pasando?", intenté balbucear con un poco de energía.

"La pastilla que te acabo de dar destruye tu voluntad por unas horas y tu cuerpo sólo responderá a las órdenes de otros hombres. El efecto generalmente dura unas pocas horas, pero puede ser prolongado con la actividad sexual. De modo que a partir de ahora serás mi esclavo sexual. Me conocerás como tu amo, y vivirás para complacerme. Para empezar tienes que aprender a obedecerme. Ahora vas a desnudarte, te vas a poner la tanga que yo te voy a dar y bailarás para mí. Quiero que te humilles para que aprendas que junto a mí no vales nada."

"Sí, amo", respondió mi boca sin yo quererlo.

Lentamente, mis propias manos me fueron quitando la ropa y me avergoncé de lo que estaba haciendo. Recibí una tanga roja de encaje para aprisionar mi sexo y todo mi ser empezó a moverse ante la sonrisa de aprobación de mi nuevo amo. Entonces se quitó la playera de deportes y pude ver su esplendor sudado. Pectorales duros como roca, estómago de lavadero y brazos de trabajo de gimnasio, todo cubierto por una fina capa de vello goteando en sudor. Se quitó también los pantalones y pude ver que estaba completamente desnudo. Tal y como yo lo quería ver desde hace años, pero en otras circunstancias.

"¿Te gusta mi cuerpo? A partir de hoy, yo voy a decirte que es lo que te va a gustar y como te has de mover en sociedad. Te voy a reprogramar como a tantos otros que nuestra generación. Ahora, lo que más deseas es lamer mi pecho desnudo. Sientes que es tu propósito en la vida, pero no lo puedes hacer porque no te lo he ordenado. Sigue bailando de manera sensual para mí."

Luego caminó hasta la parte trasera del salón y se sentó en la última banca, abriendo las piernas para mostrarme su pene.

"Sigue bailando, pero camina hacia mí. Te gusto, me deseas como la realización de tu vida. Casi puedes saborear el sabor salado de mi cuerpo en tu boca, por eso voy a ser benevolente contigo y te voy a dejar con un poco de libertad para que disfrutes de mí. Después de clases tengo una cita con mi novia, pero no puede verme así. Lame todo mi cuerpo para secarlo. Sabes muy bien que es lo que te gusta y a partir de hoy no podrás vivir sin él."

"Sí, amo", volví a contestar de manera automática.

Pude mover mi cuerpo a voluntad, pero esta vez había empezado a reprogramarme y en lo único que podía pensar era en lamer todo su cuerpo y eso hice. Pasé mi lengua por su pecho y sus axilas, y nunca esperé que un placer inigualable invadiera mi cuerpo. Estaba disfrutando al ser un mero objeto de otro hombre. Mi dueño. Seguí lamiendo hasta que una orden volvió a impedir un movimiento voluntario.

"Detente y ponte en cuclillas en posición de adoración, pues a partir de ahora me conocerás como tu rey y tú no eres más que un peón barato que vas a conseguirme mucho dinero. ¿No lo has adivinado? Los reprogramo para prostituirlos y después vivir de eso. Ustedes no recibirán nada más que sexo barato. Ahora vamos a ver de que estás hecho, mira como has puesto mi pene con tu baile. Está totalmente erecto y tienes que bajarlo. Para hacerlo aprenderás a mamarlo, a cuidarlo y a respetarlo. Es más importante que tu vida y por eso te inclinarás cada vez que lo veas. Mételo en tu boca, saboreándolo hasta conseguir tu premio. No lo tragues."

Mi rostro se acercó a la raíz de su sexo y mi boca abrió grande para tragar. Me quedé quieto, casi sin respirar.

"No, mi putita. Está bien que te guste tener esto dentro de tu boca, pero no estás muerto y tienes que moverte para darme placer. Disfrútalo como una buena paleta, la mejor que hayas probado. Respira, porque aunque tu vida no vale nada, acabo de desperdiciar una pastilla en ti."

Y sentí su puño cerrándose en mi pelo guiándome como a él le gustaba. Sólo así podía experimentar movimiento en mi cuerpo.

"Ah, así es como me gusta. Tu sabes bien siempre te he gustado. Desde secundaria he visto como me miras con ojos ardientes. Siempre quisiste esto y ahora lo tienes. ¡Disfrútalo!"

Y su mástil de carne empezó a vibrar y su leche inundó mi boca. Deseaba tragarlo, pero mi garganta se negaba a obedecerme.

"Levántate", ordenó y en cuanto me puse de pie metió mi pene en su boca, pero yo no sentía nada hasta que llegó el orgasmo y todo el placer llegó repentinamente. Llegó tan rápido que experimente dolor mezclado con placer. Se levantó y me besó, entregándome mi propio semen. Me ordenó que tragara mi leche y la suya mezcladas.

"Habla, quiero oír tu vez. Humíllate una vez más con tus estupideces."

Mi lengua se liberó de su poder y pude hablar.

"Eres una persona enferma. Necesitas ayuda si crees que puedes hacerle esto a más hombres. Si yo pudiera moverme…"

"¡Cállate! Seguramente estás enojado porque todavía no estás satisfecha. Eres un maldito joto y vas a pagar por tu ofensa. Ahora vas a sentir el doble todo lo que te haga. Te juro que la vas a sufrir. Ahora ponte en cuatro patas."

Pude oír como se hincaba junto a mí y su lengua se adentraba en mi culo. Tal y como él lo había mandado, la sensibilidad de mi cuerpo había aumentado a niveles insospechados. Intenté gemir, pero mi boca permaneció cerrada.

"Ahora sí vas a quedar totalmente satisfecha. Y no se te ocurra gemir porque nos pueden descubrir."

Y coloco la punta de su pene como flecha que espera traspasar su blanco, y así lo hizo. El dolor fue indescriptible, pero sentir su tubo de carne cubierto de venas deliciosas me hacía sentir un placer indescriptible. De verdad estaba satisfecho. Empezó con embestidas poderosas que me desgarraban y que culminaron, otra vez, en llenar todas mis entrañas de su semen.

Se separó de mí y lo extrañé como si hubiera perdido lo más importante de toda mi vida. De nuevo me ordenó pararme.

"Me has convencido para unirte a mis ejercito de hombres reprogramados. Por lo pronto ponte de nuevo la tanga y vístete."

Así lo hice y cuando hube terminado me encontré con él, quién también se había vestido.

"Ahora ponte en cuatro patas porque vas a servirme de silla. Muy bien hecho. Al sentarme yo en tu espalda estoy afianzando mi autoridad sobre ti. Lo que acabo de hacer hace que el efecto de la pastilla dure veinticuatro horas. Ya sé que como eres una puta desgraciada no puedes moverte sólo sin una voz poderosa que te ordene, pero tendrás que hacerlo. Creo que mañana te voy a presentar al primer hombre que programé. Es más, a partir de mañana también responderás a su voz."

Se levantó y me dio una nalgada.

"Ahora te vas a levantar y vas a ser libre hasta que yo te lo ordene. Sólo responderás a mis órdenes.

En cuanto recuperé mi libertad intenté darle una cachetada, pero me detuvo.

"¡Alto!"

Y mi mano quedó a la mitad del aire.

"Las putas sucias son demasiado predecibles. Todas intentan hacer lo mismo. Inclínate ante mí y lame mis tenis. Que no sirves para otra cosa. Humíllate."

Mi cuerpo volvió a su modo sumiso y se inclinó para obedecerlo. Pronto se oyó el timbre que anunciaba que el recreo se había terminado.

"Levántate, y sé libre, pero no me ofendas. Cada vez que hables con los demás halagaras mi cuerpo."

"Sí, amo", respondí, pero esta vez conciente de lo que hacía. Lo odiaba por lo que me había hecho y sin embargo entendía perfectamente que ya no había vuelta atrás. Poco sabía que estábamos siendo observados.