El autor era Vudú blanco, y he encontrado este relato casualmente en la red y simplemente me apeteció recatarlo.
Deberías haberme visto cuando mi esperanza era nueva.
Ahora mi corazón es negro, como un cuento en una noche de invierno.
***
Acabábamos de llegar de la playa. Carmen había estrenado su bikini celeste y eso
me había puesto de mal humor. Y es que el dichoso bikini era precioso y muy
sugerente, me encantaba; pero también a todos los moscones que no dejaban de
mirarla en la playa. Sí, soy celoso.
Nos metimos en la ducha para quitarnos la arena y el salitre. Era un cuartito en
la parte trasera de la casa a salvo de miradas curiosas. La ducha solo tenía
agua fría, pero la verdad es que con el calor no apetecía otra cosa.
Nos duchamos los dos juntos en el poco espacio de la ducha y no podíamos evitar
que nuestros cuerpos se rozaran y el agua helada me tonificaba los músculos. La
verdad es que el bikini era realmente excitante, no demasiado pequeño, lo justo
para que la imaginación empezara a trabajar. Aunque claro, Carmen podía
excitarme con cualquier ropa, aunque fuera unos vaqueros viejos y un abrigo de
cuello vuelto. Eso era algo que no había cambiado con el tiempo, al contrario,
cada vez me gustaba más.
Me quedé mirando como el agua recorría su cuerpo. Había cerrado los ojos y
levantaba la cabeza para beber directamente del chorro. El agua se escapaba de
su boca y caía por la garganta. Los pechos parecían querer escapar del bikini,
demasiado grandes para su pequeño cuerpo. Durante la adolescencia le habían
acomplejado y aun no lo había superado del todo. El agua había endurecido los
pezones que se marcaban de forma rotunda contra la tela. El agua seguía bajando
por su vientre, bifurcándose al llegar al ombligo en forma de I. La tela se
ajustaba sobre sus labios vaginales, formando un bulto que dejaba claro su
volumen y la raja que los separaba. Al darse la vuelta, pude ver su cabello
mojado y brillante pegado a la espalda. La cintura estrecha que dejaba paso a
unas caderas bien formadas y a un culo un poco pequeño, pero redondito.
Se volvió y me sonrió. No era ese tipo de mujer que hace que te vuelvas en la
calle. No, ella era mucho peor. Era ese tipo de mujer de la que te enamoras sin
darte cuenta y entonces es demasiado tarde, ya estas atrapado. Un día estaba
hablando tranquilamente con ella, y sin esperarlo, hubo una explosión dentro de
mi cabeza y me di cuenta de que era la mujer más bella del mundo.
Tenía un rostro un poco infantil. Me gustaba hacerla enfadar diciéndole que se
parecía a Heidi o una de las supernenas. Una cara pequeña y redonda, que podía
ser dulce y a la vez transmitir una fuerza increíble. Tenía la piel clara y en
cuanto le daba un poco el sol se llenaba de pecas. Ella las odiaba y a mí me
encantaban.
Estiró la parte de arriba del bikini para que el agua cayera directamente sobre
sus tetas, dejando al descubierto unos pezones anchos y grueso de color canela.
Ese gesto indiferente fue el que lo comenzó todo.
Me lacé a por esos pezones, chupando y lamiendo, Las copas del bikini quedaron
por debajo de sus pesados pechos, levantándolos y dejándolos en mejor posición
para que yo hiciera mi trabajo. Carmen primero se asustó un poco, pero luego me
dejó continuar, ayudándome a coger una posición algo más cómoda, en el poco
espacio de la ducha.
Había empezado un viejo juego. Dominar al otro a través del
placer. Las reglas eran simples y silenciosas, aunque cambian en cada ocasión.
Ganaba el que hacía sentir más placer al otro e intentábamos ocultar lo que
sentíamos. Los dos queríamos ganar y a la vez ansiábamos ser derrotados por las
caricias del contrario.
Apretaba sus tetas a la vez que chupaba sus sensibles pezones. Ella se
estremecía y gemía muy bajito. Subí para besarla, mientras que le desabroché la
parte de arriba, que tire a un rincón. Seguí besándola dulcemente mientras mis
manos bajaban por su espalda y el agua fría caía sobre nuestras cabezas. Atrapé
su culo y lo rodeé con mis manos; amasándolo y haciendo que la tela se perdiera
entre los cachetes. Ella me abrazaba con fuerza, como si temiera que me fuera a
escapar; temblando, no sé si de excitación o de frío. Quizás hubiera algo más.
Bajé dándole besitos entre los pechos, en las axilas y en el vientre. Algunos
eran suaves, como el roce de las alas de una mariposa y otros eran ruidosos a
propósito para hacerla reír como a una niña pequeña.
Cuando quedé de rodillas frente a ella, tiré lentamente de las tiras de la parte
de abajo del bikini, dejando al descubierto su hermoso pubis. Espeso y suave,
depilado solo lo justo para usar el bikini. La parte de abajo termino en el
mismo rincón que la de arriba.
Le separé ligeramente las piernas, y bebí de ella, porque estaba sediento.
Sediento de ella, del roce de su piel y del suave aroma a regaliz que exhalaba.
Lamí su grieta, separando los labios y buscando lo que ahora era el centro de su
ser; un clítoris grueso que había salido a recibirme. Lamí, chupé y tuve que
aguantar las ganas de morder. Los labios mayores eran carnosos y cubrían a los
menores que habían tomado un fuerte color rojo.
Carmen tuvo que agarrarse a las paredes cuando las piernas se negaron a
sostenerla. No me importó nada que hubiera llegado al orgasmo. Yo estaba ganando
el juego y continué lamiendo, tragando sus flujos vaginales y haciéndola gozar
una y otra vez hasta que se tuvo que apoyar en mi; completamente agotada y
vencida por el placer. Y aun así no la dejé descansar.
Me puse de pie y le di la vuelta con un poco de brusquedad; dejándola apoyada de
cara a la pared. Le acaricié la espalda y deslice mi mano entre su culo. Le di
un pequeño susto jugando con su ano, pero seguí bajando hasta su coño, que
parecía latir al ritmo de nuestra excitación. Pero fue ella la que agarró mi
miembro y lo llevó hasta la entrada, fue ella la que echó el culo hacia atrás
empalándose lentamente. La agarré por las caderas y seguí el ritmo de los
latidos. Sus grandes tetas se aplastaban contra los azulejos y el agua helada
acariciaba nuestra piel. Entraba en ella con fuerza, casi con ira y Carmen gemía
con la cara apoyada en la pared y los ojos cerrados; moviendo las caderas en
círculos. Le besaba el cuello en silencio, supongo que todo el mundo tiene una
rareza, la mía es que no habló en esos momentos, de hecho no hago ningún ruido,
ni siguiera jadeo. Estábamos haciendo el amor en un silencio roto solamente por
el sonido del agua y los suaves gemidos que Carmen intentaba reprimir.
Yo estaba en tensión, no podía soltarle las caderas ni dejar de bombear dentro
de su coño. Pero fue ella la que se separó con una mirada salvaje, dispuesta a
tomarse la revancha. Me acorraló en un rincón y jugó con sus reglas. Se pasaba
la lengua por los labios y se acercaba a mí. Cuando creía que me iba a besar se
apartaba obligándome a buscar su boca. Lo hizo varias veces, hasta que al final
se dio por completo en un beso profundo e intenso. Su lengua entró en mi boca
enredándose con la mía y explorando cada rincón.
Ahora era ella la que bajaba por mi pecho y mi vientre, hasta llegar a mis
ingles. Cuando estaba apunto de tragar mi polla la aparté; y es que hago trampas
en el juego. Nunca dejaré que me haga una felación y ella lo sabe muy bien. Debe
ser el amor ¿no? Pero no quería que ella se humillara de esa manera. Me sentiría
fatal, mi sexualidad estaba orientada a su placer no al mío. Ella lo seguía
intentando sabiendo que yo siempre la apartaría, era casi una broma.
La puse de pie y la besé con desesperación. Podía sentir sus duros pezones
clavarse contra mi pecho. La levanté en peso y la ensarté de una sola vez.
Estaba completamente húmeda y dilatada. Ella quedó con un pie apoyado de
puntillas en el suelo, mientras que la otra pierna me rodeaba la cadera. En esa
posición su vagina se cerraba por completo sobre mi polla. La sensación para los
dos era increíble. No solo hacía que roce fuera más intenso, sino que además
podía sentir como los músculos de la vagina se contraían una y otra vez haciendo
ondas que succionaban mi polla. A la vez mi pubis frotaba con fuerza su clítoris
en cada embestida. A pesar del agua fría podía sentir el calor de sus flujos
salir a borbotones de su coñito y derramarse encima de mis huevos para luego
mezclarse con el agua y perderse entre nuestras piernas.
La penetración era infernalmente lenta y ella había entrado en una serie de
pequeños orgasmos que iba subiendo de intensidad poco a poco. La penetración era
tan profunda que mi glande rozaba la entrada de su útero. La cadena de orgasmos
continuaba y Carmen, con los ojos medio cerrados, suspiraba como si estuviera
apunto de asfixiarse. Estaba fuera de control y de forma instintiva había
comenzado a mover las caderas en círculos. Se estaba acercando a un orgasmo
realmente fuerte y yo no sabía cuento podría aguantar.
Ese orgasmo llegó lentamente pero fue creciendo en intensidad hasta que ella no
pudo resistirlo y se dejó llevar por el placer. Arqueándose hacia atrás, dejando
la cabeza colgando y con la cara completamente relajada, disfrutando plenamente
de las sensaciones que atravesaban su cuerpo. A la vez yo me derramé por
completo en su interior mientras que con una mano la sostenía por la espalda y
con la otra acariciaba sus grandes tetas.
Quedamos abrazados en esa postura. Éramos uno solo hecho de dos y el agua seguía
cayendo sobre nosotros. Tardé unos segundos en volver en mi y mire a Carmen, una
vez más me di cuenta de la suerte que tenía porque estuviera a mi lado. Alargué
la mano con pereza y cerré el agua. Carmen me sonreía y yo me sentía realmente
bien. Y abrazados como estábamos, empecé a contarle al oído, la historia de la
ciudad de las cuatro puertas, una historia que no solo se cuenta con palabras,
sino que debe ser contada sobre el cuerpo de una mujer. De esa manera mis
caricias convirtieron su vientre en un desierto místico que las caravanas debían
atravesar. Y a medida que la historia avanza, las caricias se hacen más intimas
e intensas, hasta que los dos estábamos preparados para empezar de nuevo.
La ciudad de las cuatro puertas es una historia especial y Carmen es la única
mujer que conoce su final.