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Maria era Linda

en Hetero: Primera vez

María era Linda

Recuerdo su piel suave y sus incipientes senos rozando mi humanidad.

Sus besos eran tibios y profundos a pesar de la timidez de su ser.

María era aun una niña, era Linda.

Nos encontramos en medio de la ropa sucia que su madre arreglaba en mi casa. Nos mirábamos y sonreíamos. Jugábamos inocentemente como niños que éramos. Nos cubríamos con montañas de ropa de toda la familia y en medio de los diferentes olores de mis padres y hermanas, encontré el suyo.

Recuerdo su olor en medio de los olores de mi numerosa familia, como un ave reconoce a su cría en un nidar de miles.

Olía a María, que simple. Si, olía a María y a sus juegos, a su mirada, a su compañía. Era un olor lleno de significado que me inundaba.

Podía hacer frío o calor, estar limpia o sucia, recién vestida, no importaba, olía a vida, olía a la Linda niña María.

Crecíamos lentamente. Recuerdo aquellos días eternos de juegos con la niña María.

Un día toque su mano, la miré y sonreímos.

No era la misma sonrisa infantil de días anteriores, lo supimos durante ese largo momento que transcurrió desde que nuestra miradas viajaron de la mano a los ojos. Los niños no sabían que pasaba, el juego se iba tornando diferente. María seguía siendo la misma niña Linda que me acompañaba y ahora me tocaba.

Cuando nuestras miradas se juntaron sentí un impulso irrefrenable por tocar sus mejillas. Lo hice sin angustia y sin pausa. Alcance su suave mejilla y deslicé mi mano lentamente. Dejamos de sonreír, lo recuerdo. Su mano repitió mi gesto. No hubo palabras.

Los juegos en la ropa sucia continuaron por muchos días.

Nos echábamos cantidades de ropa encima y en la penumbra y en el calor empezamos a reconocer nuestros cuerpos. Descubrimos un nuevo juego, un nuevo lenguaje sensorial.

María cada día era mas linda, su olor era mas dulce, descubrí su suave piel, su sonrisa no me abandonaba jamás.

Su madre siempre estuvo cerca, para nosotros existía como algo mas del alrededor, no había culpa, no había temor.

Los juegos de niños fueron tornándose mas lentos, las miradas se cruzaban y se detenían por minutos durante acompasadas respiraciones mutuas.

De adulto puedo describir esas escenas y se que lo hago torpemente. En esos días no eran necesarias las palabras, tanto, que hoy no recuerdo una sola palabra de aquellos momentos. Recuerdo imágenes, temperaturas, oscuridades, poros y sobre todo, recuerdo a María. Recuerdo que Ella era linda.

Mis manos esculpían el cuerpecito de María. Aun con pudor lo hacia sobre sus ropas. Rozar sus hombros me causaba una gran emoción y aun ese recuerdo me entusiasma. Luego fue la piel de sus brazos cafecitos. Nos sentábamos frente a frente y acariciábamos nuestras rodillas, nuestros rostros, sin afanes, sin angustia, sin objetivos, todo empezaba y terminaba en las caricias.

Algún día mis dedos se deslizaron por debajo de la manga de su camisa y sus dedos lo hicieron por la mía. Seguíamos jugando entre la ropa y ahora la ropa dejaba de ser el juguete y se convertía en nuestra guarida de caricias.

Su madre recogía parte de la ropa y la llevaba hasta el lavadero. Ahí se ocupaba un rato y regresaba luego por otra tanda.

Nuestras ropas empezaron a ser molestas, calurosas, apretadas, limitaban la experiencia sensorial que avanzaba cada vez mas rápidamente.

Un día hicimos un pacto de miradas y sonrisas, y apenas su madre salió con una tanda de ropa, nos quitamos las camisas y nos abrazamos fuertemente.

Cuando me preguntan por mi primera vez, recuerdo ese día, ese momento exacto cuando rocé sus pezoncitos que no eran muy diferentes a los míos.

Sentí ardor, deseo, ganas de sentir mas, palpitaciones, instinto, posesión. Ya nada sería igual, habíamos cruzado un límite sin retorno y nos sentíamos felices, imparables.

Desde ese día jugábamos como niños en presencia de su madre y empezábamos a jugar como adultos cuando salía a lavar la tanda de ropa.

En pocos días nos quitamos toda la ropa, nos besábamos, nos olíamos, sudábamos, nos lamíamos, emprendíamos aventuras hacia zonas que no conocíamos del otro cuerpo, al principio con timidez y luego con pasión.

Yo jugaba erecto desde que la miraba hasta que se iba con su madre. Así aprendí a sentirla, a palparla por todas partes.

Perfeccionamos la técnica de desvestirnos y vestirnos rápidamente, usábamos ropas muy sencillas, teníamos sincronizados los minutos de una tanda de ropa, distinguíamos los pasos de su madre y sabíamos si iba o venía.

Aunque creo que ella siempre fue cómplice o mas bien, respetuosa.

Estar desnudos era un ritual de todos los días, era nuestro lenguaje, nuestro necesario alimento pasional. María estaba en mis entrañas y yo en las de ella. Describo el mundo sin mas seres que ella, por que María lo era casi todo.

Los pezoncitos de María ya no estaban tan cerca de su cuerpo cuando hablamos por primera vez sobre nuestros juegos.

Es hora de conocerlo todo, le dije.

El amor y el instinto nos sedujo en ese instante mágico donde confluían todos los días de niñez, los juegos en las ropas, todas las caricias infantiles, las miradas que sumaban horas, sus olores que ya corrían por nuestras venas.

Nos miramos por última vez como niños, nos besamos desnudos sentados sobre el piso. Suavemente la recosté y sobre su cuerpecito empecé a dibujar con mi vientre pequeños círculos.

María era Linda y me encantaba besarla, no dejaba de besarla como no dejaría de respirar.

Los círculos que dibujaba sobre su cuerpo fueron mas pequeños, luego mas y mas hasta que me detuve en la entrada del fin de su niñez.

No era un momento alegre para ella, ni para mi. Morían nuestros mas inocentes momentos de vida. Nos despedíamos, estábamos a punto de morir, lo sabíamos ambos y lo deseábamos.

Mi cuerpo se acercaba mas al suyo aunque ya estábamos juntos, y así continuamos acercándonos hasta que brotaron lágrimas rojas de mi Maria Linda.

Mi recuerdo llega hasta ese momento. Embriagado de deseo y de nostalgia la amé el resto del día.

María y su madre partieron unos días después y jamás la volví a ver, jamás recuperé su olor.

Maria era Linda.............