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El Realquilado (2: Paseando por las nubes)

en Bisexuales

PASEANDO POR LAS NUBES. Segunda parte de "EL REALQUILADO"

Aquel primer día de amor y pasión fue el comienzo de una relación que duró medio año. Seis meses en los que día a día César me demostraba su amor de la mejor forma para los dos: follar mi culito y llenármelo de leche. Aunque aquella mágica primera vez lo hicimos pecho contra pecho, mi postura favorita era de lado y por detrás.

Por fortuna, para mi amante también era satisfactorio. La penetración en esta postura es total. Después de la eyaculación, permanecíamos abrazados, sintiendo nuestra piel, disfrutando del cansancio de una sesión amorosa. Mi culito contra su polla.

Después de hacerme el amor la primera vez fuimos perdiendo la inhibición y nos atrevíamos a pedir al otro aquellas cosas que más nos gustaban. Por ejemplo, siempre me ha gustado que me den azotes en el culito. Cada mañana mi amante respondía a mi seducción dándome unos azotes que ponían mi vicioso culito rojo como un tomate. Después de manosearme con sus manazas, me daba por el culo en el sitio en el que me pillaba; de pié, apoyado sobre una mesa, en el sofá. A continuación, y después del aperitivo, me llevaba en brazos a su cama y allí me follaba hasta dejarme bien llena de leche.

Nos paseábamos entre nubes de algodón. Nubes de amor y pasión sin límites. El pene de mi novio era mi objeto de deseo y César me lo deslizaba por el canal de mi culo, contradiciendo las intenciones de mi esfínter, que acababa sucumbiendo a semejante dulzura. El momento más dulce de la relación entre dos personas, es cuando tu amante invade tus adentros con su falo e inyecta su dulce veneno. Llegué a ser la putita de mi realquilado. Cada mañana llenábamos el aire con jadeos de placer, ruidos de cama y ronquidos de descanso después de la batalla.

En aquellos meses de maravillosa relación, yo no me atrevía a decirle a mi mujer que tenía novio a pesar de nuestra actitud liberal. María ya había tenido su primera relación y yo ya había disfrutado de un placer delicatessen que consiste en meter el pene en una vagina que tiene aún semen de otra relación. Lo que yo llamo mojar en leche. María solía andar desnuda por la casa, con sus preciosas tetas al aire y su coñito tan generoso semi-depilado. Se sorprendió un día al ver a César desnudo dirigiéndose a la sala para cenar. Su pene tenía una leve erección. Ese día, como tantos otros, había descargado dos veces en mi culo.

--Vaya, César, ¿tienes calor hoy?--, le dijo sonriendo y sin dejar de mirar con curiosidad y hasta con admiración su preciosa polla. María llevaba en ese momento por única vestimenta una camiseta escotada, muy corta, que dejaba ver la curva de su culito, algo que remarcaba aún más su juventud y feminidad.

--Estoy más a gusto así, si a ti no te importa--, le contestó, sentándose a mi lado, mientras me metía mano disimuladamente. María llenaba la mesa de viandas, mientras tanto.

--Pues claro que no. Mira como anda Manu. Le encanta estar desnudo. No se pondría ni una pieza de ropa nunca, si pudiera.--

Que César deseaba a María, era algo evidente. Era algo que ella sabía, y a pesar de ello, no escondía su bonito cuerpo. A mí aquel juego me llenaba de calentura. Aquella seducción descarada me ponía a cien. Vivíamos en un ambiente de excitación sexual mantenida. Pero ni mi novio se decidía a hacer el amor con mi mujer, ni maría se decidía a disfrutar de aquel aguijón cargado con veneno mortal. El mismo veneno que mi culito recibía a diario.

Esa noche, después de eyacular en su culito, María me había dicho bromeando:

--Oye, me he dado cuenta de que César y tú os tenéis mucho cariño y tú le miras mucho su polla. Además estaba empalmado. Vaya con César, quien lo fuera a decir. Como para fiarse de los hombres mayores. ¿No será que te gusta, eh, putillo?--

Mi compañera sabía muy bien de mis aficiones por la zona anal. De hecho, solía meterme un dedo en el ano cuando follábamos. Sabía que así aceleraba mi eyaculación. Con los años de convivencia llegó a conocer y sospechar en mí cierta bisexualidad, debido a las fantasías que compartíamos en cada polvo.

--Cómo no va a estar empalmado si no haces más que provocarle con tu culito. –Le dije, eludiendo su insinuante pregunta-- Tú le gustas, lo que pasa es que no se atreve porque eres mi mujer.--

--¿Tú crees que quiere metérmela? ¿A ti te gustaría que César y yo folláramos?--

--Te acabo de dar por el culo, pero si aún tienes ganas de follar vete a su cama. Quizá le dé un infarto si le das todo eso para él sólo--

Nos reímos. Ella deseaba hacerlo pero acababa de correrse y estaba satisfecha. Además aún tenía una relación con otro hombre. Nos dormimos.

Aquella mañana me levanté muy excitado. Mientras follábamos, María me había comunicado su intención de ir a ver a su novio, Javier. La sola idea de que volviera cargada de leche, hacía que estuviera al borde del orgasmo a cada momento. Me dirigí al baño con la intención de lavar mi culito para que mi amante pudiera culearme sin ensuciar su preciosa polla. Con una pera eliminé los restos de heces que había en mi intestino. Lo preparé todo para que fuera una mañana cargada de sensualidad. Me puse un bonito tanga negro y un top cortito de color rosa que dejaba ver mis nalgas.

Me encontré con el cuerpo desnudo de César, que me abrazó por detrás. Su polla apuntaba al cielo. Mi ano se dilataba por momentos. Me agarró la cabeza y metió su lengua en mi boca. Me di la vuelta, mientras sentía sus garras estrujando mis nalgas. Me arrancó el tanga de un tirón y metió un dedo en mi agujerito. Los besos apasionados de mi macho, que devoraban materialmente mi boca y su dedo grueso y fuerte hurgando en mi agujerito eran demasiado para mí. Deseaba que me follara. Deseaba su pipí entrando y saliendo de mi agujerito, amenazando inundarme. Me zafé de sus brazos y corrí hacia otra habitación entre risas.

--Ven aquí, pequeña zorra--, me decía, mientras se acercaba, blandiendo su rabo, duro ya como un palo. Me escondí debajo de una cama. Su corpulencia no le permitía perseguirme por pasadizos tan estrechos. Pero su deseo era demasiado grande para hacerme el estrecho. Levantó la cama sin ningún esfuerzo, volcando, el colchón hacia el otro lado. Me levanté. Mis risas iban en aumento. Me puse de pié y me metí en el armario, escondiéndome entre la ropa. No me podía contener y me hice pis.

--¿Donde estás, conejitaa?--Decía como un ogro amenazando comerme. Y no quería comerme, sino darme de comer a mí. Me agarró con fuerza y me llevó hacia él. Sabía que estaba perdido. Entre sus brazos, era presa fácil. Me besó, con fuerza, como devorándome, al tiempo que su daga preparaba ya el golpe fatal. Me echó sobre una mesa, abrió mis piernas y me poseyó sin contemplaciones. Me empaló con violencia. Creí morir de gusto, sintiendo aquella polla amorosa entrando y saliendo de mi interior. Tuve un orgasmo increíble. Mi semen salió disparado y el suyo me dio de desayunar. Aquel río de lava blanca se perdía en mis adentros y mis jadeos se oían por toda la casa. En medio de aquel caos en el que se había convertido la habitación, el revoltijo de pensamientos, los susurros de placer, nos dejamos caer en el maltrecho colchón que momentos antes mi amante había derribado. Que deliciosa batalla y que aperitivo para aquel día que no había hecho más que empezar.

--No te creas que has terminado, cabrón. Aun tengo ganas de más. Así que recupérate que aún tienes que follarme, y será en tu cama--. Nos quedamos dormidos. Yo ya tenía mi ración de nata caliente y mi amor había vaciado su depósito.

Nos despertamos, ya en su cama. Era la una de la tarde. Me pegué al cuerpo de César. Contemplé su polla flácida. No estaba dispuesto a que terminara nuestra mañana de amor de aquella manera, a pesar de que era ya un poco tarde. Sabía lo que a él le gustaba. Metí el blando miembro en mi boca. Le di cobijo caliente y le hice desear estar en su funda preferida. Nada mejor que mi habilidad en chupar aquella polla. Nada mejor que una gruta caliente y mojada para poner a mi amante otra vez en las nubes, o mejor, apuntando a las nubes. Me puso como a mí más me gustaba, de lado, mirando hacia la puerta, que había quedado abierta. Me penetró, suavemente, dulcemente, como un tren que sale de la estación casi sin querer y que va aumentando el ritmo, a medida que se aleja. Pero nosotros no estábamos lejos, él estaba dentro de mí, muy adentro, como a mí me gustaba. Y ese segundo polvito era más prolongado, más íntimo, más pausado y siempre prometedor de inundaciones.

Nuestro rincón de amor era la habitación que quedaba justo enfrente de la puerta de la calle. Esa sensación que me producía estar tan cerca de la escalera, tan a merced de la vista de todos, me llenaba de lujuria. Siempre he sido muy exhibicionista y en el fondo deseaba que todo el mundo me viese hacer el amor con aquel hombre sin estrenar a quien yo había regalado mi culito virgen. El tren ya había salido de la estación, ya había tomado cierta velocidad. Se dirigía cada vez más aprisa a su destino, a dejar su carga. Yo sentía la polla de mi amante cada vez más adentro, hasta que pude notar sus huevos. ¿Quién podría detener aquella máquina cuyo pistón desaparecía en mi interior? Nadie ni nada y mucho menos yo.

Nuestras respiraciones empezaron a oírse. Mis jadeos de putita ensartada, de yegua desbocada ya no tenían cortapisas.

Disfrutaba de mi hombre, de mi potente macho que era capaz de encularme durante media hora. De castigarme por puta. Nos encontrábamos, o mejor, nos perdíamos en aquella antesala del orgasmo, aquella muerte dulce que nos permite dejar de ser por unos momentos, divina droga que nos eleva a las alturas. Me imagino mis ojos entornados, casi cerrados, como un susurro, por el placer inmenso. No sé cuanto tiempo duró aquel paseo entre valles cargados de pradera, entre primaveras cuajadas de flores. Yo, en aquellos momentos era su hembra, su mujer y él se rendía ante mí, mostrándome las flores de su amor. Mientras me transmitía su esencia, blanca y espesa, su cálida nata, su alimento. Yo, como Afrodita, abierta y amante, lo recibía dentro de mí.

¿Quién podría haber oído el ascensor que se detenía en aquel 5º piso? ¿Quién, en aquella luna de miel, entregados al amor y al placer sin límites, podría haber oído la puerta que se habría? A quién le importaba ya ser contemplados ambos amantes en aquella escena lujuriosa, justo en el momento en que mi novio me llenaba con la prueba de su amor. Nadie más que mi mujer, con los ojos desorbitados, contemplando la escena, aún sin cerrar la puerta. Nadie más que María, empezando a acostumbrarse a tener más semen que el mío dentro de ella, podía haber llegado en ese momento no a interrumpir, porque aquello no había quien lo parara. César expulsaba las últimas gotas de semen en mi interior y yo, fuera, en otra galaxia, sin poder abrir los ojos tanto como mi compañera los tenía, derramaba mi esperma por las sábanas, el mismo que ella, en su inocencia, cuando hacía la cama, pensaba que era el producto de las pajas de nuestro realquilado.

Querid@s comunitari@s de este foro de pasión y amor en el que volcamos nuestro erotismo. Os entrego con todo mi amor, el producto de una pasión, fruto de experiencias propias y ajenas. Gracias por leerme, y gracias por vuestros orgasmos. No temáis eyacular o licuaros pues yo mismo he tenido que contenerme un montón de veces para poder acabar este relato.

Tampoco temáis comunicarme vuestros deseos porque yo os deseo y os quiero. Gracias también por escribir y ser la causa de tantos orgasmos con una mano en el ratón y otra en el mando. ¿Qué puedo decir? Que mientras follamos no disparamos, no lanzamos misiles. No tenemos más ideas ni ideales que vivir y dejar vivir. Nos gusta follar y que nos follen pero no jodemos a los demás.

Ningún mejor final, pienso, que el del éxtasis. Ningún mejor principio que un siguiente relato. Espero vuestras valoraciones y comentarios. Gracias a todas y todos. Besos.