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Un gran descubrimiento

en Bisexuales

Mi amiga Montse era una chica bastante maja. Simpática, abierta, liberal,… A mí siempre me hablaba con gran sinceridad, sin esconder ningún pensamiento, por raro que pudiese parecer. Quizás eso fue lo que hizo que nuestra amistad se afianzase tan rápido y de manera tan especial.

Nos habíamos conocido en los últimos años de universidad. Nos gustábamos; no para una relación formal, pero sí para muchas otras cosas; pero por una u otra razón, lo que tenía que pasar no pasó nunca. Tampoco descartábamos que sucediese en cualquier momento. Éramos muy sinceros y aunque tuviésemos pareja, sabíamos que lo que hiciésemos no supondría ningún compromiso, sino una forma de pasarlo bien y punto. En algunos temas no nos conocíamos en absoluto ya que no hablábamos de ellos, pero sin embargo en otros nos conocíamos como si llevásemos treinta años de amistad o de matrimonio; claro está, el sexo era uno de ellos.

Más de una vez habíamos hablado de sexo y ambos nos habíamos mostrado bastante abiertos a probar cosas distintas y sin miedos a nuevas experiencias.

Había pasado ya algún tiempo sin tener noticias de ella. Cierto día, en una feria de equipos técnicos, la vi en un stand. Me acerqué, y la saludé. Ella se alegró al verme, en parte por el tiempo que hacía y en parte por lo aburrida que estaba allí.

Cuánto tiempo, chico. ¿Cómo estás?

Bueno, no me quejo, hago lo que me gusta y eso ya es mucho. Tú tampoco estás mal, por lo que veo.

Gracias por el cumplido, pero tampoco te creas que me va tan bien.

Bueno, estás aquí, que no es poco.

Estuvimos un rato charlando y poniéndonos al día acerca de nuestras vidas. Me contó que vivía con un chico, que estaba a punto de examinarse para unas oposiciones,….

Como el stand se empezó a llenar de gente, le dije que la invitaba a una cerveza después de la feria, para charlar con más calma. Aceptó.

Recorrí lo que me quedaba por ver, con una sensación especial en el cuerpo. Montse estaba buenísima. Era una mujer no muy alta, lo que me venía perfecto para mi estatura, tenía unas piernas delgadas y un culito pequeño y redondito. Aquél día había sustituido los vaqueros y la ropa indie por un jersey oscuro de punto y una minifalda de piel, a juego con sus botas. Nada especial en realidad, pero un puntito sensual que me despertó los viejos deseos dormidos. Su pelo entre castaño y pelirrojo, su rostro de piel clara, con una boca sugerente de labios finos pero sexys,… aquella chica siempre había tenido un nosequé que la hacía especial.

Al terminar la feria acudí a su stand y la encontré recogiendo.

Bueno, te has ganado una cerveza – dije yo, contemplándola allí agachada, guardando los catálogos en un armario. Se adivinó su tanga violeta entre el final del jersey y el pliegue que formaba la minifalda.

No he currado tanto, no creas.

No es por lo que hayas currado. Es porque hoy estás muy guapa, y te lo has ganado – me lancé al ruedo sin mirar. Me la jugué y fui directo. Podían suceder dos cosas: que entrase al trapo (no era extraño, porque teníamos mucha confianza en ese sentido) o que hoy pasase del tema y me fuese a casa un poco planchado. Pero puestos a intentarlo, ¿para qué perder el tiempo con formalismos y horas de conversación?

Vaya, - dijo ella- pues la acepto y pido poder corresponderte.

Nos fuimos a un bar cercano y tomamos un par de cañas. Hablamos un rato de temas sin importancia, pero no tardamos en entrar en el terreno sexual. Me comentó que le iba bastante bien en ese sentido. Juan (su chico) era muy abierto y habían ido abriendo muchos horizontes.

Entonces se te puede considerar una mujer satisfecha ¿no?

Según se mire. Hago lo que me apetece, pero me siguen apeteciendo muchas cosas

Es el momento de hacer la pausa valorativa – sugerí yo en tono de humor. Ella apuró su cerveza.

Dejémonos de pausas, entre nosotros sobra todo eso. Vamos – me dijo cogiendo su abrigo – la siguiente la tomamos en mi casa y saldamos deudas.

Sabía perfectamente a qué se refería con aquello de "saldar deudas". Alguna vez, entre copas habíamos dicho que a nosotros nos quedaba una cuenta pendiente: liarnos alguna vez y dar rienda suelta a todos esos deseos que no haríamos con otras personas. Nos conocíamos bien, nos deseábamos, no buscábamos compromiso alguno,… se daba el caldo de cultivo ideal.

Así que medio cachondo por las perspectivas que planteaban las palabras de Montse, conduje hacia su casa, siguiendo su coche. Mientras conducía, iba pensando en mi torpeza por no indagar si su novio estaba en casa. Supuse que cuando ella me había propuesto aquel plan era porque Juan no estaría.

Llegamos a su barrio y aparcamos.

Una vez frente a su casa, ella me miró de frente y me dijo:

Abre tu mente, hoy podremos hacer realidad todo lo que hemos soñado estos años.

Ya me conoces – respondí, – lo que sea.

Caminamos juntos hasta su portal. Ella comentó distraídamente:

Desde que comenzamos a probar el tema bisex, Juan y yo hemos abierto un nuevo mundo de posibilidades.

Guardó silencio hasta llegar a la puerta. Me miró de nuevo, buscando una respuesta. Su frase había sido un globo sonda, para ver si lo que tantas veces habíamos dicho, yo lo seguía manteniendo. Mil veces nos habíamos mostrado abiertos a la bisexualidad, pero ella no tenía constancia de que llegado el momento yo me sintiera capaz. Ni tan siquiera yo lo sabía. Pero viendo sus ojos y su cuerpo, me supe capaz de todo aquella tarde.

Así que la miré y le susurré con tranquilidad:

Yo tomaré un ron con cola.

Y la besé. Un beso fugaz, tierno y cálido en sus ardientes labios. Sus ojos quedaron como idos. Parecía una quinceañera ante su primer beso.

Subimos a su casa. Un piso recogido, cuco y muy bien decorado. Me presentó a Juan. Un tipo majo, bien parecido, poco más alto que ella. De nuestra edad, bastante cuidado y con un cuerpo normal: sin torso de atleta, pero cuidado para no tener barriga.

Nos sentamos y charlamos un rato, mientras la chica se ponía ropa cómoda. Juan era un tipo agradable y sociable.

Mientras hablábamos, Montse comenzó a hacerle caricias a su novio. Lo besaba, pasaba sus manos por su pecho, su espalda, su muslo,…

La conversación derivó inevitablemente hacia cierto tono sexual. A pesar de llevar solo quince minutos allí, la conexión con Juan era tan grande, que no resultó extraño ni brusco el sacar el tema tan pronto. Supongo que Montse ya le habría hablado de mí.

Acabada la primera copa, estábamos todos más que cachondos. Juan se levantó a rellenar las copas. Una tremenda erección se intuyó bajo su pantalón del chándal. No le importó. Montse lo miró y sonrió satisfecha. Cuando Juan desapareció, se sentó junto a mí y comenzó el ritual de caricias y besos conmigo.

La dejé hacer y me entregué ciegamente a su juego. Fuimos palpando y acariciando nuestros cuerpos, desnudándonos mutuamente. Era un auténtico lujo tener entre mis manos aquel pequeño cuerpecito de curvas casi perfectas, totalmente descubierto y entregado a los besos y caricias que le iba dejando en su piel. Pasé de su cuello a su pecho, bajando por su costado hasta su cintura y sus caderas. Tenía la piel muy suave y ligeramente perfumada. Era una chica que se esmeraba en cuidar su lado sensual y eso me encantaba. Besé su espalda, sus nalgas, sus caderas. Volví a la parte delantera, acariciando su vientre, sus muslos y sus ingles. Su cuerpo se tapaba tan solo con su tanguita, que escondía solamente lo necesario. Besé su monte de Venus a sobre la tela. Tras esto, retiré con suavidad su tanga, dejando que ella hiciese lo propio con la ropa que a mí me quedaba. Ya estábamos totalmente desnudos. Ella observó mi erección y tomando mi verga entre sus manos, la acarició suavemente mientras me besaba en la boca y el cuello. No había palabras: todo eran sensaciones.

Montse se recostó en el sofá y me envolvió con sus piernas. Metiendo mis manos bajo sus nalgas comencé a penetrarla muy suavemente, escuchando sus profundas y acompasadas espiraciones.

Llevaba un rato perdido en el universo de sensaciones placenteras que nos estábamos dando Montse y yo. Tan perdido que no oí el ruido de una puerta que se abrió. Sentí un contacto extraño, unas caricias en la espalda y besos en la nuca. Supe que no podía ser Montse, pero me dejé hacer. Juan comenzó a bajar con sus caricias hacia mis nalgas. Mientras yo seguía follándome a Montse, Juan comenzó a jugar con un dedo en mi ano. La sensación inicial fue extraña, pero tras dos espiraciones profundas, mi esfínter se relajó y su dedo entró con menos dificultad. Me sentí bien con aquella sensación y me dejé llevar en aquel nuevo estilo de sexo.

Un momento después, la chica se colocó a cuatro patas y me dijo:

Fóllame, y deja que te invada el placer

Estaba claro lo que insinuaba: y no dudé. Ensarté mi verga tiesa (esta vez con menos dulzura y más fuerza) en aquel coñito depilado y dejé que su trasero marcase el ritmo junto con sus gemidos de placer. Al poco tiempo, las manos de Juan me hicieron inclinarme hacia delante, sobre Montse. Pegando mi pecho a su espalda, tomé sus pequeñas tetas en mis manos y continué dándole gusto. Juan separó mis nalgas y fue introduciendo sus dedos impregnados en aceite lubricante y jugando con ellos dentro de mí. Mi excitación estaba ya en otro nivel. Sin embargo no me corría. Aquello era fantástico.

De pronto sentí cómo un calor nuevo y distinto me inundaba el culo. Juan me había metido su verga (por suerte no la tenía demasiado grande). Había entrado con gran suavidad y facilidad, gracias a la lubricación que se había procurado. Tras un escozor inicial, comencé a gozar con aquel roce interior. Fuimos poco a poco acoplando los ritmos de ambas penetraciones. Las sensaciones, los jadeos y los gemidos se mezclaban, el placer me había hecho olvidarme de tabúes. No me estaban enculando: estábamos gozando los tres de nuestro sexo; con libertad y sin reparos.

Así estuvimos un rato, hasta que Juan dijo:

Chicos, ya no aguanto más, corrámonos.

Estoy a punto, cariño – dijo Montse entre jadeos.

Yo no sé qué decir, esto es genial, pero no sé….

Ya verás como te corres, campeón – interrumpió Juan.

Comenzó a aumentar el ritmo de sus embestidas; con una mano manoseaba mis nalgas y mi escroto y con la otra se aferró a uno de mis pezones. No tardé en sentir el cosquilleo del orgasmo. Antes de poder decir nada, noté como de nuevo una sensación desconocida, caliente, inundaba mi trasero. Oí el jadeo de Juan a la vez que yo gemía por la primera descarga de mi leche en el coñito de Montse, que llevaba ya un rato empujando a toda pastilla con sus caderas hacia mí y gimiendo. Juan y yo nos corríamos a la vez, pero la muy golfa de Montse había empezado antes y terminó después que nosotros. Por vez primera me habían llenado el culo de leche. Ni siquiera tuve tiempo de pensarlo; sólo podíamos gozar.

Tras un instante de relax, saqué mi verga del coñito de Montse y Juan se retiró de mí. Quedó ella sentada y sudorosa frente a mí; yo de rodillas y Juan a mi lado, también arrodillado. Noté un hilillo caliente que caía por el interior de mi muslo. Mire y vi como un fluido entre blanco y transparente caía por él. Montse lo vio y sonrió.

Es normal, no te preocupes. Después de entrar, todo tiene que salir. Vosotros no estáis tan acostumbrados.

Supongo. En fin, para mí todas estas sensaciones son nuevas – respondí yo.

Acompáñame cariño, vamos a limpiarte – Montse se puso en pie y me tomó de la mano. Fuimos al cuarto de baño.

Me sentó en el inodoro mientras ella se limpiaba su coñito en el bidé.

Mientras me limpio, tú vas "escurriendo" un poco – comentó Montse. - ¿Qué te ha parecido? ¿Te ha gustado?

La sensación inicial ha sido algo extraña, pero una vez me he desinhibido, ha sido genial. Tu chico estaba cargado – dije yo viendo como terminaban de caer sus restos de mi culo.

Le ha encantado. Ahora podrás hacer lo que te apetezca, porque lo tienes en el bolsillo.

Hagamos lo que nos apetezca. Esto está siendo una gran experiencia.

Me miró y sonrió de nuevo. Se secó la entrepierna y me hizo levantar mis piernas, dejando mi ano completamente a su vista. Subió mi escroto y comenzó a limpiar cuidadosamente mis muslos y mi ano.

Una vez terminada la limpieza, continuó con el placer. Jugó con mi ano: Lo besó, lo lamió, metió su lengua, lamió mis huevos,…. Mi verga estaba de nuevo tiesa con aquella escena de su rostro entre mis piernas y aquel despliegue de placenteros lametones. Untó mi ano con más vaselina y comenzó a hacerme una buena mamada mientras seguía con sus dedos ocupándose de aquel nuevo punto de placer.

La nena chupaba con mucha dedicación, sin dejar de subir y bajar, intentando llegar con sus labios y su lengua a todos los puntos de mi verga.

Apareció Juan en el cuarto de baño y se unió a la fiesta. Se arrodilló junto a su novia y continuó la mamada que ésta había iniciado. Era fabuloso. Su ritmo, los lugares recónditos donde depositaba cada beso, la forma de chuparla, de succionar,… Él lo hacía incluso mejor que ella (supongo que era porque sabe lo que nos da más gusto a los tíos). Estuvieron un rato entretenidos con mis genitales y mi ano. La sensación fue fabulosa.

Entonces Montse se intentó colocar sobre mí para que le lamiera su coño. Al ver que no era posible por lo forzado de la posición, sugirió irnos a la habitación. Así lo hicimos. Fuimos a la cama, me tumbé y ella plantó su entrepierna sobre mi cara. Agarrándola por sus muslos y su divino trasero, comencé a saborear aquel magnífico tesoro, desbordante de flujo agridulce. Mientras tanto Juan me iba haciendo una buena mamada. De vez en cuando la nena colaboraba con su novio manoseando, chupando o besando mi verga. Ella gemía y jadeaba a ratos, nosotros estábamos cachondísimos. Fuimos cambiando de posiciones. Los recuerdos que tengo de aquellos momentos son auténticos fogonazos; como flashes unidos a sensaciones muy placenteras: Montse sobre mí, cabalgando, jadeando y clavándose mi polla mientras me enseñaba a chupársela a su novio: sujetaba y pajeaba su polla y yo la iba lamiendo y chupando. Un 69 entre la pareja mientras yo merodeaba lamiendo sus sexos de forma alternativa y penetrando a Montse mientras su chico lubricaba con su lengua nuestra fricción. Juan tumbado boca arriba recibiendo una mamada de mi parte, mientras Montse hacía lo propio conmigo, comiéndome la polla, los huevos, el culo…

Un sinfín de vueltas y posturas que nos fueron descubriendo nuevas formas de placer.

Me gustó chuparle la verga a Juan; aunque al principio me resultó extraño y tenía algún reparo, poco a poco fui encontrando placentero el saborear aquel dulce mango. Más aún cuando mis lamidas tenían buenos efectos en Juan: sentía un placer desconocido con mis mamadas y emitía unos jadeos bastante peculiares.

Tras ver cómo la nena iba dilatando el agujero de su novio, dejé que Juan me diese otra buena mamada y me dispuse a darle por el culo a aquel chico.

En cuanto Juan vio mis intenciones, se colocó en posición y sin mirarme, dijo:

Vamos, te lo has ganado, dame gusto. Y tú, Montse, no dejes que se aburra.

Enfilé mi verga hacia aquel culo. Tenía todo el cuerpo depilado, lo cual hacía más fácil aquella situación tan poco habitual para mí. El tacto era suave y agarrar sus nalgas era bastante apetecible. Montse se colocó tras de mí, y sujetando mi polla junto al sonrosado agujero de su novio, me empujó bruscamente con su cuerpo. Mi polla entró por completo en aquél agujero calentito. Juan gimió brevemente. Comenzamos a movernos a ritmo y sus gemidos fueron sustituidos por jadeos.

Montse se retiró y colocándose bajo su novio, se la empezó a chupar de nuevo. Al poco rato, ambos pudimos notar el orgasmo de Juan: yo sentí una presión inusual alrededor de mi polla, que seguía hundiéndose en su culo, y Montse sintió su garganta llena de líquido caliente que le obligó a tragar precipitadamente para evitar ahogarse.

Juan, medio extasiado se retiró momentáneamente del juego.

Quedamos Montse y yo en la cama. Yo de rodillas empalmado y ella tumbada ante mí, relamiéndose de la corrida de su novio. Me dejé caer acercando mi polla a su boca. Ella la lamió sumisamente durante un rato. Juan había pasado a hacerle sexo oral a su novia. Cuando me la dejó preparada, tomé a la nena y fui ensartándole mi verga tiesa. Un rato en su coñito, un rato en su culo. Cada vez con más fuerza, más enloquecido, animado por sus suspiros que pedían entrecortadamente "más".

Hasta que ya no pude más. Saqué mi polla y la ofrecí al mejor postor. Juan se adelantó, se la metió en la boca y se tragó toda mi corrida. Fue espectacular. Una sensación irrepetible. Juan engullendo mi corrida mientras Montse gozaba y amplificaba mi placer lamiéndome los huevos y el ano. Recomiendo probar una corrida con un hábil dedo femenino dando placer anal.

Quedamos los tres dormidos en su cama, abrazados.

A las dos horas me desperté, con la verga tiesa pegada al trasero de Montse. Sin decir nada, comencé a colocarme y colocarla a ella de lado para intentar encularla. La niña, medio dormida, se dejó hacer. La enculé de nuevo. La enculé bien, dilaté su agujero a base de empujones y de polla tiesa ensalivada. Cuando sentí que me venía el orgasmo, me retiré y poniéndose boca arriba, la niña pajeó silenciosamente mi verga y dejó que esparciese los restos de mi leche por su cara y su cuerpo, para posteriormente relamerse y manosearse distribuyendo uniformemente aquel fluido por su cuerpo y sus labios. Nos miramos, observamos a Juan aún dormido, y ella susurró:

- Sucia y puta; me siento muy puta, pero me gusta sentirme así contigo.

Sonreí y comencé a vestirme.

La dejé en la cama, lamiendo la verga de su novio. La iba poniendo dura a base de manoseos y lamidas. Antes de que Juan despertase, me despedí de ella. Dejé un beso en su coñito y me fui en silencio.

A la mañana siguiente, el SMS que recibí, me hizo sonreír. Supe que aquella experiencia se volvería a repetir.

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