He decidido comenzar a contar varias anécdotas acerca de mi turbia y perturbadora vida sexual. Aunque esta anécdota en específico no fue mi despertar al erotismo, quise iniciar con él porque así fue como inició una de las ramas más extrañas y aberrantes de mi sexualidad.
Cuando sucedió yo tenía quince años. Mi familia y yo vivíamos en la ciudad, pero a menudo asistíamos a las grandes fiestas que organizaba mi numerosísima familia. Estas reuniones se daban en un amplio terreno que pertenece a mis tíos abuelos, que está en el campo.
Desde que tenía diez años de edad, estas reuniones causaban una tremenda expectación en mi persona debido a la naturaleza maligna de muchos de mis familiares, de las cosas que sucedían entre muchos de ellos. ¡Para qué andamos con cosas!... todos ellos son un atajo de incestuosos cachondos. De hecho, yo bromeo a menudo con algunas de mis primas de confianza que en vez de apellidarnos ******* deberíamos apellidarnos Borgia. Y es que en realidad la familia es tan grande que la sensación de parentesco queda muy diluida. No es como si convivieras con todos ellos, y los sintieras efectivamente como tu familia, porque la mayoría de nosotros nos conocemos y tratamos menos de lo que yo podría conocer, por ejemplo, al tendero de la esquina o a mis compañeros y compañeras de escuela.
Pero esta ocasión sería muy diferente a mis expectativas (que debo confesar aquí mismo mis preferencias sexuales y mis pretensiones: mi objetivo era encontrarme con cierta prima mía para devorarnos los coños mutuamente durante todo el fin de semana, aprovechando todos los rincones ocultos del extensísimo terreno en donde se desarrollaban estas fiestas) porque al llegar a la fiesta no ví por ningún lugar la enorme camioneta en que se transportaban mis tíos Raquel y Armando, y claro, mi "muy" querida prima y sus hermanos. Yo caminaba por el sendero cercado de arbustos y árboles que da a la casa, sintiendo las miradas de muchos de mis tíos y primos posadas sobre mi carnoso trasero, como ya había notado desde los diez años que hacían (siempre llamé mucho la atención desde entonces. Para qué andarme con falsas modestias, soy bonita, y ya lo era desde entonces: cabello claro, ligeramente ondulado al hombro, un bonito y redondo trasero cubierto apenas por un ligerísimo vestido infantil, y unas preciosas e incipientes tetas redonditas, paraditas y atentas). Al llegar a casa le pregunté al ayudante de la familia si habían venido mis tíos, y para mi gran desilusión me informó que habían cancelado dos días antes porque todos habían enfermado gravemente de gripe y fiebres. ¡Cómo se apesaró mi ánimo!
Yo proseguí mis andanzas por la casa y los campos aledaños no teniendo nada más qué hacer, mientras todos mis familiares se reconocían mutuamente y ayudaban en las faenas de preparar las mesas, ir a la cava por bebidas y demás cuestiones similares. Yo seguía afligida por la noticia que me había dado el muchacho aquél, y notaba con tristeza lo inútil de mi esmero en mi apariencia. Traía puesta una blusita sin mangas, una pequeña faldita con vuelo que me llegaba arriba del muslo, unos mayones blancos que me llegaban un poco debajo de la faldita y un bonito calzón blanco de algodón.
Cuando inició la comilona todos estaban muy ocupados comiendo los variados alimentos que se les presentaban a la mesa, pero yo en realidad no tenía hambre y quería únicamente ir al auto a mirar televisión (no quería entrar a la casa porque sabía que por ahí andarían deambulando algunos de mis primos y tíos y no quería que se repitiera una situación como sucedió años atrás, cuando tenía doce años) Ante la negativa de mi mamá, no tuve más remedio que ir caminando por ahí, sin nada qué hacer. Fue entonces cuando conocí a esta criatura. Era un perrito pastor alemán enorme, pero muy alegre y juguetón con el que empecé a hacer amistad. El nombre de esta bella bestia es Lobo (¡Vaya qué nombre tan poco original! ¿No?... pero culpen de ello a mi tío Abel)
Transcurrieron unas dos horas de juegos. Yo jugaba con Lobo a arrojarle la pelota, a esconderme de él y cosas similares, alejándonos cada vez más del gentío que había en los prados principales de la casa, yéndonos detrás de una casita que estaban muy alejada de la casa principal, y que era usada como bodega de herramientas. Yo estaba muy cansada y sudorosa, así que me senté en el piso, recargándome en el muro trasero de esta construcción. Me senté despreocupadamente, abriendo las piernas, con las rodillas flexionadas, por comodidad, y porque no había ningún hombre cerca que pudiera verme las braguitas. Lobo se acercó a mí alegremente y empezó a lamerme el rostro, mientras yo reía y lo acariciaba. Lo abracé y acaricié un poco, mientras recuperaba el aliento para regresar al almuerzo familiar, pues tenía yo mucha sed, y justo antes que intentara incorporarme Lobo metió su nariz entre mis piernas y empezó a olfatear. Yo me levanté casi de un brinco y le di un golpe con la mano en la cabeza como reprimenda, y él retrocedió un poco mirándome como un niño que hizo una travesura. ¡No podía enojarme con él!... le acaricié la cabeza e hice que me siguiera de regreso a la fiesta.
Yo busqué algo qué beber mientras unos familiares se acercaban a saludarme, y fue aquí donde perdí de vista a Lobo. Yo bebí mucha agua frutal, mientras un tío mío me pedía para bailar, rodeándome la cintura con su mano. Yo notaba en su mirada aquella chispa maligna que advertí años atrás en mi primo. Me puse en guardia y sólo le decía que yo no sabía bailar, tratando de quitármelo de encima. Luego de muchas insistencias, le dije que me disculpara, pero que tenía qué ir al baño. En este momento su mirada relampagueó con una maligna lujuria casi tangible, haciéndome pensar que me seguiría al baño para luego abusar de mí. Pero estaban cerca y a la vista de todos las cabinas de baño portátiles que se habían contratado para la ocasión. Mi tío me dijo sonriendo con malicia que las cabinas no servían. Yo no le creí, y fui hacia ellas y al abrir la puerta de una, y luego de otra, constaté que efectivamente, aquello no podía usarse bajo ningún motivo. Mi tío me miraba atentamente y casi podía sentir su mirada como una perversa caricia aplicada a mis infantiles senos y mi hermoso trasero. Le dije que no me urgía tanto y que prefería esperar. Luego de un rato de merodearme, se dio por vencido al fin y se dedicó a rondar a una de sus cuñadas.
Habiendo quedado fuera de su radar, pensé en ir a casa, pero ví que a la entrada estaban tres de mis primos, incluido "el" primo. Aquí definitivamente no era seguro estar, así que lo único que se me ocurrió fue irme al bosquecillo que estaba aledaño al terreno, para poder hacer pis tranquilamente.
Luego de caminar un rato, al fín encontré un sitio lo bastante alejado, oculto y tranquilo para orinar tranquilamente y quizá echar una siestecita bajo un árbol. Entonces me bajé las braguitas, me puse en cuclillas y empecé a orinar. Escuchaba ruido alrededor, pero en este momento hacía un viento poderoso en la colina que estaba detrás de mío, así que no presté demasiada atención. El dorado líquido empezó a escurrir entre mis piernas, cuando sentí un fuerte lametón que abarcó desde mi vagina hasta mi ano. ¡Lobo me había seguido! Yo me asusté de verdad, y por el susto, me caí de frente, mientras la orina seguía fluyendo de mi meato, mojando mis muslos y tiñendo de amarillo mis blancos mayones. Estaba tirada boca abajo, con los muslos mojados y totalmente expuesta. Lobo siguió lamiendo mientras yo gritaba "¡No, Lobo!" Golpeaba inútilmente su cabeza mientras él se aplicaba a los requerimientos del instinto. Pensé en gritar por ayuda, pero temía que mi malvado tío o alguno de mis inmorales primos "asistiera a mi auxilio" y la cosa se pusiera peor. Entonces me quedé inmóvil, mientras Lobo me lamía y caminaba ansiosamente rodeando mi trasero. Comenzó a hacer movimientos coitales, pero como estaba yo tirada, lo único que hacía era rozar mi muslo izquierdo. Pensé en permanecer así hasta que se calmara y luego echarme a correr. Empezó a caminar con ansiedad y frustración al no poder penetrarme, y habiéndome dado algo de espacio, me levanté rápidamente e intenté correr, pero había olvidado que tenía las braguitas en la pantorrilla, así que tropecé con ellas y caí de rodillas y apoyada sobre mis manos. Entonces lobo se lanzó sobre mí y aprisionó mi cintura con sus extremidades delanteras, haciendo movimientos coitales en esta posición. Yo sentía su asta de carne golpeando mis glúteos, pero por suerte no acertaba a su blanco. Yo intenté pegarle en la cara, pero empezó a ladrar y trató de morderme. Yo me asusté y empecé a gritar y sollozar. Después de varias embestidas, por fín sentí su miembro escarlata haciendo blanco en mi pequeña y rosácea vagina. Sentí un dolor indecible, y proferí un desgarrador grito, mientras Lobo continuaba en su labor, golpeando con fuerza mi trasero, introduciendo su enorme miembro viril en mis entrañas. Yo sólo quedé con la cara al piso, sollozando y gimiendo, deseando que terminara lo antes posible. Pero sentía cosas realmente contradictorias. Por un lado sentía un tremendo dolor, me sentía humillada y sometida, y por el otro, debo admitir que sentía cierta sensación placentera.
Sentí que se dispararon dentro de mí sendos chorros de espeso y caliente jugo viril, y al fín, Lobo me desmontó, mientras dejé que mis caderas cayeran desfallecidas y adoloridas a un lado. Lobo siguió olfateándome y lamiendo, mientras estaba yo con los ojos anegados de lágrimas, tirada en un charco de mi propia orina y con mi coñito adolorido. Lobo entonces se echó y empezó a lamerse sus partes, yo me levanté con algo de dificultad, me subí las braguitas y me quité los mayones manchados de orina, pues no quería que nadie los viera. Los enterré y fui a la casita/bodega para lavarme sin que nadie me viera.
En fín, esta fue mi primer anécdota, de entre las muchas que tengo por contar. La razón por la que lo hago es porque, aunque muchas de estas experiencias son realmente traumáticas, me produce un indecible morbo y cachondidad contárselo a alguien, pero prefiero hacerlo así, anónimamente (sobra decir que mi nombre es un pseudónimo)
Ojalá que me comenten. Y tal vez puedan hacerme recomendaciones en cuanto a la técnica, que no en cuanto al relato, pues prefiero contar mis experiencias sin alterarlas demasiado.