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El profesor universitario

en Hetero: Infidelidad

El profesor universitario

No dejaba de dar vueltas en la revuelta cama. No había forma, por lo visto aquella noche no iba a poder dormir. ¡Las tres y media! -dijo mirando el reloj de la mesilla de noche. Intranquila y preocupada, Carmen se levantó de la cama y buscó afanosamente las zapatillas para calzarse con celeridad.

No dejaba de dar vueltas en la revuelta cama. No había forma, por lo visto aquella noche no iba a poder dormir. ¡Las tres y media! -dijo mirando el reloj de la mesilla de noche. Intranquila y preocupada, Carmen se levantó de la cama y buscó afanosamente las zapatillas para calzarse con celeridad. Se puso aquel gastado batín de seda que tenía desde hacía años. Aquel batín le resultaba cálido y acogedor. Era para ella como un antiguo amigo al que no cambiaría por nada en el mundo. Cuando lo compró tenía un color rosa pálido, el cual con los años y los lavados había ido perdiendo el color poco a poco. Sin hacer el más mínimo ruido, para no despertar a su invitado, bajó las escaleras camino de la cocina para disfrutar de una reparadora taza de café con leche. Notaba la boca reseca y pastosa, con un molesto sabor amargo.

Carmen lanzó un pequeño grito de sorpresa cuando, al tiempo que pensaba en Pablo y en la dolorosa humillación en que su relación conyugal había derivado, se giró y encontró a Alain apoyado contra el quicio de la puerta mirándola de arriba abajo con mirada escrutadora. El muchacho se colocó bien las gafas estilo John Lennon de montura dorada que le conferían aquel aire de intelectual tan de moda en aquellos tiempos. Llevaba el pelo desordenado y barba de tres días que le daban un aspecto desaliñado.

Tan sólo iba vestido con un esponjoso albornoz de rizo americano en tono azul celeste. Lo llevaba firmemente anudado a la cintura y tenía las manos metidas en los bolsillos. Por debajo del albornoz sólo quedaban visibles las velludas piernas del hombre. Se encontraba con los pies descalzos sobre la mullida moqueta del pasillo y durante un instante fugaz rondó por la cabeza de la mujer la idea de si aquel joven profesor universitario de la Sorbona se hallaría enteramente desnudo bajo el albornoz. La mujer aturdida por la presencia de Alain golpeó levemente la taza la cual cayó al suelo haciéndose añicos.

¡Oh dios, qué tonta soy! ¿En qué estaría pensando? –exclamó agachándose a recoger los quebrantados trozos de la taza esparcidos por el suelo.

Carmen, déjeme ayudarla. La culpa es mía por no darle a conocer mi presencia –respondió el muchacho inclinándose junto a ella.

La mujer se ruborizó levemente, notaba las mejillas ardiendo. Se sentía un tanto confusa junto a aquel hombre que desprendía una fragancia varonil que lograba embelesarla por completo.

No podía dormir y bajé a tomarme una taza de café con leche. No quería despertarle –dijo tratando de disculparse.

Alain sonrió ante la forzada disculpa de ella. Carmen observó que el muchacho tenía el gesto ligeramente arqueado, que su boca se torcía más a un lado que al otro, y que esa leve asimetría en sus facciones le otorgaba una belleza diferente. Aquel hombre le resultaba realmente atractivo, intentaba mostrarse indiferente ante él pero no lo conseguía. Se quedó embobada fijando su mirada en aquella boca de labios carnosos.

¿En qué piensa Carmen? –preguntó Alain.

Se quedó petrificada apoyada en el mármol de la cocina oyéndole pronunciar aquella aparentemente inocente pregunta. Sus mejillas adquirieron un tono más rojizo si cabe demostrando la agitación que la envolvía.

Como le dije iba a prepararme una taza de café con leche. ¿Le apetece una? –le preguntó evitando responder a la pregunta del muchacho.

Alain rechazó el ofrecimiento de la mujer y dejó descansar la cabeza de manera descuidada sobre el marco de la puerta mientras la veía añadir una cucharadita de azúcar en el café.

Perdone mi atrevimiento pero la escuché bajar las escaleras e imaginé que podía haber algún problema.

¡Qué tontería! ¿Qué podía pasar? –objetó ella molesta ante las palabras del hombre.

Parecía como si aquel guapo muchacho se sintiera autorizado a velar por su seguridad ante la ausencia de su marido. Hacía dos días que Pablo había marchado a una de sus innumerables conferencias a las cuales ella hacía tiempo que no daba ya crédito. Aquella era una más de las escapadas de su marido con alguna de sus últimas conquistas. Al principio las infidelidades de Pablo le resultaron como una puñalada en la espalda pero con el tiempo fue acostumbrándose. Hacía tanto tiempo que no sentía nada por él……..

Clavó la mirada en Alain de una manera impertinente como si quisiera demostrar con ello su independencia. Como si quisiera demostrar de aquel modo que no necesitaba la compañía de su marido para sentirse segura en aquella casa. Sin embargo aquella sensación de disgusto se evaporó como un castillo de naipes desde el mismo momento en que sus miradas se cruzaron. Alain se encogió de hombros sin dar importancia al tonto enfado de la mujer.

Discúlpeme nuevamente Carmen, pero pienso que estaba intranquila por la llamada que debía hacerle su marido.

Al principio le molestó que aquel hombre escuchara la conversación con Pablo en la que su marido le decía que no volvería hasta el sábado siguiente. Se sintió abandonada pero después pensó que no era importante que aquel joven supiera de la infidelidad de su marido.

¡El cabrón de mi marido estará retozando con aquella furcia en cualquier habitación de hotel en vez de estar aquí conmigo! –se lamentó como si necesitara dar a conocer todo el odio que sentía por Pablo.

Era muy importante para usted que volviese a casa….¿verdad Carmen?

Sí claro –contestó con rapidez. Teníamos apalabrada una reunión importante el miércoles. Al menos resultaba de vital importancia para mí…..

Carmen se sentía aliviada confesando sus problemas matrimoniales a aquel joven al que había conocido apenas tres días antes. Desde hacía varios meses había tomado plena conciencia de que su matrimonio navegaba a la deriva y que ya no le resultaba necesario recuperarlo. Jamás imaginó poder odiar tanto a Pablo. Trataba de que sus repetidas infidelidades no hicieran mella en ella pero, más que sus escarceos amorosos, lo que realmente le irritaba era la falta de respeto que su marido le demostraba.

Y ahora ¿qué piensa hacer? –la interrogó el muchacho.

Alzó ligeramente la cabeza rascándose el mentón con las uñas y no pudo impedir mostrar el rictus de dolor que se apoderaba de su bello rostro.

¡Supongo que probablemente la zorra que está en brazos de Pablo ya le va bien!

Es muy posible que así sea –contestó Alain.

Carmen se quedó gratamente asombrada al constatar que el hecho de reconocer sinceramente su detestable situación de mujer traicionada por su marido no le resultaba tan ultrajante como en un principio había imaginado. Notaba cómo se le entreabrían los ojos a medida que el joven profesor iba acercándose a ella hasta sentirlo tan sólo a unos centímetros de su rostro, examinándola con interrogadora mirada. Podía notar el aliento del hombre sobre su mejilla, su agitada respiración evidenciando la intensa emoción que le consumía por dentro.

Así, tan próximos el uno al otro, la mujer pudo vislumbrar los bonitos ojos color avellana del hombre y las largas y tupidas pestañas que enmarcaban aquellos expresivos ojos. Podía notar la profunda calidez que desprendía el masculino cuerpo de Alain por debajo del albornoz y cómo su propio cuerpo comenzaba a tensarse sin poderlo evitar. La fragancia de esa piel masculina penetraba por su nariz mientras trataba de respirar con fuerza para conservarla en su pensamiento como un recuerdo imborrable.

Los ojos del joven francés la tenían hechizada por completo. Su mirada sonriente, de un marrón intenso, se mantenía fija en ella como si la desnudara. La miraba de un modo tan profundo que Carmen se sintió indefensa ante aquel hombre y tuvo necesidad de aguantar la respiración. De pronto notó que los ojos se le cerraban involuntariamente pese a los esfuerzos que hacía por mantenerlos abiertos.

Sin embargo el muchacho no la atrapó entre sus fornidos brazos como ella hubiera imaginado. Elevó la mano y acarició la mejilla de ella con gran afecto. Carmen inclinó levemente la cabeza de tal modo que percibió el contacto de los dedos de Alain contra la comisura de los labios.

Eres preciosa –pronunció el hombre con voz quebrada por la emoción. Eres realmente preciosa, Carmen……..Tu marido es un auténtico cretino por tenerte tan abandonada.

Y tras emitir estas palabras, giró sobre sí mismo de manera repentina y se alejó de ella dejándola sola en medio de la cocina. Durante unos interminables segundos Carmen se mantuvo quieta y aturdida con la taza entre sus manos. Pudo advertir los acompasados pasos del atractivo joven al ascender por las escaleras camino de su dormitorio. De repente, sin el calor de la presencia masculina sintió frío. Empezó a tiritar y se acarició los brazos con fuerza tratando de entrar en calor. El café con leche se había quedado frío y no tuvo ganas de prepararse otro, así que optó por lanzarlo por el desagüe del fregadero y tras apagar las luces encaminó sus pasos hacia el piso de arriba.

De vuelta a su aposento, la mujer se paró, frente al amplio espejo que presidía la pared, a contemplar su figura reflejada de mujer madura por lo visto todavía deseable para un hombre joven y apuesto como Alain. ¿Preciosa? ¿Acaso se estaría riendo de ella? Ni en sus mejores sueños hubiera imaginado que Alain le hubiese dicho aquello pese a que parecía haber sonado sincero. Pero…..¿qué podía haber visto en ella como para dirigirle aquel piropo?

Carmen era una mujer madura que había rebasado ampliamente los cuarenta años. Las arrugas invadian su bello rostro pese al dineral invertido en maquillaje y en diferentes potingues. Sus visitas a la peluquería eran continuas. Pese a todo ello su marido no le hacía el menor caso, ya había olvidado la última vez que le hizo el amor. Cuando, de tanto en tanto, se acostaba con ella entraba en su interior moviéndose de manera brusca hasta descargar dentro de ella para después volverse de espaldas a ella dejándola completamente insatisfecha.

Se soltó el cabello y revolvió la rubia melena con los dedos apartando hacia atrás un rebelde mechón que le caía sobre la frente y descubrió en el espejo su imagen de mujer abatida. Sus ojos verdes eran grandes y expresivos, quizá excesivamente grandes para su ovalado rostro. Fijó su atención en la boca y un gesto de desaprobación acudió a su rostro. Tenía una boca amplia y de labios gruesos y carnosos que siempre le había disgustado. Al menos le quedaba el consuelo de una nariz recta y armoniosa.

Meneó la cabeza a un lado y al otro de tal modo que sus dorados bucles cayeron sobre su cara. Siempre creyó que su larga melena era uno de sus mayores tesoros. Su trabajo le había costado, esa era la verdad. Si juntara todo el dinero que había gastado en su cabello tendría suficiente como para poder darse un buen capricho. Se sentía realmente orgullosa de aquella melena rizada que le llegaba a la altura de la cintura.

De todos modos, Alain no la había visto con la melena suelta pues durante el día solía llevarlo recogido en un moño o en una coleta, así que imaginó que no debía ser su sedoso cabello lo que le había atraído de ella.

La mujer continuó explorando su cuerpo. Aflojó el cinturón que sujetaba el batín quitándose el mismo y lo lanzó sobre el lecho. El camisón corto de raso apenas cubría su delgada anatomía. Con extrema lentitud dejó caer por los hombros los finos tirantes de aquella vaporosa prenda y la hizo resbalar a través de su cuerpo yendo a parar al suelo. Sin dejar de contemplarse en el espejo se deshizo del camisón y con una precisa patada lo tiró lejos de ella.

Un leve escalofrío recorrió su desnudo cuerpo al apreciar que la gélida y apacible atmósfera de la alcoba arropaba su desnudez. Carmen notó cómo se le ponía la piel de gallina, sus bonitos ojos revelaban la ansiedad que la embargaba. Esbozó una tímida sonrisa. Deslizó la mirada bajando a través de su cuello hasta llegar a sus senos los cuales se hallaban duros y erguidos apuntando hacia delante de manera provocativa.

La débil luz de la lámpara que descansaba sobre la mesilla de noche proporcionaba a su piel una sensación de endeblez y fragilidad. Parecía como si pudiese romperse en cualquier momento. La aureola oscura que envolvía el vértice de sus pezones era blanda y delicada, de una delicadeza suprema, agradable al tacto del mismo modo que la suavidad de una fruta. El gélido ambiente del dormitorio había endurecido los pezones los cuales asomaban desafiando la ley de la gravedad. Carmen acarició suavemente con las manos la parte inferior de sus espléndidos pechos, sujetándolos con las palmas de las manos como si deseara confirmar la firmeza y la consistencia de los mismos.

Reflexionó sobre lo fascinante que podía llegar a ser la naturaleza femenina dejando que sus senos se conservasen así de soberbios y levantados. Continuó sopesando sus poderosos pechos entre las palmas de las manos para bajar posteriormente hacia la acogedora piel satinada de su liso vientre.

Sus rotundas caderas refulgían en la oscura atmósfera de la habitación destacando sobre su talle angosto. Las recorrió lentamente con las manos, como recreándose en aquel leve contacto con su piel, hasta llegar a la parte alta de sus opulentos muslos. Por primera vez fue consciente de que sus caderas no tenían un tamaño excesivo sino que guardaban una perfecta armonía con el resto de su figura.

Una vez quedó satisfecha con el análisis de sus caderas y sus muslos centró su examen en sus largas piernas. Sus piernas, del mismo modo que las caderas, armonizaban adecuadamente con su cuerpo. Eran delgadas, incluso podría calificarlas como musculosas, estilizadas y elegantes.

Poco a poco Carmen fue dejando resbalar las delgadas manos por la parte de delante de sus muslos los cuales mantenía firmemente cerrados. Flirteó con sus largos y finos dedos entre ellos como si intentara abrirlos subiendo paso a paso por su firme vientre hasta alcanzar el deseado pubis. Los traviesos dedos se mezclaron entre su ensortijado y brillante vello púbico, dibujando la línea de la entrepierna y de la base del triángulo colocado hacia abajo hasta que volvieron a unirse en la zona del ombligo.

En aquella cueva rosada y recóndita y lejos de miradas lujuriosas que la importunaran, la mujer percibió un creciente humedecimiento que se dispuso a explorar. Sus inquietos dedos fueron inspeccionando más abajo aproximándose de forma lenta pero sin pausa hacia el empapado y ardiente tesoro que se escondía entre sus piernas.

Carmen ahogó un pequeño grito de sorpresa al verse acompañada por una figura masculina a través del espejo. Evidentemente era Alain quien la observaba. Se volvió sobresaltada tapándose púdicamente sus hermosos pechos con las manos y los brazos. Estaba tan ensimismada en el estudio de su todavía bonita anatomía que no advirtió que la puerta se hubiera abierto. Su joven invitado se hallaba con la espalda descansando sobre la puerta, enteramente desnudo, salvo los minúsculos calzoncillos grises que a duras penas podían ocultar su agitada masculinidad. El bulto que se apreciaba bajo aquella prenda era realmente considerable. La espantada mujer se quedó paralizada sin poder apartar la vista de la entrepierna del hombre.

¿Qué está haciendo en mi dormitorio? ¿Cómo ha entrado? –preguntó claramente asustada por la perturbadora presencia masculina.

La puerta estaba entreabierta y vi la luz encendida. De todos modos, si le molesta me voy – contestó con aquel descaro que tanto le había molestado minutos antes en la cocina.

No….no. Por favor, quédese. La verdad es que necesito alguien que me haga compañía. No hay forma de poder dormir.

Los ojos de Alain brillaban de un modo desconocido para ella. Tenía las pupilas dilatadas y evidenciaba tal estado de agitación que la madura anfitriona sospechó que debía hacer ya un buen rato que se hallaba allí, observándola con detenimiento. Cuando el muchacho trató de acercarse a ella, Carmen se echó hacia atrás atemorizada ante la presencia agresiva del hombre.

Carmen, por favor no huyas de mí. No tengas miedo, no pretendo hacerte daño alguno –se atrevió a tutearla por primera vez.

Con dos pasos firmes al fin la alcanzó tomándola por la cintura. Le agarró las manos separándolas de ella de manera delicada como si pretendiera reclamar la necesaria confianza de su atractiva compañera.

Por favor Alain, déjame. Por favor…..-susurró débilmente tratando de no demostrar el deseo que la dominaba.

El corazón de la mujer latía desbocado dentro de su desnudo pecho al mismo tiempo que los ojos de Alain enloquecían con la exquisita imagen de aquel par de espléndidos senos que asomaban de manera insinuante. Su cuerpo empezó a temblar sin poder impedirlo. Ambos se miraban fijamente, completamente quietos en medio de la alcoba, respirando de forma trabajosa como si les faltara el aire.

Carmen era plenamente consciente que debía taparse y hacer que saliese de su habitación, pero las palabras la abandonaban, parecía como si la voz no quisiera acudir a su rescate. Era una mujer casada, una mujer casada con un hombre que la despreciaba pero casada al fin y al cabo. Sin embargo la presencia de aquel guapo profesor universitario la tenía fascinada. Una parte de ella, anhelante y precisada de cariño le reclamaba que se tranquilizara y que se entregara a aquel apuesto joven.

Pablo estaba muy lejos, seguramente en brazos de alguna compañera de congreso, completamente ajeno a ella. Decidió dejar a un lado la razón y seguir los designios que le indicaba su turbado corazón. Se hallaba en su dormitorio, a solas con aquel muchacho y resolvió aceptar lo que el destino le deparase. Alain era un hombre realmente atractivo y cualquier mujer despechada como ella aceptaría de buen grado semejante compañía. A su edad oportunidades como esa no se presentaban todos los días.

Mon Dieu, Carmen. ¡Eres realmente encantadora! –exclamó el muchacho con voz trémula.

El joven acarició levemente con sus dedos el cuello de ella, notando el pulso acelerado de Carmen. Fue bajando lentamente por los costados de la mujer abandonando por el momento la tentación de hacerse con aquellos senos que la mujer deseaba que hiciera suyos. La hizo girar con exquisito cuidado de tal forma que pudiera volver a ver plasmada su cálida desnudez en el espejo.

Carmen no podía desviar los ojos de aquellas dóciles y agradables manos que reposaban de manera descuidada sobre su talle. Alain empezó a deslizar las manos muy lentamente rozando con las yemas de los dedos la parte inferior de sus abultados pechos, abrazándolos con las palmas de la mano, del mismo modo que ella había hecho unos minutos antes. Notaba las manos calientes del hombre y cómo sus pezones se fueron endureciendo gracias al contacto masculino.

El muchacho la sobaba a placer jugueteando con el contorno de los pezones y arrancándole pequeños jadeos y suspiros de satisfacción. Ella inclinó la cabeza dejándola caer sobre el hombro de Alain totalmente abandonada. Aspiró el aroma fresco y masculino que desprendía el cuerpo del hombre.

¿Te gusta Carmen? –susurró débilmente junto a su oído haciéndole notar su entrecortada respiración.

La mujer no pudo responder. Las fuerzas empezaban a fallarle. Aquel muchacho la estaba volviendo loca. La hacía gozar de un modo desconocido para ella. La trataba con todo el cariño y consideración del que era capaz. Era tan diferente a Pablo…. –pensó de manera fugaz. Su marido jamás la había hecho disfrutar de aquel modo. Pablo se hubiera limitado a tumbarla en la cama, montarse sobre ella y moverse de manera salvaje e irrespetuosa hasta correrse en su interior.

En cambio, Alain parecía no tener ninguna prisa. No buscaba su placer sino el de ella y este descubrimiento era completamente nuevo para ella. Alguna vez había oído a su amiga Miriam contarle el placer que sentía con su esposo y no podía menos que envidiarla en secreto. Ahora entendía aquellas palabras y estaba dispuesta a disfrutar de la compañía de Alain durante el tiempo que durase su estancia. Pablo tardaría unos días en volver y suponía que cuando viniese no permanecería mucho tiempo en casa así que dispondría de varias jornadas para conocer el cuerpo musculoso de aquel hombre al que pretendía hacer su amante.

El hombre continuó acariciando suavemente la parte superior de los senos de la madura mujer. Apartó a un lado un pequeño mechón de cabello que le caía sobre la frente llevándolo hacia atrás. Alain deslizó los dedos entre la sedosa cabellera de ella acariciándosela con infinita ternura. Carmen echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos sin poder evitar lanzar un leve gemido.

Sigue así, Alain……me encanta lo que me haces, sigue as텅

Carmen contenía el aliento con dificultad disfrutando de la dulce sensualidad que envolvía las caricias del hombre. El joven apretó su cuerpo contra el de ella haciéndole notar levemente su palpitante miembro. Sus pupilas convergieron sobre el espejo y la mujer jadeó al divisar el misterioso rostro de Alain. No adivinaba los pensamientos que recorrían la mente de él aunque podía imaginarlos. Intuía, eso sí, que aquella mirada de deseo era la causa del enorme apetito sexual que la dominaba.

Su amante sonrió de manera encantadora, rozándole el cuello con sus labios mientras le soltaba sus dorados rizos observando cómo se desataban yendo a parar encima de sus pechos.

Ella reprimió el jadeo que amenazaba con escapar por sus labios al sentir cómo las palmas de las manos de Alain se escurrían por los costados de sus pechos, tocando efímeramente sus nalgas para ir a parar a sus convulsos muslos. Finalmente sus dedos se mezclaron con su abundante vello púbico haciendo que ella se estremeciera gracias a dicho contacto.

¡Qué caliente está!......¡está caliente y húmedo! –exclamó él con voz temblorosa.

Fascinada por su ardiente y bronco tono de voz, le abandonaron las fuerzas para poder quejarse cuando el joven francés despegó sus muslos delicadamente dejando aparecer su rosada y húmeda vulva. Los pliegues de sus labios vaginales se dilataron, empapados y brillantes, dejando paso a los inquietos dedos del hombre.

¡Oh dios! – pronunció con dificultad percibiendo el tenue roce, casi imperceptible, de los dedos de él sobre su lubricado sexo.

Se le erizó el cabello, le temblaron las piernas que parecían no querer sostenerla y un sudor frío le empapó la nuca y el cuello. El muchacho la acogió entre sus poderosos brazos y ella se dejó caer entre ellos estremeciéndose de placer.

Ronroneó débilmente cuando Alain empezó a mordisquearle levemente el cuello subiendo lentamente hasta llegar a la base de las orejas. Al llegar al lóbulo de la oreja la mujer notó cómo el orgasmo explotaba entre sus piernas sin poder evitarlo. Toda la tensión acumulada desapareció al correrse mientras gritaba como una desesperada..

Así, mi niña……córrete vamos –la incitó Alain. Me encanta verte gozar de ese modo.

Susurró algo en francés que la mujer no pudo entender mientras acercaba los labios a la comisura de los labios de ella. Continuó explorando sus labios perfilados con su ardiente lengua hasta que la boca de Carmen se entreabrió incitándole a colarse dentro de ella.

Mientras la besaba, Carmen se colgó del hombre cruzando las piernas por detrás de las nalgas de Alain apretándolo con fuerza contra ella. Con sus uñas lo arañó con desesperación, dejando marcas rojas en la piel, al tiempo que le mordía salvajemente en el hombro mientras laceraba los robustos brazos del joven macho hasta hacerle sangrar. Creyó que se desmayaría, la cabeza le daba vueltas y los ojos se le entrecerraban como si tuvieran voluntad propia. El vello abundante y ensortijado del desnudo torso masculino se frotaba contra su delicada piel y sentía que el corazón palpitaba dentro de su pecho como si le fuera a explotar. Quedó gratamente sorprendida al notar la extrema erección del hombre aplastándose contra su vientre. Al mismo tiempo aquellas viriles manos le acariciaban toda su espalda para acabar descansando sobre sus rotundas nalgas.

¿Te gusta chérie? –preguntó el hombre.

¡Me vuelves loca, cabrón!. Quiero que me la metas, no me hagas esperar más –le suplicó mirándole fijamente a los ojos.

Tranquila Carmen, tranquila. No te impacientes…..aún falta un poco más.

Carmen vibraba de emoción dejándose guiar por lo que le dictaban sus sentidos, sólo le importaba aquel maravilloso cosquilleo que le corría entre las piernas. La mujer recibió

con evidente satisfacción la compañía de la lengua de Alain dentro de su boca. La envolvió con la suya ayudándola a entrar en su cavidad bucal mezclándolas en una lucha feroz. Para mantener el equilibrio se agarró con fuerza a él clavándole las afiladas uñas en la espalda.

Alain interrumpió el caluroso abrazo sin dejar de besarla. Se alejó mínimamente de ella mirándola fijamente a los ojos. Aquella mirada la embelesaba, no podía apartar los ojos de aquel rostro tan masculino, aquel hombre era tan terriblemente atractivo…..Volvió a cruzar las manos por detrás de la nuca del muchacho dejando caer la cabeza sobre su hombro. Con apenas dos pasos alcanzaron los pies del amplio lecho sobre el que la mujer se dejó caer quedándose Alain de pie observando su cuerpo palpitante de deseo.

Sin apartar su ardiente mirada de ella, se deshizo con rapidez de los molestos calzoncillos. Carmen clavó sus brillantes ojos en el centro de su enmarañado pubis oscuro sobre el que descansaba su verga la cual giraba hacia la derecha. Era una polla de respetables dimensiones, larga y gruesa, y sobre la rosada punta, circuncisa y lisa, de una tonalidad rosa oscura, resaltaba una gota de líquido pre-seminal.

Al tenderse su pareja junto a ella entre las sábanas arrugadas de su cama de matrimonio la mujer alargó tímidamente la mano para alcanzar el erecto miembro. La virilidad masculina palpitó de emoción al notar la ligera presión que ejercían los dedos de la mujer. Lo notaba caliente al tacto y se mostraba tan rígido y autoritario que no pudo menos que sentirse empequeñecida y atemorizada ante semejante compañero. Inició un ligero movimiento sobre el tronco de arriba abajo temiendo que, al igual que le pasaba con Pablo, aquel muchacho la repudiara. Sin embargo, Alain aceptó favorablemente la caricia que le prodigaba su amante. Se limitó a gemir débilmente y se abandonó a la cariñosa caricia femenina.

Entre los dedos de Carmen, el falo se encogió mínimamente y en ese momento ella dejó de jugar con él para subir a través del abdomen yendo a parar al tórax del muchacho. El rizado y oscuro vello le cubría por completo su musculoso pecho hasta llegar al inicio de la pelvis. Carmen se recreó con el abundante vello masculino para alcanzar, al fin, el pezón el cual respondió con celeridad a la caricia. Se endurecíó al instante y ella, ante semejante respuesta, propinó el mismo tratamiento al otro pezón. Aquel descubrimiento la hizo sentir poderosa ante el gesto de exquisita debilidad del hombre.

De pronto Alain se dobló sobre su cuerpo ofreciéndole su lengua la cual mezcló con la de ella; después enterró la cabeza entre los senos de la mujer mordisqueándole con fuerza un pezón hasta hacerla gritar. Carmen reclinó la espalda sobre las frías sábanas entregada por completo a su acompañante el cual lamió con extremo cuidado primero un pezón para pasar luego al otro. El contacto de aquella húmeda lengua sobre sus pezones la hizo vibrar, no pudo evitar retorcerse mientras volvía a correrse entre los brazos masculinos.

Una vez recuperada de aquel intenso orgasmo, Carmen, con cara de cansancio, notó como un nudo cerró su estómago y, de su garganta, salió como el lamento ahogado de un niño atemorizado. Los aventureros dedos del muchacho acariciaron el rosado botón escondido entre las escurridizas rugosidades de su vulva. La mujer llevó su mano hasta dejarla descansar sobre la del hombre.

¿Estás bien, mi amor?…. –musitó Alain al mismo tiempo que cogía la delicada mano de su compañera y la posaba sobre su palpitante corazón.

Ella se sobresaltó con el dinámico palpitar del corazón masculino bajo la palma de la mano y, sin razón alguna para ello, se sintió más tranquila y segura. El hombre la miró de forma curiosa, arrugando las cejas, y sonrió de manera confiada.

Lo estás haciendo muy bien, chérie……agárrate a mí con fuerza. Mírame a los ojos y no digas nada. Simplemente confía en m텅

Algo más tranquila, la mujer dejó caer sus párpados mientras mordía su labio y se enganchó a su cuello con ambos brazos, abrazándole con fuerza. No quería dejarle marchar, deseaba fundirse con él como si fueran uno solo. Cuando los nerviosos dedos del joven irrumpieron en su empapado sexo, ella jadeó y una lágrima de satisfacción brotó de sus bellos ojos.

Del interior de sus piernas empezó a emanar una agradable sensación de calor cuando el hombre alcanzó el diminuto botón el cual, gracias al contacto de los dedos masculinos, se endureció al instante. La rozaba con suma delicadeza como si se fuera a romper, pero al mismo tiempo de un modo tan certero que tuvo que hincarle con fuerza las uñas. Carmen abrió las piernas completamente abandonada a las caricias del hombre.

Pudo sentir cómo el cálido aliento de Alain golpeaba contra su oído; no dejaba de hablarle en francés al oído, pero el hecho de no entender lo que decía era totalmente irrelevante para ella. Lo realmente importante era el tono empleado, el ritmo apremiante de su voz.

Carmen, eres tan bonita…… -le dijo con la mirada perdida.

El deseo sexual de ella no paraba de aumentar subiéndole a través de la espina dorsal hasta golpear contra su cerebro. Durante una breve porción de tiempo ella tuvo una sensación de temor y abrió los ojos como platos. Su amante la besó con dulzura haciendo desaparecer sus recelos hasta que, espasmo tras espasmo, la mujer se liberó felizmente.

Carmen echó la cabeza hacia atrás empezando a gritar como una loca, totalmente incapaz de soportar el intenso placer que se le escapaba entre las piernas.

Déjame, amor, déjame –suplicó con voz temblorosa.

Se convulsionó nuevamente entre los poderosos dedos del hombre hasta que notó que el orgasmo languidecía dejándola completamente exhausta.

Carmen le estrechó contra ella mientras lloraba de alegría y de infinito agradecimiento por lo que aquel guapo muchacho le habia hecho sentir. Le vino a la cabeza todo el tiempo perdido junto a Pablo. Era ese placer inigualable lo que siempre intuyó que se estaba perdiendo. Decidió que jamás dejaría que volviera a pasarle. Debía recuperar todo el tiempo perdido de aquel modo horrible.

No podía imaginar….no podía suponer que pudiera gozar tanto –exclamó plenamente complacida.

¿Te gustó cariño? –le preguntó cogiéndole la barbilla entre sus dedos.

Ha sido genial. ¡Tanto tiempo desconociendo el placer que podía proporcionarme mi cuerpo!....Pero tú no has gozado aún. Ahora es tu turno, Alain –susurró mientras apoyaba su mano sobre el flácido miembro del muchacho.

Le hizo ponerse de pie frente a ella mientras se sentaba cómodamente a los pies del lecho. Metió su mano entre aquellos muslos y empezó a masajearle de forma delicada observando cómo la virilidad del hombre iba creciendo de manera gradual. Acariciaba su pene con sumo cuidado mirándole a los ojos libidinosamente.

Alain, ¡menuda polla tienes! Esto me va a gustar –dijo Carmen mientras su mano se apoderaba del glande y empezaba un lento frotamiento de arriba abajo y luego de abajo arriba.

El joven abrió más las piernas y la madura mujer aprovechó para acomodarse mejor. Apoyó sus cuidadas manos en las nalgas del joven y comenzó a lamerle los muslos para subir luego hacia los cargados testículos. Alain sentía la humedad de la lengua femenina recorriendo su cuerpo. Ella siguió por el grueso tronco el cual estaba durísimo. El hombre sintió un gran placer al notar el contacto de la fría lengua sobre su excitado sexo.

Así estuvo un largo rato lamiendo el pene con su lengua pero sin introducirlo en la boca. Carmen lamía desde el tronco hasta la punta una y otra vez como si fuera el mejor de los helados. En ocasiones se detenía con su lengua en la cabeza de la polla ensalivándola mientras él se derretía de placer. El hombre revolvía con sus dedos sus sedosos cabellos estirando de ellos cuando el placer le obligaba a tensionar el cuerpo.

Finalmente Carmen se llevó el preciado instrumento a la boca y enderezándose y mirándole lascivamente a los ojos empezó a tragárselo muy suavemente mientras miraba a su amante con una amplia sonrisa.

¿Te gusta lo que te hago? –preguntó con voz melosa.

Me encanta, chérie. Lo haces de un modo exquisito –contestó Alain intentando respirar.

Volvió a introducir la verga en su cavidad bucal aprovechando para acariciar y apretar los duros testículos causándole al mismo tiempo placer y dolor.

Túmbate en la cama, amor. Deseo hacerte el amor –apenas pudo decir con voz quejumbrosa al tiempo que se estiraba sobre las arrugadas sábanas junto a ella.

¿Sabes que sólo he hecho el amor en esta cama con mi marido?

¿Te arrepentirás después? –preguntó Alain en voz baja.

Tranquilo, estoy segura de que no. No hay nada en el mundo que desee tanto en estos momentos como que me hagas tuya.

Bien, hagámoslo entonces –contestó el atractivo muchacho.

Se puso sobre él y agarrando con la palma de la mano el enhiesto aparato fue dejándose caer notando cómo la iba taladrando poco a poco. El grosor y dureza de la polla del muchacho le produjo un inicial dolor al entrar en su vagina. Gritó con fuerza al sentir cómo iba entrando la redonda cabeza dilatando las paredes vaginales. Le faltaba el aire, le costaba respirar, aquel tremendo músculo le quemaba por dentro, era mejor de lo que jamás hubiese podido llegar a imaginar.

Finalmente sintió cómo golpeaban los cálidos testículos de Alain contra sus nalgas. Tenía dentro de ella toda aquella terrible humanidad. Apoyó las manos en el pecho de él mientras echaba la cabeza hacia atrás degustando durante unos interminables segundos el tesoro que le regalaba su joven amante.

Mon amour, muévete vamos –la animó mientras la cogía con fuerza de las nalgas.

Ella empezó a cabalgar lentamente sobre su pareja adquiriendo mayor velocidad a cada paso. Los iniciales jadeos de Carmen se tornaron rápidamente en alaridos de placer al notar cómo la polla del hombre se clavaba en ella como el aguijón de una avispa. Se quedó sin respiración cuando Alain acarició con uno de sus dedos el oscuro agujero de su ano.

¿Te gusta cariño? –indagó el joven continuando con aquel enloquecedor contacto.

Nunca lo he hecho por ahí. No creo que me guste –respondió ella.

¿Estás segura? –volvió a preguntar el hombre insertando el dedo en el ano con dificultad.

Sácalo,…..sácalo por favor –suplicó Carmen de manera poco convincente al mismo tiempo que volvía a correrse sin poder remediarlo.

La caricia del hombre se hizo más osada al acompañar ese primer dedo de un segundo. Carmen creyó que se desmayaba, la cabeza le daba vueltas, parecía cómo si le fuera a estallar. Aquella doble caricia en su coño y en su ano la hacía perder el mundo de vista, creía estar flotando……

La verga del muchacho palpitaba en el interior de su mojado coño. Notaba un leve escozor en su vagina. Alain empezó a moverse martilleándola sin compasión. Aquella presencia la llenaba por entero golpeándola hasta el fondo. El joven le masajeó con delicadeza los senos mientras seguía follándola una y otra vez. Carmen acompañó al hombre con un lento y rotatorio movimiento de pelvis con el cual trataba de extraer todo el placer que el joven pudiera darle.

Alain, me vuelves loca. Me encanta tu polla, me llena por entero –dijo mordiéndose el labio inferior con fuerza.

El hombre no pudo contestar pendiente como estaba en hacer gozar a semejante hembra. Sabía que no tardaría en correrse pero quería retrasar el clímax tanto como pudiera. También el muchacho se volvía loco con aquella mujer a la que había hecho correr varias veces. Aquella mujer guardaba escondida por culpa del tonto de su marido una extraordinaria capacidad sexual y él estaba dispuesto a descubrir todo aquello que ella pudiera ofrecerle.

Me corro….voy a correrme otra vez. ¡Córrete conmigo vamos! –pidió Carmen berreando sin parar.

El hombre empujó dos veces con fuerza y se quedó quieto mientras eyaculaba en el interior de la mujer llenándola con su caliente semen. Ella, al sentir la explosión del hombre encadenó un segundo orgasmo al primero moviendo las caderas de manera salvaje.

Córrete, sí. Dame tu leche, muchacho. ¡Dios mío, qué caliente está! –gritó moviéndose adelante y atrás tratando de extraer todo el líquido que el hombre pudiera darle.

Al fin se quedó quieta sobre él recuperando la respiración con gran dificultad. Notó como aquel estupendo pene iba perdiendo rígidez en su interior. Alain sacó el miembro de la vagina de ella y la mujer se dejó caer de espaldas sobre la cama matrimonial.

¡Me has hecho tan feliz! –dijo ella notando que una lágrima de alegría le caía por la mejilla.

¿Te ha gustado, Carmen? Realmente lo has hecho muy bien, puedo asegurártelo.

¿Lo dices de veras? ¿No lo dices sólo para animarme? –preguntó con la autoestima por las nubes.

Nada de eso, mi niña. Te lo digo completamente en serio. Eres una mujer tremendamente sexual.

Alain se incorporó levemente poniéndose de lado apoyado en un codo. Siguió la línea de la temblorosa boca femenina con la punta del dedo. Tomó la barbilla de Carmen entre sus dedos y le hizo inclinar la cabeza hacia atrás para poder mirarla fijamente a los ojos.

¿Y ahora qué piensas hacer? –la interrogó el muchacho.

¿Qué quieres decir? –respondió Carmen con la mirada fija en el techo como si estuviera ausente.

Oh, ya sabes. Me refiero a qué piensas hacer cuando vuelva Pablo.

Prefiero no pensar en eso, al menos de momento. De todos modos, supongo que cuando venga, apenas estará un día como máximo y volverá a marcharse así que podremos seguir disfrutando de nosotros –contestó completamente segura de sí misma.

Si es lo que deseas te diré que aún queda más por conocer, ma petite….., mucho más –dijo el muchacho disfrutando del rostro entregado de ella.

¿Me ayudarás a conocerlo?, ¿a conocer mi cuerpo? –pidió estremeciéndose mientras se acurrucaba entre los brazos del hombre.

Alain simplemente sonrió ante aquel requerimiento tan delicadamente formulado. Aquella mujer era realmente adorable.

Mais oui, Carmen….lo haré. Te enseñaré todo lo que sé –dijo mientras veía el lento amanecer de la ciudad a través del amplio ventanal.

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