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Perdí la decencia con mi joven cuñado

en Amor filial

Perdí la decencia con mi joven cuñado

Esta es la historia de una de tantas esposas fieles que aman y respetan muchísimo a su marido hasta que un buen día es encandilada con lindas palabras por el hermano de él de manera que en uno de esos momentos de debilidad que a veces se producen….

Esta es la historia de una de tantas esposas fieles que aman y respetan muchísimo a su marido hasta que un buen día es encandilada con lindas palabras por el hermano de él de manera que en uno de esos momentos de debilidad que a veces se producen….

Debo contar la historia que me sucedió o creo que perderé la razón sin remedio. Para empezar diré que todo se remonta al infausto día en que, sin previo aviso, recibimos la visita del hermano menor de mi esposo.

Como tantos otros, aquel día mi querido esposo se hallaba muy atareado dando vida a uno de los capítulos de su última obra. La editorial le apremiaba para que acelerase la escritura de aquella novela pues los plazos para presentarla a concurso se acortaban a marchas forzadas.

Aquella era una de las máximas aspiraciones de Fernando, dar a conocer su última creación en el principal de los premios literarios que se otorgaban a nivel nacional.

Así pues, como su hermano Horacio debía pasar por diversos sitios, mi marido me pidió encarecidamente que le acompañara, pues él no era conocedor de la ciudad y era posible que se confundiera con las direcciones que debía visitar.

Ese día me sentía especialmente serena y confiada. Había dejado a los niños en el colegio a primera hora de la mañana así que antes de las diez ya estaba de vuelta en casa.

La idea de conducir a Horacio por la ciudad supuse que podía ser una buena forma de entretenerme. De ese modo escapaba por unas horas del aburrimiento de todos los días ocupando el tiempo en algo diferente.

El calor empezaba a apretar, la primavera nos iba abandonando haciéndose sentir la cercanía del verano, así que había elegido un atuendo elegante pero informal. Una bonita minifalda escocesa de cuadros negros y amarillos con abertura en la parte de atrás, medias negras y finas que remarcaban mis estilizadas piernas, una blusa de seda negra al igual que el sujetador. Todo aquel conjunto lo acompañé con unos originales zapatos negros de tacón y un bolso amarillo tipo bandolera.

En cuanto al tanga diré que era de esos cuya tirilla se incrusta entre mis redondas nalgas haciendo que me mantenga todo el día en un extraño estado de excitación. Antes de salir cogí un fino suéter de punto pues por las tardes suele refrescar.

Al salir corriendo, me despedí de mi esposo con un dulce y cariñoso beso doblándome sobre él. Durante un fugaz instante me pareció percibir que el hermano de Fernando centraba su mirada bajo mi falda y en el canalillo de mi blusa pero, como desde siempre nos tratábamos de forma atenta y afectuosa, no hice caso y consideré que todo aquello eran simples imaginaciones mías.

No tardé en percatarme de mi grave error. Horacio era un joven de 26 años, guapo y en la plenitud de sus fuerzas. Así pues no resulta extraño que se fijara en una mujer todavía apetecible como lo era yo. A mis 33 años y pese a mis dos embarazos debo decir que todavía me conservo bien.

Tengo los pechos firmes y duros y sé que para muchos hombres resultan terriblemente deseables. Gasto cantidades ingentes de dinero en el cuidado del cabello el cual llevo largo, rubio y con mechas oscuras.

Las piernas las tengo largas y estilizadas y, siempre que puedo, me gusta mostrarlas sin el menor pudor ni recato. En cuanto al trasero, pese a que mis caderas se han ensanchado con el paso de los años, todavía arranca suspiros de deseo en más de un hombre.

Siguiendo con el relato, al encaminarnos hacia el coche sentí cómo Horacio detrás de mí clavaba su mirada en mis piernas y en mi redondo trasero. Escuché cómo sin el menor disimulo me decía:

¡Hay que ver qué bien te conservas cuñadita! ¡La verdad es que esa falda te queda de fábula!

Y no suficientemente contento con ello continuó alabándome:

¡Qué suerte tuvo mi hermano contigo! ¡Eres una mujer verdaderamente preciosa! ¡Una mujer con estilo, seductora y conocedora de las armas con las que atraer a los hombres!

Aquellas palabras tan directas me hicieron sentir bien y me demostraron que no hablaba simplemente de mi vestido sino de mi cuerpo. Debo reconocer que mis fornidas y esbeltas piernas junto a mis caderas y mi trasero son las partes que más fascinan a los hombres con los que me cruzo.

Aunque mis galanes antes de casarme siempre admiraron mi cara, mis ojos de color miel, mi boca de finos y perfilados labios y mi cuerpo de formas redondas y sensuales, con el paso del tiempo fueron centrando sus apetencias en otras zonas de mi anatomía.

Las palabras de mi joven cuñado me dejaron descolocada sin saber exactamente la razón. Aunque me sabía deseada por los hombres nunca aquello había pasado de ahí. Me gustaba provocar a los hombres pero sin llegar más allá. Jamás había pensado en la posibilidad de serle infiel a mi marido. Fernando me daba todo aquello que una mujer como yo podía desear y tenía un par de hijos que daban sentido a mi vida. ¿Qué más podía pedir?

Sin embargo, el tono empleado por Horacio, sus palabras tan sinceras las cuales evidenciaban el profundo deseo que le consumía, consiguieron que aquello me hiciera sentir halagada, me hiciera sentir deseada por un guapo y apuesto joven como lo era mi cuñado. ¿A qué mujer no le gusta que le digan cosas bonitas?

Yo me senté al volante de mi deportivo descapotable y desde ese momento pude notar cómo fijaba con insistencia sus ojos sobre mis muslos los cuales aparecían ante él casi en su totalidad. Pensé que no había sido buena idea elegir aquel conjunto tan sexy y sugestivo. Mi cuñado no perdió detalle del mismo y no hubo momento en que dejara de piropearme.

¡Sara, me encanta la forma tan elegante que tienes al conducir! ¡Se te ve tan segura entre este tráfico tan espantoso!

Estaba completamente segura que lo que menos le interesaba a aquel maldito adulador eran mi forma de conducir y mi seguridad al volante así que quitando importancia a sus comentarios le respondí:

¡Oh, no debe extrañarte pues me muevo de manera habitual en esta ciudad de locos! ¡De hecho soy yo quien conduzco pues tu hermano odia conducir!

¡Tienes unos pies tan bonitos y esos zapatos de alto tacón te realzan tan bien tu bonita figura! Estoy seguro que mi querido hermano debe ser el hombre más envidiado del mundo teniendo a su lado una mujer tan hermosa como tú.

No contento con eso prosiguió con aquellas manifestaciones a cada paso más insistentes y molestas:

Dime cuñadita, ¿hasta dónde te tapan las medias? ¿Me dejarías mirar lo que guardas entre tus piernas?

Aquello sobrepasaba todos los límites de la decencia. Sin embargo, aquellas seductoras palabras retumbaban en mi cabeza de un modo extraño y desconocido haciéndome sentir atractiva, seductora y deseada, aún cuando no procedían de mi esposo. Pese a todo, manteniendo la debida compostura y aunque notaba aumentar mi inquietud, debía hacer que me respetara. Todavía era una mujer fiel y honrada con un marido que me amaba y al que amaba.

¿Pero estás loco o qué te pasa? ¡Soy una mujer felizmente casada con tu hermano! ¿Quieres que le diga algo a tu hermano? –dije sabiendo que sólo era una táctica para tratar de que dejara de incordiarme. Sabía cómo defenderme yo sola sin tener necesidad de recurrir a Fernando. O al menos eso creía yo……..

Horacio persistía en su actitud y pese a mis advertencias y amonestaciones no se daba por vencido tan fácilmente. Lo cierto es que viendo su insistencia me sentí un poco atemorizada pero con el paso del tiempo sus piropos y atenciones me fueron arrancando ligeras sonrisas haciéndome sentir bien.

Así estuvimos toda la mañana visitando diferentes lugares que él deseaba ver.

Al llegar el mediodía, Horacio dijo que fuéramos a tomar algo que él me invitaba. De ese modo entramos en una bonita cafetería de moderno diseño. Nos sentamos alrededor de una mesa de forma redonda junto a un amplio ventanal desde el que se veía toda la calle. El muy ladino tomó asiento frente a mí, de tal forma que podía disfrutar sin ningún obstáculo de la totalidad de mis piernas a través del transparente cristal de la mesa.

Una vez pedimos nuestras consumiciones busqué el móvil que repiqueteaba una y otra vez dentro del bolso. Era mi marido que llamaba preguntando cómo lo estábamos pasando. Mi cuñado aprovechó la ocasión para conducirse de la forma más atrevida e impertinente posible: contempló de manera descarada mis piernas cruzadas y después se agazapó tratando de quedar frente a mí para poder husmear entre mi falda.

Me guiñó el ojo mientras se humedecía los labios con la lengua como si estuviera a punto de comerse una deliciosa tarta. Se aprovechaba de la llamada de mi esposo para darle un repaso de arriba abajo a todo mi cuerpo, devorándolo con la mirada. Me desconcertó su aviesa mirada pero su gesto guiñándome atentamente el ojo junto al hecho de estar hablando con Fernando frenaron cualquier atisbo de protesta por mi parte.

Lo que sí hice fue evitar su mirada torciendo mi cuerpo hacia la barra; de ese modo tan sutil conseguía, de alguna forma, quedar fuera del alcance de su vista. Me enfrasqué en la conversación con mi marido y cuando me quise dar cuenta reparé en que se encaminaba hacia una tienda de ropa.

Dejé de prestarle atención y, una vez acabé la llamada, permanecí allí esperándole durante un largo cuarto de hora. Al fin volvió trayendo con él una pequeña bolsa.

Toma, querida cuñada. Es un pequeño obsequio por las molestias ocasionadas.

¿Pero qué dices? ¡Mira que eres tonto! No debías haberte tomado la molestia. ¿De veras es para mí? Y dime, ¿qué es?

No sé…tú simplemente ábrela –dijo examinándome con aquella sonrisa pícara que tenía.

Desde pequeña siempre me han gustado los regalos así que saqué el paquete de la bolsa y desgarrando con impaciencia el papel apareció un bonito conjunto de braga y sujetador en suaves tonos malva.

Oye Horacio, ya vale con la broma…… ¿No crees que te estás pasando un poco? –exclamé un tanto incómoda. Pareces no querer darte cuenta de que soy una mujer casada, felizmente casada y por si fuera poco soy la esposa de tu hermano. Amo a Fernando y le respeto cosa que pareces no hacer tú.

El muy desvergonzado tan sólo volvió a sonreír de aquel modo tan impertinente. Parecían no afectarle lo más mínimo mis palabras reconviniéndole. Más bien al contrario. Con total descaro declaró que estaba preciosa con aquel conjunto que llevaba y que pensó que el color malva pegaría bien con el tono bronceado de mi piel.

Tras aquellas sinceras palabras confieso que me ruboricé mínimamente tratando de que no se diera cuenta. Intenté continuar con mi discurso de mujer honrada y decente:

Cuñadito, ya no sé cómo decírtelo. Parece ser que no nos respetas. Te exijo que lo hagas y que nos guardes el debido respeto tanto a tu hermano como a mí. Si continúas incomodándome me veré obligada a marcharme y hablarle de ti a mi marido.

Horacio continuó sin alterar aquel rictus sonriente que tanto me molestaba. Parecía tener la situación bajo control, tan seguro parecía estar de que no iba a decirle nada a Fernando.

Está bien, tú ganas cuñada. Tan solo me conformaría si me dieras el gusto de cambiarte la ropa interior y ponerte el conjunto que te he regalado. No creo que sea mucho pedir. Vamos, ¿qué dices?

No vi mayor contrariedad en darle ese pequeño gusto y con tal de conseguir que dejara de seducirme agarré la bolsa con decisión diciéndole que iba al baño a cambiarme. En su rostro pude ver un especial brillo de satisfacción al escuchar mi conformidad ante su petición.

Le dejé acabando su consumición y una vez el amable camarero me indicó el camino de los servicios entré en el de señoras el cual encontré completamente vacío. ¡Así está mucho mejor! –lancé un profundo suspiro de alivio como si tuviera que esconderme de alguien.

Pensándolo más detenidamente reflexioné sobre mis tontos temores y metiéndome en uno de aquellos amplios urinarios empecé a cambiarme sin pérdida de tiempo: subí la minifalda mínimamente, me deshice con rapidez de las medias para bajarme a continuación el tanga que noté un tanto húmedo. Al parecer la insistente ofensiva de mi cuñado había logrado su deseado objetivo. ¡Aquel canalla había conseguido ponerme cachonda!

Dejé a un lado aquel pensamiento y tras salir del lavabo continué quitándome la blusa observándome a través del espejo del baño. ¡Sara cariño, aún eres una mujer deseable! –pensé mirándome los pechos que liberé del sujetador tirando de los tirantes hacia los lados. Realmente lo era y me lo demostraban las continuas atenciones que me prodigaba Horacio.

Saqué el sujetador y la braguita de fina y elegante blonda y me entretuve viendo que tenían un encaje a un lado y que eran prácticamente transparentes. ¡Si mi marido me hiciera estos regalos! –pensé por un momento. Debía reconocer que Horacio tenía buen gusto para la lencería femenina.

Aquel conjunto resultaba muy sensual así que me lo puse sin mayor dilación. Al subir la braga y tocar mi vulva la sentí fría seguramente pensé por estar guardada en el paquete. Acomodé la braguita en mis caderas y volví a subirme la minifalda observando mi húmeda entrepierna. Por los lados de la braguita escapaban algunos pelillos de mi sexo. Si mi cuñado los hubiera visto seguro que se lanzaba sobre mí, medité mientras me colocaba la falda antes de salir.

Mientras caminaba por el pasillo una pregunta recorrió fugazmente mi cerebro. ¿Cómo hizo para acertar con mi talla? Seguramente sea un entendido en estas intimidades femeninas, me contesté sin darle más importancia al tema.

Me coloqué la minifalda nuevamente mientras me atusaba el cabello mirándome en el espejo del pasillo. Me sentía espantada como si estuviera incurriendo en algún tipo de transgresión pero, por otro lado, satisfecha de ser deseada por otro hombre. Debía admitir que aquel peligroso juego me estaba empezando a gustar. ¡Chica, estás completamente loca! –me dije frente al espejo esperando un instante para que de mi rostro desapareciese aquel intenso rubor que me hacía estremecer.

Con paso firme me dirigí hasta la mesa donde me esperaba Horacio. Me senté cruzando coquetamente las piernas y una vez lo tuve delante le solté de sopetón:

Bien, espero que te comportes como un chico bueno. No quiero que sigas incordiándome con tus continuas miradas, con tus enojosas y molestas palabras o me veré obligada a cumplir mi amenaza. ¿Está bien claro?

Mis palabras parecieron no surtir el menor efecto en él. Se mostraba impasible ante mí continuando con aquella eterna sonrisa que no desaparecía de su rostro ni por un solo segundo.

Dejó la bolsa en la silla de su derecha y con extrema delicadeza me preguntó si me parecía bien almorzar allí mismo. Sin pensarlo dos veces acepté encantada. Llamamos al camarero pidiendo nuestras respectivas comidas y al llegar el primer plato desplegamos las servilletas dando paso a un plácido almuerzo hablando de temas insustanciales sin profundizar demasiado en los mismos.

Todo discurría sin sobresaltos hasta que llegados a los postres, Horacio se limpió la boca. La terrible felonía es que, en vez de hacerlo con la servilleta, lo hizo con mi tanga del cual no supe cómo demonios podía haberse hecho con el mismo. Busqué afanosamente la bolsa y no la encontré.

Observé estupefacta cómo lo pasaba por su boca, sus labios y su nariz inspirando profundamente el penetrante olor de mi tanga. Lo realizó durante unos largos segundos, sin esconderse, delante de todo el mundo, y con tal seguridad en sí mismo que no supe responder así que en vez de montar un escándalo tomé una actitud indiferente como si allí no pasara nada.

Al pagar y marcharnos le pedí la bolsa contestándome de manera imperativa que él la llevaría. Horacio se conducía de un modo sereno y tranquilo lo cual me tenía completamente descolocada.

Sobre las cinco de la tarde me dijo que por hoy ya era bastante. Me encontraba extenuada de toda la mañana, los pies me dolían enormemente, así que le invité a volver a casa.

Aprobó mi sugerencia y cogiendo el coche puse rumbo al apartamento. Mi esposo continuaba con su duro trabajo así que, cuando nos vio llegar, sonrió diciendo que necesitaba tomarse un respiro. Al dirigirnos al salón, Horacio se excusó alegando que necesitaba ir al baño.

Fernando me rodeó la cintura y llevándome contra él me besó ardientemente haciéndome abrir los labios con su lengua la cual noté caliente y jugosa mezclándose con la mía. Me indicó que estaba muy guapa con ese conjunto y que no me cambiara. Su ingenuidad me hacía sublevar, en la otra habitación se encontraba mi cuñado que estaba segura no perdería la ocasión de poder acosarme y, en cambio mi amado esposo tan solo disfrutaba contemplándome. No sabía porqué pero desde mi segundo embarazo pareció perder interés en mí.

Mis hormonas femeninas se encontraban agitadas pues el cabrón de mi cuñado me había puesto bien cachonda con su táctica de acoso y derribo. Cualquiera entendería que una no es de piedra y que resulta difícil mantenerse firme ante tanta adulación.

Sólo esperaba disfrutar de una noche de pasión y desenfreno junto a mi esposo. ¡Aquella noche no podía escaparse…con un poco de suerte volvía a quedarme embarazada! Quizá finalmente iba a tener que agradecerle al grosero de Horacio la angustiosa mañana que me había hecho vivir.

Mi cuñado se reunió con nosotros tomando asiento los dos en el amplio sofá, yo acurrucada sobre mi marido, mientras él se sentaba en el sillón frente a nosotros. Recosté la cabeza sobre el hombro de Fernando y tras descalzarme de los zapatos estiré las piernas en el sofá dejándolas cerradas con el fin de ocultarle la imagen de mi sexo a mi cuñado que a buen seguro no iba a conformarse con aquella brusca negativa.

Estuvimos conversando amigablemente durante una larga media hora hasta que Horacio empezó a hacer comentarios sobre su última pareja que, cada vez, iban tomando un carácter más íntimo y personal. Mi esposo se mostraba a cada momento más interesado en las historias que su hermano contaba las cuales se ceñían cada vez más a aspectos propios de la pareja y que me pareció poco caballeroso por parte de mi cuñado que fuera aireando de aquel modo tan soez. Yo seguía en ese estado mezcla de desasosiego y de extrema placidez por los sucesos acaecidos durante el día.

Me concentré en mis propios pensamientos apartándome unos breves instantes de la amena conversación que ambos mantenían hasta que escuché un comentario de Horacio que me dejó sorprendida:

A Lourdes, que es como se llamaba su antigua pareja, le encantaba ponerse sus braguitas siempre que llevaran mi sello en las mismas.

Ambos rieron divertidos con aquella revelación de mi cuñado. ¡No pude dar crédito a lo que mis oídos escuchaban!

¿Cómo dices? -pregunté terriblemente nerviosa, tanto que hasta mi marido se dio cuenta.

No se trataba tanto de encontrar una posible justificación a sus palabras sino de entender realmente el significado de lo que Horacio contaba. Él sin cortapisas continuó explicando:

Sí mujer, ya sabes a qué me refiero. Lo que quiero decir es que Lourdes se ponía sus bragas o sus tangas tras habérselos llenado de mí, o bien con mi espeso semen o, en otras ocasiones, con el aroma y olor profundo que las humedecía cuando las frotaba sobre mi sexo.

Volví a pensar que no podía ser cierto lo que contaba el cerdo de mi cuñado. Quedé completamente confundida ante aquella declaración, me sentí mareada por unos instantes. No podía haber sido capaz de hacerme eso a mí, no era posible que hubiera hecho lo mismo conmigo, una feliz y decente mujer enamorada de su esposo.

Mi mente pensó con rapidez. Recordé cómo al ponerme las bragas en el baño de la cafetería las había notado frías….¿Acaso no estarían húmedas de sus jugos? Me sentí sucia y traicionada pensando en lo que el pérfido de mi cuñado podía haber hecho conmigo.

De forma inconsciente mis piernas se cerraron con fuerza como si fueran conscientes de que sus repugnantes jugos habían entrado en contacto con los aseados labios de mi vagina. Pensé que si las cerraba evitaría aquel impuro y nauseabundo contacto.

Una extraña mezcla de enfrentadas sensaciones se apoderó de mi ser: al principio sentí rencor, un profundo resentimiento hacia Horacio, me sentí aturdida, humillada, traicionada por aquel cabrón que se había aprovechado de mi buena fe….pero, al mismo tiempo, me invadió un raro sentimiento de mujer fatal, sentí que me recorría por el cuerpo todo un poso de sensualidad reprimida, me notaba infiel y aquella sensación me hacía sentir feliz y poderosa por ser el motivo que provocaba aquellos pensamientos lascivos y perversos en mi joven cuñado.

Me quedé sin saber qué hacer, nuevamente volvió a mi cabeza aquella sensación de mareo, la cabeza me daba vueltas alrededor….Al ser consciente de mi deshonra, por mi cabeza pasó la idea de que a cada momento parte de sus jugos se mezclarían con los míos. Incluso pensé la tonta idea de si había podido quedar embarazada de Horacio. Era la primera vez que tenía la leche entre las piernas de otro hombre que no fuera mi marido.

Rememoré que había acomodado aquellas bragas de manera conveniente para que se ajustaran contra mi sexo…..que pasé horas enteras con ellas puestas y que, incluso en esos momentos, aún las llevaba puestas. Aquellos pensamientos me excitaron de tal modo que creí gritar pero, por suerte, supe mantenerme en silencio.

Me encontraba ensimismada pensando en mis propias reflexiones cuando mi esposo dijo que bajaba a comprar algo de comer y que traería una botella de whisky para seguir con la conversación.

Fernando cariño, no te muevas que ya voy yo a comprar algo –dije tratando de disuadirle de su loca idea de dejarme sola con su hermano. No quería quedarme con Horacio allí sola con los niños, tenía miedo de lo que mi cuñado pudiera hacer estando los dos solos.

Pero Sara querida, no te preocupes que en media hora estoy en casa. Bajo a por unas cosas y no tardo nada. Tú quédate con Horacio que enseguida estoy de vuelta.

Pero Fernando…-supliqué por última vez.

No se hable más. Voy yo y no discutamos más –me dijo dándome un beso en la mejilla mientras cogía las llaves del coche que descansaban sobre el cenicero.

Al cerrar la puerta y volverme pude notar cómo me miraba Horacio sonriendo con la lujuria y el deseo reflejados en sus ojos. Tuve que bajar la mirada atemorizada y muy violenta estando a solas con aquel hombre que me comía por entero con ojos de sátiro. En efecto, mi cuñado volvió a mirarme con descaro bajo mi falda mientras se restregaba con fuerza el bulto que podía vislumbrarse entre sus piernas.

Sin ambages se dirigió hacia mí diciéndome:

Cuñada, eres una auténtica putita pero debo reconocer que eres encantadora. Esa forma de disimular ante tu maridito la verdad es que me conmueve. Me pongo cachondo sólo viendo tu cara de zorra. Pareces una esposa fiel y responsable pero en realidad estoy seguro de que te encanta la marcha. Conozco muchas como tú que tras ese disfraz de niña buena esconden una verdadera puta que sólo desea que un buen macho la folle sin descanso.

Intenté responder para que dejara de decir ese tipo de soeces comentarios en mi propia casa. Sin embargo, Horacio continuó ya completamente lanzado:

Reconozco que casi me corro al saborear el olor de tus braguitas; huelen a sexo y perversión. Sé que estás cachonda perdida gracias a mi. No trates de negarlo, sé cuando una mujer está caliente y tú en estos momentos lo estás querida cuñada.

Sin darme posibilidad de responder se lanzó sobre mi con el juicio completamente perdido. Traté de escapar, le golpeé con fuerza, estaba segura de que aquel animal enloquecido y totalmente fuera de sí buscaba violarme en mi propia casa sin que mi marido pudiera socorrerme.

Pensé en mis pobres hijos durmiendo plácidamente en sus camas ajenos a mi terrible desdicha. Traté de gritar pero las fuerzas no me respondían. Intenté escabullirme camino del baño para poder refugiarme en el mismo pero, cuando buscaba esa vía de escape, Horacio me cortó el paso llevándome de forma autoritaria hasta el sofá donde me hizo tumbar boca arriba.

Tenía poco tiempo así que sin perdida de tiempo se arrodilló entre mis piernas y haciéndomelas entreabrir con desconocida delicadeza pasó las manos por debajo de ellas buscando mis redondas nalgas. Una vez las hubo alcanzado me las sobó de forma descarada subiéndome la minifalda hasta que mis muslos se mostraron al completo.

Horacio me bajó las medias y, soltándose la hebilla del cinturón para a continuación hacer descender lentamente la cremallera, dejó salir su enorme herramienta mientras su mirada dejaba bien a las claras el intenso deseo que pretendía calmar conmigo.

Noté el roce de aquella dura y gruesa vara que pasaba y repasaba desde la entrada de mi vagina hasta mi estrecho agujero anal. Con extrema lentitud se entretuvo besándome las piernas recorriendo mis robustos muslos arriba y abajo sin dejar ningún rincón fuera de su alcance.

Me agarró las caderas y me besó cariñosamente los pies chupándome los dedos mientras acariciaba con suavidad todo mi sexo centrándose especialmente en mi pequeño botoncito el cual respondió al momento ante aquel dulce contacto. No pude evitar lanzar un leve gemido de satisfacción.

Se sumergió entre mis piernas saboreando mi excitada vagina durante un buen rato hasta que, sin poder remediarlo, me corrí ofreciéndole mi abundante e inagotable flujo vaginal el cual recogió con sumo gusto entre sus labios. Aquel bastardo me había hecho correr, me había hecho serle infiel a mi marido y lo cierto es que aquello me había gustado.

Abrí los ojos con espanto imaginando lo que me esperaba. Estaba segura que Horacio no iba a cejar hasta conseguir saciar sus más viles apetitos. Sin dejarme descansar se puso sobre mí haciéndome sentir una fuerte presión en mi sexo. Sin duda se trataba de su inmenso pene que apuntaba directamente contra la entrada de mi pobre coñito.

¿Qué pretendes hacerme, maldito cabrón? –le grité con la mirada perdida.

Mostró un gesto de horrible deseo con el que me conquistó por completo. Sin decir nada centré mi vista en su terrible aparato sin poder hacer más que esperar el momento de la unión entre ambos. Al fin me penetró, de una sola vez, sin la más mínima consideración….Primero introdujo su grueso glande para, una vez dentro, ir metiendo segundo a segundo la totalidad de tan colosal visitante.

En ese momento no pude más que quejarme de manera débil y poco convincente:

¿Pero qué estás haciendo conmigo? Déjame por favor Horacio –sollocé cayéndome lágrimas de profunda humillación por el rostro mientras pronunciaba mis últimas protestas ante su brutal avance.

Sin embargo, ya era demasiado tarde para intentar pararle….

¿Te gusta cariño? –me preguntó en voz baja junto al oído. Goza cuñadita, sé que esto te va a gustar.

Era completamente cierto. No pude evitar que mis continuos jadeos me traicionaran. Mis ojos se pusieron en blanco cuando sentí la presencia de ese duro eje dentro de mí. Mi voz se mostraba cada vez más irregular y vacilante pudiendo tan solo emitir breves lamentos de placer:

¡Por Dios, Horacio! Soy una mujer casada…sal de mí, nooooo…no me la metas, ¡por Dios!.

Cada vez mi tono de censura iba perdiendo más seguridad hasta convertirse en leves gruñidos de placer. ¡Estaba gozando con mi cuñado! En esos momentos perdí el mundo de vista, olvidé que mi marido podía regresar en cualquier momento y encontrarnos follando como desesperados en medio del salón.

Bésame Horacio,…vamos bésame. Por favor, sigue chupándome el cuello…¡eso me encanta! Dios, me encanta cómo lo haces….

Pese a mis palabras de asentimiento él parecía no oírme, tan concentrado estaba en tan agradable tarea. Me cogió por las caderas para que mi culo quedara en mejor posición. Una vez bien abierta de piernas volvió a apretar con mayor decisión hasta golpear con enorme virulencia sus repletos testículos contra mis nalgas.

Lancé un fuerte grito sin pensar que mis pobres hijos podían despertarse con los berridos de la puta de su madre. Aquella polla era mucho más dura y gruesa que la de mi queridísimo esposo. Tenía una forma curvada un tanto hacia arriba con lo que conseguía rozar mis zonas más sensibles. Me sentía llena por completo.

Mi cuñado bufaba como un toro mientras seguía sacudiéndome sin descanso. Crucé mis piernas por detrás de sus nalgas presionando contra ellas para sentir aún más su pene en mi interior si es que aquello era ya posible.

Se hizo con mis excitados pechos apretándolos salvajemente hasta arrancarme un nuevo grito de dolor. Sin decir nada me quitó la blusa rompiendo los botones para iniciar un lento pero constante masajeo sobre mis senos. Me ayudó a deshacerme de la blusa y cogiendo los tirantes entre sus dedos los deslizó a los lados hasta que mis pechos se mostraron ante él totalmente deseosos por recibir sus caricias.

Pellizcó uno de mis pezones el cual respondió al instante a tan encantador contacto poniéndose bien duro. De un pezón pasó al otro haciéndome sollozar con lo que me hacía. Pese a su descaro sabía ser atento y delicado con una mujer, se centraba en aquellas zonas donde podía lograr que mis placeres fueran mayores.

Volví a la realidad que me rodeaba, preocupándome por lo que hacíamos:

Date prisa Horacio que mi marido no tardará en volver. ¡Vamos sácala….sacámela!

Mis caderas desmentían mis quejas moviéndose al ritmo que imprimían sus salvajes acometidas. Notaba el fuerte sudor de Horacio contra mí, aquel joven animal abría la boca buscando el aire que le faltaba. Le ayudé abriendo mis piernas para hacer que su entrada fuera más profunda. Reconocí la cercanía de mi orgasmo y empecé a moverme con mayor velocidad hasta que en mi cabeza explotaron miles de sensaciones maravillosas anunciando mi total entrega a ese hombre que me hacía sentir tan feliz y dichosa.

Mi cuñado salió de mí echándose a un lado mientras me indicaba con mudos ademanes que tomara asiento sobre él. Juro que no podía más pero hice caso omiso a mis fatigados órganos y aferrando entre mis dedos tan estupendo músculo hice que presionara contra mi empapado coñito sentándome de una sola vez sobre él al tiempo que estiraba ambas piernas a cada lado.

Creí morir de dolor y placer, aquella polla me quemaba por dentro haciéndome sentir emociones que jamás había conocido con mi esposo. Me tiré hacia atrás tratando de conseguir que su penetración se hiciera más y más profunda.

¡Me matas Horacio…..me estás matando de placer! –exclamé con la mirada totalmente ida, tan solo disfrutando de aquel trozo de carne que se clavaba en mi interior.

Notaba la presión que ejercía sobre mi esa dura herramienta haciéndome el amor sin descanso. Tenía un pene muy duro dentro de mi, con una apariencia y unas dimensiones tan espléndidas que me follaban una y otra vez obligándome a desvariar por momentos.

No éramos capaces de pronunciar palabra, me tumbé sobre él y pude escuchar su fuerte respiración contra mi oído; aquello me calentó aún más. Volví a encaramarme apoyando las manos sobre su pecho e iniciamos un fuerte galope pero absolutamente delicioso.

Dejó descansar las manos sobre mis nalgas y de pronto sentí cómo las golpeaba con continuas manotadas hasta hacer que tomaran un escandaloso tono rojizo. Por suerte pude evitar lanzar nuevos chillidos de angustia que notaba próximos a escapar por mis labios.

Chupé lascivamente el dedo que me dio a probar imaginando que era su polla la que lamía y succionaba. No dejaba de cabalgar sobre Horacio con las piernas totalmente abiertas y sujeta por sus poderosas manos que me iban marcando el ritmo de la follada. Saltaba animosamente sobre él clavándome y desclavándome en busca de un nuevo orgasmo que me hizo caer rendida sobre él.

Traté de recobrar el aliento boqueando con firmeza en busca del tan necesario oxígeno cuando escuché decirle con voz entrecortada:

Cariño, prepárate que voy a llenarte con toda mi leche.

En esos momentos adiviné que sería completamente suya. Me encontraba en mi período de mayor fertilidad así que echándome hacia atrás le dije:

¿Pero es que te has vuelto completamente loco? Salte de mi enseguida no me vayas a dejar preñada. Por favor, no me llenes con tu leche…..por favor, no lo hagas…..

Mi cuñado se movía con una decisión tan extraordinaria que acababa con mi poco juicio. ¡Dios mío, cómo me follaba! Entendí cómo lentamente iba llegando a su propio orgasmo tratando de retardarlo al máximo para disfrutar de aquel estupendo polvo hasta el final.

Pensé, tonta de mi, tenerlo todo bajo control, que conseguiría hacerle salir de mi cuando el momento llegara. Seguí cabalgando sobre él notando cómo aquel músculo crecía en grosor estando a punto de explotar. Enloquecí de emoción. Decidí alargar aquel placer unos segundos más antes de empujarlo fuera pero mi débil voluntad se derrumbó cuando sentí cómo un placentero y agudo orgasmo se apoderaba de mi persona.

¡Vamos Horacio córrete….dame tu leche, maldito cabrón! ¡Dios, qué placer me estás dando!

Ambos gritábamos como desesperados mordiéndonos con fuerza los labios y uniendo nuestras lenguas en el interior de su cálida boca.

Mi joven amante empezó a eyacular en mi vagina golpeando su caliente semen contra mis mojadas paredes. Noté cómo su leche entraba en contacto con mi agradecido coñito. Mordí mi labio inferior tratando de librarme de la pasión que me recorría por dentro. Le acompañé en su orgasmo estallando en el último mío de aquel polvo tan bestial e inesperado.

Quise hablar pero Horacio me lo impidió tapando mi boca con sus dedos. Extrajo de mi interior su hermosa polla, bien húmeda y gruesa, todavía soberbia y dejando ver sus oscuras venas llenas de sangre. Poco a poco su espléndida virilidad fue perdiendo parte de su fuerza mostrándose flácida ante mis ojos tras el duro combate que habíamos mantenido.

Con un grito de angustia escuché el coche de mi marido parar junto a la casa. Me levanté rauda y veloz intentando recomponer mi dañada figura. Recogí las prendas que habían quedado desperdigadas por el camino y me metí al baño cerrando con fuerza la puerta mientras mi cuñado entraba en su cuarto sin dirigirme una sola palabra de aliento.

Aquel hombre tan primitivo y animalesco había logrado al fin hacerme suya. Me había entregado a él de forma violenta y feroz sin un mínimo impulso de decencia e integridad.

Apoyé las manos en el baño mientras observaba en el espejo mi rostro de mujer mancillada y deshonrada por aquel vil desvergonzado. Respiré con fuerza, poco a poco me fui serenando. Remojé mi cara notando correr el agua fresca sobre mis congestionadas facciones.

Me ajusté bien la minifalda, las medias y la blusa, remojé nuevamente mi cara y salí en el momento en que mi esposo entraba en el apartamento. Fernando al verme, me preguntó extrañado si me pasaba algo.

Sonriéndole de manera forzada contesté que solamente me encontraba algo cansada de todo el día. Le dije que no iba a cenar, que me ducharía y me iría pronto a dormir quedándose él un tanto sorprendido ante mi actitud. ¡Si el pobre supiera lo que acababa de ocurrir! Ladeé mi cabeza para que me besara y noté la vergüenza impresa en mi pómulo y en el interior de mi vagina.

Sabía que en adelante sería de Horacio siempre que él quisiera, no podría escapar a su infausto dominio. Tan solo nueve meses más tarde nacía mi tercer hijo, el fruto imborrable de la mujer que había sido víctima de un breve momento de debilidad pese a seguir enamorada de su esposo.

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