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Un hombre de ocasión

en Amor filial

Un hombre de ocasión

Entre su esposa y la joven hermana de ella le sorprendieron agradablemente con aquel trio que hizo las delicias de él……

Entre su esposa y la joven hermana de ella le sorprendieron agradablemente con aquel trio que hizo las delicias de él......

Lo cierto es que estas cosas no ocurren de golpe y porrazo sino que suelen desarrollarse poco a poco, de un día para otro, casi sin darse uno cuenta. De repente un buen día mi esposa dice que tiene que hacer un viaje de trabajo por unos días y en ese momento te das cuenta que su querida hermana te mira con otros ojos, que si las conversaciones con ella se hacen más habituales, que si sale a cenar y a comer con nosotros más a menudo, que si organizamos un viaje a Londres y mi mujer me dice que su pobre hermana nos acompañe para que no se quede sola….

En fin, son esas pequeñas cosas que te dejan descolocado, sin saber si vas, si vienes o, como muchas veces ocurre, luego nada de nada. Uno de esos días del pasado verano Claudia, mi joven cuñada, vino a pasar el día con nosotros. Hacía seis meses que se había divorciado de su marido y, según ella, aún no lo había superado. Vamos, lo que se suele decir siempre en estos casos.

Marisa, mi mujer, me había despertado aquel día con una sensacional mamada que me había dejado bien relajado y satisfecho para el resto del día. Pues bien, aquella mañana de sábado mi cuñada se presentó en casa a la hora del desayuno y tras cambiarnos en el baño salimos a la piscina los tres a disfrutar del sol. Así pues nada más salir al jardín me metí corriendo a la piscina gozando del agua caliente y tras darme un buen chapuzón salí tumbándome en la toalla para secarme mientras me ponía a hablar con ellas.

Llevábamos charlando alegremente una media hora, ellas sentadas y yo descansando entre las piernas de mi esposa, con las gafas de sol puestas y totalmente relajado disfrutando de los rayos solares y dejando que la brisa del aire acabara con el horrible estrés de toda la semana.

Lo cierto es que había tenido una semana terrible en el trabajo, todo habían sido problemas, gritos y broncas de mi jefe….vamos un auténtico rollo. Por la tarde habíamos quedado citados con unos primos de mi mujer, jóvenes y muy alegres los dos, para cenar y pasar luego un buen rato los cinco tomando una copa por ahí.

Así pues quería estar descansado para no amuermarme después y estar en forma para disfrutar bailando con aquellos tres auténticos bellezones. Necesitaba dejar a un lado los problemas de la semana y entretenerme un buen rato.

Cuando más relajado estaba en brazos de mi mujer entreabrí ligeramente los ojos y frente a mí me topé con la pequeña braguita del bikini de mi cuñada y cómo de ella escapaban distraídamente unos pocos pelillos de su pubis. Por mi imaginación corrieron los pensamientos más escabrosos y perversos que se puedan sospechar.

La verdad es que Claudia con sus 29 años está para mojar pan. Más de una de mis pajas las había celebrado en su honor fantaseando con la idea de que me estuviera chupando entre mis piernas o bien que me estuviera agenciando aquel estupendo culo que tenía. Debo decir sin disimulos que en alguno de mis polvos con mi esposa en mi mente aparecía la imagen de mi cuñada.

Para que os hagáis una idea de su físico espectacular os diré que Claudia es una muñequita de cabello pelirrojo, corto y rizado, de labios carnosos con los cuales parece que te esté pidiendo a cada momento chuparte la polla. Con su cara de niña da la sensación de tener muchos menos años, cualquiera le echaría apenas 22 añitos aunque su cuerpo desmiente totalmente dicha edad pues tiene una figura bien formada de hembra treintañera y conocedora de los placeres del sexo.

Posee un pecho de buen tamaño, redondito y bien duro que lleva la mayoría de las veces sin sujetador haciéndome poner cardíaco cada vez que la veo con sus vestidos o sus jerseys ceñidos. Sus caderas son anchas aunque no excesivamente. Siempre me han gustado las mujeres que tengan donde coger, nada de muchachas famélicas y planas como una tabla. Por último su trasero es una tentación para los sentidos, seguramente lo mejor de su sensual cuerpo. ¡Cuántas ganas me pasan por la cabeza de follarme semejante grupa!

Pensé en cómo el tonto de Nacho había dejado escapar a aquel monumento de mujer. ¡En fin, uno más de los misterios incomprensibles que tiene la vida! Sus peleas eran continuas por las infidelidades de él así que una vez que se divorciaron Claudia se vio liberada de aquel yugo que la oprimía.

Debo reconocer que estaría bien retocarle aquel coñito que sospechaba desde hacía tiempo que tendría bien peludito. ¿Realmente me dejaría arreglárselo? En mi loca cabecita empezó a configurarse la idea de poder afeitar la entrepierna de aquella preciosidad. ¡Me sentiría el hombre más afortunado del mundo si pudiera rasurar aquel tesoro que debía tener mi joven cuñada entre las piernas!

Sin embargo, en el preciso momento en que más concentrado estaba en mis locas ideas un invitado inesperado me hizo inquietar: se trataba de mi pobre virilidad la cual iba aumentando de tamaño amenazando romper las costuras del bañador que la oprimía. Fuertemente avergonzado ante la respuesta de mi pene, me tendí boca abajo poniéndome a ojear una revista sin el menor interés.

Tan solo ocupaba mi cerebro la fotografía que se había instalado en el mismo de aquel vello oscuro y rizado. No podía escapar de aquel encantador hechizo que me envolvía haciéndome perder el entendimiento. Escondido tras el cristal de las gafas no hacía más que mirar de reojo sin perder detalle de aquella atractiva y sensual entrepierna.

Sin remedio mi miembro creció y creció hasta hacerme daño, allí aprisionado contra el césped. Debía poner solución o no aguantaría mucho más aquel suplicio así que me puse en pie de un salto corriendo, como alma que lleva el diablo, a meterme en la piscina. No sé si ellas se dieron cuenta, imagino que sí pero si así fue nada dijeron.

Ya eran las ocho de la tarde cuando entramos al apartamento a arreglarnos para salir. Marisa había quedado con su primo a las diez así que aún teníamos tiempo para ducharnos y vestirnos tranquilamente. Según dijo mi esposa nos veríamos en un discreto restaurante de comida francesa al que mi mujer y yo habíamos ido en alguna ocasión y donde se podía comer y hablar de manera relajada.

Así pues entramos los tres al apartamento riendo a causa de un comentario tonto que había hecho Marisa. Todos llevábamos los bañadores empapados de la piscina así que cuando mi esposa puso en marcha el aire acondicionado tanto los pezones de mi mujer como los de Claudia se endurecieron al instante. Mis ojos quedaron fijos en aquellos dos pares de pitones y, como respuesta lógica a aquella hermosa imagen que me ofrecían, mi polla comenzó nuevamente a despertar de su letargo.

Ahora sí Marisa reparó en mi estado y, guiñándome el ojo sin que Claudia se diera cuenta, nos dijo que lo mejor sería irnos duchando para que no se nos hiciera tarde. Su hermana y yo asentimos alegremente con la cabeza. Aquello era lo que yo más necesitaba en esos momentos, una buena ducha fría que rebajara la inflamación que me dominaba.

Dejé amablemente que ellas se ducharan primero entrando cada una en un baño. Tardaron un mundo en arreglarse, con las mujeres siempre pasa igual. Que si primero el champú, que si luego el suavizante y la mascarilla para mantener el cabello hidratado, luego el secador…..en fin, creí que no acababan nunca.

Estuve eligiendo mi vestuario mientras ellas se duchaban, optando por una camisa gris de seda, una americana negra, pantalones negros de algodón y por último unos mocasines igualmente negros.

Al fin salieron las dos dirigiéndose cada una a su dormitorio para escoger la ropa. Yo me metí en la ducha enjabonándome rápidamente el cuerpo. Estaba muy nervioso con la escena de la piscina y luego la de ambas mujeres marcando los pezones por debajo de la tela del bikini…..Froté mi pene con la abundante espuma que el gel hacía y me masturbé lentamente creyendo que era mi joven cuñada quien me lo hacía. ¡Qué gusto sentía! Por suerte pude parar antes de correrme y abriendo la ducha remojé con fuerza mi cuerpo liberándolo de la acción de la espuma.

Una vez seco y peinado salí al pasillo dirigiéndome al salón donde me tropecé con un panorama ciertamente inesperado. Allí estaba mi joven y atractiva cuñada tocándose su almejita con la tela de su blanca braguita echada a un lado. Claudia tenía dos dedos dentro de su vagina los cuales extrajo al momento totalmente asustada ante mi repentina presencia.

Se tapó al instante con las manos sus bonitos senos y su delicado sexo. Juro que en esos momentos no sabía qué hacer. ¿Debía continuar allí observando el sensual y voluptuoso cuerpo de mi cuñada o bien debía marcharme? ¿Debía aprovechar la ocasión que tanto tiempo llevaba esperando?

Ambos podíamos escuchar la voz de mi esposa canturreando en el dormitorio. ¿Qué pensaría Marisa si me sorprendía allí con su hermana en situación tan embarazosa como aquella? Además de todo eso, ¿Podía mi cuñada desear tener algo conmigo?

¿Qué haces ahí parado como un tonto? –me dijo recuperando lentamente la serenidad. Perdona cuñado pero estaba viendo que debería depilarme estos malditos pelitos. ¿Tú que crees?

Verdaderamente creo que sería mejor que te los afeitaras mínimamente –asentí sin dejar de mirarla a los ojos.

Sabes, me crecen tan rápido y son tan condenadamente molestos. Además debes entenderme….llevo tanto tiempo sin nadie…..vamos, tú ya me entiendes….

Hay veces que eso suele pasar pero tranquila que una chica tan bonita como tu no tardará mucho en encontrar alguien que la quiera.

¿En serio me encuentras bonita? –preguntó con un intenso brillo en los ojos.

Claudia, sólo te diré que eres una mujer muy atractiva y que si no fueras mi cuñada y no estuviera casado seguro que me lanzaba a por ti. ¿Sabes que la piscina me ha alborotado un poco?

¿De verdad? Bien, para serte sincera te diré que a mi también se me ha despertado algo –dijo con voz trémula.

En ese momento pudimos oír cómo el secador dejaba de funcionar.

Venga Claudia, ve a tu dormitorio y ponte bien guapa que se nos va a hacer tarde –dije tratando de quitar hierro a nuestra conversación.

Mi cuñada es seis años más joven que mi esposa y la verdad es que tal como dije antes está para comérsela. Tal como le confesé segundos antes si no fuera por mi mujer ya le habría hecho algún favor. Claudia se fue a su habitación sonriéndome de forma misteriosa mientras yo ponía en marcha la tele para ocupar el tiempo a la espera de que acabaran.

Fui a por unas cosas al despacho y al pasar por delante del baño las escuché riendo y cuchicheando en voz baja. ¿Acaso estarían las dos hermanas hablando de mí? ¿le estaría contando a Marisa nuestro interesante encuentro del salón? Dejé a un lado aquellas reflexiones que tanto me atormentaban y tras recoger las llaves del coche volví al salón sentándome en el sofá.

Al fin salieron y la verdad es que las dos estaban sensacionales, lo cierto es que si me hubiesen dado a elegir no hubiera sabido con cual de las dos quedarme. Marisa estaba guapísima con aquel jersey de punto de color tostado que tan bien remarcaba sus pechos, unos tejanos de color blanco y unas botas marrones de caña hasta las rodillas y de alto tacón.

En cuanto a mi joven cuñadita he de decir que estaba arrebatadora. Se había fijado el cabello con gran cantidad de gel fijador echándolo hacia atrás para dejar la frente libre. Claudia se había ataviado con un vestido corto de color gris marengo que apenas le tapaba hasta medio muslo, unas medias negras de blonda y zapatos negros de tacones interminables. Me dio la sensación de que no llevaba sujetador pues podía ver cómo los pezones se marcaban bajo la seda del vestido.

Una vez las hube piropeado diciéndoles lo guapas que estaban salimos a cenar. No tardamos en llegar al restaurante donde ya nos estaban esperando el primo de mi mujer y su novia. La cena fue realmente agradable y al acabar propuse ir a la zona de copas para bailar un rato y seguir charlando.

Pronto perdimos de vista al primo de mi mujer y a su novia pues no tardaron en mezclarse entre el bullicio de la gente. Claudia no hacía más que vaciar copas y tomar chupitos hasta que acercándose a mí me pidió que le trajera una botella de agua asegurando que ya había cubierto su cupo por esa noche. Desde la barra pude ver como mi mujer y ella no paraban de hablarse al oído, mirándome y riendo de forma alegre.

Al acercarme a ellas le ofrecí la botella a Claudia la cual tras beber un trago le dijo a su hermana si le prestaba el marido durante unos bailes.

Marisa querida, te devuelvo a tu maridito enseguida. Dejámelo para mover el esqueleto un poco. ¿Vale?

¡Es todo tuyo hermanita, pero luego devuélvemelo! –contestó mi mujer riendo de buena gana.

¡Descuida que no pienso quitártelo! –dijo sonriendo y cogiéndome de la mano me hizo acompañarla hasta perdernos en la pista entre el resto de la gente.

Empezamos a bailar y juro que no podía quitarle la vista de encima. Volvió a darme la sensación que mi querida cuñadita no se había puesto sujetador pues los pezones destacaban notoriamente bajo la tela del vestido. Claudia bailaba sin parar moviéndose deliciosamente al ritmo que le marcaba la música. De pronto cambiaron la música pasando a sonar una balada romántica. No sabía qué hacer. ¿Seguía bailando con Claudia o volvíamos a la barra con mi mujer?

Ella solucionó aquel problema aproximándose a mi oreja y diciéndome en voz baja:

Tranquilo cuñado que no muerdo –susurró mientras se apretaba contra mí juntando su pubis con el mío.

Aquello era más de lo que podía soportar. Mi pobre polla empezó a crecer buscando aire para respirar.

Vaya, vaya cuñado….cómo te estás poniendo. ¿Y todo eso es por culpa mía? –preguntó moviendo su pelvis de forma circular.

No aguanté más así que echando un vistazo a la barra y viendo que Marisa no podía vernos acerqué mi boca a la suya y le rocé suavemente los labios los cuales abrió ligeramente permitiendo la entrada de mi lengua en su boca. Bajé mis manos por su espalda hasta llegar a sus nalgas las cuales estrujé con fuerza escuchando complacido cómo Claudia gemía de manera apenas perceptible.

Tuvimos que separarnos al acabar la canción y a partir de ese momento Claudia se convirtió en el objeto prohibido de mi deseo. ¡Tenía que hacerla mía como fuera! No paraba de buscarla con la mirada y ella cada vez que me veía sonreía sin parar de beber y bailar.

Sobre las tres de la mañana el primo de mi mujer nos dijo que se marchaban a casa, que su novia estaba cansada. Mientras les veíamos abandonar la discoteca entre el gentío mi cuñada comentó:

Sí, sí….seguro que de cansada nada. Esa mosquita muerta estará esperando recibir lo suyo al llegar a casa –dijo con voz confusa debido a las copas de más que llevaba encima.

Marisa, viendo en ese estado a su hermana, estimó que ya era hora de marchar así que nos dijo a ambos:

Bueno chicos, ¿qué les parece si marchamos nosotros también a casa?

¿Pero estás loca o qué te pasa? Si la noche recién acaba de empezar –exclamó Claudia moviéndose de manera sensual junto a la pista.

Venga Pedro, coge a mi hermanita y vámonos ya. Si sigue media hora más ya no habrá quien la haga marchar –declaró mi mujer mientras recogía sus cosas.

A duras penas conseguí hacer entrar en razón a mi cuñada. Había bebido más de la cuenta y nos costó horrores hacerla salir de la discoteca. Al salir al parking y ya camino del coche Marisa me dijo:

Claudia se encuentra muy mal así que habrá que llevarla a su casa.

¡Pero si es tardísimo! Hagamos una cosa. Vayamos a casa y que tu hermana se tumbe en la cama contigo que yo dormiré en el sofá. El sofá cama del salón es cómodo y por una noche no va a pasar nada.

De acuerdo Pedro, como tú digas. Mañana es domingo así que podemos levantarnos a la hora de comer y luego acercamos a Claudia a su casa por la tarde.

Conduje deprisa pues tenía ganas de descansar así que enseguida estuvimos en casa. Claudia iba un poco borracha ya que había bebido alguna copa de más. La pobre no podía quitarse sola la ropa de tal manera que Marisa iba a tener que ayudarla a desnudarse. Entré al dormitorio agarrando rápidamente un pantalón corto de pijama y una camiseta. Me los puse con celeridad y me dispuse a descansar echándome en el sofá.

Desde el sofá puede verse el dormitorio y por fortuna para mí Marisa olvidó cerrar la puerta disponiéndose a quitarle el vestido a su hermana. ¡No podía creerme mi buena suerte! ¡Iba a poder disfrutar del cuerpo desnudo de mi querida cuñadita! En primer lugar la descalzó tirando a un lado los zapatos para, una vez la hubo tumbado en la cama, irle despojando poco a poco de las medias.

Apagué la luz del salón para poder seguir viendo el espectáculo del cuerpo desnudo de mi cuñada. ¡Cuánto me hubiera gustado ser yo quien estuviera en el privilegiado lugar de mi esposa, ser yo quien desnudara a aquella preciosidad!

Marisa continuó con su dura tarea despojándola con gran dificultad del vestido hasta dejarla tan solo en bragas. Tal como había pensado Claudia no llevaba sujetador así que pude deleitarme con la imagen perturbadora de aquellos senos de pezones sonrosados.

Mi mirada demorábase con insaciable avidez en aquella hermosa redondez. Una sensación desconocida hasta entonces llenó mi corazón de una mezcla de inquietud y deleite; un incontenible ardor recorrió todos mis miembros; la sangre me hervía en las venas y mil deseos insensatos desorientaban mi mente.

¡Menudo par de tetas tenía mi joven cuñadita! Juro que en esos momentos se me empezó a poner tiesa sin poder remediarlo. La estampa de aquellos redondos pechos me dejó completamente alucinado.

Mientras tanto mi mujer se esforzaba en mover a su hermana para conseguir que se tumbara en la cama pero la verdad es que Claudia, jugueteando con ella, no se dejaba hacer así que escuché como Marisa gritaba:

¡Muy bonito, sí señor! Al menos podías ayudarme a acostar a mi hermana. Qué bonito, vas te tumbas y tan feliz. Vamos, ven aquí y échame una mano –gritó maldiciéndome.

Espera mujer que ya voy –dije levantándome aprisa y dirigiéndome al dormitorio.

La verdad es que no sabía muy bien lo que hacer, por dónde coger a aquella hermosura de mujer sin que se notara mi creciente turbación la cual no me era posible poder ocultar por más tiempo. Me puse tras mi mujer tratando de disimular mi calentura cuando le pregunté de forma estúpida:

Marisa, ¿cómo quieres que te ayude?

Cariño, no te hagas el tonto conmigo. ¿Acaso te crees que no sé de lo que hablaste esta tarde con mi hermana? Has dejado muy cachonda a mi hermana esta tarde y ahora vas a tener que acabar lo que empezaste.

Cuñadito, ¿no pensarás dejarme que me lo haga sola, verdad? –dijo Claudia sonriéndome de forma maliciosa.

¡No era posible que fuera cierto lo que estaba oyendo! Aquellas dos brujas me habían tendido aquella trampa y yo había caído en ella sin darme cuenta. Mi deseo más oculto estaba a punto de cumplirse y además con total complicidad por parte de mi esposa. Creí estar soñando pero aquello era bien real. Allí tenía a mi guapa cuñada totalmente desnuda, tan solo cubierta con aquella pequeña braguita que apenas tapaba lo mínimo indispensable, y provocándome para que siguiera la noche con aquel par de bellezas.

Mi mujer acercó sus labios a los míos y abriéndolos seductoramente me ofreció su lengua la cual acogí con gran placer dentro de mi boca. Nos besamos apasionadamente sin coartarnos lo más mínimo la presencia de mi bella cuñada; Marisa fundió su lengua con la mía mezclando nuestras respectivas salivas en una sola. Pasó su mano por detrás de mi cuello y me atrajo hacia ella mientras ladeaba levemente la cabeza a un lado.

Mientras tanto mi cuñada se encontraba atrapada entre nosotros dos y su hermana introdujo una de sus manos entre las pequeñas braguitas acariciándole lascivamente el culo al tiempo que me rozaba la polla con las uñas como por descuido. ¡No podía creer estar viendo a mi mujer metiéndole mano a su propia hermana!

No aguanté por más tiempo tanto vicio y depravación y tomando a Marisa por el culo empecé a despojarla lentamente de su diminuta prenda. Dejé a un lado a mi esposa y, apuntando mis ojos hacia mi joven cuñada, agarré con firmeza sus bragas llevando a un lado con mis dedos la tela que cubría su almeja dejándola completamente expuesta ante mi lujuriosa mirada.

Claudia suspiró profundamente ante mi inesperada ofensiva. Las bragas estaban enteramente empapadas demostrando el profundo apetito que la dominaba. No me fue nada difícil rasgarlas por la costura hasta conseguir que se rompieran por uno de los lados. Ambos respirábamos de forma intensa, mi querida cuñada jadeando como un animal en celo mientras fijaba sus ojos en los míos animándome a continuar con tan fascinante quehacer. Se agarró con fuerza a mis brazos lacerándolos con sus uñas hasta hacer que breves hilillos de sangre empezaran a correr por los mismos.

Claudia estaba tan estupendamente entregada a mis más bajos deseos que no vacilé en doblarme hacia ella para lamer y chupar aquel par de duras montañas que tanto turbaban mi entendimiento. La tenía agarrada firmemente de las caderas y advertí con agrado cómo las meneaba de manera sensual y excitante. ¡Aquella cabrona se movía voluptuosamente incitándome a que me uniera a ella delante de su hermana!

Llevaba mucho tiempo aguardando y deseando ese regalo que el destino me deparaba de aquel modo tan imprevisto así que debía ser cuidadoso en mi actuación, no quería precipitarme, quería dedicarme a aquella belleza por completo. ¿Hasta dónde pensaban llevar ese juego? ¿Estarían simplemente jugando conmigo? ¿Hasta qué punto serían capaces de llegar aquel par de espléndidas arpías? No quise pensar por más tiempo así que simplemente me dejé llevar por aquella adorable escena junto a aquel par de hembras que el azar me había entregado.

Alargué mis manos hacia mi mujer despojándola con rapidez de las bragas. Marisa siguiendo mis movimientos no tardó en deshacerse de su camiseta de tirantes dejando sus soberbios senos al aire. En esos momentos tan solo faltaba yo por desnudarme y no albergaba la menor duda que aquellas dos gatitas no tardarían mucho en quitarme el pantalón y el pequeño slip que cubría mi abultada hombría.

Luché intentando incrustar mi mano entre las piernas de mi cuñada mientras empezaba a frotar los contraídos pliegues de Marisa los cuales me recibieron completamente bañados por sus abundantes jugos. En mi brazo pude notar la exagerada lubricación que mostraba la vagina de Claudia. Tenía a aquellas dos hembras entregadas a mí y deseosas de gozar conmigo.

Con la otra mano tenía bien cogidas las nalgas de mi cuñada mientras nos besábamos con pasión renovada. Como por descuido dirigí mis dedos a la entrada de su ano rozándolo de forma distraída con ellos. Ella se retorció al notar dicho contacto dando un fuerte respingo.

Dime cuñadito, ¿te gusta mi culito? –exclamó volviendo la cara hacia mí con un brillo intenso en su mirada. Tranquilo, vamos mételo bien que ya estoy acostumbrada –me dijo poniendo el culo en pompa y moviéndolo provocativamente para que siguiera con aquella dulce caricia.

Escuchando aquellos tenues lamentos de placer me chupé el dedo corazón y el índice y haciendo presión sobre su anillo fui observando cómo aquel estrecho agujerito se iba abriendo para dar paso a tan agradables visitantes.

¡Dios! Dios mío, sigue….sigue as텅…… -mi cuñada jadeaba con los ojos cerrados disfrutando como una loca con lo que le hacía.

Claudia cariño, ¿te gusta lo que te hace mi maridito? –le preguntó mi mujer con una cara de vicio que nunca había visto en ella.

Síííííííííí, me gusta……Hermanita, el cabrón de tu marido me está metiendo dos dedos en el culo y no veas el gusto que me está dando.

A ver no seas acaparadora y déjame probar a mi también que nunca lo he hecho por ahí. Venga Pedro, métemelo también a mí que quiero que me hagas disfrutar como a mi hermana.

Debía ser especialmente cuidadoso con Marisa. Aquella era la primera vez que nos adentrábamos en esos oscuros y desconocidos caminos y temía cómo pudiera reaccionar. Siempre había fantaseado con la idea de follarle el culo pero ella continuamente había puesto impedimentos alegando el dolor que podía sentir al ser penetrada. Así pues si quería iniciar a mi bella mujercita debía aprovechar aquella inmensa calentura que la dominaba.

Introduje dos dedos en el empapado coño de mi cuñada. Estaba bien seguro que aquel resultaría el mejor lubricante para la posterior entrada en el estrecho culito de mi esposa. Aplicándome con esmero a mi tarea puse los dedos en forma de cuña empezando a entrar con enorme facilidad en la pequeña cuevita de Claudia la cual me animaba a seguir con aquel tratamiento. Paso a paso y gracias a los jugos que mi cuñada derramaba mi caricia se fue haciendo más y más osada ocupando mi mente la horrible idea de follarla con la totalidad de mi puño.

Fui presionando cada vez con más fuerza observando complacido cómo aquella vagina seguía permitiéndome llevar a cabo aquella loca idea. En apenas unos segundos y de forma fulminante la totalidad de mi puño quedó instalado en el interior de aquella exquisita vagina.

La cara de mi esposa era todo un poema, con los ojos abiertos como platos mientras Claudia, viendo mi puño dentro de ella, empezó a retorcerse berreando como una loca con los ojos fuertemente cerrados al tiempo que boqueaba totalmente fuera de sí.

Sabía bien lo que aquello significaba; Claudia, incapaz de sentir tanto placer, se estremeció quedándose completamente inmóvil y empezó a correrse llenándome los dedos con aquel manantial que no paraba de lanzar jugos hasta que finalmente escuché un intenso gruñido que indicaba el fin de tan violento orgasmo.

Aquel era el momento tan deseado. Retiré mis dedos de su vagina para llevarlos hacia el oscuro agujero de Marisa la cual se mantuvo quieta disfrutando de aquel dulce tormento. Claudia apoyó las manos en el respaldo de la cama entregándome su inundada vagina. Empecé a beberme sus jugos para dejarle su concha bien seca al tiempo que apretaba mis dedos contra el esfínter de mi mujer notando cómo poco a poco iba dilatándose permitiendo entrar los dedos húmedos y llenos de los efluvios de su hermana.

Me estiré en la cama entre las piernas de mi cuñada y empecé a comerle su vagina entreteniéndome con especial cariño en su clítoris el cual tenía bien duro y sonrosado. Claudia no paraba de gemir cada vez más fuerte estremeciéndose con aquel exquisito roce que la hacía vibrar de emoción.

Mi mujer se encaramó sobre ella y la invitó a besarla entregándole sus jugosos labios mientras frotaba sus pechos con los de su hermana. Jamás hubiese imaginado poder ser espectador de aquel encuentro lésbico entre mi esposa y su querida hermana. Puedo asegurar que todo aquello superaba mis más depravadas fantasías y que sólo deseaba que aquella tormentosa noche no finalizara nunca.

Me beneficié de la total entrega de ambas mujeres para meterle a Marisa hasta el fondo dos dedos en su angosto conducto. Se la veía muy excitada con aquella caricia que le dedicaba cuando, cambiando de estrategia, le brindé una interminable sesión de sexo comiéndole su delicioso coñito el cual tan bien conocía.

¡Vamos cariño, sigue así…..no te pares! Devoramelo con tus labios y tu lengua. ¡Dios, qué bueno es esto!

Se enroscaba en sí misma cada vez que le pasaba la lengua por los pliegues de su coñito. Mordisqueé delicadamente su inflamado clítoris notando cómo la habitación se llenaba de los berridos de mi esposa. Claudia acentuó su excitación succionando sus pezones con gran voracidad y apetito. Mi esposa, por su parte, no permaneció quieta y se consagró a masturbar una y otra vez la concha de su hermana.

Advertí la proximidad del orgasmo de ambas mujeres, los gritos se convirtieron en aullidos de satisfacción, no podría decir cuál de las dos disfrutaba más y finalmente aquellos dos sudorosos cuerpos empezaron a contraerse antes de caer agotados y extenuados en un orgasmo conjunto que me dejó gratamente sorprendido. Abrí la boca y me dediqué a saborear los jugos de ambas mujeres degustándolos con infinito placer hasta que las dos quedaron derrengadas sobre la cama.

Pero, sin embargo aquello no había hecho más que empezar. En cuanto recuperaron mínimamente la compostura escuché a Claudia exclamar dirigiéndose a mí:

Bien muchacho, ahora te toca a ti. Ya es hora de que te vayas desnudando. No es justo que nosotras estemos en pelotas y tu todavía vestido. Prepárate que voy a comerte la polla hasta que no puedas más y nos folles a las dos.

Entre ambas me derribaron en la cama haciéndome caer boca arriba y mi cuñada obligándome a abrir las piernas se dedicó a lamerme lentamente los muslos con la lengua mientras agarraba mis pezones entre sus dedos estirándolos ligeramente hasta hacerme gemir sin poder rehuir su contacto. Fue subiendo y bajando paso a paso acariciándome los muslos con sus uñas hasta acabar encontrándose con mi hinchada virilidad la cual se hallaba cubierta por la tela del slip.

¡Veamos cuñado a ver qué guardas aquí! –dijo sobando con su mano mi polla por encima del slip logrando que fuera adquiriendo su tamaño habitual.

La mordisqueó con cuidado arrancándome un emotivo gemido. Apoyó la mejilla sobre el slip cerrando los ojos y disfrutando de aquel enorme monolito que en breves segundos tendría a su entera disposición. Al fin se decidió a hacerlo suyo y enganchando la íntima prenda por cada lado la fue bajando hasta que mi polla quedó al aire mostrándose desafiante y altiva ante los ojos atónitos de mi joven cuñada.

¡Dios mío! ¿Pero qué tienes aquí? ¡Pero si es enorme! Hermanita, ¿cómo no me habías contado esto antes? –exclamó aturdida mientras se pasaba la lengua por los labios pensando en todo lo que podría hacer con mi polla.

Sin esperar más tiempo llevó la piel que cubría mi glande hacia atrás hasta conseguir que mi rosada cabezota apareciera húmeda gracias a los primeros líquidos pre-seminales. Con su traviesa lengua golpeó contra mi sensible glande haciéndome suspirar con aquel simple contacto. Claudia se me quedó mirando a los ojos sonriéndome como una gatita mientras me proporcionaba aquel dulce placer.

Desde mi glande fue bajando lentamente por todo mi tronco hasta acabar en mis cargados huevos los cuales saboreó succionándolos durante unos segundos. Volvió a subir hasta alcanzar nuevamente mi excitado bálano y entreabriendo los labios empezó a comérselo de forma glotona iniciando una espléndida mamada en la cual le ayudé agarrando su cabello con mis manos.

Aquella putita sabía lo que se hacía. Pude ver que tenía gran experiencia en ese tipo de artes amatorias. Claudia permitió que mi esposa participara de aquel festín y entre las dos me chuparon de tal modo que creí perder la razón.

¿Te gusta lo que te hacemos? –me preguntó mi esposa en un breve momento en que abandonó tan deliciosa tarea.

Me encanta……seguid así y no tardaré mucho en correrme –dije enredando mis dedos en el sedoso cabello de mi cuñada para evitar que pudiera descuidar lo que estaba haciendo.

¡Vamos Claudia, haz que se corra este maldito cabrón y que nos llene con su leche –gritó Marisa animando a su hermana.

Claudia empezó a chupar con fuerza mientras me agarraba la polla entre sus dedos masturbándome salvajemente hasta que sin poder soportar por más tiempo aquel tratamiento acabé eyaculando sobre ellas llenándoles sus bocas y sus rostros con mi espeso semen. Mis primeros latigazos fueron a dar sobre el cabello y la barbilla de mi cuñada y el resto fue tragado por mi esposa la cual logró introducir mi alterado miembro en su boca para gozar de mis últimas descargas espermáticas.

Caí rendido sobre la almohada intentando recuperarme del esfuerzo realizado. Al fin había logrado alcanzar mi tan ansiado orgasmo con aquel par de audaces fieras. Levantando ligeramente mi cabeza pude contemplar ensimismado la imagen de mi esposa traspasándole mis espesos y blanquecinos jugos a su perversa hermana antes de acabar fundidas en un beso sensual y lleno de erotismo.

Descansando de mi orgasmo estuve observando durante un buen rato aquel numerito lésbico e incestuoso que me brindaban aquellas dos bellezas. La imagen de aquellas panteras besándose y mezclando sus lenguas con total complacencia hizo que en pocos segundos volviera a estar en forma. Por suerte para mí Claudia se separó de su hermana y al girarse hacia donde yo estaba me vio masturbándome con mi rígido músculo entre las manos.

¿Pero qué estás haciendo con eso? –chilló lanzándose sobre mí. Marisa mírale….tu maridito ya vuelve a estar en pie de guerra.

Pedro, ahora quiero que te folles a mi hermana. La pobre hace tiempo que no prueba bocado y por una noche creo que puedo pasar sin mi ración de macho –dijo Marisa guiñándole el ojo a su hermana la cual aceptó aquella sugerencia con los ojos brillándole de emoción.

Sentado en la cama y tras prestar oídos a la amable insinuación de mi esposa tomé a Claudia por la cintura y acomodándola sobre mí empezamos a besarnos de forma desenfrenada al mismo tiempo que las manos de uno y otro recorrían nuestros cuerpos reconociéndolos centímetro a centímetro.

Le chupé con gran placer sus redondeados pechos ayudado por Claudia que me cogía del cabello llevándome contra ella. Tenía los pezones rígidos y empinados y recibía mi tierna caricia con grandes muestras de agrado.

Agarrándola con fuerza por la cintura y con evidente dificultad logré incorporarme poniéndome en pie con mi joven amante en brazos. Una vez en pie la hice situarse boca abajo en posición inversa a la mía formando ambos un delicioso sesenta y nueve.

La putita de mi cuñada se adaptó con facilidad a la novedosa posición y enganchando con habilidad mi duro miembro empezó a saborearlo mientras yo le comía su apetitoso coñito. Lo tenía mojadísimo y no paraba de humedecerse con aquel cálido manantial del que no dejaban de fluir jugos. Claudia no paraba de correrse empalmando un orgasmo con el siguiente mientras emitía una bella sinfonía de sonidos guturales y de lastimosos lamentos sin sentido.

Una vez acabó con aquel prolongado orgasmo volví a girarla poniéndola en pie y obligándola a que me diera la espalda. Dejó descansar las manos sobre la pared estirándose hacia delante y ofreciéndome su apetecible trasero el cual puso en pompa tratando de provocarme con tan encantador obsequio.

¡Vamos Pedro fóllame…..no aguanto ya más! ¡Métemela toda entera….vamos clavámela sin compasión! –exclamó mirándome y moviendo las caderas para avivar mi deseo y de ese modo hacer que me uniera a ella.

¿Quién hubiese podido negarse a disfrutar de semejante manjar? Miré durante unos fugaces segundos hacia la cama donde se encontraba mi esposa masturbándose y lanzando pequeños ayes lastimeros. Nos miramos a los ojos y Marisa, alentándome con su mirada obscena, me hizo dirigir mis movimientos hacia la figura lujuriosa y sensual de mi linda cuñadita.

El rostro de Claudia desprendía enorme pasión y un deseo desmedido por que la hiciera mía. Apoyé una mano en su cadera y conduciendo mi excitada polla hasta la entrada de su hermoso y delicado coño empecé a penetrarla con extraordinario cuidado hasta que la totalidad de mi rígida barra quedó incrustada en tan amable orificio lanzando ella un profundo suspiro de emoción al sentirse ensartada de aquel modo tan considerado.

¡Joder hermanita, menuda polla tiene tu maridito! ¡No te quejarás de él! ¡Dios, es enorme! –dijo gimiendo entrecortadamente mientras trataba de acomodarse al tamaño de mi ardiente miembro.

Una vez estuve completamente dentro de ella Claudia inició una suave oscilación con sus caderas moviéndose adelante y atrás, clavándose y desclavándose una y otra vez mi furioso ariete. Lo degustó con la mirada perdida, jamás había visto una cara de tanto placer como la que mi hermosa cuñada mostraba ante el inmenso deleite que estaba recibiendo.

Dirigí mi mano hasta su ocupada vagina entreteniéndome acariciando su diminuto botoncito lo cual agradeció mi afortunada compañera precipitándose en un nuevo orgasmo entre terribles aullidos e inhumanas convulsiones de satisfacción.

La dejé descansar unos instantes observando cómo mi mujer se situaba entre las piernas de su hermana comenzando a chuparle su encendido clítoris siguiendo yo con la agotadora tarea de reanudar las embestidas sobre mi cuñada. Cada vez que salía de la vagina de Claudia experimentaba el gustoso contacto con la lengua de mi esposa la cual nos lamía a ambos aprovechando la estupenda posición de la que disfrutaba.

Me separé de mi cuñada oyéndola emitir un quejido de disgusto ante tan repentina salida.

¡No te salgas, cabronazo! ¡Métemela fuerte y continua moviéndote!

Tranquila muchachita que no pienso dejarte –respondí rozándole ligeramente su oscuro agujero posterior con lo cual Claudia, gratamente fascinada por mi inmensa audacia, abrió las piernas bien dispuesta a aceptar la presencia de tan horrible convidado.

¡Por favor, ten cuidado con mi pobre culito! Sólo lo probé dos veces con mi marido y tuvimos que dejarlo por el fuerte dolor que sentía –confesó con cara de espanto aunque el suave meneo que otorgaba a sus caderas parecía indicar otra cosa desmintiendo de ese modo sus tenues palabras.

Así pues poniéndome de puntillas tras ella y ayudado por mi esposa coloqué la cabeza de mi pene en tan codiciado agujero. Claudia respiraba con fuerza aguardando el terrible momento que la esperaba. Presioné con decisión y pude observar con entusiasmo cómo aquel estrecho anillo se iba dilatando permitiendo el paso de mi polla.

Los gemidos de mi joven cuñada pronto se transformaron en alaridos de dolor al sentirse traspasada por aquel estoque que la hacía perder la razón. Sin embargo, al empezar a moverme en el interior de su reducido agujero el dolor inicial de mi cuñada fue dando paso a un intenso placer empezando a acompañarme en la enculada que le brindaba.

¡Fóllame….vamos fóllame! ¡Me duele pero es estupendo! ¡Venga Pedro, quiero que me destroces el culo con tu enorme polla! –se estremeció completamente fuera de sí.

Golpeé y golpeé contra ella rebotando una y otra vez mis abarrotados testículos contra sus tersas nalgas las cuales acogían mis acometidas sin dar muestras de cansancio. Mientras sodomizaba de aquel modo tan brutal a mi gentil compañera, girando fugazmente la vista hacia el lecho, pude contemplar la voluptuosa imagen de Marisa, mi tolerante esposa, masturbándose sin descanso viéndonos follar, hasta caer rendida sobre el lecho conyugal tras obtener su tan ansiado placer.

El griterío en el dormitorio se hizo ensordecedor. Mi cuñada no hacía más que berrear pidiéndome que siguiera follándola cada vez más y más fuerte. La agarré del cabello tirándola hacia atrás y girándose hacia mí nos fundimos en un beso ardiente y desenfrenado.

Por fin, saliendo de ella y avisándola de mi cercana corrida, Claudia se arrodilló entre mis piernas cogiendo mi erecto miembro entre sus dedos masturbándome con su mano hasta que acabé eyaculando sobre mi cuñada escupiendo inacabables chorros de esperma que fueron a parar sobre el cabello, la nariz y la barbilla de su congestionado rostro.

Caí rendido en el suelo junto a ella envolviéndola entre mis brazos tratando de recuperar las abandonadas energías tras aquel despiadado y formidable enlace. Levantando ambos la vista hacia mi mujer la vimos llevarse un dedo a la boca para succionarlo de forma provocativa y sugerente.

¡Claudia, menudo polvo has echado con mi querido maridito! No podrás quejarte, cabrona. Esto tenemos que repetirlo más a menudo.

Siempre que queráis, cariño –respondió mi cuñada recogiendo entre sus dedos el semen que resbalaba sobre sus bellas facciones para llevárselo a continuación entre sus labios saboreándolo con gran placer.

Yo, por mi parte, no dije nada. Me había convertido simplemente en un hombre de ocasión para mi mujer y mi cuñada y tan solo pensaba en gozar de la agradable compañía de aquel par de sensuales hembras todo el tiempo que la fortuna me permitiese.

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