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Con mis suegros al lado (1)

en Sexo Oral

Mi amigo Mario dijo una vez que lo que él esperaba de su pareja no era ni amistad, ni compresión, ni reírse, ni hostias. Que para eso ya tenía amigos. Lo que esperaba de su pareja era que lo pusiera cachondo y entenderse bien con ella en la cama. Un sabio, mi amigo Mario. Yo pienso igual que él.
Llevo con mi mujer casi toda la vida. A pesar de ello, seguimos practicando sexo a menudo. Con altibajos, fases mejores y peores, pero vamos, follamos bastante. Follar o lo que sea. La clave de ello es que a ella pocas cosas le gustan más que el sexo. Además, tiene un puntito medio gamberro medio zorra que hace que todo sea bastante divertido. No es que hagamos de todo, pero vamos camino. Es difícil que ella se niegue a algo, la verdad.

Es una experta chupadora de pollas. No tanto por virguera sino porque no puede ocultar lo que le gusta tener un nabo en la boca. Se la nota disfrutar, está pendiente de cada gesto, de cada cara, de cada gemido. Percibe hasta el más mínimo latido de sangre en las venas del pene, cada movimiento de las caderas, para modificar o intensificar lo que hace. A veces me la chupa porque sí, sin que se lo pida y sin esperar nada a cambio. Creo que se lo plantea como un videojuego, está picada con ella misma por conseguir la mamada perfecta, por dejarme sin fuerzas de puro placer. Ahora se ha propuesto conseguir metérsela totalmente en la boca, y va camino de conseguirlo. De momento, en lo que vamos de semana llevo cuatro mamadas espectaculares, y estamos a miércoles… ya consigue tocar los pelillos con su nariz.

Lo que voy a contar sucedió hace unos años, en casa de sus padres. Ambos estudiábamos fuera, lo que hacía que cuando nos viéramos estuviésemos los dos calientes perdidos. También sirvió para que ella chupase unas cuantas pollas adicionales, pero bueno, era de esperar. Yo también hice lo que pude.
Ella llevaba ya un par de días en casa de sus padres, y yo llegué de noche, un jueves. No la dejaban salir entre semana, de modo que me pasé un rato por su casa a verla. Yo fue olerla, darle un abrazo, rozarme con ella… y me puse como una auténtica moto. La muy jodía se había vestido para provocarme, con una minifaldita y una camisa blanca que marcaban a la perfección su culazo y sus pequeños pechos. No la he descrito, pero deberíais saber que mi mujer tiene las tetas perfectas. Parece que las han trazado con un compás.. No son grandes, y entonces lo eran aún menos, pero su forma es inmejorable: redonditas, suaves, más bien altas, con pezones rosados y más bien pequeños, al los que les basta con que la temperatura baje un par de grados para ponerse duros como piedras.

Ella noto enseguida como estaba, normal, prolongué el abrazo todo lo que pude y era evidente que eso que notaba contra su cacha no era mi teléfono móvil, ya que aún no existían. Mi suegra hizo un comentario medio en broma para que nos separásemos y nos pidió que fuésemos al salón, donde estaba mi suegro. Lo primero que hizo el puñetero fue decirle a su hija que se abrochase esa camisa, ya que podía verse el sujetador sin mucho esfuerzo. Ella lo hizo, pero de todos modos la camisa le quedaba algo pequeña y muy ajustada.

Nos sentamos en el salón, alrededor de la mesa camilla, mientras la tele estaba puesta. Mi suegro y yo sólo estábamos pendientes de la camisa, ambos por razones distintas. Tan concentrado estaba que cuando no té un roce en mi pantalón me pilló totalmente por sorpresa. Aprovechando que estábamos totalmente tapados por los faldones de la mesa, ella había alargado su brazo hasta poner la mano sobre mi polla. Yo no me lo podía creer, delante de sus propios padres. Estaba claro que yo no era el único que estaba como una moto. Sin inmutarse, ella continuó con una charla intrascendente, consiguiendo entretener a sus padres, llamándoles la atención sobre cualquier chorrada que salía en la tele en ese momento, desviando su atención del hecho de que yo estaba cada vez un poco más escurrido en el sofá. Por mi parte, apenas si podía escuchar o ver nada. Todas mis neuronas estaban centradas en la mano que masajeaba mi polla a través del pantalón. Pronto pasó de las caricias a agarrarla y a apretarla fuertemente de vez en cuando, a frotarla de arriba a bajo… pero eso no era bastante para ella. Al poco su mano se dirigió a la parte de arriba del pantalón y consiguió meterla dentro. Dios, todavía me da un escalofrío cuando me acuerdo. Sus manos estaba frías pero eso era lo de menos. Asió mi nabo a punto de estallar y echó todo el pellejo para atrás una, dos, varias veces. Estaba totalmente empapado por el líquido preseminal, lo que hizo que se le ocurriera una idea. Rodeó el tronco totalmente con la palma de la mano y dejó un dedo para el glande. Suavemente, se dedicó a estimular el punto más sensible con la yema impregnada en el espeso líquido. Era como si una lengua chorreando saliva estuviese lamiéndome el frenillo. La  muy puñetera, al notar lo exitoso de la maniobra, actuó en contra de todos los principios establecidos: en vez de ir cada vez más rápido, empezó a ralentizar los movimientos, cada vez más lentos, firmes pero a cámara lenta… no pude aguantar mucho más. Con los ojos como platos, aferrándome al brazo del sofá, noté una especie de terremoto que venía desde cada parte de mi cuerpo para desencadenarse en la punta de mi polla. Descargué una cantidad de leche impresionante, notaba salir los borbotones mientras ella seguía con sus caricias, ahora con más lubricante que antes. No supe nada del mundo durante unos segundos. Poco a poco recuperé los sentidos y empecé a notar cosas. Mis suegros, ajenos a todo, riendo con las chorradas del programa de Canal Sur. Mi polla, palpitando en la mano de mi novia. Mi pubis totalmente empapado de semen. La sonrisa de satisfacción de ella. Al poco tiempo sacó la mano de debajo del faldón El movimiento alertó a mis suegros, que giraron la cabeza. Ella, imperturbable, comentó poniendo voz de pena "Papá, ya te dije el otro día que hay que poner más flojo el brasero, acabo de quemarme un poco la mano". Y, mirándome, se metió los dedos en la boca y empezó a chuparlos.

Pese a lo que acababa de pasar, mi polla dio un saltito. Benditos 18 años. Cuando, siguiendo con el tono inocente, les dijo a sus padres "Voy a acompañar a Carlos abajo, que se tiene que ir ya. Subo en 5 minutos", supe que aún no había terminado todo.