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Deseos húmedos

en Lésbicos

Deseos húmedos

Su marido la había iniciado en los placeres del sexo desde muy temprana edad. Mucho más mayor y experto que ella Nathalie se dejó llevar por los deseos de su esposo el cual le mostró las mayores depravaciones que el ser humano pueda imaginar……(ILUSTRADO)

Su marido la había iniciado en los placeres del sexo desde muy temprana edad. Mucho más mayor y experto que ella Nathalie se dejó llevar por los deseos de su esposo el cual le mostró las mayores depravaciones que el ser humano pueda imaginar. Mucho más metódico que nunca lo había sido, su esposo buscó el instante propicio, esperó pacientemente la ocasión de introducirla en el siguiente de sus juegos haciéndola disfrutar de placeres que nunca había saboreado hasta entonces.

Nathalie era una joven muchacha que hacía apenas un año se había casado con Sébastien, un hombre mucho mayor que ella pues le llevaba catorce años. Nathalie tenía 22 años y siendo hija única sus padres habían tenido buen cuidado de que ningún desaprensivo le hiciera conocer antes de tiempo los placeres que los cuerpos de un

hombre y una mujer jóvenes les puede ofrecer.

Así pues habiendo llegado virgen al matrimonio, Sébastien la instruyó de manera conveniente hasta convertirla en una auténtica apasionada del sexo. No había el más mínimo deseo que su esposo pudiera tener, que la joven Nathalie no quisiera poner en práctica al instante.

Aprendió a chuparle la polla con gran maestría, no tardó en unirse a otros hombres en compañía de su marido o bien por separado, pues Sébastien le decía que las relaciones liberales ayudaban a la pareja a funcionar mejor. En una ocasión visitaron un club de intercambio donde conocieron a un apuesto hombre de color con el que la joven conoció los placeres que una polla de ébano puede ofrecerle a una mujer ardiente como era ella.

Se trataba de un hombre de unos 35 años que cuando entraron en aquel local se hallaba solo en la barra tomando un combinado. Tenía el cabello ensortijado, gafas rectangulares con montura de metal y vestía con un elegante traje azul marino. Nada más entrar la curiosidad de la muchacha le hizo posar los ojos en ese bello espécimen masculino. No sabía porqué oscura razón su mirada se fijó en ese hombre pero desde el primer momento en que lo vio allí sentado sintió un ligero cosquilleo entre las piernas que la hizo apoyarse en el brazo de su marido.

Sébastien, buen conocedor del interés femenino por los individuos de raza negra, hizo que se sentaran en la mesa más cercana a donde aquel sujeto se encontraba. Era la primera vez que Nathalie visitaba uno de aquellos locales y lo cierto es que aquella mezcla de luces de neón y tapicería de cuero logró que se habituara con rapidez a aquel escenario.

Habían estado en varios locales bailando sin descanso y bebiendo copa tras copa hasta que su marido le dijo que iba a llevarla a un sitio que conocía y que estaba seguro que le iba a encantar. La muchacha, interesada en aquella oferta de su esposo, preguntó dónde pensaba llevarla. Su marido, con gran misterio, respondió que ya lo vería, que era una sorpresa para ella y que en esos momentos no podía contarle más. Tras la última copa salieron de aquel local lleno de maduros en busca de una última oportunidad y de jóvenes adolescentes todavía en período de desarrollo corporal.

Nathalie aquella noche estaba realmente encantadora con aquel vestido estampado de gran escote en el que más de una mirada masculina se había posado en alguno de aquellos locales nocturnos. Su larga cabellera de color castaño caía graciosamente sobre el pecho y la espalda de aquella hembra en edad de merecer. Durante los bailes con su marido había podido notar sin disimulo el miembro masculino rozándose contra su pubis y ese indecente contacto había logrado como respuesta que sus caderas empezaran a moverse de forma circular sintiendo como aquel músculo que tan bien conocía iba creciendo de manera escandalosa.

A la bella Nathalie aquellos juegos exhibicionistas le agradaban sobremanera, era una de las agradables sorpresas que Sébastien había descubierto en su joven esposa. Siempre que podían se mostraban sin pudor en público dando rienda suelta a sus deseos sin preocuparse del efecto que pudieran causar en quien les viera. Una cafetería, un parque público, una discoteca….cualquier lugar era bueno para llevar a cabo sus más encendidas pasiones.

Así pues durante los bailes de aquella noche ambos dieron rienda suelta a sus sensuales caricias restregando sus cuerpos sin recato e, incluso, cuando Nathalie notó sobre ellos la mirada lujuriosa de un grupo de jóvenes pipiolos sus caderas se movieron de manera mucho más sensual si cabe tratando de conseguir que aquellos muchachos tuvieran que desahogarse aquella noche en compañía de sus manos.

De ese modo, al entrar en aquel club de intercambio donde su marido la había llevado por primera vez, ella se sentía confiada y un tanto cachonda. Siempre que notaba la dura herramienta de su esposo entre sus piernas nacía en ella un incontrolable apetito que se daba a conocer humedeciendo su bien cuidada entrepierna.

Al llegar al local del bohemio departamento de Montmartre y pedir sus consumiciones a la guapa camarera que les invitó a la primera copa la cual dijo corría a cuenta de la casa, Sébastien la dejó sola en la mesa y se fue a la barra a hablar con el jefe del local. Había visitado aquel club nocturno en diversas circunstancias con varias de sus inexpertas compañeras y necesitaba pedirle un pequeño favor a su amigo Charles.

Le comentó que aquella noche buscaba algo diferente pues quien le acompañaba era su flamante esposa y no ninguna de aquellas putitas con las que satisfacía sus más locas pasiones en aquel antro de los bajos fondos parisinos. Le preguntó interesado por aquel inmenso mandinga de la barra y Charles le contestó riendo que se trataba de Marcel, uno de los últimos clientes del local.

Sébastien le dijo a su amigo que invitara a aquel hombre a sentarse con él y su mujer. Charles, riendo divertido, respondió que había elegido realmente bien y que su mujer quedaría bien satisfecha con ese guapo muchacho de cuerpo musculoso y, según dijo, de tremendo aguante.

Apenas tres minutos más tarde de haberse sentado junto a Nathalie, el hombre de color se presentó junto a ellos preguntando si le hacían el favor de poder acompañarles. Sébastien aceptó la oferta viendo cómo Marcel dejaba sobre la mesa la copa que estaba tomando para sentarse cómodamente en el sillón que había frente a su mujer. Una vez hechas las presentaciones y tras besarla en la mano de manera caballerosa, la muchacha sintió subirle un repentino calor por la entrepierna.

La cercanía de aquel hombre la tenía completamente aturdida. Deseaba unirse a él y que la envolviera entre sus poderosos brazos. Tras un cuarto de hora de agradable charla, los tres empezaron a sentirse más cómodos. Marcel les invitó a acompañarle a un pequeño reservado que había al otro lado del pasillo donde Nathalie no veía más que parejas y grupos de personas dirigirse abandonando las vacías copas sobre las mesas.

Fueron pasando por delante de diversas puertas abiertas donde podía observarse diferentes escenas llenas de lujuria y perversión. Los ojos de aquella bella jovencita contemplaron varios cuadros que aumentaron el irrefrenable deseo que la consumía. Pudo ver a una guapa muchacha oriental copulando con dos hombres al mismo tiempo, a un hombre chupándole la polla a otro, una orgía compuesta por varias parejas en la que todo era permitido…..

Finalmente Marcel sacó una llave del bolsillo para abrir la última puerta del pasillo donde se hallaba un guapo muchacho rubio completamente desnudo y masturbándose su gruesa herramienta entre los dedos. Sébastien se sentó en un amplio sillón de mimbre que había en uno de los rincones de la habitación frente a la amplia cama de matrimonio donde se encontraba el muchacho.

Marcel invitó a Nathalie a pasar cogiéndola de la mano y tratando de tranquilizarla con suaves palabras. La muchacha trató de acomodar la vista a la oscuridad del dormitorio y pudo ver cómo aquel enorme negro se deshacía de la chaqueta del traje soltándose a continuación la corbata. En pocos segundos estuvo desnudo frente a ella tan solo cubierto por un pequeño slip donde podía observarse la tremenda excitación que le envolvía.

Aquella noche Nathalie fue follada por aquel par de hombres en presencia de Sébastien el cual se mantuvo apartado observando cómo aquel par de sátiros disfrutaban de todos y cada uno de los agujeros que su joven esposa les ofrecía. Fue follada una y otra vez en diferentes posturas tras haberles chupado convenientemente aquel par de enormes dardos.

Las dos pollas se fueron turnando primero en su coñito para pasar a continuación a sodomizarla salvajemente. Especialmente doloroso para ella fue el momento en que aquel horrible negro la sodomizó haciéndole sentir aquel grueso pene en el interior de su estrecho agujero. Durante unos breves segundos perdió el sentido ante tan brutal ataque pero aún peor fue cuando la hicieron montar sobre el miembro erecto del muchacho rubio para echándola sobre él abrirle las nalgas entrando Marcel dentro de ella.

Aquellas dos pollas dentro de ella le hicieron sentir inmensos placeres. Nathalie aullaba de placer sintiendo ambos miembros golpeando dentro de ella tan solo distanciados por la fina membrana que separaba sus dos agujeros. Mirando a su marido pudo verle sentado cómodamente en el sillón viéndola follar con aquel par de tipos mientras se masturbaba hasta acabar corriéndose sobre su velludo abdomen.

Aquella polla negra le quemaba por dentro, era demasiado grande para ella y realmente pensó que la partía en dos. Los dos hombres bombearon con fuerza follándola una y otra vez sin darle descanso, entrando y saliendo, clavándola y desclavándola hasta que sintió cómo aquella polla de chocolate salía de su ano escupiendo leche sobre sus nalgas y su espalda al mismo tiempo que el muchacho que llenaba su irritado coñito explotaba sobre su bien cuidado pubis.

Cuando su marido creyó que todo estaba en orden, consideró oportuno dar el siguiente paso en la educación sexual de Nathalie. Y el siguiente paso consistió en hacer el amor con otra persona, fuera hombre o mujer eso no resultaba importante para él sino tan solo el simple hecho de verla entregada a otra persona, de verla retozar y disfrutar con otro cuerpo que no fuera el suyo.

Curiosa por naturaleza como era ella, amante de cualquier variante con la que pudiese conseguir diversión Nathalie accedió gustosa a vivir esa nueva experiencia que su marido le ofrecía y que debía reconocer le deparó un placer desconocido e inimaginable para ella.

El otro elemento de aquel triángulo con el que su esposo la obsequió era una mujer, y ya desde el primer instante Nathalie sintió un irreprimible anhelo que la empujaba hacia el extraño y secreto mundo del lesbianismo.

Nada más conocerse volvieron a su cabeza los amables recuerdos de aquellas dos niñas a las que había descubierto aquella fría mañana del mes de marzo en el baño del internado acariciándose sus jóvenes y tiernos cuerpos de forma voluptuosa, reconociéndose cada uno de sus poros como un nuevo hallazgo sorprendente y aún más mágico que el anterior.

Nathalie se sintió escandalizada ante las imágenes que sus inexpertos ojos contemplaban, tratando de descifrar el extraño significado que encerraban para una muchacha inocente y virtuosa como ella era.

Estaban en la fastidiosa clase de dibujo que tan malos ratos le hizo pasar durante su proceso educativo. La verdad es que nunca se había sentido especialmente atraída por los temas que hacían referencia a las bellas artes sintiéndose más orientada hacia aquellos referentes al universo de la ciencia y la investigación.

Así pues su habitual torpeza hizo que el pequeño tarro de pintura cayera vertiéndose su contenido sobre el pupitre. La severa e inflexible profesora le indicó que dejara todo tal como estaba y fuera al baño a mojar la bayeta para poder arreglar el desaguisado que había producido con su manifiesta incapacidad. Retumbando las risas de sus compañeras en sus oídos, y completamente humillada y enojada consigo misma, salió al pasillo dirigiéndose al lavabo.

Aún no había traspasado la puerta del baño cuando pudo escuchar, a través de la mínima abertura, leves susurros inquietos, pequeños suspiros juveniles y risitas sofocadas. No le cupo la menor sospecha de que el deseo adolescente por sorprender a sus compañeras organizándose para la ejecución de cualquiera de sus habituales diabluras fue lo que sin duda la impulsó a vigilar sus movimientos por el hueco de la puerta.

No podía imaginar la conmoción que la esperaba tras aquella desvencijada puerta y, de haberlo sabido, seguramente habría abandonado su labor de voyeur para volver corriendo al aula. Nathalie tuvo que realizar ímprobos esfuerzos con el fin de reprimir un lamento de espanto ante la irreverente escena de la que sus cándidos e inexpertos ojos fueron testigos de excepción.

Allí se encontraban dos de sus compañeras, las reconoció al instante aunque no formaban parte de su curso académico. Tendrían apenas dos años más que Nathalie y allí estaban restregándose sus pubis de manera procaz, con sus bonitos delantales verdes alzados dejando al aire sus vergüenzas a causa de las braguitas blancas que descansaban a la altura de los tobillos. Y allí estaban besándose desenfrenadamente, mezclando sus lenguas y sus cálidas salivas mientras sus manitas reposaban sobre sus pequeños muslos, alterados por las evidentes convulsiones reveladoras del desmedido placer que ambas se dispensaban.

La muchacha sintió cómo el sofoco invadía su adolescente rostro. Un sentimiento extraño y desconocido para ella le impedía alejarse de la diversión maligna que aquellas dos bellas ninfas representaban. Se sintió molesta ante el hecho de que ambas ofrecieran sin el menor recato sus pocos pelillos precursores de su inmediato desarrollo sexual. La envolvió una gran desazón al comprobar de qué modo se movían las desnudas nalgas de la chica que le daba la espalda completamente ajena a sus atenciones visuales.

Finalmente y con gran emoción pudo ver cómo la sangre intrépida y revuelta de ambas muchachas se desataba en una manifiesta convulsión que Nathalie no acertó a interpretar hasta mucho tiempo después, tal era la ignorancia de la muchacha en torno a las lides sexuales.

Advirtió, presa de su ignorancia, cómo aumentaba la tensión de aquel par de jóvenes cuerpos. El ajetreo de sus caderas se avivó al tiempo que sus dedos incrementaban su actividad devastadora sobre sus entregados sexos, libres de la funda de sus ajustadas braguitas. Los bellos rostros de ambas muchachas se contrajeron, las miradas perdidas en busca de un universo misterioso cuyo significado no era capaz de poder descifrar.

Un beso reconfortante y reparador de la tensión sufrida les hizo recuperarse lentamente. La muchacha que le daba la espalda se apoyaba sobre las puntas de los pequeños mocasines mientras su amiga dejaba descansar la cabeza sobre la mullida almohada en que se había convertido el hombro que aquella le ofrecía acariciándole amablemente el revuelto cabello con sus dedos.

Una vez sus miembros se distendieron tras el furioso combate mantenido, las formales colegialas se acomodaron las braguitas haciendo resbalar las faldas y delantales y, tras volver a unir sus húmedos labios en un último beso pleno de delicadeza, abandonaron el baño camino de su clase. Con gran rapidez Nathalie logró ocultarse tras la columna del pasillo a fin de evitar ser sorprendida por ellas en su apresurada salida.

Volviendo al relato principal cabe decir que el conocimiento de Nathalie respecto al sexo con otra mujer se produjo el día en que Sébastien le comentó de forma un tanto enigmática que había quedado citado con una antigua amiga, cantante de jazz en un club del famoso barrio latino parisino. La cita sería en una pequeña cafetería de Montmartre así que pensó que se trataría de una más de aquellas citas con una de aquellas amistades bohemias de su querido esposo. Una de aquellas aburridas charlas sobre temas filosóficos a las que los amigos de él la tenían tan acostumbrada. ¡Nunca había tragado a aquellos falsos amigos intelectuales sin el más mínimo interés para ella!

Así pues, tras una rápida ducha, se vistió con una gruesa chaqueta larga de lana, unas mallas negras, botas vaqueras marrones y una bonita bufanda de lana de color teja que su marido le había comprado en uno de los multitudinarios mercados callejeros de la ciudad.

La espléndida hembra que le presentó hizo que nada más conocerla, sus anteriores desconfianzas sobre ella se borraran de un solo plumazo. Pese a su más que indudable aspecto bohemio y desordenado, al menos tenía una apariencia pulcra tan lejos de los conocidos amigos de Sébastien de presencia descuidada y abandonada con la que tan familiarizada estaba.

Sus vestiduras, pese a lo extravagantes que pudieran parecer, denotaban una fuerte personalidad y un estilo refinado y original. Lo cierto es que le quedaban realmente bien y ayudaban a mostrar bien a las claras sus preciosos senos los cuales se adivinaban tenuemente bajo la fina seda de su blusa blanca. Era evidente que no llevaba sujetador pues aquel par de rotundas aureolas quedaban bien acentuadas a través de la ligera y encantadora tela que las cubría.

Su bello rostro alargado, de un tono ligeramente sonrosado, se presentaba imbuido por aquel par de ojos color miel, por aquellos sugestivos labios prometedores de sensuales besos. Una leve capa de maquillaje junto al carmín de color carmesí que había elegido conferían a aquella soberbia criatura un cierto aura de misterio que la hizo sentir conquistada por ella al instante.

Irina, nacida en Normandía y de padre de origen rumano y madre española, desprendía un magnetismo ante el cual resultaba terriblemente difícil no sentirse atraído. Su sonrisa serena y apacible, su tono de voz pausado y siempre con la palabra adecuada en el momento oportuno, junto a sus castaños cabellos hicieron que la joven Nathalie cayera embrujada bajo el hechizo de tan magnífica fémina.

Cuando llegaron al café de elegante estilo art-decó, allí les estaba esperando Irina en un rincón recogido y sentada en una mesa ante la tan manida taza de café exprés, con un cigarrillo entre los dedos y leyendo Rayuela, uno de los libros favoritos de Nathalie. Sus larguísimas y estilizadas piernas, enfundadas en aquel par de medias finas y de color morado, se mostraban placenteramente cruzadas y desnudas hasta algo más arriba de las rodillas.

Al saludarse, el fuerte apretón de manos que le dio antes de besarse, le hizo sentir en su angustiado cerebro un montón de encontradas emociones. Aquel beso en su mejilla le hizo estremecer como una tonta. El dominio que su fresca y bonita sonrisa ejerció sobre ella la hizo que tuviera que reconocerse a sí mismo la turbación que la embargaba. Nada más sentarse en aquella mesa tuvo la plena certeza de que serían algo más que simples amigas. Un deseo desbocado recorrió la totalidad del cuerpo de nuestra protagonista. Irina tenía la voz susurrante y agradable aunque algo ronca seguramente con motivo del efecto producido por la acción del tabaco y la nicotina.

En vez de debatir sobre uno de aquellos soporíferos y adormecedores temas políticos tan de moda en la época y a los que su marido era tan aficionado, Irina tuvo la gentil delicadeza de hacerla partícipe de la lectura que descansaba sobre la mesa. Nunca podría agradecer bastante a aquella mujer el hecho de incluirla en la conversación de aquel modo tan sutil y encantador. Otras muchas la hubieran dejado de lado poniéndose a hablar sin más con su marido. Siempre había gustado a Nathalie leer a Córtazar, le parecía el autor más interesante de todos los que formaban el grupo latinoamericano así que, gracias a aquel mágico libro, enseguida se sintió cómoda en aquella pequeña charla que formaban los tres.

Tras media hora de interesante conversación Sébastien se excusó diciendo que debía dejarlas pues tenía fijada una cita la cual le era completamente imposible poder postergar. Tras besar a ambas en la mejilla se dirigió a su esposa diciéndole que la dejaba en buenas manos y que disfrutara de la compañía de Irina. Ella amablemente y sonriéndole de aquel modo que tanto la atraía le respondió que dejara eso de su cuenta, que estaría encantada de poder hablar con su bella esposa de sus pequeños secretos.

Su marido recogiendo el bolso de mano les indicó que no creía que se tuviera que demorar más de tres horas con aquella fastidiosa reunión de tal modo que les sugirió la feliz idea de ir a cenar a casa de Irina y que él se uniría a ellas tan pronto pudiera escaparse. Una vez pagaron las consumiciones y ya en la calle se despidieron de Sébastien encaminándose felices camino del apartamento de aquella atractiva diosa.

Irina tuvo la feliz ocurrencia de darle el brazo rompiendo de ese modo la posible tirantez que pudiera existir entre ambas mujeres. La muchacha sabía, pues Sébastien se lo había dicho, que él e Irina habían sido amantes unos años antes, mucho antes de que su marido y ella se conocieran.

Callejeando por las empinadas cuestas de Montmartre, Nathalie de tanto en tanto y de forma disimulada la miraba recreándose en el hermoso rostro de aquel animal magnífico y de rasgos tan salvajes y sensuales. Sus modales tan refinados y distinguidos la hacían sentir segura en compañía de aquella mujer. Parecía no prestar el más mínimo interés a todos aquellos y aquellas que fijaban su atención en tan espléndido espécimen. ¡Tal era el atractivo sexual que emanaba sobre el resto de los mortales con los que se cruzaba!

Más que caminar daba la sensación de deslizar delicadamente sus pequeños pies envueltos en aquellos elegantes zapatos de ante italiano sobre los adoquines de aquellas estrechas callejuelas. Los ojos de la joven quedaron prendidos ante el apacible meneo de alto contenido erótico que producían sus rotundas caderas al caminar. Sus nalgas se movían a cada paso que daba de un modo que la hacía estremecer de emoción.

Vivía en una pequeña buhardilla cuyas vistas iban a dar al Sacré-Coeur. Las paredes pintadas de divertidos tonos naranjas, azules y verdosos se encontraban llenas de láminas de músicos de jazz, algunos cuadros de autores abstractos y surrealistas, imágenes del París de los cincuenta además de alguna ocasional adquisición hecha en la cercana Place du Tertre.

En uno de los lados del salón y junto a la gran librería forrada de libros de diferentes autores y estilos pudo descubrir un grandioso sofá art nouveau de tapicería en suaves tonos ocres que nada más verlo le provocó una necesidad arrolladora de revolcarse sobre él sin ninguna reserva.

Una vez se deshizo de su amplio capote tirándolo sobre uno de los brazos del sofá y tras llenarle un gran vaso de cognac con dos hielos encendió el equipo de música empezando a sonar los primeros acordes de One of these days de Pink Floyd. Finalmente se retiró unos instantes a cambiarse dejándola allí sentada disfrutando de su copa.

No tardó mucho en volver a salir encauzando sus pasos hacia la cocina donde se apoderó del delantal como toda una auténtica profesional de la restauración. Desde donde ella se encontraba sentada le ofrecía una excelente vista para poder deleitarse con las evoluciones de su bonita anfitriona. Entre sartenes y fogones podía contemplar los femeninos movimientos de aquella esbelta figura que la tenía totalmente subyugada.

Se levantó buscando un libro cualquiera de aquella amplia librería de madera de roble con el único propósito de tratar de disimular su cada vez mayor interés por aquella estupenda hembra. Se encontraba fascinada por aquella mujer y notó cómo un profundo sofoco invadía su rostro el cual el alcohol ingerido no ayudaba para nada a poder refrenarlo.

Se notaba un poco molesta por sentir ese interés irreprimible por esa mujer a la que apenas había conocido unos minutos antes. Sin embargo una fuerza desconocida hasta ese momento le hacía centrar la atención en esa boca de labios jugosos y de dientes coralinos, en esos pechos redondeados que parecían tratar de escapar bajo la tela de la blusa que los cobijaba, en esa grupa y en esas anchas caderas que prometían miles de placeres ocultos.

Al acabar de preparar la cena se acercó a Nathalie preguntándole si quería una segunda copa. De espaldas a ella preparó dos copas, momento que aprovechó para deleitarse con la escultural silueta de esa Venus. Volviéndose hacia la guapa muchacha y tras entregarle su copa se sentó, cruzando las piernas, en el otro extremo del sofá como si deseara evitar el tan ansiado contacto que estaba completamente segura que ambas apetecían. Sin embargo aquel inicial alejamiento debía reconocer que la dejó un tanto desconcertada.

Acercándose a Nathalie cogió el libro interrogándola sobre sus gustos literarios para, de ese modo, conseguir que fuera adquiriendo mayor confianza con ella. De todos modos, el diálogo no tardó en derivar hacia sus apetencias amorosas, primero de un modo superficial para, paso a paso, ir adquiriendo un tono mucho más íntimo y privado.

Empezó a sentirse un tanto mareada y confusa producto de la acción ejercida por el cognac bebido. Experimentaba un fuerte calor en los pómulos y cómo la vista se le nublaba sintiéndose abandonada bajo la tenue luz del quinqué que las alumbraba.

Comenzaba a anochecer, leves gotas de fina lluvia se veían caer a través del cristal del amplio ventanal mientras notaba cómo sus cansados párpados parecían querer cerrarse bajo los efectos del licor ingerido.

¡Vamos querida, acércate y siéntate junto a mi! –susurró levemente al tiempo que golpeaba la tapicería con la palma de la mano afirmando de ese modo imperativo la invitación que le hacía. ¿No crees que así nos resultará mucho más fácil seguir con nuestros secretos femeninos?

Nada más se hubo sentado junto a ella Irina le pasó el brazo por sus hombros como si de un par de novios en el cine se tratara. Aquel contacto la hizo temblar de emoción sin poder evitar que su compañera pudiera advertir la turbación que la dominaba. Se vio envuelta por la fresca fragancia del fino perfume que Irina utilizaba.

Abandonó la cabeza sobre su hombro dejando descansar su mano sobre el terso pecho. Notó cómo su ritmo cardíaco se mantenía regular y acompasado sin dar muestra alguna de un posible aumento en su intensidad. Su joven amiga dirigió la cara hacia la de ella fijando firmemente la vista sobre sus ojos. Aquella mirada hizo creer a Nathalie hallarse en presencia de una cobra en el momento de querer hechizar a su indefensa presa, tan débil y desamparada se sentía…..

Irina, de manera tierna y cariñosa enredó los dedos en sus cabellos y ese simple contacto hizo que su cuerpo temblara por completo. Su compañera de aquella tarde, sabedora de las miles de sensaciones que recorrían sus pensamientos, avanzó un paso más en sus artes de enamoramiento. La interrogó encubiertamente, casi por descuido, por los vínculos amorosos con sus compañeras del liceo. Su tímida confesión indicándole que nunca había gozado de los placeres de Lesbos hizo que la sonrisa de Irina aumentara de modo entusiasta. Su negativa contestación pareció moderar su deseo, tan segura parecía de su dominio sobre su amiga.

Nathalie, eres tremendamente encantadora –exclamó volviendo a rodear sus cabellos con los dedos como la madre que ayuda a dormir a sus jóvenes retoños. Así pues quieres decir que yo seré tu primera…..

Irina apartó el gracioso mechón que caía sobre su frente al tiempo que acercaba peligrosamente sus labios a los de la entregada muchacha. Notó su fresca boca pegándose a la de ella, sus húmedos labios rozando los suyos que los esperaban ansiosos por ser devorados. La lengua se coló entre sus dientes, empujando y mezclándose con su propia lengua en una lucha feroz en la que se sabía derrotada desde el principio.

Tirándose encima de ella y uniendo los redondos pechos contra los suyos, la empujó cariñosamente dejándose vencer hacia atrás. Sintió plenamente emocionada cómo las respiraciones de ambas se iban acelerando paso a paso. Deseando el contacto con aquellos duros senos, no paraba de mover su pecho de forma lasciva. A través de la tela de sus livianas blusas, y gracias a la escasez de sujetadores, Nathalie pudo notar estremeciéndose la dureza de aquel par de pezones que amenazaban con querer traspasar la tela que los ocultaba.

Su nueva amiga la tenía cogida por la nuca con la mano derecha mientras con la izquierda se entretenía siguiendo el contorno curvilíneo de su cuerpo. Ella, por su parte, no dejaba de gemir arqueando el cuerpo completamente entregada a lo que aquella mujer quisiera hacer con ella. Irina dejó resbalar su mano acariciándole su rotunda cadera para seguir bajando lentamente apoderándose finalmente de su desnudo muslo. Buscó facilitarle tan ardua tarea abriendo ligeramente las piernas hecho que su amante aprovechó llevando peligrosamente la mano hasta las cercanías de su frondoso tesoro.

No pudo reprimir por más tiempo la tensión que la dominaba y emitiendo un pequeño sollozo dejó escapar un cálido reguero que empapó sus diminutas braguitas. Nathalie quedó gratamente sorprendida por el efecto que había logrado aquella hermosa mujer sobre su voluptuoso cuerpo.

Llegadas al terreno púbico, la mano de su amiga cumplió los pasos que más la hacían excitar. Ocultándose bajo la ligera tela de la braga, alcanzó el diminuto botón el cual se revolucionó al instante sintiéndose prisionero de aquellos finos dedos que lo maltrataban de modo tan brutal. Abandonando tan dulce caricia su compañera dirigió los pasos hacia la lubricada vagina, la cual penetró con dos de sus dedos. ¡En esos momentos creyó morir de tanto placer como sentía!

Desabrochando los dos primeros botones de su blusa Irina empezó a bajar por el canalillo buscando sus perfumados senos los cuales aspiró profundamente. Con celeridad le desabrochó el resto de los botones tirando la blusa a un lado y haciéndose con sus senos acariciándolos primero con la lengua para pasar después a mordisquearlos con suavidad con sus diminutos dientes.

Su experta amante le hizo levantar las piernas para despojarla con facilidad de sus braguitas apareciendo ante sus brillantes ojos el excitado y palpitante sexo de Nathalie. Se incorporó hacia ella y con los dedos enganchó la cremallera lateral de su falda de lana gruesa la cual resbaló por sus muslos y sus piernas hasta reposar sobre el suelo.

Ambas quedaron desnudas frente a frente volviéndose a besar con infinita ternura mientras sus pechos y sus vientres desnudos se apretaban tratando de reconocerse. Enlazaron los muslos uniendo sus sexos notando cómo las respiraciones empezaban a acelerarse sin remedio.

Juntaron los cuerpos en uno solo, fundidos el uno en el otro, sus movimientos lascivos se acompasaron, los músculos se contraían al notar cómo una caricia más exacta los provocaba. Pese a conocerse hacía poco ambas mujeres se compenetraban de tal manera que sabían cómo anticiparse a los deseos de la otra yendo muy por delante de sus más recónditas necesidades pasionales.

Irina descubrió, gratamente complacida y con una amplia sonrisa en los labios, el gusto de su amiga por la sodomía gracias al fuerte respingo que dio su cuerpo al concederse la libertad, primero sutilmente y luego con el mayor descaro, de recrearse en la estrecha entrada del agujero posterior de la joven. Trabajándola de forma autoritaria , a la que se entregó de buena gana, la puso boca abajo separando sus dos montículos traseros, y de manera audaz introdujo su húmeda y ligera lengua transgrediendo las paredes de su agradecido ojete.

Aquella encantadora caricia junto al roce de sus delicados dedos sobre los labios del coñito hizo que una explosión de jugos brotara entre las piernas de Nathalie dejándola derrotada pero completamente satisfecha y feliz.

En esos momentos creyó perder la noción de sí misma. Con sus pequeñas braguitas a la altura de los tobillos y la falda enrollada a la cintura echaba hacia atrás el culito desnudo buscando ansiosa la experta atención lingual de su amiga que a cada momento daba la sensación de querer ingresar más profundamente en el oscuro esfínter.

Se corrió varias veces enlazando un orgasmo con otro gracias a la agradable acción de la hambrienta lengua de Irina que le hizo descubrir placeres y sensaciones enteramente desconocidas por ella hasta ese momento.

A su vez le invadió una necesidad incontrolable de lamer y chupar el cuidado sexo de su amiga. Giró su cuerpo totalmente colocándose debajo de ella en posición inversa a la suya formando con ella un maravilloso sesenta y nueve para, de ese modo, poder devolverle cumplidamente los roces y caricias que le iba prodigando.

Las bocas de ambas muchachas fueron a parar sobre los pliegues de sus vaginas y, mientras se entretenía observando el rosado sexo de Irina, sintió cómo ella se ponía manos a la obra lamiéndole con exquisita dulzura su pequeño clítoris. Respondió a aquel electrizante contacto introduciendo su húmeda lengua en la perfumada cueva que se le ofrecía.

Pudo escuchar con gran satisfacción cómo aquella formidable hembra lanzaba un ronco gemido estremeciéndose de placer gracias al roce de su lengua sobre aquel encantador orificio. Los labios contactaban directamente con los pelillos de su amiga pudiendo sentir el néctar embriagador de Irina el cual bebió igual que hizo ella con el suyo.

Su bella amante abandonó unos instantes la caricia que le hacía a su entregado culito el cual se removió furioso buscando el voluptuoso roce que le daban. Nathalie hizo ver a su compañera cuánto necesitaba aquella caricia aplicándole el mismo tratamiento ingresando su húmedo dedo en el oscuro agujero de ella. Observó con agrado moverse el trasero de Irina de forma circular desmostrándole su evidente interés por las prácticas de la sodomía.

Cariño, tengo un amiguito que estoy segura que te va a encantar –le dijo separándose de ella y poniéndose de pie antes de dirigirse hacia uno de los cajones del diván el cual abrió con indudable inquietud.

Ah sí, ¿y de quién se trata? –preguntó Nathalie acariciándose su empapado coñito con dos de sus dedos llevándolos a continuación a su boca para chuparlos como si se tratara de un pequeño pene.

Con los ojos entrecerrados pudo ver cómo su amiga sacaba un pote de gel y un arnés el cual se ciñó con rapidez a la cintura apuntándola con el mismo como si imitase las intenciones de un auténtico espécimen del género masculino.

Querida, ponte de espaldas a cuatro patas que pienso follarte hasta que me pidas que pare.

Pese a su clara inexperiencia en las lides lésbicas, pudo imaginar que las lesbianas prefieren el uso de ese instrumento para, de ese modo, simular la conducta sexual del hombre en el momento de practicar una relación sexual con su pareja.

Irina la hizo girar haciendo que le diera la espalda, mientras ella bajó besándole la espalda hasta llegar a sus nalgas, las cuales acarició, besó y lamió durante unos interminables minutos. La muchacha no paraba de mojarse gracias a las caricias que su amiga le prodigaba. Irina le abrió levemente las nalgas empezando a besarle el ano metiendo su lengua primero de forma suave, rodeándole su anillo virgen.

¡Ummmmm, cariño me encanta! ¡Sí…..sigue, sigue así….qué bueno! –dijo Nathalie suspirando mientras su amiga continuaba lamiéndole unos segundos hasta que le hizo alcanzar un ruidoso orgasmo que le dio a conocer gracias a los gemidos y lamentos que profería.

Nathalie, ¿te gusta lo que te hago? –le preguntó en voz baja.

¡Ahhhhhh, mi amor me corroooo….! ¡Me encanta….es perfecto…qué bueno es esto!

Con la cara pegada al cojín observó cómo su amiga abría el pote de gel empezando a lubricar su masculinidad postiza. Volvió a lamerle el anillo anal metiendo lentamente el dedo índice para, de ese modo, acariciar a su antojo el interior de su culito. Una vez hubo dilatado convenientemente con la lengua y el dedo el estrecho culito de la muchacha, lubricó el mismo con el gel para, teniéndola así de entregada decirle en voz baja, susurrándole apenas junto al oído:

Bien cariño, ahora ya estás bien preparada para que te folle –exclamó Irina poniéndola boca abajo y obligándola a levantar la cintura para que su culito quedase bien abierto.

Lenta y muy suavemente empezó a introducir aquella polla de plástico haciéndole sentir un gran dolor.

Con cuidado cariño…me haces daño –gritó tratando de acostumbrarse al tamaño de aquel poderoso consolador.

Irina, plenamente consciente del dolor que le producía, lo sacó lentamente aprovechando para llenar, tanto la entrada del ojete como aquel falso miembro, con más gel para así facilitar la entrada en el ano de Nathalie. Una vez lo hizo volvió a intentar entrar en ella consiguiendo hacerlo hasta la mitad, deteniéndose y llevándola hacia atrás haciéndole unir la espalda a sus rotundos pechos los cuales notó la joven presionar contra ella.

Le besó cariñosamente el hombro pasando después al cuello el cual chupó y lamió con tremendo deseo mientras le masajeaba la espalda bajando hasta su trasero que acarició primero con suavidad para después propinarle pequeñas palmadas con las que la hizo estremecer. Siguió con aquel dulce tormento penetrándola aún más lentamente, arrancándole pequeños gemidos, mezcla de dolor y placer.

Una vez lo tuvo bien metido dentro de ella, le cogió uno de los pechos agarrándola con la otra mano del cabello, para empezar a golpear de forma lenta pero sin pausa haciéndola gritar de dolor.

¡Me duele….Dios me duele. Es demasiado grande para mi pobre culito! –dijo Nathalie sollozando levemente al tiempo que empezaban a resbalarle pequeñas lágrimas a través de sus sonrosadas mejillas.

Su amante parecía completamente poseída pues sin darle descanso aumentó los movimientos de cadera entrando y saliendo de su dilatado ano sin parar. Irina aceleró su ritmo golpeándola con saña, cada vez con mayor intensidad, retorciéndole los pezones con lo que logró que el dolor fuera dando paso a un placer mucho más profundo.

Sigue….sigue amor. Me duele pero me gusta. Irina cariño, me estás volviendo loca –le dijo ofreciéndole los labios besándose ambas mujeres de forma apasionada.

Su experta amiga, ya con la pelvis totalmente unida a las nalgas de Nathalie, continuaba con su mete y saca abandonando el oscuro pezón de la muchacha para dirigir sus pasos hacia su mojado sexo acariciándole el duro clítoris el cual recibió aquella caricia palpitando fuertemente de emoción.

De ese modo tan perfecto la joven esposa alcanzó uno de los más profundos y prolongados orgasmos de su vida, al tiempo que escuchaba cómo Irina jadeaba débilmente dando muestra clara de que ambas estaban acabando juntas, mojándole las nalgas con los abundantes jugos que manaban de su bien cuidado coñito.

Sin sacar todavía el arnés de su dilatado culito, Irina se lanzó sobre su espalda y notando su sudoroso rostro junto al de ella la escuchó decirle enteramente complacida:

¿Viste cómo no te engañé? Estaba completamente segura que te gustaría y que te retorcerías de placer.

La verdad es que fue encantador. Jamás me había corrido de este modo –dijo Nathalie con voz trémula y con el rostro enteramente congestionado. Pero por favor, cariño. Sácala que me duele mi pobre culito –sonrió a su amiga suspirando levemente al notar cómo extraía aquel dardo que tanto gusto le había proporcionado.

Sébastien tardaría todavía un buen rato en reunirse con ellas así que Irina se tumbó sobre su nueva conquista envolviéndola entre sus brazos mientras se besaban dándose las lenguas antes de caer dormidas en busca de un sueño reparador que les hiciera recuperar las fuerzas perdidas.

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