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Y la final me cansé

en Zoofilia

Estaba harta. Tener 19 años y seguir siendo virgen se me hacía un total suplicio. Sabía que no era precisamente una top-model, y que mi generoso trasero y mis muslos grandes no jugaban en mi favor, pero ya me había cansado de tanto masturbarme. Y en eso me iba a ayudar Khan, el doberman que mis padres me habían regalado al cumplir los 15.

Había visto y leído todo lo habido y por haber sobre zoofilia, pues al paso que iba en mi relación con los chicos la consideraba ya mi única salida, pero no había sido hasta aquél entonces que me había decidido a intentarlo. Era toda una ventaja el pasar sola la mayor parte del día, pues apenas salía de la universidad al mediodía y mis padres no regresaban hasta la noche.

Completamente decidida, aquella mañana ni tan siquiera fui a la facultad. No podía esperar tanto tiempo para encontrarme con Khan y sentirme por fin totalmente satisfecha, lo que no conseguían ya mis dedos. Me duché, sin tan siquiera desayunar, preparándome a conciencia para recibir a mi amante. Al salir envolví mi cuerpo en una toalla y me dirigí a la cocina en busca de algo que pudiera tentarlo... Por suerte mamá había recordado cuanto me gustaba el sirope de chocolate.

Me dirgí a mi habitación después de llamar a Khan con un silbido. Él siempre acudía a mi llamada, así que no me extrañó que se colara delante mío cuando llegué a la puerta de la habitación. Había dejado mi pijama tirado en el suelo, a los pies de la cama, así que decidí aprovecharlo para evitar manchar el suelo. Me deshice de la toalla y me senté en el suelo. Debía admitir que estaba un tanto nerviosa ahora que todo iba a pasar.

Me abrí de piernas todo lo posible, dejando ver mi sexo rasurado, liso y suave. Llevé mis dedos a jugar un poco por encima, notando como la humedad rezumaba ya por entre mis labios. Si no lo hacía ahora no lo hacía nunca. Agarré el bote de sirope de chocolate y apreté fuerte, bañando mi entrepierna con él, notándolo frío después de sacarlo de la nevera. Durante unos segundos me detuve, pero en cuanto reuní fuerzas agarré a Khan del collar e hice que su morro se estrellara entre mis labios.

Mi perro pareció captar la indirecta, y después de unos segundos oliendo mi vagina se decidió a lamer, de arriba a abajo, goloso como nadie, tratando de dejarme limpia de aquél pegajoso chocolate. Su lengua áspera y ancha cubrió casi toda mi raja, haciéndome estremecer como nunca. Inconscientemente había llevado mis manos a acariciarme los pezones mientras observaba de reojo como la punta roja del pene de Khan asomaba ya entre el pelaje oscuro. Estaba a punto de alargar la mano para tocarlo cuando la lengua entrando en mi agujero me sorprendió. Gemí fuerte, ahogada por aquél calambre que me había provocado al llegar tan adentro. Jamás me había sentido tan caliente.

Aún dejé que estuviera un rato más de aquella manera, notando como la lengua volvía a entrar unas cuantas veces más en mi vagina provocándome nuevos gemidos. Pero debía decidirme a dar el siguiente paso, y mi interior palpitante me exigía ser atendido como era debido, pedía ser llenado lo más rápido posible. Aparté a Khan como pude, posando mis manos en sus caderas y desviando inevitablemente una a rozar el caliente y rojo pene que ya estaba prácticamente fuera del todo. Lo acaricié, masturbándolo como muchas veces había pensado que haría con un chico, hasta que creí que sería suficiente.

En aquél momento dejé de pensar y simplemente me volteé, había llegado al límite de mi excitación y haría lo que mi cuerpo pidiera. Aproveché que la altura de la cama era buena y me apoyé en ella, quedando con las rodillas en el suelo y el vientre y el resto del cuerpo apoyado sobre el colchón. Abrí las piernas para tentar a Khan y esperé lo que debería ser la fuerza de su empuje. Cuando noté las patas contra mis piernas y la manera posesiva de agarrarme las caderas me estremecí, ahí estaba. Su miembro chocaba contra mi sexo sin llegar a penetrarme, por lo que tuve que echar mi mano atrás para ayudarle a encontrar el camino... Y poco más hizo falta, pues a la siguiente embestida me vi ensartada en su miembro rojo, con toda la rudeza con la que se lo haría a cualquiera de sus perras. Aquello dolió, mucho.

Gemí dolorida con las primeras embestidas, casi no podía respirar, no me había parecido que el tamaño de su miembro fuera tan grande, pero golpeaba contra las paredes de mi interior con furia, llenándome por completo. Pero ya estaba mentalizada de que aquello no sería delicado, por lo que con unas cuantas embestidas más logré acostumbrarme y empecé a gemir ansiosa al sentirlo tan adentro. El ritmo era frenético, y mis caderas se movían al ritmo de las de mi doberman, notando cada milímetro de aquél rugoso miembro rozarse con mi vagina. No sabía ni tan siquiera si el perro podría encontrar mi punto G, pero me estaba enloqueciendo con aquellos movimientos.

Apoyé mi cabeza contra la cama, tratando de reprimir los gemidos y notando como un hilillo de saliva me corría por la comisura de los labios, era incapaz de cerrar la boca. No supe como, pero Khan se volvió más rabioso, y embistió aún más fuerte si cabía, dejándome sentir cómo su miembro se había vuelto el doble de grueso y me taponaba por completo. Mordí mi labio inferior y agarré las sábanas con ambas manos, tratando de aguantar aquél ritmo, pero no podía. Me estaba dejando totalmente exhausta. Y lo peor fue que no recordaba que lo peor estaba por llegar.

En una de sus embestidas sentí más presión que hasta el momento, y mis labios comenzaron a doler, un dolor que imaginé que debería ser como el del parto pero a la inversa, pues Khan me estaba metiendo aquella enorme bola dentro y yo no podía hacer nada. Por primera vez grité sin preocuparme, me dolía mucho aunque estaba demasiado excitada como para simplemente moverme. Cerré los ojos y traté de relajarme, notando como las lágrimas se escapaban de mis ojos, tendría que prepararme mejor la próxima vez si quería que aquello no doliera tanto. Cuando al fin estuvo totalmente dentro respiré hondo, tratando de calmarme, ahora ya no se sentía tan mal.

Los chorros de semen comenzaron a llenarme, calientes y escurriendo prácticamente por entre mis piernas, haciéndome agitarme mientras yo también me corría sin poder más. Un tanto morbosa llevé mi mano a mi entrepierna, examinando con mis dedos lo abierta que estaba con aquél monstruoso pene dentro después de que Khan se diera la vuelta y quedáramos trasero con trasero. Un tanto excitada por ver la capacidad de mi interior me masturbé, pellizcándo mi clítoris unas cuantas veces mientras aprovechaba que ya estaba completamente llena.

Aquella fue una experiencia inolvidable, pero no irrepetible. Desde aquél día, aunque preparándome antes de hacerlo, comencé a follar todas las tardes con mi perro, dejándole llenarme a placer y corriéndome más veces que con cualquiera de los hombres con los que logré acostarme un tiempo después.