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Dinero sangriento

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Dinero sangriento

El presente relato no pretende ser más que un pequeño divertimento en el que los buenos amantes del cine negro podamos disfrutar con lo que las películas de los cuarenta insinuaban mucho más que mostraban. Si alguien piensa que el ejercicio practicado por este humilde escritor resulta un tanto presuntuoso por mi parte, tan sólo decirles que mi motivación ha sido pasar un buen rato escribiéndolo para que los lectores pudieran saborearlo posteriormente……

 

Librera: ¿Piensa esperar a que salga?

Marlowe: Sí.

Librera: No cerrarán hasta dentro de una hora…y está lloviendo mucho.

Marlowe: Tengo ahí mi coche…

Marlowe: Oiga, esto no está mal. ¿Sabe?, casualmente llevo una botella de whisky en el bolsillo. Preferiría mojarme aquí dentro.

Librera: ¿Por qué no?

Librera: Parece que vamos a estar bloqueados el resto de la tarde…

 

Marlowe: Bien, tome encanto. Comprese un cigarro.

Taxista: Si me necesita otra vez llámeme a este número.

Marlowe: ¿Día y noche?

Taxista: De noche mejor, durante el día trabajo.

The big sleep, HOWARD HAWKS

 

3:30 de la tarde en el interior de mi mugrienta y desvencijada oficina. Mi nombre es Dylan Blanshard Wood, aunque soy más conocido en el mundillo como Dylan Wood a secas, y como primera carta de presentación diré que habiendo llegado más o menos a la mitad de mi vida de pobre pecador, me dispongo a dejar constancia de una parte de la misma en este pergamino diciendo que transcurre en uno de los barrios más ínfimos y sórdidos de la ciudad. La verdad es que antes, hablo de veinte años atrás, este era un buen lugar donde poder vivir. Sin embargo, con el lento transcurrir del tiempo fue imperando el cinismo y la corrupción llenándose de peleas entre grupos callejeros, de pequeños hurtos en los colmados y supermercados, de camellos traficando con droga adulterada en rincones escondidos o en los peores garitos de los bajos fondos, y de jóvenes prostitutas contoneando sus figuras sobre largos tacones kilométricos en busca de un buen cliente al que subir a su sucia habitación y sacarle unos cuantos dólares con los que poder subsistir al día siguiente con lo que les quisiera dejar su chulo.

Ya se sabe que la gente cambia de opinión con gran facilidad y lo que hoy es blanco mañana pasa a ser negro. Así pues y en vista del cambio de acontecimientos producido, todos los que pudieron abandonaron sus pequeños apartamentos yendo a vivir a los nuevos barrios del Norte de la ciudad, mucho más modernos y residenciales. Allí quedamos simplemente los habituales del lugar y sin posibilidad de encontrar un mejor acomodo.

Para ser sinceros, lo cierto es que yo pude haber sido uno de los muchos que marcharon pero me encontraba tan arraigado a las paredes de mi viejo despacho que preferí mantenerme allí siguiendo con mi dura e intensa vida de detective privado.

Colgado de la puerta de mi estropeada y anticuada oficina estilo años veinte aparecía el desgastado cartel anunciando mi nombre y mi profesión. Con algunas de las letras caídas y aún sin reponer, el cartel parecía anunciar en letras negras sobre fondo blanco algo así como "Harry Wood Investigador Privado", pese a que en los últimos tiempos las cosas no se me estaban dando especialmente bien teniendo que subsistir gracias a algunos pequeños trabajos de poca monta, como el cobro de dinero negro conseguido de forma fraudulenta, sacar de apuros a algún senador corrupto encontrado en situación poco decorosa en la habitación de algún sucio burdel o alguna que otra infidelidad de una explosiva ninfómana despechada con su esposo por no saber cumplir bien en la cama.

Aquello me daba para mantener mi ritmo de vida decente de detective insobornable e íntegro, manteniendo mi licencia especial y mi insignia oficial, los gastos de mi flamante Plymouth P 12 de seis cilindros del año 42 y el pago puntual a Connie, mi bella y eficiente secretaria con la que trabajaba hacía ya doce largos años.

Estoy completamente de acuerdo con el hecho de que cualquiera pueda pensar que aquella no era la mejor vida que uno podía llevar en aquellos tiempos, de hecho reconozco que a mí mismo me lo parecía por eso, aquella tarde después de haber comido dos sándwiches de jamón y queso que amablemente me había subido Connie del bar de Archies y, observando aburrido el lento discurrir de las agujas del reloj que colgaba de la pared mientras jugaba con mi sombrero panamá entre los dedos, presentí que aquel era mi día de suerte cuando, dando permiso a Connie para entrar tras golpear la puerta con los nudillos, la vi entrar seguida de aquel monumento de mujer que me alegró la vista nada más verla.

Dylan, la señora Estela Mitchell desea tener una breve conversación contigo.

Levantándome de mi asiento como si una fuerza superior llevara mis pasos, le di la bienvenida dándole la mano cortésmente e invitándola a sentarse tras despojarse de su abrigo de pieles para la confección del cual habrían hecho falta unos cuantos lomos de aquel pobre animal. Nada más sentarse la señora Mitchell le di las gracias a mi fiel Connie diciéndole que podía tomarse el resto de la tarde libre pues aquella semana había sido bastante dura para ella con diversos problemas en casa.

Gracias Dylan….muchas gracias. Con jefes así da gusto trabajar –dijo con un leve mohín de su nariz y sonriendo a continuación antes de cerrar la puerta a su espalda.

Una vez estuvimos a solas me dirigí al pequeño mueble bar donde reposaba todo mi arsenal de bebidas. De espaldas a ella le pregunté a la señora Mitchell qué deseaba tomar respondiéndome que tomaría lo mismo que yo. Así pues me hice con dos grandes vasos y los llené con una buena cantidad de Jack Daniels junto a dos hielos para cada uno. El Jack Daniels siempre ha sido mi bourbon favorito para tomar a cualquier hora del día pero especialmente durante las primeras horas de la tarde cuando aprovecho para relajarme tras la comida.

Me volví hacia ella entregándole entre sus largos y finos dedos su vaso y sentándome a continuación en mi escritorio de roble australiano alegrándome la vista con el cruce espectacular de piernas con el que me obsequió aquella preciosidad.

Señor Wood, debo decirle que ha acertado de pleno con la bebida –dijo sonriendo abiertamente.

Me alegro de que le guste señora Mitchell. Me gusta paladear en la boca un buen bourbon.

Por favor, si va a trabajar para mí le agradecería que me llamara por mi nombre de pila. Así pues llámeme simplemente Estela –dijo saboreando su primer sorbo de whisky antes de engullirlo garganta abajo.

De acuerdo Estela, en ese caso justo será que me llame por mi nombre –contesté apurando parte de mi bebida antes de empezar a volver a jugar con mi sombrero entre los dedos.

Bien Dylan, creo que usted y yo nos vamos a llevar muy bien –exclamó sonriendo esta vez de forma enigmática como si sus pensamientos la llevaran a otra parte.

Es posible que sea cierto lo que dice –comenté sin estar tan seguro de sus palabras como parecía estarlo ella.

Estuve dos largos minutos observándola sin decir palabra, sólo preguntándome cuál sería la razón exacta que había llevado a aquella mujer hasta la humilde oficina de un sabueso desconfiado, cínico e irónico como yo lo era. Me preguntaba qué hacía allí aquella hermosa y elegante mujer así que me dispuse a descubrir el motivo de su visita. Una cosa tenía bien clara: mis movimientos giraban siempre en una misma dirección y era descubrir si había una buena razón para aceptar un trabajo. Además mi instinto de viejo zorro me decía que allí había pasta a raudales y en el estado en que se encontraban mis finanzas en esos momentos no podía negarme a un trabajo fuera del tipo que fuera. De ese modo abandoné el sombrero sobre la mesa y presté mucha más atención a lo que la señora Mitchell pudiera explicarme. Ella, como por descuido, volvió a cruzar sus sensuales formas balanceando suavemente su zapato bicolor de alto tacón lo cual me obligó a tranquilizar los nervios tomando un nuevo sorbo de whisky.

La mujer que tenía frente a mí no tenía nada que ver con el tipo de mujer débil y despechada que solía visitar mi despacho. ¡No, señor! Aquella especie de super mujer mostrando cierta indiferencia y aparentemente con plena confianza en sí misma, aquella especie de pantera mulata de tez levemente oscura y de rasgos felinos enfundada en aquel elegante vestido de color marrón oscuro que se ceñía a su figura como una segunda piel fue como un soplo de aire fresco que inundó las paredes de mi oficina. Era imposible no sentirse atraído por aquellos oscuros ojos ocultos bajo la montura de aquellas gafas de pasta de fino estilo italiano. Su sola sonrisa podría hacer descarrilar un tren así que estoy convencido que cualquier hombre soñaría con una mujer como aquella que estaba frente a mí y a punto de desembuchar el tema por el que había venido a verme.

¿Me permite encender un pitillo? –preguntó con extrema educación y sin poder evitar el nerviosismo que la atenazaba ante la perspectiva de dar a conocer sus ocultas inquietudes.

Por supuesto, de hecho estaba a punto de encenderme yo uno y así poder calmar mi ansia de nicotina –dije mientras la veía abrir su pequeño bolso de mano extrayendo del mismo el mechero y la pitillera de la que cogió un cigarrillo expulsando la primera bocanada de humo una vez lo hubo encendido.

Dígame Estela, ¿qué la ha traído hasta mí? –pregunté buscando entrar en materia de una vez.

Señor Wood, necesito su ayuda y me han hablado mucho de usted.

Imagino que nada bueno –contesté fijando la vista en ella a través del humo que poco a poco iba invadiendo la estancia.

¡Oh, todo lo contrario! –respondió con soltura. Sea un buen chico y no se subestime a sí mismo, Dylan. Me han dicho que es usted el mejor de la ciudad, y siempre me ha gustado estar rodeada por los mejores –exclamó observándome ahora ella detenidamente.

No siempre lo que cuentan de uno tiene por que ser estrictamente la verdad –volví a responder continuando con mi modestia que estaba más que claro que ella no deseaba aceptar. ¿De qué se trata el trabajo? –pregunté entrando al trapo.

Bien, bien….eso me gusta más. A mí también me gusta ir al grano cuando algo me interesa –comentó aspirando fuertemente del cigarrillo.

Perfecto Estela, vayamos pues al grano –dije sin tratar de ocultar mi impaciencia. A mí tampoco me gusta perder el tiempo con mujeres elegantes y bellas que no conducen a nada.

¡Oh, no sea usted grosero conmigo! El trabajo que le traigo le resultará interesante durante una buena temporada, se lo puedo asegurar. Verá –dijo suspirando levemente antes de iniciar su relato- mi marido es Leonard Meadow, su nombre quizá no le diga nada pero es uno de los principales productores cinematográficos de Hollywood y con él llevo casada hace ya ocho años. El es mucho mayor que yo pues prácticamente me dobla la edad. Cuando nos conocimos yo era una prometedora actriz tratando de abrirme un hueco en el difícil mundo del star system así que entrar en contacto con alguien tan importante como Leonard pensé que me ayudaría a escalar posiciones. De una a otra fiesta, de uno a otro plató nuestras vidas se fueron uniendo y nos fuimos enamorando casándonos finalmente al año y medio de conocernos. Los primeros años fueron felices teniendo dos hijos y disfrutando de bonitas fiestas y encantadoras vacaciones en Europa, Hawaii y recorriendo el medio oeste del país….Sin embargo, pronto todo eso acabó empezando mi esposo a engañarme con otras mujeres y enfrascándose en sus películas y en sus negocios. No tardé en enterarme que estaba metido hasta el cuello en temas de juego, de drogas y prostitución así que pensé que lo mejor sería irme con mis hijos durante una temporada a la casa que tienen mis padres en Baltimore.

¿Y creyó que esa era la mejor opción para recomponer su matrimonio?

Cuando una está enamorada como yo lo estaba de Leonard se cometen un montón de estupideces y esa fue una más. Pensé que la separación durante un tiempo nos haría bien a los dos, que mi marido recapacitaría aunque sólo fuera por mis hijos, que nuestro matrimonio se arreglaría pero finalmente debo reconocer que me siento derrotada y cansada de luchar. Debo decirle que durante el tiempo que estuvimos separados, cometí la equivocación de calmar mis ansias de mujer resentida en compañía de jóvenes amantes los cuales por supuesto que no solucionaron mis problemas de falta de afecto y cariño.

Al final de su breve relato tuve que reconocer que mi olfato de detective de moral dudosa me había jugado una mala pasada. Allí tenía ante mí un nuevo caso de matrimonio en vías de separación, de infidelidades mutuas….Hubiera preferido que la visita de aquella mujer fuera motivada por otro tipo de razón que necesitara mucha mayor acción, a mis años aquellos trabajos ya estaban empezando a asquearme pero de algo había que vivir así que encendiendo un nuevo cigarrillo me dirigí nuevamente al mueble bar tras recoger los dos vasos los cuales volví a llenar con una buena dosis de bourbon.

Señor Wood, lo que deseo simple y llanamente es el divorcio de mi marido –prorrumpió soltándolo todo de una sola vez y pareciendo mucho más tranquila una vez se hubo quitado aquel peso de encima. Necesito conseguir pruebas suficientes como para demostrar que mi marido me ha sido infiel de forma continua y para ello estoy dispuesta a pagarle dos de los grandes ahora y otros tres al finalizar el trabajo. Y todo ello en efectivo, por supuesto.

Debo decir que me siento halagado con su generosa oferta. Realmente debe importarle el hecho de conseguir el divorcio de su esposo como para ofrecerme cinco de los grandes –dije entregándole su vaso y quedándome de pie junto a ella mientras sopesaba los pros y los contras de aquella aventura. Y dígame señora Mitchell, ¿qué le hace suponer que su marido accederá a darle el divorcio? ¿qué hay de las infidelidades de usted?

Verá Dylan, mi marido no es tonto así que eso es parte de su trabajo. Mi principal interés reside en conseguir la patria potestad de mis hijos y que Leonard salga de mi vida. Es lo único que me interesa de todo este asunto –dijo engullendo un fuerte sorbo de whisky.

¡Amigos, en el fondo estoy hecho todo un sentimental! Tras aquellas palabras de mujer preocupada por sus hijos y llena de rencor hacia su marido, mi corazón se apiadó de ella diciéndole que necesitaba pensar su propuesta antes de aceptarla y que, en caso de hacerlo, sería también necesario que me suministrara ciertas informaciones de su marido tales como fotografías, datos personales, personas con las que se relacionaba…

¡Oh, claro, por supuesto! De hecho le he traído dos fotos de mi marido -dijo mientras buscaba dentro de su bolso al tiempo que se ponía en pie embriagándome con el suave perfume que llevaba.

Al ver las fotos me pareció del todo punto incomprensible pensar cómo aquel tipo inofensivo y con cara de bonachón había podido casarse con una hembra como aquella.

Aquella mujer era puro fuego desprendiendo sexo por los cuatro costados de su cuerpo, una auténtica bomba de relojería a punto de estallar entre mis manos. Durante unos pocos segundos perdí el norte de mis pensamientos quedándome embobado ante su sonrisa de niña buena incapaz de romper un plato en su vida y deleitándome con la belleza majestuosa de sus ojos rasgados de un profundo color oscuro y con los que parecía traspasar a uno cada vez que te miraba. En todos mis diversos casos en los que me había visto envuelto con las más bellas esposas de los más peligrosos mafiosos y hampones, juro que pocas veces, muy pocas veces, me había sentido tan atraído por una mujer como aquella vez. Y lo peor de todo es que ella parecía sentirse atraída igualmente por mí….

Esperando que fuera aquel bombón quien diera el primer paso me quedé inmóvil junto a ella hasta que tuve que recogerla entre mis brazos al dejarse caer cuán larga era.

Usted me gusta. Ande, béseme Dylan….vamos béseme –pidió con voz trémula y mirándome con aquella mirada hipnotizadora que poseía.

¿Siempre ofrece sus bonitos labios al primer tipo con el que se topa? –pregunté tratando de ver a dónde podía llevar todo aquello.

Sólo a los tipos duros y guapos como usted lo es –respondió con los ojos entornados y pidiendo a gritos que me lanzara sobre ella.

No pude negarme ante aquel ofrecimiento, así que inclinándome hacia ella la besé con suavidad uniendo mis labios a los suyos y disfrutando de aquel momento mágico con el que me regalaba aquel encanto de mujer.

Besa usted bien –dijo abriendo ligeramente los ojos al separarnos el uno del otro.

Bueno encanto, tampoco crea que ha sido uno de mis mejores besos –respondí como si no le diera importancia a aquel beso.

Dylan, me resulta usted un tanto presuntuoso –exclamó mostrándose claramente ofendida por mi comentario.

Nada de eso, más bien todo lo contrario. Tan sólo trato de ser caballeroso con usted.

Ya completamente con los nervios perdidos y brillándole los ojos de odio, la señora Mitchell pataleó en el suelo mientras trataba de golpearme con su pequeña mano, interceptando yo su muñeca al agarrársela fuertemente entre mis dedos.

No debería hacer eso con el que se supone que va a ser su salvador –le recomendé antes de volver a inclinarme para besarla sintiendo como ella enlazaba sus brazos por detrás de mi cuello aceptando de ese modo tan encantador el húmedo contacto con mis labios.

Sigo pensando que besa usted bien –repitió completamente entregada a mí.

Usted tampoco lo hace nada mal, preciosa. No acabo de entender como su maridito le da de lado, pero mayores misterios nos depara la historia así que lo suyo no es tan grave como parece….Si le sirve de consuelo le diré que estoy convencido de que tarde o temprano acabará superándolo.

Nada dijo a mi último comentario, separándome de ella y buscando nuevamente mi pitillera de la que cogí dos cigarrillos entregándole el primero una vez lo hube encendido para seguidamente encenderme el otro para mí.

Gracias, necesitaba fumar –dijo atusándose el cabello corto y rizado con sus dedos.

No hay porque darlas….tan sólo le costará otro más de los grandes –respondí lleno de cinismo y volviendo a ver crecer en ella aquel brillo de odio que había visto en su cara unos segundos antes.

Es usted odioso pero me gusta –dijo fumando con ansiedad.

Para serle sincero eso mismo me decía el último bombón con el que salía.

Tomé asiento de nuevo en mi sillón de piel haciendo ella lo propio quedando separados solamente por la mesa de mi escritorio. Volví a contemplarla detenidamente sin preocuparme lo más mínimo por el efecto molesto que pudiera causarle. Me quedé unos segundos ensimismado en la contemplación de aquellos ojos que tanto me subyugaban. Aquellos ojos de gata tenían la capacidad de lograr centrar la atención de cualquiera que los mirara fijamente. Ella se quitó las gafas con un rictus de falsa timidez para volver a encandilarme cruzando las piernas de aquel modo tan lleno de erotismo.

¿Le gusta lo que ve? –preguntó con voz temblorosa sin poder evitar demostrar el deseo que la consumía.

Ciertamente resulta interesante, preciosa……pero me gustaría saborear todo lo demás.

Ahora centré mi mirada en aquellos pechos que se dibujaban provocativamente bajo la tela del vestido. Era más que evidente que no llevaba sujetador pues sus grandes pezones se marcaban claramente demostrando el alto grado de excitación que su propietaria soportaba. Noté la respiración acelerada de la señora Mitchell y no pude evitar sentirme encantado por el hecho de ser el culpable del estado en que se encontraba.

Una vez acabó con su segundo vaso y elevándose sobre aquellos altísimos tacones sobre los cuales no me explicaba cómo era posible que no pudiera perder el equilibrio, se acercó a mí con aquellos andares de loba en celo para quedar sentada dejando reposar finalmente sus redondas posaderas sobre mis piernas. Aquello me dejó totalmente descolocado pues no entraba en mis esquemas de honrado detective preocupado por los problemas de sus clientes. Una de las primeras reglas de cualquier buen detective es saber distinguir entre trabajo y placer y, sin embargo, allí estaba yo a punto de caer en las redes de aquella especie de mantis religiosa segundos antes de empezar a devorar a su pobre amante. Una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo de arriba abajo al volver a enlazar su delgadísimo talle de avispa que tan deseable la hacía, atrayéndola con dulzura hacia mí mientras ella dejaba caer la cabeza en mi hombro, aspirando con fuerza el aire tan viciado y dañino para sus pulmones que entraba por la ventana abierta.

Coloqué una de mis manos sobre su poderosa cadera acariciándole el muslo arriba y abajo y oyéndola emitir un leve gemido de aquiescencia el cual me brindó la oportunidad de continuar explorando los diferentes rincones de aquel espléndido cuerpo. Llevado por el deseo me doblé sobre ella acariciándole su suave y delicado cutis con mis dedos para, a continuación, volver a besarla uniendo mis labios a aquellos perfectos y perfilados labios cubiertos por una ligera capa de carmín rosa.

Aproveché para manosearle todas las partes de su cuerpo que quedaban a mi alcance. Acaricié la totalidad de la espalda que el vestido no cubría, las caderas, los muslos e incluso me entretuve un buen rato en sus respingonas posaderas antes de subir dirigiéndome hacia su desnudo cuello extasiando nuevamente mis sentidos con la suave fragancia que desprendía. No resistí por más tiempo y empecé a chupar con vehemencia aquel cuello de piel oscura disfrutando mi suerte al escucharla lanzar un sutil suspiro de satisfacción.

Continúe así….vamos continúe. Eso me encanta –dijo respirando con fuerza con lo que pude ver cómo se hinchaban aquellos imponentes atributos delanteros.

¿Todo lo que le hago le tiene que encantar? –pregunté con evidente mala uva.

¿Le molesta tal vez? ¡Oh por favor!, ¿Sabe una cosa? ¡Vuelve usted a resultarme demasiado presuntuoso! ¿No creerá acaso que es usted mi único candidato para pasar un buen rato?

¿No lo soy? ¿En serio? –le pregunté haciéndome el sorprendido.

¡Oh Dylan, es usted un maldito bastardo! ¡Le odio….le odio profundamente! –bramó tratando nuevamente de impactar su puño cerrado contra mi cara.

Por suerte mi larga experiencia como detective me había servido para evitar muchos puñetazos así que, esquivándola, le di un fuerte pellizco en una de las nalgas haciéndola gritar mientras se debatía entre mis brazos.

¿Va a ser una buena chica y se va a estar quietecita?

Pues claro, tonto….¿Acaso no se ha dado cuenta aún de que es lo único que deseo?

Aquel fue el detonante que me hizo lanzarme sobre ella como hace la gineta sobre su presa. Volví a chuparle el cuello unos segundos para pasar después al lóbulo de la oreja el cual lamí y ensalivé con ganas viendo el modo cómo respondía a aquella caricia.

Me gusta…..me gusta….¡Oh Dios, cómo me gusta eso! –exclamó estremeciéndose cada vez que se lo hacía.

Pensé que había llegado el momento de pasar a la fase de desnudarla por completo y disfrutar de aquel cuerpo de pecho prominente, anchas caderas y trasero respingón. Aquel cuerpo bien valía la ocasión de jugársela por un buen revolcón pese a la posibilidad, más que real, de que pudieran caer sobre mí todos los esbirros de Leonard Meadow, aquel productor cinematográfico casado con aquella mujer infiel y despechada con la que en esos momentos me encontraba.

Hágame el amor, sabueso…..por favor, hágame el amor dulcemente –apenas musitó deseando entregarse por completo a mí. Le deseo….le deseo dentro de mí…hágame el amor Dylan.

Haciéndola levantar ligeramente conseguí despojarla por completo del molesto vestido quedándome atónito ante el espectáculo que me ofrecían aquel par de pechos generosos y bien formados, de gruesos pezones y aureolas rosadas y frente a los cuales no pude menos que acabar sumergido entre ellos chupándolos y mordisqueándolos como un desesperado. La señora Mitchell tampoco pudo mantenerse impasible ante aquella caricia y me agarró con fuerza del cuello llevándome contra ella como si no quisiera dejarme abandonar aquellos oscuros pezones los cuales notaba cada vez más y más endurecidos.

Gimiendo y lanzando pequeños ayes ahogados cada vez que rodeaba sus pezones con mis labios, aquella mujer de unos treinta y tantos años y en la plenitud de su capacidad sexual se levantó haciéndome colocar apoyado en la mesa mientras ella se arrodillaba ante mí. Mirándome con cara de viciosa apoyó una de sus manos sobre mi entrepierna notándola ya en buen estado de forma.

Bien, bien soldado….veo que ya empiezas a estar en forma –me dijo en voz baja mientras con su mano se hacía al tamaño de mi miembro a través de la tela del pantalón.

Sin perder más tiempo y animada por mi más que evidente excitación, Estela soltó la hebilla del cinturón para, a continuación, desabrochar el botón del pantalón. El siguiente paso lógico fue agarrar la cremallera que sujetaba mis pantalones e irla bajando con extrema lentitud como si se estuviera divirtiendo con todo aquello. Una vez la hubo bajado el resto ya fue coser y cantar al descender mis pantalones hasta mis pies mostrándome ante ella un tanto ridículo tan sólo cubierto con el slip.

Ella se quedó fija observando el bulto que aparecía bajo el slip y, pasándose la lengua por los labios, se lanzó sobre mí empezando a lamer mi polla por encima de la tela de aquella pequeña prenda la cual apenas podía tapar mi tremenda erección. Estela se mostraba cómoda con todo aquello pasando su lengua una y otra vez y jugando con mi nerviosismo. Cuando vio cómo mi miembro parecía querer romper con la celda que lo mantenía encerrado, agarró el slip por cada lado con sus finos dedos y lo fue dejando caer hasta que mi orgulloso y nervioso pene se dejó ver ante sus atónitos ojos.

Vaya, vaya….mira lo que tenemos aquí –dijo relamiéndose nuevamente los labios como si imaginara todas las cosas que iba a hacer con aquel dulce manjar en que se había convertido mi polla.

Yo pasé a la acción poniendo algo de mi parte y, cogiéndola de la barbilla con mis dedos, la llevé hacia mi sexo el cual pegó un brinco al notar el suave roce de la lengua de aquella hembra sobre él. Los acontecimientos se fueron precipitando cuando Estela se dedicó a recorrer con la lengua toda la longitud de mi tallo subiendo y bajando por el mismo con los ojos cerrados. Me gustaba verla con aquella cara de fulana allí arrodillada entre mis piernas y a punto de comerse aquel dulce caramelo.

No tardó mi virilidad en quedar bien ensalivada y bien erecta gracias al tratamiento que aquella fabulosa hembra le propinaba. A continuación bajó hacia mis glándulas cargadas de semen empezando a acariciarlas con suaves lametones y chupándolas de tal modo que no pude menos que gemir de placer.

Ahora relájate que voy a hacerte sentir el mayor placer que hayas sentido nunca –dijo abriendo la boca y tragándose de un solo golpe la mitad de mi miembro.

Lo devoraba con auténtica devoción degustándolo como si fuera lo último que hiciera en su vida, tragando y tragando sin descanso y sin dejar un solo rincón sin saborear. Mientras lo hacía no despegó sus ojos de los míos ni un solo segundo. Tuve que agarrarme a su cabello ayudándola en su mamada y aguantando como pude mis ganas de eyacular sobre aquel bello rostro.

Aquella mujer sabía cómo dar placer a un hombre, eso estaba más que claro. Chupaba y chupaba deteniéndose de vez en cuando a ensalivar el tallo tras escupir sobre el mismo. Teniéndome cogido con su mano aprovechaba para masturbarme acelerando mi orgasmo, la cercanía del cual noté imparable. Acompañé su excelso trabajo con golpes de mis riñones follándole ahora yo sus finos labios metiendo y sacando mi polla del interior de su boquita hasta que acabé explotando sobre su mirada extraviada yendo a parar mi abundante corrida sobre sus ojos, nariz y barbilla. Una vez me hube corrido, aquella putita esparció los restos de mi líquido blanquecino por su cara, degustando parte del mismo con enorme satisfacción y manteniendo fija su mirada en la mía.

No ha estada nada mal, pistolero. Cada vez me gustas más. ¿Crees que podrás aguantar un segundo asalto?

Déjame recuperarme y verás de lo que soy capaz –respondí bien seguro de mí mismo.

¿No pretenderás engañarme con falsas esperanzas? –dijo provocándome con su mirada maliciosa.

Eres demasiado bonita como para que ello no suponga suficiente estímulo –me acerqué a ella besándola nuevamente disfrutando de aquel par de labios completamente hechos para el pecado.

Ayudándola a levantarse la obligué a apoyar su cuerpo sobre la mesa haciéndola tumbar cuán larga era sobre la misma. De esa manera tenía a aquella diosa de ébano a mi disposición para poder hacer con ella lo que se me antojara.

Hazme gozar….por favor, hazme gozar –me pidió entre susurros al tiempo que entornaba sus oscuros ojos.

Me descalcé con rapidez quitándome luego los pantalones para acabar deshaciéndome de la camisa quedando, de ese modo, mi torso desnudo ante ella. Ahora fue ella quien, elevándose sobre sus codos me llevó hacia ella besándome de forma sensual y apasionada.

Volví a tumbarla sobre el escritorio lanzándome sobre ella y empezando por sus oscuros pezones los cuales absorbí con ganas notando su rápida respuesta. Me entretuve un buen rato acariciando aquel cuerpo de escándalo y sus curvas pronunciadas deslizando mis manos por sus pantorrillas, sus rodillas y sus muslos a través de las finas medias, para subir hacia su vientre liso y acabar masajeando la delicada piel de sus costados. El deseo que nos embargaba se traslucía en ambos y en especial en aquella hermosa mujer que no podía dejar de gemir y estremecerse con cada uno de los roces que le iba dando con mis manos y mis dedos sobre su explosiva anatomía.

Deseaba hacer que el preludio resultara sensual y dulce para ella, hacerla temblar de pasión con mi lengua haciendo de aquel un momento muy agradable y relajado. No todos los días se me presentaba la oportunidad de tener entre mis brazos una mujer con aquellos perfectos atributos físicos, una mujer de tan alto voltaje como aquella así que traté de disfrutar y de hacerla disfrutar al máximo de aquel encuentro que imaginaba sería difícil poder repetir. Al mismo tiempo que le lamía y chupaba los pezones aproveché su indefensión para llevar mi mano derecha hacia su bello tesoro el cual se encontraba cubierto por la fina tela de aquella braguita de suave color azul pálido la cual aparecía ya húmeda por acción de los efluvios emanados por aquella hembra en la plenitud de su vida sexual.

Sí….sí, acaríciamelo Dylan…..me harás derretir si lo haces –apenas pudo pronunciar de forma entrecortada.

Estaba loco por aquella mujer de físico impresionante y sensualidad provocadora, así que tirando de la braguita introduje uno de mis dedos entre sus labios arrancándole de su garganta un fuerte sollozo. Acompañé mi dedo de otro más haciendo mi caricia mucho más perturbadora de tal modo que la pobre señora Mitchell perdió durante unos breves segundos la respiración acabando finalmente agarrándose con fuerza al lateral de la mesa para así poder soportar el enorme placer que sentía.

Así, sigue así –exclamó animándome a continuar con aquel peligroso juego del que dudaba quién de los dos podía resultar vencedor.

Noté la profunda calidez que su sexo desprendía y sin soportar por más tiempo las ganas de hincarle el diente a tan espléndida amante, ayudé la caricia que le hacía con unos suaves lametones sobre su clítoris lo cual la hizo aullar cogiéndose a mis cabellos y llevándome contra ella con lo que creí poder asfixiarme entre sus piernas por unos instantes.

Su pequeño botoncito se puso bien duro en el momento en que sintió las caricias de mi lengua sobre él junto a mis dos dedos entrando y saliendo follándola sin descanso hasta que conseguí hacerla retorcer y pedirme que siguiera con aquel doble tratamiento. Siguiendo sus instrucciones continué con mi tarea aumentando cada vez más y más mi ritmo hasta que los agitados latidos de su corazón se transformaron en pequeños resoplidos de satisfacción haciéndola finalmente correrse encadenando un orgasmo con el siguiente.

Los tremendos orgasmos que obtuvo me confirmaron en la primera imagen que me había hecho de ella. La imagen de una hembra falta de cariño y de sexo y dispuesta a todo por conseguirlo.

Gracias….muchas gracias. ¿A todas tus clientas las tratas igual de bien? –preguntó recuperándose lentamente del placer recibido.

Sólo a aquellas que realmente lo merecen…y créeme muñeca cuando te digo que estás entre las agraciadas.

Sonrió satisfecha introduciendo su dedo corazón en el interior de su empapada vagina y llevándolo a continuación a su boca para así poder saborear sus propios jugos. Gracias a los orgasmos que había logrado sacarle, yo estaba nuevamente en forma. Sus gritos y jadeos, el verla así de entregada habían dado como resultado lógico que volviera a estar farruco lo cual visto por ella hizo que se levantara relamiéndose de gusto y a la espera de poder empezar con el siguiente asalto.

¡Oh, mírate Dylan! ya vuelves a estar en plena forma. Me gustan los hombres dispuestos a complacer a una dama. Eso es algo que no soporto del cerdo de mi marido, su incapacidad manifiesta tras el primer polvo dándome la espalda y quedándose dormido a los pocos segundos.

Aquella especie de ninfómana no había acabado con su capacidad sexual con los orgasmos que había logrado arrancarle, así que pronto volvió a pedirme guerra dándome la espalda mientras movía sensualmente sus caderas reclamando la parte del pastel que le tocaba.

Ahora muchacho quiero que seas buen chico y acabes con lo que has empezado. Fóllame…vamos fóllame. ¡Dios, no puedes ni imaginarte lo tremendamente cachonda que me has puesto!

La señora Mitchell se posicionó en la mesa a cuatro patas y bien abierta de piernas lo cual aproveché para succionar, lamer y morder aquel par de nalgas, hasta que su respiración agitada se convirtió en pequeñas muestras de agradecimiento, empezando su cuerpo a moverse en ligeras oscilaciones adelante y atrás. Ante aquel trasero digno del mejor espectáculo porno, me acuclillé tras ella haciendo fuerza sobre la punta de los dedos de mis pies y entrando la mitad de mi polla en el interior de su coñito sin pedir permiso tal como hacía siempre que había de vérmelas con las puertas tras las que se escondían los matones y malhechores de la peor calaña con los que habitualmente trataba.

¡Oh, por favor…con cuidado Dylan…no seas brusco! –dijo Estela girando la cabeza y sonriéndome como si quisiera con ello desmentir sus palabras.

Llevándola hacia mí acaricié sus pechos con mis manos ávidas al tiempo que me hacía con su cuello el cual lamí con desesperación. Estela no paraba de moverse adelante y atrás, a derecha y a izquierda para acabar finalmente haciendo girar sus nalgas de un modo que me hacía enloquecer. Se restregaba con fuerza disfrutando de mi miembro desgarrándole su estrecho agujero el cual correspondía a mis atenciones sin parar de rezumar líquidos de su interior de forma constante. Aquella espléndida hembra no paraba de gritar y gritar alcanzando finalmente un nuevo orgasmo con el que pareció mearse de gusto, tal era la cantidad de efluvios que desprendía su delicada vagina…

Tras unos segundos de indecisión volví a la carga empujando mi miembro el cual fue absorbido sin dificultad alguna por la humedad de su vulva. Aquel cuerpo estaba destinado a amar y ser amado, un sueño hecho realidad para cualquier mortal que se preciara. Los gritos y aullidos de la señora Mitchell se transformaban en un ronquido animal cada vez que mi polla se enterraba en la inmensidad de aquel excitado sexo.

Fóllame fuerte….más fuerte vamos –me incitó a seguir jadeando y agitando su trasero café con leche todo lo que podía y ayudando a que mi revólver la penetrara toda entera empujando contra su raja abierta y sus nalgas.

Su coño no ofrecía la más mínima resistencia a mis embestidas ya que estaba lo suficientemente húmedo y abierto gracias a los preparativos previos llevados a cabo. Empecé a disfrutar de aquel tesoro entrando y saliendo del mismo con potentes empellones. Ella se agarraba donde podía jadeando más y más fuerte y animándome a que continuara follándola de aquel modo tan salvaje.

Gracias a la felación recibida con anterioridad mi miembro aguantaba como un jabato sin dar visos de cansancio; sin embargo sentí la cercanía del orgasmo pues ciertamente aquel ritmo era difícil de soportar. Me agaché sobre Estela volviéndola hacia mí y le metí la lengua en su boca correspondiéndome ella a su vez dándome la suya. Las pelotas me dolían, me iba a correr ya mismo así que se la metí hasta el fondo de una sola vez reventando en el interior de aquella mujer formidable que me había hecho sentir uno de los mejores orgasmos en mi larga vida.

¡Cariño….oh, cariño…me vengo otra vez! –balbuceó con dificultad antes de correrse cayendo exhausta y desmadejada sobre mi escritorio entre grandes espasmos y convulsiones de su cuerpo de ébano.

Tras un largo minuto recuperando fuerzas, la ayudé a apoyar los pies calzados en aquellos zapatos de vertiginosos tacones pues las piernas no le respondían. No me había equivocado con ella, para nada me sentía defraudado por aquella pantera negra que me había hecho alcanzar la gloria por unos instantes.

Dylan, muchas gracias por este estupendo polvo… ¡Hacía tiempo que nadie conseguía hacerme correr de este modo! Espero que nos volvamos a ver pronto. Recuerda que tienes cinco de los grandes a tu disposición si los quieres –dijo con los ojos brillantes y arreglándose con los dedos los revueltos cabellos.

Señora Mitchell, acepto su encargo sin reserva alguna. Será un placer trabajar para usted –respondí mirando a la calle a través de la ventana al tiempo que encendía el enésimo pitillo de aquel fructífero día.

A aquellas horas la ciudad se había convertido en un retablo de seres perdidos que se buscaban en la inmensidad urbana, de seres que agonizaban perdidos en sus indecisiones y temores, de seres que actuaban y que jamás se acababan reconociendo en sus actuaciones.

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