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Alicia (Historia de una Vocación) 2

en Hetero: Primera vez

Alicia. Historia de una vocación (Segunda parte)

Aquella noche no me bastó con un simple dedo. Me masturbé varias veces y cuando quedé dormida tuve sueños húmedos confusos e inquietantes. Durante el resto de las navidades mi práctica masturbatoria fue mejorando, y mis padres debieron notar que me pasaba el día entero en mi dormitorio. Por primera vez en mi vida usé Internet para visitar páginas porno; mi curiosidad por el sexo se había disparado, y mi sentimiento de culpa me tenía permanentemente mojada. Sin embargo no pasó nada extraordinario. Era una simple adolescente obsesionada con el sexo. Había millones como yo, aunque pocas se sentirían tan culpables, y a muchas menos esa culpabilidad las excitaría más que el propio sexo.

Llegó el primer día de clase. Me levanté de la cama, me duché, y me puse el uniforme del colegio religioso al que llevaba yendo desde infantil. Una falda que me llegaba por la rodilla, calcetines blancos, blusa blanca y jersey de lana fina de color verde. El mismo traje de siempre, solo había cambiado el cuerpo que iba debajo.

De camino a la parada me fijé en cómo muchos hombres se quedaban mirándome con expresión libidinosa; se trataba de hombres maduritos, parecidos a mi padre. Supongo que antes también me miraban, pero solo ahora me daba cuenta; y solo ahora ello me excitaba. En el autobús me senté junto a Marta. Durante el recorrido ella no dejaba de hablar, pero yo casi no abría la boca. Al cabo me dijo:

-A ti te pasa algo, Alicia.-

-No me pasa nada- Contesté algo asustada.

-Venga, que nos conocemos, cuéntamelo- rogó.

-Vale – cedí- pero ahora no; espérate al recreo, que estaremos solas.

-Vale, vale- dijo, y añadió- vaya, vaya, me parece que te has enamorado- y empezó a reírse de buena gana.

En el recreo nos fuimos a una esquina del patio escondida por los árboles, donde estábamos más solas. Marta se encendió un cigarro y me pidió que empezara.

-No te puedo contar del todo la cosa, porque lo he prometido, pero algo sí te puedo contar, porque además necesito consejo- empecé.

-Cuenta- me animó.

Y le conté casi todo, sin indicarle que se trataba de un adulto, ni mucho menos de un familiar. Lo importante era que alguien se había corrido sin que yo me lo propusiera, y que desde entonces me sentía tan salida que no paraba de pensar en el sexo. Me guardé para mí algunas de las ideas mas guarras que me había imaginado para mis deditos, pero sí le conté otras más discretas. Al final, ella se echó a reír y dijo con vocecita de niña mala.

-Vaya, al final la Alicia me va quitar el puesto de puta del colegio.-

-No te rías -protesté- Sé que está mal, es un pecado muy gordo, y el Señor me va a castigar.-

-Ya será menos, hija. Lo que a ti te hace falta es tocar una buena polla y que te la metan bien dentro. Pero vamos, sí tanto te preocupa, ve a ver al Padre Miguel.-

Me puse colorada. Pero sabía que era una buena idea. EL padre Miguel era un cura de unos cuarenta años, moderno y comprensivo. Lo conocía desde primaria, y todas teníamos mucha confianza con él. Así que aunque me daba vergüenza, seguro que me ayudaría sin hacer que me sintiera mal.

Así que después de comer, me acerqué a la capilla y encontré al Padre Miguel, que accedió a hablar conmigo y me llevó a la sacristía.

-Venga, Alicia, cuéntame sin miedo lo que te preocupa.-

Yo le conté más o menos lo mismo que le había contado a Marta, guardándome la identidad de mi tío, y las fantasías más guarras. En cambio insistí más en la cuestión del pecado.

-Padre, me siento sucia. He pecado y tengo miedo.- Concluí.

El Padre me miró muy serio, y al cabo de unos segundos que se me hicieron eternos, empezó a hablar.

-Mira pequeña, ante todo no te preocupes, porque tus pecados pueden ser perdonados, pero el problema es que no me has contado todo. Te has guardado cosas y me has ocultado lo que de verdad te preocupa. Tengo experiencia con niñas de tu edad, y sé que una simple experiencia sexual sin intención y el hecho de masturbarte no te tendría tan angustiada si no hubiera nada más.-

-Padre, es que he prometido no contar quién fue, y sobre todo, es que lo que me pasa me da mucha vergüenza.-

El Padre sonrió amablemente, y poniendo una mano en mi rodilla me dijo.

-Hija, soy sacerdote. Lo que me cuentes está protegido por el secreto de confesión. Es como si se lo contaras a Dios, y a El no le puedes oculta nada. Si no me cuentas todo no podré ayudarte, ni El perdonarte.- Mientras decía esto, tuve una extraña sensación, como un Dejá Vu, pero se me pasó enseguida, y sin reparar en que su mano apretaba con más fuerza mi rodilla, y que la subía un poco hacia mi muslo, decidí contarle todo.

Conforme le narraba el encuentro con mi tío, él me interrumpía de vez en cuando para decirme que le diera todos los detalles. Luego, cuando le conté que tenía fantasías me pidió que se las contara, y con su suave voz y su mano acariciando castamente mi pierna, me sentí segura, y supe que podía hablar, y que ello me ayudaría.

Y así, supo que soñaba con hombres mayores que me tocaban por todas partes, y que me obligaban a chupar su cosa, y que me echaban su semen en la boca, y que me trataban como a una cualquiera. Que me excitaba ver a mi papá haciendo pis, y que miraba a los compañeros y pensaba en cómo serían sus penes.

-Y ¿cómo te sientes por dentro cuando piensas así?- me preguntó.

Yo, bajando los ojos al suelo, le contesté- Me siento como una… una zorra, padre, pero eso es lo que me excita, padre, no sé que hacer.- Levanté la mirada y entonces me di cuenta de qué significaba esa extraña sensación de hacía un rato. EL Padre tenía la misma expresión que mi tío. Estaba excitado, y me di cuenta de que su mano sudorosa se aferraba a mis muslos y la subía y bajaba continuamente.

-Hija- me dijo con la voz suave algo más agitada.- Aunque soy cura, también soy hombre, y entiendo mejor de lo que crees lo que te pasa.- Es el pecado el que te excita. El diablo está en tu cuerpo, y te anima a pecar, pero Dios está en tu mente y te recuerda que no peques, pero tu voluntad es débil.- Decía esas cosas sin sentido, pero yo solo pensaba en que su mano estaba cada vez más arriba, descaradamente en mi muslo, y tenía algo de miedo.

-Pequeña- continuó- Sabes que soy moderno, claro y comprensivo, así que te lo diré sin rodeos. Ahora mismo estás poseída por el pecado, y él te domina. Cualquiera puede hacer lo que quiera de ti, porque es precisamente sentirte una zorra lo que te hace perder el control y comportarte como tal.

-Padre- dije casi llorando- Soy buena, yo me puedo controlar, es solo que me he masturbado- le decía a él lo que hubiera querido que él me dijera a mí, pero su rostro estaba casi desencajado, e insistía cada vez más excitado.

-No, niña, cualquiera puede conseguir cualquier cosa de ti, cuanto más puta te haga sentir y más guarro te parezca lo que te pida, más te excitarás y menos podrás controlarte- y mientras decía eso, metió su mano entre mis muslos que por desgracia para mí estaban empapados, porque llevaba un rato cachonda perdida.- Y te lo voy a demostrar, porque si no lo asumes no podré ayudarte.- Me dijo, y entonces se transformó todavía más y conocí al verdadero Padre Miguel.

Su mano ya tocaba con descaro mis partes, que mojaban involuntariamente sus dedos, no sabía hasta donde iba a parar, pero pronto empecé a darme cuenta.

-Alicia, eres una pequeña puta- y al oírlo mi cuerpo dio un respingo- Una zorra calientapollas que ha entrado aquí a ponerme cachondo- otro respingo, mi coño empezaba a manar flujo sin contención.- Una perra caliente que desea mi polla más que nada en el mundo- Yo casi lloraba, pero quería que siguiera- Alicia- me ordenó- Mastúrbate para mí.

Efectivamente no podría controlarme. Lo intenté, pero era superior a mí, y mi coño necesitaba que un dedo lo acariciara desde hacía rato, así que puse mi mano por debajo de la suya y empecé a masturbarme despacio, paladeando el placer que la situación me producía. Pero al poco rato el Padre siguió:

-Alicia, toca mi polla- Me exigió.

-No, Padre- me resistí- Es pecado, Padre.

-Calla, pedazo de puta, y haz lo que te pido.

La mezcla entre excitación y miedo era insoportable, así que separé la mano de mi coño y la acerqué al pantalón de su clerigman, donde ya se destacaba el enorme bulto que su polla empalmada provocaba; en cuanto mis dedos rozaron esa parte del pantalón sentí como el bulto saltaba dentro; avergonzada, nerviosa como una niña que tuviera que dar la lección, abrí lentamente la cremallera e introduje despacio mi mano, buscando un lugar por el que bajar su calzoncillo y extraer la que iba a ser la primera polla real que viera en mi vida. Por fin mis dedos entraron en contacto con aquella cosa, y la notaron caliente y palpitante; muerta de miedo, pero presa de la mayor calentura de mi vida, lo miré tímidamente a los ojos y con su polla en mi mano le dije muy flojito.

-¿Qué quiere, Padre?

-Que la acaricies.

-Pero eso es pecado, Padre, y Dios me va a castigar.

-Si, hija, es pecado, pero tu eres solo una puta, y harás todo lo que me apetezca.

Verme tratada como una cualquiera me hundió en la excitación, la cara de perro salido del padre, su enorme polla que mis pequeñísimas manos casi no podían abarcar, y mi coño mojado y ardiente, hicieron que cediera, que deseara sobar aquello, comérmelo y que aquel maldito cura me follara por donde quisiera, así que le pajee despacio, de arriba abajo, arrastrando la piel con la palma de mi mano y oprimiendo su rabo con los dedos como si ordeñara las ubres de una vaca. El Padre jadeaba, respiraba a mil por hora y se dejaba hacer.

Por fin, mirándome a los ojos me cogió la cabeza, y agarrando mi pelo bruscamente, me acercó a él; metió sus manos por debajo del jersey del uniforme y empezó a sobarme las tetas por encima de la blusa mientras me soltaba la cabeza y con la otra mano la desabotonaba hasta que logró dejar mi sujetador a su merced. Metió una mano y siguió sobándomelas despacio, pellizcando los pezones, provocándome unas sensaciones que me mareaban: los restos de voluntad que me quedaban me hicieron decir:

-Padre, no, por favor, no me haga eso, está mal.

-Calla, zorra, me pajeas como una profesional. Has nacido para puta.

Sacó las manos de las tetas y empezó a sobarme todo el cuerpo, como si fuera un simple objeto de su propiedad; por fin me obligó a arrodillarme y agarrando otra vez mi cabeza empezó a empujarla en dirección a su polla; la abrí automáticamente y dejé que entrara la punta en mi boca. Joder, fue un amor a primera vista. Sentir aquella enorme polla sobre mi lengua me puso fuera de mí. Salivé como una perra delante de su comida y como si llevara años haciéndolo empecé a chupar, lamer, escupir y jugar con la saliva extendiéndola por toda la polla. El padre estaba extasiado ante mi magistral mamada. Al empezar la follada de mi boca me había transformado. Estaba caliente como una gata, disfrutando de mi golosina y saboreándola. Lo miraba con mi cara de niña de siempre, pero mi sonrisa, mis ojos encendidos y el descaro de mi expresión eran diferentes. Ya no era la de antes. Ahora era una puta de verdad. Y me lo estaba pasando en grande. Seguí engullendo mi sabroso caramelo cada vez más ansiosa, y de vez en cuando decía:

-Padre, ahora lo quiero. Padre, démelo.

-Sí, hija, eres una putita muy buena.

-Padre, quiero mi premio, démelo- añadía presa de un frenesí que no conocía en mí.

El Padre Miguel no pudo soportarlo más y sujetando mi cabeza con las dos manos y estrechando sus muslos haciendo que mi cara quedara atrapada y mi boca llena, escupió un chorro de leche que parecía no acabar. Sentí ese líquido caliente que mi tío había echado en mi culo cayendo ahora sobre mi lengua, y viajando a mi garganta mientras la cantidad que no era capaz de tragar se salía por el estrecho margen que quedaba entre mi boca abierta y su polla. La noté caer por mi barbilla, y recorrer mi cuello, gotear sobre mis pezones. E inexplicablemente, sin que mi coño recibiera ninguna estimulación, por la simple excitación mental que sentía, empecé a correrme a chorros. Mi cuerpo temblaba como si sufriera un ataque, sentía electricidad en todos los extremos de mi cuerpo.

Cuando los dos terminamos de corrernos, el padre sacó despacio su polla de mi boca y pude saborear mejor el semen que quedaba en mi lengua. Lo paladeé, jugué con él en mi boca como hacía con las natillas que mamá me hacía los domingos, y me gustó todavía más. Seguí repelando con los dedos el que tenía en barbilla, cuello y pechos y los llevé a mi boca para no dejarme nada.

-Mamá me ha enseñado a comérmelo todo, Padre-

- No, hija- dijo él vencido por la corrida y sin reparar en mi ironía- esto no te lo ha enseñado nadie. Lo llevas dentro.

Y después de un breve silencio, añadió: - Alicia, nunca he conocido a una adolescente como tú. Creo que puedo ayudarte, pero siempre que tú, no le cuentes a nadie lo que ha ocurrido hoy, y me hagas caso en todo lo que te diga.-

Despúes de eso, acarició mi cabeza como si despidiera a su perrito, y yo, sin decir nada, recompuse mi ropa y empecé a caminar despacio hacia mi clase. Lo que no le dije es que ya no quería curarme. Me gustaba sentir aquellas sensaciones. Si había nacido para ser una puta era preferible que trabajara para ser la mejor, y por lo pronto, sabía que tenía cuanto antes que hacer lo que me había dicho Marta, es decir, sentir un buen rabo dentro de mi coño.

Pero yo ya había decidido, que mi primer polvo no me lo echaría el Padre Miguel.

En el próximo capítulo, Alicia se empeñará en perder su virginidad, y acudirá a su amiga Marta para que la ayude.

P.D. Pido disculpas por no haber continuado con el relato de "Clínica de Rehabilitación"; simplemente lo abandoné. Intentaré que no me ocurra lo msmo con éste.