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Acabé siendo una verdadera puta

en Orgías

Acabé siendo una verdadera puta

Lo que tenía que ser una agradable comida entre cuatro parejas, acabó derivando en una verdadera orgía en la que la protagonista femenina sólo fue ella…

 

Remember when you were young, you shone like the sun

shine on you crazy diamond.

Now there’s a look in your eyes, like black holes in the sky

shine on you crazy diamond.

You were caught in the cross-fire of childhood and stardom,

blown on the steel breeze.

Come on you target for far away laughter,

come on you stranger, you legend, you martyr, and shine!

Shine on you crazy diamond, PINK FLOYD

 

Aquel día, mi marido y yo, Esperanza habíamos ido a comer a casa de unos amigos. Allí nos encontrábamos cuatro matrimonios sentados a la mesa. Todos éramos de edades parecidas, rondando la cincuentena las mujeres y superándola los hombres, algunos más que otros. Nos conocíamos desde hacía años uniéndonos una buena amistad así que el ambiente entre todos resultaba extremadamente cordial. Yo me daba cuenta de las miradas que me echaban los hombres, incluido mi marido.

Y es que, sin pretender para nada resultar un tanto pretenciosa, lo cierto es que todavía seguía estando buena para mi edad. Alta, de larga melena rubia, senos grandes y desafiantes rematados por un buen par de gruesos y oscuros pezones, unas piernas largas y bien estilizadas. A fuer de ser sincera, sólo se notaba mi edad en la cintura, donde había acumulado algún que otro kilito, y en las nalgas y los muslos donde se apreciaba algo el efecto causado por la tan temida celulitis. Ciertamente era una de las mujeres que más destacaba dentro del grupo, pues salvo Gabriela, la mujer de Emilio, igualmente rubita y agraciada de cara, tanto Anabel como Valentina no es que fueran excesivamente atractivas.

En el momento de preparar el café nos juntamos las cuatro mujeres en la cocina. Allí, me dijeron que tenían ganas de ir al cine pues daban dos películas seguidas en las que salían dos de los actores que más les gustaban. Valentina, se ruborizó ligeramente confesando en voz baja que en alguna ocasión se había masturbado pensando en alguno de aquellos dos maduros actores de cabellos canosos y bonita sonrisa. Todas reímos divertidas ante aquella tímida confesión poniéndose ella aún más colorada. Dijeron que los hombres podían quedarse viendo la televisión o jugando a las cartas mientras nosotras nos íbamos. Yo rechacé la invitación diciendo que prefería quedarme, que me apetecía echarme una buena siesta pues había tomado demasiado vino durante la comida y además me sentía un poco cansada. Así pues tomamos el café los cuatro matrimonios y, al terminar, Gabriela les dijo a los hombres que Anabel, Valentina y ella se largaban un rato al cine.

Emilio, Agustín y Ramiro no pusieron pega alguna ni tampoco José Luis, mi marido. Pasados unos diez minutos se fueron mis tres amigas y yo me senté en uno de los sofás a mirar la tele para ver si así podía echar una cabezada y descansar. Desde el otro lado de la mesa, los tres hombres centraron su atención en mí mirándome fijamente. De pronto, Emilio le dijo a José Luis en voz muy baja para que yo no le oyera:

Desde luego que tu mujer aún está buena a reventar. ¿No estarás enfadado por la pastillita que le he puesto en el vino? Ya verás como luego me lo agradecerás. La pondrá cachonda a tope, a pesar de notar cierto sopor.

José Luis sonrió levemente y negó con la cabeza, mientras observaba como el vestido negro que ceñía mi cuerpo se me había subido ligeramente dejando la mitad de mis muslos al descubierto. En aquellos momentos estaba tan cansada que no le di mayor importancia a las palabras de Emilio. De ese modo empecé a notar una cierta somnolencia, cayéndoseme los parpados sin remedio. Entonces, Emilio pidió permiso a mi marido en voz igualmente baja:

¿Dejas que nos sentemos en el sofá junto a tu mujercita?

José Luis, que siempre había sido un completo voyeur, le dijo que hicieran lo que quisieran conmigo. Se sentía inquieto, expectante y perfectamente sabedor de lo que podía suceder. Tras sus palabras de asentimiento, los hombres no lo pensaron más y al momento tenía sentados junto a mí a Emilio y a Agustín uno a cada lado, mientras yo me encontraba sumida en los primeros sueños. Ramiro se quedó con José Luis observando la situación que se planteaba en aquel salón y contemplando como Emilio comenzaba sus primeros escarceos. Lo primero que hizo aquel falso amigo fue subirme algo más el vestido metiendo, a continuación, una de sus manos entre la tela de la prenda que me cubría buscando mi entrepierna cubierta por las diminutas braguitas. Yo, ante aquel ataque tan evidente, me desperté automáticamente al notar como era sobada de aquel modo tan descarado. Un tanto asustada ante aquella tesitura tan inesperada, miré a los dos hombres que tenía a mi lado y luego a Ramiro y a mi marido que seguían sentados frente a nosotros.

¿Qué haces conmigo, Emilio? ¿Qué crees que estás haciendo? No está bien que te aproveches de mí, que estoy algo bebida. Además, ¿qué diría tu mujer si lo supiera? –exclamé.

Pero Emilio no me dejó continuar. De un solo manotazo, y ayudado por Agustín, hizo subir aún más el vestido hasta dejármelo pegado y enredado a la cintura. Entonces miré a mi marido preguntándole directamente:

José Luis, estos dos me están metiendo mano. ¿Es que no piensas hacer nada?

Él no contestó nada, tan sólo respondió sonriendo con una sonrisa bobalicona y aceptando aquel hecho como algo totalmente natural. Pronto aquellos dos hombres me abrieron de piernas y me dejaron con las finas bragas color malva a la vista de los cuatro mientras yo trataba de resistirme sin conseguirlo. Agustín, entonces, me cogió por el cuello haciéndome ladear ligeramente la cabeza y acercó sus labios a los míos empezando a besarme en la boca. Yo no protesté lo más mínimo. Solamente entreabrí los labios y junté mi lengua con la lengua jugosa y húmeda de aquel hombre, iniciando un lento, suave y excitante juego de lenguas mientras Emilio, ahora sí, introducía completamente una mano por debajo de mis bragas contactando con mi empapada rajita, la cual recorrió amablemente metiendo luego un par de dedos en el interior de mi coñito.

¡Joder, pero qué buena está tu mujer, José Luis! Nos la vamos a tirar entre todos –le dijo Emilio ya totalmente lanzado. ¿Verdad que sí, zorra, que eres una gran zorra?

Yo, entre sollozos, le supliqué que no me insultara pero me encontraba tan débil gracias a aquello que me habían puesto en el vino que me sentía incapaz de discutir. Me abandoné por entero a la acción de aquellos hombres, dejando que me despojaran del vestido y que me tumbaran sobre el sofá en bragas y sujetador. Me notaba muy excitada, demasiado para lo que en mí era normal…

Así los dos hombres estaban sobándome la almeja y acariciándome en círculo con aquellos cálidos dedos, por encima del vello púbico y alrededor del clítoris. Estaba caliente como nunca lo había estado de manera que yo misma dejé libres mis pechos sacándolos por encima del sujetador y pidiéndoles que me chuparan los pezones. Emilio y Agustín, sin hacerse de rogar, me complacieron y gracias a sus caricias pude notar un espasmo de gusto cuando los dos me lamieron y mordieron los pezones al mismo tiempo.

Del otro lado de la mesa se levantaron entonces Ramiro y mi marido, con las pollas ya fuera del pantalón, se acercaron al sofá y mientras los otros se ocupaban de mis pezones, ellos me obligaron a cogerles con las manos sus miembros erectos, que comencé a masturbar entre mis dedos sintiendo oleadas de flujos entre mis piernas, recorrido mi coñito por los dedos de Emilio a los que acompañaban en buena hermandad desde hacía unos momentos los de Agustín.

Pero como las pequeñas braguitas les molestaban un poco para poder acariciarlo libremente, Agustín dio un fuerte estirón rasgándolas hasta acabar rompiéndolas de forma violenta. Los trozos de braga se los repartieron y guardaron los tres amigos como si de un auténtico tesoro se tratara y seguramente así era para ellos. Ya sin bragas, bien abierta de piernas, sólo con el sujetador puesto y con las manos de cuatro hombres atacándome por todos los lados, debo reconocer que me sentía realmente feliz y dichosa. No me reconocía a mí misma, había perdido por completo la vergüenza y el poco pudor que pudieran quedarme. En esos instantes sólo deseaba continuar con aquella orgía en la que me encontraba inmersa y en la que yo era la protagonista principal de todo aquello.

Ya estaba a punto de correrme, sentía la cercanía del orgasmo pues los maravillosos dedos de Agustín y Emilio frotaban mi clítoris con gran energía, cuando les pedí que me insultaran, que me dijeran barbaridades. No podía dominar mi calentura, mi enorme cachondez de hembra en celo.

Zorra, mala puta, seguro que lamerías las pollas de cien negros. Golfa, guarra, que te lo harías con cualquiera, golfa, más que golfa…-me dijeron entre otras cosas más que soeces.

Al fin ya no pude soportar tanto placer y me corrí entre sus brazos chillando completamente enloquecida:

¡Cabrones, cochinos, que sois todos unos cerdos! ¡Vamos penetradme, folladme de una puta vez!

Entonces fue Emilio quien me cogió por el cabello, me levantó con fuerza y me arrancó el sujetador, quedando así desnuda del todo en medio de los cuatro hombres que no perdieron ni un segundo en lanzarse a por mí. Me rodearon, abrazándome por detrás y por delante, me metieron mano en el coño y en el ano, notando correr varios dedos en el interior de mis dos agujeros sin conocer la identidad de a quién pertenecían aquellos diabólicos dedos. Me sentí inmolada, violada, humillada y entregada a aquellos machos con deseos brutales de sexo. Me morreé sin descanso con Ramiro, agarré pollas, sentí un intenso dolor en los pezones por los mordiscos que me dieron, también en las tetas que fueron estrujadas con saña por aquellas poderosas manos tan masculinas. Así puestos, los cuatro hombres se quedaron rápidamente en pelotas, me llevaron al dormitorio a través del pasillo tirándome del pelo y dándome palmadas en las nalgas y las tetas. Yo, sin poder aguantar tanta humillación, no hacía más que gritar de dolor.

Di que eres una mala puta, que quieres que te castiguemos por ser una chica mala –me dijo mi marido disfrutando realmente con todo aquello.

¡Sí, soy una mala puta, una chica mala que quiere que le deis su castigo! –me oí repetir mientras era arrastrada hacia el dormitorio.

Allí se echó primero Ramiro en la cama haciéndome poner a mí encima después. Mi marido me lamió el culo, ensalivándolo, mojándolo y dilatándolo para que luego Ramiro me la metiera de un solo golpe por el ojete. Yo bramé de dolor, sintiendo que el ano se me desgarraba por dentro con aquella sodomización tan salvaje con la que me obsequiaban aquel grupo de sátiros. Todos gritaron divertidos ante el mucho dolor que me hacían sentir.

¡Eres un autentico bestia, un animal inmundo y despiadado! ¡Qué daño me haces, pero no la saques y dame bien por el culo! –grité ya totalmente fuera de mí.

Me acaricié con fuerza mi excitada rajita y el inflamado clítoris intentando de ese modo conseguir rebajar mínimamente el intenso dolor que me hacía sentir aquel hombre. No tardé en darme cuenta que otra polla quería entrar por el mismo agujero. Allí estaba el cabrón de Emilio intentando meterla también allí, dentro de mi dilatado y ocupado ano. Poco a poco y haciéndome un daño terrible, logró introducirla mínimamente clavándola junto a la de Ramiro. Inexplicablemente yo sentí, después de sufrir por unos momentos el tremendo dolor de la penetración, un extraño placer. Una extraña mezcla de placer y dolor que me recorría todo el cuerpo hasta hacerme alcanzar un nuevo orgasmo el cual enganché con uno mucho más profundo que me hizo retorcer como loca.

Ensartada como si fuera un pollo a l’ast, notaba las dos pollas en el culo y realmente debo decir que aquello acabó gustándome horrores. Una vez mi ano se acostumbró a las humanidades de aquellos dos sementales, moví el culo adelante y atrás para así darles marcha mientras chupaba las pollas de Agustín y mi marido que me las habían ofrecido amablemente poniéndomelas al alcance de la boca.

Al cabo de unos minutos, un torrente devastador y cálido de semen inundó por completo mi pequeño culito. Se corrieron las dos pollas a la vez metidas en él y yo, en esos momentos, iba a gritar mi tremendo placer pero no me fue posible. Una nueva descarga de semen, esta vez en el interior de mi garganta, me lo impidió haciéndome prácticamente ahogar. Mi marido se corrió sin sacarla de mi boca y, aunque lo cierto es que tuve una buena arcada, pude superarla a duras penas.

Ahora vamos a mearnos dentro de su culo y encima de ella –oí medio mareada como alguien decía.

Aquella fue una sensación divina, podía sentir como aquel líquido caliente llenaba mi culo, mi pecho y como después bajaba por mis muslos notándome sucia y totalmente despreciada. Cuando acabaron de mear dentro de mí y sobre mi cuerpo me sacaron sus pollas y me dieron la vuelta en la cama hasta que me dejaron boca arriba y bien abierta de piernas. Los cuatro hombres vieron como de mi estrecho agujero rezumaban mezclados el semen y la orina cayendo sin remedio hasta manchar las sábanas. Así, en esa pose lasciva y tan guarra, ahora fue Agustín quien poseyó mi cuerpo metiéndome la polla dentro del coño hasta acabar golpeando con los huevos. Mi marido, mientras tanto, me tocaba el clítoris intentando de ese modo hacerme correr, cosa que no tardó mucho en producirse estallando nuevamente en un orgasmo brutal al tiempo que emitía alaridos de gusto.

Pero mi amante no quiso correrse dentro de mí como habían hecho sus amigos sino que me la sacó cuando notó la cercanía del orgasmo, subió su miembro hasta mi boca y allí me la hizo abrir descargando finalmente su leche. Así nos quedamos los cinco tumbados en la cama y descansando, hasta que Emilio miró el reloj diciendo entre evidentes signos de cansancio:

Chicos, todavía faltan tres horas hasta que vuelvan nuestras mujeres. Tenemos tiempo de sobras para disfrutar de otro asalto con esta putita.

No tuve fuerzas para decir nada ni para protestar. Allí estaba entre aquellos cuatro machos tirada boca arriba y dedicándoles la sugerente imagen de mi coño abierto. Me notaba enormemente cansada y sin fuerzas para poder impedir que esos hombres excitados siguieran disfrutando y gozando de una hembra como yo.

Por eso, cuando al cabo de un rato me encontraba otra vez con dos pollas dentro, intenté disfrutarlo al máximo. Cabalgaba sobre Ramiro con la cabeza cayendo hacia atrás, el cuerpo arqueado y sintiéndome bien llena con la polla de aquel hombre metida dentro de mí. Apoyé las manos en su velludo pecho y empecé a moverme buscando mi propio placer y el de aquel amigo que tanto gusto me estaba dando. Su polla se movía en mi coñito entrando sin descanso una y otra vez y golpeando cada vez con mayor fuerza y decisión. De nuevo me envolvió aquella sensación de pesadez y cansancio pero pronto la sentí desaparecer debiendo poner todos mis sentidos alerta al sentir la proximidad de otro hombre en mi entrada trasera.

Con verdadero pavor, eché la vista atrás mientras Ramiro me llevaba contra él y abría mis nalgas facilitándole así a su amigo el trabajo que tanto deseaba llevar a cabo. Negando con la cabeza y emitiendo ayes lastimeros, me encontré con la presencia aterradora de Emilio intentando traspasar mi estrecho esfínter. Jamás había sido follada por dos hombres al mismo tiempo y siempre que había pensado en aquella posibilidad me había parecido una variante sexual depravada pero, al mismo tiempo, llena de magníficas posibilidades.

¡Vamos, métemela! Siempre he querido disfrutar del gusto que pueden dar dos hombres a una mujer y creo que ese momento al fin ha llegado –le dije clavando mi mirada en la de mi marido como si de ese modo quisiera vengarme de él.

Levantándome sobre Ramiro, intenté relajarme en espera de que lo que se avecinaba me resultara lo más benévolo y gozoso posible. Emilio hundió su cara entre mis nalgas chupándome y lamiéndome mi canal trasero para que me fuera acostumbrando poco a poco. Una vez mi culito estuvo convenientemente humedecido, se situó detrás de mí comiéndose mi cuello y mis orejas y calentándome con dulces y calientes palabras de sexo explícito:

Así zorrita…así…ya verás que te va a gustar. Tú sólo relájate y disfruta con lo que vamos a hacerte…

Sí cabronazo…clávamela de una puta vez y deja ya de hablar…Vamos, no aguanto más tanto deseo. ¡Métemela vamos!

De pronto y sin darme más explicaciones sentí un fuerte pinchazo en mi interior creyendo que me partían por la mitad. Aquella doble presencia resultaba mucho más perturbadora de lo que mi pobre cuerpo podía soportar. Pero al mismo tiempo resultaba tan morboso y encantador que no pude menos que gozarlo en toda su inmensa dimensión…

Me sentí plena y tuve que cerrar fuertemente los ojos después de ponerlos en blanco intentando acostumbrarme a aquellos dos dardos que satisfacían por entero mis necesidades de hembra derrotada y feliz.

¿Te gusta lo que sientes putita? –escuché decir a Emilio junto a mi oído mientras respiraba entrecortadamente.

Sí…sí me encanta. Me quema por dentro pero es fantástico sentir vuestras dos pollas dentro de mí –aseguré empezando a mover mis caderas para así animarles a que ellos hicieran lo mismo.

Emilio me dio uno de sus dedos pringoso de babas, de salivas y de orines para que lo chupara entre mis labios. Me gustó enormemente que me apretaran enloquecidos y con rabia los pechos, que me pellizcaran los pezones retorciéndolos hasta hacerme sentir un fuerte dolor, que me arañaran y palmearan las nalgas hasta dejarlas bien rojas como si se tratara de tomates maduros y, en definitiva, que me llenaran con sus leches la vagina y el culo.

Embrutecidos de sexo, no me dieron tregua alguna hasta que al fin se hartaron de poseerme y gozarme. Todos mis agujeros estuvieron llenos por alguno de aquellos gruesos miembros que parecían aguantar sin desmayo dentro de mí golpeando una y otra vez hasta que mis paredes vaginales y anales y mis pobres mandíbulas tuvieron que decir basta. Aquella tarde de sexo y desenfreno perdí la cuenta de todas las veces que me pude correr, de todos los orgasmos obtenidos en brazos de aquellos sátiros. Tan pronto tenía a uno en mi coño percutiendo con fuerza contra mí como luego era otro de ellos quien tomaba el mismo lugar arrancándome un nuevo orgasmo de gran calibre.

Destrozada y muerta de placer caí derrengada en el suelo y, una hora más tarde, me levanté al fin con grandes dificultades dejando allí tirados y medio dormidos en la cama a aquellos cuatro hombres. Me dolía todo el cuerpo, creía que mis pobres piernas no podrían sostenerme en pie y al mismo tiempo me costaba andar por el intenso dolor que sentía entre las piernas y entre mis redondas posaderas.

Al fin pude alcanzar el baño dándome una ducha reparadora que agradecí grandemente enjabonando mis doloridos miembros hasta que pude recuperar parte de mi ser. Al salir de la ducha, me sequé el pelo peinándome a continuación de cualquier manera sin reparar en demasía en mi aspecto. Me puse el vestido, sin nada debajo pues en el fragor de la batalla habían desaparecido mis braguitas y el sujetador quedando perdidos en algún rincón de aquella casa.

Sin decir nada, sin despedirme ni tan siquiera de mi esposo me marché de aquel lugar de vicio y perversión dejándole tan sólo una nota en la que le escribía que no me buscara hasta el día siguiente, que necesitaba pensar y que ya hablaríamos del por qué me había puesto tan cachonda y apasionada al acabar de comer.

Al salir a la calle tomé el primer taxi que encontré y me metí en la habitación de una pensión que encontré en el centro de la ciudad. No quería ver a nadie, sólo pensar en lo que había ocurrido. Tras descansar una hora en la que dormí de un tirón bajé a la calle y en una de las tiendas que había frente a la pensión compré un conjunto sencillo de bragas y sujetador además de un neceser de aseo. También pedí un bocadillo y una botella de agua en un bar pues llevaba horas sin comer nada y mi pobre estómago reclamaba algo de atención por mi parte.

Volví a la pensión, subí a mi habitación donde me comí el bocadillo para después desnudarme y tumbarme de nuevo. Estaba fuertemente avergonzada por mi actitud de horas antes, pero recordando todo lo sucedido busqué mi entrepierna y echando la tela de la braguita a un lado comencé a tocarme el coño primero despacio, reconociendo cada pliegue de mis labios vaginales para, poco a poco, irme acariciando cada vez con mayor fuerza hasta que no pude evitar que me viniera de repente un gran orgasmo. Me dormí a continuación, entre palabras de censura y sin parar de insultarme a mí misma, diciéndome una y otra vez:

¡Pero cómo he podido llegar a ser tan puta y depravada!

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