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Mi mujer es una guarra de mucho cuidado

en Fantasías Eróticas

Mi mujer es una guarra de mucho cuidado

Habían decidido salir a entretenerse un poco. No era algo que hicieran a menudo, pero sus chicos estaban pasando unos días en casa de los padres de ella y la oportunidad era inmejorable como para poder desecharla. Por cierto, por aquel entonces no pasaban uno de los mejores momentos de su matrimonio y un cambio en la rutina podía resultar beneficioso pero jamás pensó, y cree que su mujer tampoco, hasta qué punto llegaría el cambio en la rutina…

 

Riders on the storm

riders on the storm

into this house we’re born

into this world we’re thrown

like a dog without a bone

an actor out on loan

riders on the storm

There’s a killer on the road

his brain is squirmin’ like a toad

take a long holiday

let your children play

if ya give this man a ride

sweet memory will die

killer on the road, yeah…

Riders on the storm, THE DOORS

 

Dispuesto como estaba a que mejorasen las cosas entre mi mujer y yo, le propuse aquella tarde ir a ver una película romántica, con algún elemento erótico pero romántica al fin y al cabo, pues sé que esa es su temática favorita. Al salir del cine, pude comprobar con agrado como Soraya estaba muy cariñosa y algo excitada. Se pegaba a mí una y otra vez haciéndome sentir sus senos por debajo de la gabardina que llevaba rozando mi brazo y mi pecho y besándome primero de forma suave pegando sus labios a los míos para, poco a poco, y ya más animados los dos juntar nuestras lenguas en un beso que se hizo mucho más apasionado.

Entre risas y bromas de enamorados le sugerí ir a tomar una copa antes de volver a casa, cosa que ella aceptó con gusto al momento. Entramos a un local en el que había una gran barra, algunas mesas redondas para dos y cuatro personas y, al fondo del local, una pequeña pista de baile donde poder mover el esqueleto entre copa y copa. Aunque a aquellas horas la concurrencia no era mucha, las pocas parejas y personas que bailaban solas casi llenaban por entero la pequeña pista. De todas maneras, cabe decir que lo hacían con los cuerpos tan pegados y un tanto sudorosos por la estrechez del lugar que no hacía falta más espacio.

Al llegar y una vez nos hicimos al sitio, encontramos una mesa libre en un rincón en la que tomamos asiento al instante tras despojarnos de nuestras prendas de abrigo. No tardó en llegar un amable camarero al que pedimos nuestras copas poniéndonos luego a observar a los bailarines mientras comentábamos cosas banales, aprovechando al mismo tiempo para intercambiar alguno que otro comentario amoroso. Siempre que podía mi mujer se acercaba a mí besándonos y rozando nuestros cuerpos lo cual hacía que ambos nos fuéramos mostrando más y más audaces a cada segundo que pasaba.

Ya se sabe aquello de que una cosa lleva a la otra así que, con el paso del tiempo, la conversación fue derivando hacia unos comentarios y un tono ligeramente erótico. Tras diez minutos de estar hablando, Soraya se puso en pie y me invitó a bailar con ella. Debo decir que es algo que nunca hago pues no me gusta así que me rechacé su sugerencia. A partir de ese momento empezaron a naufragar mis intenciones de pasar una velada agradable con mi esposa. Ella se enfadó grandemente, insistió dos o tres veces y yo me molesté por su insistencia acabando la discusión diciéndole finalmente que podía bailar sola, si quería disfrutar del ritmo, o con alguno de los pocos hombres solos que había en el local.

Dicho y hecho, mi mujer Soraya se dirigió al centro de la pista sin hacérselo repetir y se puso a bailar. Debo decir que tiene gracia bailando y que, con su atuendo de aquella noche, una blusa violeta con los dos botones de arriba sueltos, una falda negra que apenas le llegaba a medio muslo, sus medias negras y finas y sus zapatos negros de alto tacón, lo cierto es que lucía realmente esplendorosa. El fuerte bamboleo de sus caderas y sus tetas de buen tamaño saltando al ritmo de la música componían un cuadro más que excitante.

Ante el panorama que ofrecía mi mujer, un hombre de mediana edad y alto y robusto, la estuvo observando atentamente durante unos cinco minutos y yo a él, hasta que al fin se decidió a acercarse y seguir el ritmo de aquella canción lenta junto a ella. Soraya le miró de forma curiosa, le sonrió ligeramente y acercándose a él y elevándose sobre la punta de sus zapatos le dijo algo al oído. Al momento dejaron de bailar acercándose a la mesa donde yo me encontraba viendo todo aquello. Aquel desconocido se presentó como Juanjo y me pidió autorización para bailar con mi esposa. Aunque debo reconocer que no me agradaba aquella idea, tampoco encontré motivo plausible para negarme a ello, de manera que le dije a mi esposa que podía bailar con aquel hombre.

Tras mi completa aceptación, volvieron a la pista mezclándose entre la gente y siguieron bailando sueltos durante una o dos piezas. La siguiente resultó ser un bolero de aquellos lentos y melosos y que tanto favorecen el contacto entre las parejas. No me pareció cuestionable, aunque no me gustó que la enlazara por la cintura para bailar ese ritmo. Sobre todo porque mantuvieron una distancia mínima aunque todavía decorosa. A la distancia a la que estaba de ellos, y tapado mínimamente por otra pareja, observé que hablaban haciéndose los comentarios entre ellos más habituales a cada momento.

El hombre sonreía abiertamente y mi esposa, echando la cabeza hacia atrás, hacía caritas y emitía risas divertidas, demostrando estar disfrutando mucho de la situación. Sonó un nuevo bolero y ahora la distancia entre sus cuerpos desapareció por entero. Soraya pasó ambos brazos rodeando el cuello de Juanjo y él los suyos por la cintura y la espalda de ella. Mi mujer no hizo el menor gesto por separarse y, de ese modo, sus mejillas quedaron pegadas y sus bocas junto a las orejas. Tanta cercanía me dificultaba la visión, pero por momentos percibí que seguían hablando haciéndose sus palabras mucho más confidenciales y cómo mi esposa parecía disfrutar realmente de todo aquello. Pude ver claramente cómo los labios de Juanjo rozaban al hablar el oído de mi esposa. Yo bien sé cuánto la excita el roce de los labios en sus pequeñas orejillas y, en ese momento, comencé a pensar en la conveniencia de detener tanto arrumaco entre ellos y retirarnos a casa.

Estando ya a punto de ponerme de pie con esa intención, un leve giro de la pareja de bailarines me permitió ver que una mano de aquel hombre acariciaba, sin el más mínimo disimulo, las redondas nalgas de mi querida esposa. Para decirlo con rima: sin disimulo se había hecho con su trasero tocándoselo por encima de la tela de la falda. Trasero que, hasta entonces, siempre había considerado como destinado únicamente para mi placer personal.

Ingenuamente, me pregunté durante unos pocos segundos cómo era posible que ella no reaccionara ante semejante grosería y felonía por parte de su acompañante y me erguí para tratar de rescatarla de aquellas garras. Sin embargo, entonces una nueva impresión de sorpresa y desconcierto me invadió al ver la respuesta de mi mujer ante las caricias con las que aquel desconocido la obsequiaba. Soraya apartó mínimamente su rostro del de él y, al momento, volvió a acercarse pero esta vez para besarlo en los labios. Ni corto ni perezoso, su compañero de pista de baile abrió su boca y se unieron en un beso cálido y sensual que nada tenía que envidiar, ni en intensidad ni en duración, a los que habíamos visto en el cine. Mi mujer plenamente consciente de lo que hacía, dejó abrir sus labios permitiendo el paso de la lengua masculina la cual se unió con la de ella reconociéndose en el interior de su boca mientras el hombre, ahora ya totalmente desatado, apretaba con fuerza el trasero de mi esposa haciéndola disfrutar de lo lindo. En esos momentos, me convencí plenamente que allí no había abuso y que, muy al contrario, existía un total consentimiento por parte de ella.

A partir de ahí tuve plena conciencia de mi deslucido papel. Lo visto en aquella pista de baile bastaba y sobraba para considerarme un verdadero cornudo. Quedé un momento paralizado junto a la mesa, sin saber cómo responder y, cuando iba a completar mi intención de acercarme a la pareja, fueron ellos quienes abandonaron aquel intenso beso y baile y vinieron hacia la mesa con una sonrisa de oreja a oreja.

Pablo, he invitado a Juanjo a tomar algo en casa. Espero que no te moleste… -me dijo Soraya de la forma más natural, como si lo acaecido y visto segundos antes no mereciera explicación alguna.

Seguramente habrá quien encuentre que pequé de corto al no reaccionar pero debo decir que dos cosas me lo impidieron. De una parte, la total sorpresa frente a lo ocurrido. En ocasiones no resulta fácil reaccionar de forma conveniente ante lo completamente inesperado. ¿A vosotros os parece muy normal que la madre de vuestros hijos, esposa durante largos años, mujer discreta y fiel, se lie a besos con un extraño al que acaba de conocer y lo quiera traer a casa? La segunda razón y mucho más importante fue que lo que acababa de ver me había producido un enorme morbo, excitándome de una manera loca, cosa que podía notarse perfectamente pues el bulto en mi pantalón resultaba tan visible y notorio como el que lucía Juanjo.

Me parece perfecto, cariño. Vamos entonces –fueron las palabras que pude decir sintiéndome bien excitado pensando en todo aquello que podía ocurrir en casa.

Con total complacencia cogí una de sus manos enlazando mis dedos entre los suyos. Ella se dejó coger por mí pero, al mismo tiempo, pude verla pasar su brazo libre enlazando la cintura de su nueva conquista quien, a su vez, pasó el suyo por encima de los hombros de Soraya dejando caer con gran descaro la mano sobre los abultados pechos de mi esposa quien se las dejaba tocar y rozar sin mostrar ninguna molestia.

Los clientes del local que, por aquel entonces, no se encontraban demasiado enfrascados en sus propios asuntos amorosos, nos miraron salir a los tres entre sonrisas socarronas e incluso me pareció que de una de las mesas, tras un comentario mordaz, surgió una sonora carcajada referida a nosotros. Hay que reconocer que no es nada habitual que una mujer entre a un local con un hombre y después lo abandone abrazada con otro, mientras su primer acompañante los sigue a pocos pasos de manera sumisa y entregada.

Ya en la calle, nos dirigimos los tres en busca del coche y cuando me disponía a abrir la puerta delantera del acompañante para que mi mujer subiera, Soraya simplemente me dijo que fuera yo solo delante para conducir, que ella ocuparía con Juanjo el asiento trasero pues ambos querían conocerse mejor y además tenían muchas cosas de qué hablar -me dijo tratando evidentemente con aquellas palabras de hacerme el mayor daño posible. En ese momento apenas pude balbucear una pequeña protesta que mi mujer hizo morir incluso antes de que escapara de entre mis labios.

Cariño, es necesario que tengamos una pelea para que me lleves a ver una película de las que me gustan, luego no quieres bailar y hace ya tiempo que tu comportamiento como marido es mucho más que deficiente y desganado. Así que creo que es justo que esta noche me cobre mi deuda y se haga lo que yo quiera –me dijo fijando sus ojos en los míos.

Ahora sí que estaba bien claro lo que mi mujer deseaba. Cierto es que pude haberme rebelado, pero presentía que hubiera resultado inútil pues se la veía completamente convencida. Soraya hubiera sido capaz de irse con Juanjo dejándome allí solo y yo ni siquiera hubiera sabido lo que habrían hecho. Por otra parte, la erección marcada bajo mis pantalones indicaba que la situación tenía para mí un cierto atractivo morboso imaginando dónde podía llevar todo aquello.

Mientras conducía, el espejo retrovisor me permitía observar, en una especie de actitud mirona, todo lo que estaba ocurriendo a mis espaldas en el asiento trasero del coche. Nada más montar en el coche, se abrazaron y besaron con ganas como si el mundo fuera a terminar en ese mismo momento. Más tarde y mientras esperaba que el disco del semáforo se pusiera en rojo, vi la mano traviesa y conocida de mi esposa manoseando con ansia la hinchada bragueta de su recién conocido macho. Las de él tampoco se mantuvieron quietas ni descansaron. Los pechos y el culito de ella supieron de la firmeza de sus caricias y, en algún momento de su ataque, una mano se introdujo bajo la breve falda y al levantarla, pude ver que se había hecho con su bien cuidado coñito toqueteándoselo con total complicidad por parte de Soraya que ya empezaba a emitir pequeños gemidos de satisfacción. Al llegar a casa, detuve el auto junto a la acera e interrumpí, por primera y única vez en el trayecto, las ardientes caricias a las que se entregaban los amantes:

Ya hemos llegado –pronuncié en tono bajo con la poca voz que me quedaba.

Antes de llegar a casa, era necesario atravesar la entrada hasta los ascensores bajo la atenta mirada del portero. Por suerte, Soraya tuvo un pequeño resto de pudor arreglándose las ropas y de ese modo marchamos los tres sin contacto físico por su parte. Pero bien que me lo hicieron pagar en el ascensor, donde se desquitaron con un soberano despliegue de bocas y manos. Cada vez que veía mezclarse sus lenguas era como una puñalada que me dieran en lo más hondo de mí. Juanjo sobaba las caderas, las nalgas y el pecho de mi esposa como si en ello le fuera la vida. Gracias a un movimiento estremecido de mi mujer, pude ver que el viaje en el coche había dejado la huella inconfesable de una mordida en el cuello de Soraya. En esos casos, es privilegio de las mujeres casadas que vecinos y amigos piensen que esas inconfundibles marcas las ha producido el marido pero, para mi desgracia, aquel no era el caso. Los cornudos sabemos muy bien a qué atenernos.

Ya dentro de nuestro hogar, se acomodaron en el amplio sofá que presidía el salón y ambos reiniciaron sus juegos de bocas y manos uniendo sus labios como si de dos lobos enfurecidos se tratase. Nunca había visto a mi mujer en ese estado de cachondez y lujuria disfrutando de lo que aquel hombre le hacía. Apenas ella se tomó un breve momento de respiro ordenándome que les sirviera unas copas. Cumpliendo con mi papel de marido cornudo, serví tres vasos y me hundí en un sillón frente a ellos dispuesto a aguantar las morbosas imágenes que me ofrecieran.

Con los cabellos revueltos y despeinados, la blusa de seda abierta y los pechos ya fuera de sus cazoletas; con la falda casi totalmente enrollada en la cintura y los zapatos abandonados en medio del salón, la imagen que ofrecía mi mujer era la imagen misma de la lujuria desatada. Lanzándose sobre el hombre, abrió la camisa de Juanjo rompiendo los botones y besó su pecho velludo saboreando detenidamente sus pezones con cuya caricia logró que el hombre la animara a continuar. Yo soy de poco vello, así que Soraya gozó enormemente con aquella mata de pelo deteniéndose con especial delectación en las tetillas masculinas. Luego descendiendo por el vientre liso de aquel hombre, llegó a su entrepierna bajándole sin más demora la bragueta y sacándole la polla, nada monstruosa, pero sí algo mayor que la mía y mucho más gruesa.

Me gusta tu polla, mi amor. ¿Me dejas que te la chupe un poquito? –le dijo ella con un leve ronroneo de gatita maliciosa al tiempo que se humedecía el labio inferior con la lengua y elevaba la mirada hacia el hombre que la tenía enteramente fascinada y caliente, muy caliente…

Me harás muy feliz si lo haces, putita mía –fue la respuesta del afortunado macho a los pies del cual se encontraba mi esposa sometida por entero a sus deseos.

Así que "putita" –pensé para mí mismo en silencio y como espectador de lujo de sus palabras. Si a mí se me hubiera ocurrido decirle algo semejante, me hubiera armado un escándalo de grandes proporciones y, sin embargo, a aquel hombre le permitía todo aquello sin rechistar para nada. Teniéndolo bien cogido entre sus dedos, vi la lengua de mi esposa recorrer de forma golosa la cabeza amoratada de aquel músculo, bajar lentamente por todo el tronco lamiéndolo con gran placer hasta hacerse finalmente con los huevos para lo que sumergía literalmente la cara en la bragueta volviendo, a continuación, a lamer todo aquel pedazo de carne subiendo hasta el glande de nuevo y tragándose por último toda la polla entera en la boca subiendo y bajando varias veces por ella.

Al mismo tiempo, mi enloquecida esposa aprovechaba para acariciarse ella misma entre las piernas buscando con sus dedos la inflamada rajita de la cual empezaban a manar los primeros flujos de su placer. Metía dos de sus dedos en su coñito procurándose un gran placer el cual demostraba emitiendo leves gemidos placenteros que le hacían cerrar los ojos de pura satisfacción. Abandonando las húmedas paredes de su vagina, el centro de su interés pasó entonces a aquel pequeño botón que tan excitable tenía acariciándolo primero de manera lenta y precisa para, poco a poco, y mientras hacía la felatio más intensa masturbarse de igual modo consiguiendo que el clítoris se endureciera de forma tremenda hasta que acabó alcanzando el primer orgasmo de aquella noche.

Cuando Juanjo la apartó de aquel tesoro del que tanto disfrutaba, Soraya refunfuñó mimosamente por perder su golosina pero, en cambio, ella bien sabía que aquello significaba que se acercaba lo mejor para ella. El macho de mi mujer, ¿de qué otra manera cabría calificarlo?, la despojó de la poca ropa que le quedaba por quitar mientras ella hacía lo propio con él. Mi esposa, con ojos de enamorada, lo hizo levantar del sofá tomándolo de la mano y lo hizo que la siguiera hacia el dormitorio. ¿Se había vuelto loca o qué le pasaba a mi querida mujercita? ¡Todo iba a suceder en nuestra propia cama matrimonial donde habíamos concebido a nuestros hijos, como si con aquello quisiera hacerme sufrir aún mucho más! Como si al fin se acordase de mi persona, giró ligeramente la cabeza mirándome a los ojos y con gran desvergüenza me invitó a acompañarles al dormitorio donde pensaba gozar por entero de aquel hombre:

Cariño, ¿quieres venir? –pronunció como si realmente le importara bien poco si quería o no hacerlo.

No me lo hice repetir dos veces. Fui tras ellos como si de un perrito faldero se tratara y mientras ellos se arrojaban abrazados sobre la cama todavía hecha, yo me instalé en una silla. Jamás hubiera pensado poder actuar de esa manera tan sumisa y dispuesta. Verdaderamente ser cornudo es algo que puede ocurrirle a cualquiera, pero que te pongan los cuernos en tu cara y te quedes mirando es algo mucho más inusual. Pienso que, sin ser consciente de ello, siempre tuve que tener pasta de cornudo sumiso. O tal vez mi actitud se debió más al descaro de Soraya lo que hizo que la situación me superara por completo. Sea como fuere, el caso es que allí me acomodé frente a ellos dispuesto a soportar todo aquello que pudieran hacer entre ellos.

Una vez tumbados en la cama, Juanjo le manoseó las tetas, deteniéndose a pellizcarle y retorcerle los pezones lo que arrancó a mi mujer ahogados grititos de placer. Se inclinó sobre su pecho y le chupó y lamió una teta primero y la otra después, con suma lentitud y, a juzgar por la cara que ella ponía y sus risas ahogadas, con buena técnica. Luego Soraya se apartó de él y gateó hasta los pies de la cama, ofreciéndole así una amplia visión de su gran culo, se situó entre las piernas de su amante y reinició su interrumpida sesión de sexo oral.

Con gran maestría desplegó todo aquel arte que yo tan bien conocía. Tomándose todo el tiempo del mundo, besó, lamió y chupó repetidamente la cabeza y el tronco ensalivando la totalidad de aquel pene, descendió después hasta los cojones y los chupó con deleite. De ahí bajó aún más y lamió la sensible parte que va de las bolas al culo. El agradecido hombre arqueó y separó las piernas para facilitarle el acceso, rugiendo al mismo tiempo:

¡Menuda zorra estás hecha…así cabrona…cómo me haces gozar!

Soraya culminó tan grata tarea para ellos dos metiendo la lengua en el mismísimo culo del macho, lo cual jamás había hecho conmigo. Yo permanecía fascinado y paralizado al mismo tiempo, ante semejante espectáculo que me daba mi esposa en mi casa y en mi propia cama. Juanjo, gozando como un sátiro, se estiró bien en la cama y llamó a mi mujer para que se colocara sobre él en posición inversa formando así un fantástico sesenta y nueve frente al que ya no pude aguantar más sacándome mi polla del pantalón y empezando a acariciarme con lenta suavidad viéndoles devorarse mutuamente sus sexos.

Fijando mis ojos en el coño de vello bien recortado de Soraya, pude ver como aquel hombre se lo chupaba lamiéndolo arriba y abajo con su lengua y haciendo que ella se retorciera pidiéndole a cada paso que siguiera más y más. Los gemidos y lamentos de ella se fueron haciendo más fuertes y sonoros demostrando el mucho placer que estaba sintiendo en brazos de aquel hombre. Yo sabía perfectamente el enorme placer que notaba mi mujer si se le sabía trabajar convenientemente tan delicada zona de su anatomía. De tanto en tanto los gemidos de ella, ahora ya verdaderos alaridos que estaba seguro que serían escuchados por los vecinos, quedaban ahogados cada vez que se metía en su boca aquel grueso instrumento que le llegaba hasta la garganta debiéndolo sacar para no ahogarse con el mismo.

Vamos cabrón, sigue así vamos…chúpame el coñito hasta hacerme correr…lo siento…lo siento cómo me llega…me corro sí –la escuché decir con los ojos fuertemente cerrados y apretando al hombre entre sus piernas sin dejarle escapar de tan estupendo placer.

Temblando de emoción disfruté enormemente viéndola gozar de aquel modo tan tremendo alcanzando dos fuertes orgasmos que la dejaron agotada y tumbada sobre su pareja descansando del clímax obtenido. En esos momentos por mi cabeza corrieron dos pensamientos enfrentados y contradictorios. Por un lado, me sentía molesto por ser espectador pasivo de los orgasmos de mi mujercita pero, por otro, debía reconocer que había resultado morboso verla correrse de aquel modo tan brutal en brazos de otro hombre.

Así estuvieron descansando no más de cinco minutos y entonces Soraya, dejando al hombre igualmente tumbado sobre la cama, agarró aquella polla que había perdido algo de vigor, masturbándola y lamiéndola hasta hacerla alcanzar el empalme de instantes antes y que tanto la había hecho enloquecer. Echó hacia atrás la piel del prepucio quedando ante ella la cabeza desnuda de aquel miembro la cual se tragó de una sola vez introduciéndola en su boca hasta el fondo. Una vez estuvo bien dura, se incorporó sobre él en busca de la penetración tan deseada.

Teniendo cogida aquella dura herramienta entre sus dedos, la acercó a la entrada de su coñito dejándose sentar sobre ella hasta clavársela hasta el final. De esa manera pude ver como quedaba montada con aquella polla dentro de ella y disfrutándola con los ojos en blanco y la mirada totalmente perdida.

Me gusta…me gusta…¡Dios, cómo me gusta! –apenas pudo pronunciar sintiéndose llena con aquel pene que tanto la hacía gozar.

Soraya arqueó el cuerpo echando la cabeza hacia atrás y respirando con fuerza lo cual hizo que sus bellos pechos se hincharan mostrándose poderosos y orgullosos. El hombre la tenía bien agarrada con una mano de la cadera y con la otra cogiéndole un pecho el cual masajeaba entre sus dedos. De ese modo, quedaron bien enganchados notando sus cuerpos excitados y sudorosos hasta que, al fin, Juanjo empezó a moverse dentro de ella acompañándole mi mujer moviéndose en busca de un nuevo orgasmo que estaba bien seguro que sería aún mucho más salvaje que los anteriores.

Mi encantadora esposa es una mujer a la que cuesta animar pero que, cuando uno lo consigue, se convierte en la mujer más ardiente y cachonda que uno pueda imaginar. Apoyó sus manos en el velludo pecho de su amigo y comenzó a cabalgar lentamente para, poco a poco, ir tomando mayor velocidad clavándose y desclavándose aquel espantoso ariete.

¿Te gusta zorrita…dime, te gusta? –le preguntó el hombre mientras golpeaba dentro de ella cada vez con mayor fuerza y decisión haciéndome temer que pudiera destrozarla por dentro.

¡Me encanta…es tan bueno…te siento…te siento sí…vamos sigue moviéndote y no te pares!

De ese modo tan increíble continuaron ambos moviéndose hasta que los gritos de los amantes se hicieron ensordecedores corriéndose mi esposa de nuevo entre espasmos y convulsiones y uniéndose el hombre a ella eyaculando en el interior de su coñito sin que Soraya hiciera nada por separarse. Yo totalmente pasmado ante lo que estaba contemplando no pude menos que masturbarme una y otra vez, viéndola dejarse llenar por aquella leche desconocida sin poner remedio alguno, hasta acabar corriéndome llenando mis dedos y mi piel con mi cálida leche.

Con mis ojos fuertemente cerrados, disfruté de mi propio orgasmo emitiendo leves jadeos de satisfacción antes de escuchar las risas de mi esposa y de su compañero que me miraban con ojos irónicos.

¿Has visto al cabrón de mi marido cómo disfruta viéndome follada por otro?

Realmente resulta algo asombroso…-respondió Juanjo riendo con ganas al tiempo que continuaba gozando del cuerpo de mi mujer acariciándola sin reservas intentando conseguir que volviera a calentarse de nuevo.

Y lo logró, ¡vaya que si lo logró! Lo cierto es que no le resultó complicado ni difícil teniéndola tan entregada como la tenía. Aquel hombre la estuvo acariciando por todo el cuerpo sobándole los muslos y las piernas y parando especial atención en sus pechos y sus nalgas. Al poco Juanjo se incorporó, la tomó en brazos y la puso a cuatro patas con las piernas bien abiertas. Cogiéndola por la cintura la llevó contra él, haciéndola sentir su excitado dardo el cual se apretaba contra las nalgas de mi mujer consiguiendo que ella abriera aún más las piernas. Le aferró los pechos con las manos al tiempo que acercando sus labios a la oreja de ella la calentaba diciéndole palabras ardientes y de alto contenido erótico. No esperó mucho para dedicarse a chuparle la oreja y comerle el pequeño lóbulo de la misma llevándola con esa caricia a un nuevo orgasmo que la hizo conmover.

Con prisas y apuntando entre sus piernas comenzó a penetrarla de nuevo dándole a sentir su hinchada flecha la cual recibió ella entre gemidos placenteros y cayendo de nuevo hacia delante agarrando con fuerza las arrugadas sábanas. Sin ser prácticamente consciente de ello, pude ver como mi sexo volvía a responder a los estímulos que recibían mis ojos. Mis dedos volvieron a hacerse con mi polla la cual empezaron a menear de forma lenta y delicada. Soraya, gozando del miembro de aquel hombre, no hacía más que moverse pidiendo a gritos que la follara sin descanso. Estaba seguro que había perdido la cuenta de los orgasmos que ella había obtenido pero, estaba igualmente seguro que mi mujer no deseaba otra cosa que seguir divirtiéndose de aquel modo tan bestial.

La polla del hombre no hacía más que percutir contra el empapado coño de mi esposa llevándola hacia delante cuando apretaba y hacia atrás cuando la dejaba reposar mínimamente. Ambos parecían disfrutar mucho más de aquel polvo, tomándoselo con calma como si con ello quisieran reconocer cada poro de su piel. De pronto, una nueva sorpresa me llevó a un punto de calentura enteramente insoportable para mí. Sacando aquel hombre su polla de la almeja de Soraya, apuntó contra el estrecho agujero anal de ella tratando de entrar sin pedir siquiera la aprobación de ella. Sin embargo, un fuerte sobresalto me invadió al verla volverse hacia él y sonriéndole amablemente se abrió ella misma las nalgas permitiéndole el paso a tan oscuro canal:

Sí, cariño…sí, quiero ser tu completa puta. ¡Métemela entera en el culo pero hazlo con cuidado que la tienes muy gorda! –tan sólo le recomendó con los ojos brillantes de emoción antes de aguantar la respiración en espera del suplicio que la esperaba.

Juanjo llevando la cabeza de su ariete hacia el pequeño agujerito apretó con energía pudiendo ver yo, desde mi posición, como aquel miembro entraba con algo de dificultad en aquel agujero que hasta entonces sólo había sido mío. Soraya, mi bella Soraya gritó con fuerza antes de que de sus ojos empezaran a brotar lágrimas de dolor y placer a través de sus mejillas.

¡Métemela cariño, métemela hasta el fondo…me quema Dios, pero qué bueno es esto! –pudo decir mientras trataba de asimilar la tremenda humanidad que tenía metida dentro de ella.

En el preciso momento que el hombre vio como ella se relajaba ligeramente aceptando de buen grado aquella presencia que la atormentaba, comenzó un lento mete y saca mientras le mordía y besaba el cuello. Mi mujer aceptaba aquellas dulces caricias y gritaba como una loca al mismo tiempo que llevaba los dedos entre sus piernas buscando su pequeño botón el cual frotó con ansias renovadas.

¡Dame mi amor, mi macho, dame fuerte y rómpeme el culo con tu polla…más, más…!

¿Te gusta como te follo, muchachita? –le preguntaba él junto al oído.

¡Sí, me encanta…dame más…más fuerte…! –repetía ella removiéndose entre los brazos de su amante.

El hombre la obligó a tumbarse de lado en la cama con una pierna levantada y situándose tras ella volvió a percutir hasta el fondo de su culito dándole a probar aquel manjar que tanto la abrumaba. Masturbándome a buen ritmo, observé la cercanía de un último orgasmo para ambos y sin poder soportarlo por más tiempo me corrí abundantemente dejando todo mi vientre perdido de leche. A los pocos segundos y sin haberme recuperado todavía de mi corrida, pude disfrutar con el definitivo orgasmo de mi esposa sobre la cual se corrió aquel hombre llenándole su pubis con los postreros trallazos de su semen espeso y blanquecino el cual recogió ella llevándolo hasta su boca para saborearlo mirándome a los ojos con una cara de puta inconfundible…

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Acabé siendo una verdadera puta

Encuentro casual con mi cuñada

Sensuales caricias maternas

Empieza el día en el ascensor

Contacto con mi nuevo amante y mi sobrina

¡Fuera prejuicios!

Tres semanas en casa de mi prima (2)

Dinero sangriento

Seducida por una desconocida

Tres semanas en casa de mi prima (1)

Mi primera experiencia en el incesto

Un pintor de brocha gorda

Iniciándonos en el intercambio de parejas

Amando a mi compañera del instituto

Deseos húmedos

Viaje caliente a París

Un hombre de ocasión

Dos amantes retozando frente a mi ventana

Perdí la decencia con mi joven cuñado

Amores perversos en un hotel

Es estupenda mi tía Mónica

Juegos femeninos

Incesto con mi padre y mi hermano

Quitándole el novio a mi hermana

Una tarde en el cine

Acabando con la virginidad de mi sobrina

Encuentro amistoso

Sintiéndome puta con el negro

Me cepillé a mi tía

Violación fallida

Follando con el novio de mi nieta

Polvo antológico con mi hijo

El profesor universitario

Trío con mi mujer en un restaurante

Conversación entre dos amigas

Seduciendo a una mujer madura (1)

Seduciendo a una mujer madura (2)

Un día de playa (2)

Un día de playa (1)

Mi adorable Yolanda

Una noche loca junto a mi hijo

Madre e hijo

Intensas vacaciones con la familia

Navidades junto a mi sobrino

Mi tía Maribel

Tres mujeres para mi hijo

Me follé a mi propio hijo

Con Emilio en el aeropuerto

En el baño con mi amante argelino

Un buen polvo en los probadores del Corte Inglés

Disfrutando del cumpleaños de mi joven yerno

Cálidas vacaciones de verano

Volviendo a la playa nudista

En la playa nudista

Jodiendo con el cachondo de mi sobrino

Daniela, la madre de mi amigo

Conociendo íntimamente a mi hijastro

Mi querídisimo sobrino Eduardo

Un maravilloso día con mi futuro yerno

Deliciosa despedida de soltera

Kareem, nuestro masajista preferido

Mi clienta favorita

Bruno

Follando con la madre de mi mejor amigo

Con mi vecino Carlos

Aquella noche en la discoteca

Mi primer trio con dos maduras

El negro y su amigo