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Viaje en el Ave Madrid-Barcelona

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Viaje en el Ave Madrid-Barcelona

El encuentro con aquel apuesto mulato en aquel viaje a Barcelona le sirvió para, después de que ambos desarrollaran todas sus artes de seducción, disfrutar del cuerpo ardiente de aquel hombre en el interior del baño. Ciertamente fue un viaje que resultó más que interesante para los dos amantes…

 

Le llamaba Charly

la encontré en la calle tendida

y lloró de hambre

Charly.

Temblorosa y perdida

casi sin vida

se sintió sola y vencida.

Sus chillidos sordos

sin aliento ni fuerza

en sus alas abiertas

pobre Charly.

Yo le di nido nuevo

esperanza

y calor entre mis dedos.

Tuviste suerte

al cruzarte en mi camino

yo te salvé de tu destino

oh Charly.

Tuviste suerte

al cruzarte en mi camino

yo te salvé de tu destino

oh Charly…

Charly, SANTABÁRBARA

 

El fuerte taconeo de mis zapatos se hacía sentir con un sordo y formidable ruido sobre el firme pavimento adoquinado y ajedrezado en negro y suaves tonos grises del andén número cuatro de la estación de la Puerta de Atocha. Marchaba a la carrera con mi pequeña maleta en una mano, la bolsa de mano en la otra y el bolso negro de piel colgado del hombro. Llegaba con apenas diez minutos de tiempo, antes de que el tren se pusiera en marcha camino de Barcelona. Por la megafonía podía oírse ya el segundo aviso indicando a los viajeros la salida puntual del tren de las ocho y media de la tarde.

Aquella tarde me sentía una ganadora nata, capaz de poder con cualquier cosa que me echaran encima. En esos momentos creía que nada ni nadie podía interponerse en mi camino, era una mujer completamente segura de mí misma y tenía mi autoestima por las nubes. Una sonrisa de oreja a oreja invadía mi rostro, feliz por el éxito cosechado frente a nuestros socios ingleses a los que había dejado con un buen palmo de narices. El acuerdo alcanzado había resultado realmente una completa victoria después de duras horas de negociación haciendo ver a aquel grupo de ejecutivos sus auténticas armas de mujer de negocios bien segura de sí misma y con la respuesta adecuada a cada una de las muchas objeciones planteadas.

Lo importante de todo aquello era que había logrado salirse con la suya en aquel mundo tan masculino, en aquel mundo lleno de hombres. Una mujer como ella había resultado victoriosa allí donde muchos de sus compañeros habían recibido sonoras decepciones durante meses y meses. En cambio, ella había sabido dar con el necesario golpe de autoridad frente a aquella situación tan comprometedora para la empresa, un golpe maestro que había hecho que su figura de ejecutiva agresiva se engrandeciera como la espuma.

Aquel éxito no iba a pasar desapercibido para sus jefes ni para sus compañeros de profesión, por supuesto que no. Y ella lo sabía, claro que lo sabía…Lo cierto es que necesitaba imperiosamente aquel triunfo para reivindicarse ante su jefe el cual hacía unos días la estaba atosigando para que nada fallara en aquella negociación. Y, por suerte, todo había salido a la perfección lo cual haría que en la próxima junta de accionistas fuera nombrada, sin la menor duda y por méritos propios, directora general de la empresa. El sueño tanto tiempo deseado desde años, el sueño de cualquier persona en aquel mundo de tiburones y de zancadillas donde todo valía con tal de vencer.

Marchaba pues, como decía, sin detenerme hasta que, sacando del bolso el billete que había comprado en la taquilla hacía apenas un cuarto de hora, miré el número de vagón y el asiento que me correspondía. Vagón 119 asiento 19D vi que ponía en el billete. Había tenido que coger clase turista pues no quedaba un asiento libre ni en preferente ni en club. Ya se sabe que esas cosas suelen ocurrir cuando llegas a la taquilla a última hora y te encuentras sin posibilidad de elección. Así pues tuve que agarrar a la carrera el billete tras habérselo pagado al taquillero; después de todo el Ave resultaba cómodo y rápido que era lo que a ella más le interesaba –iba pensando mientras cruzaba el vestíbulo de la estación en busca del andén donde se encontraba su tren.

Aquel día hubiera sido capaz de aceptar viajar en el peor de los trenes si, al fin, podía descansar y saborear convenientemente el triunfo de aquella tarde. Me paré unos segundos a hablar con la guapa azafata que ayudaba a los viajeros a buscar sus vagones preguntándole cuál era el vagón que me correspondía. La chica me contestó amablemente que mi vagón era el tercero empezando por la cola. Justo dos vagones más allá de donde se encontraba la cafetería. Di las gracias agarrando nuevamente la maleta y me dirigí taconeando sonoramente por el andén hasta que por fin pude divisar el letrero del vagón 119.

Frente a la puerta del vagón al que pretendía subir me encontré con una pareja de enamorados, que en un primer instante no sabría precisar bien si eran novios, matrimonio o pareja simplemente, besándose y devorándose la boca mutuamente y aprovechando los últimos momentos de despedida. La muchacha, de unos veintitantos años según pude imaginar a simple vista, estaba subida al primer escalón del tren quedando a la altura perfecta para poder besarle cruzando los brazos con facilidad por detrás del cuello de su compañero, junto al cual reposaban una gran maleta y una mochila. ¡Qué tonto y ciego resultaba el amor! ¿Cuántas parejas de enamorados como aquella se rompían al poco tiempo de formarse? ¿Cuán quebradizo podía llegar a ser aquel sentimiento que tan pronto parecía enormemente fuerte y resistente como al poco tiempo se rompía en mil pedazos sin dejar huella alguna?

De eso tenía ella, por desgracia, mucho que contar gracias a su marido. El muy cerdo se sirvió de ella, como si de un pañuelo de usar y tirar se tratara, para conseguir sus fines en la empresa. Para el resto de sus amigos, eran el matrimonio perfecto sin una sola grieta entre ellos, siempre enamorados y haciéndose continuos arrumacos. Sin embargo, una vez logrado el puesto de responsabilidad que tanto ansiaba, y metido completamente en la vorágine del poder, José María la dejó tirada liándose con una chiquita de no más de veinticinco años. Al menos a la hora de preparar los trámites del divorcio tuvo la decencia de dejarle el piso de la calle Balmes esquina con Vía Augusta, la casa de Cadaqués donde iban a pasar los veranos con sus hijos y el Volvo con el que ella se desplazaba por la ciudad de un lado a otro.

Pero, como no hay mal que por bien no venga, aquel profundo desengaño a sus cuarenta y dos años, le descubrió el valor relativo del amor y de los hombres y que lo más importante en este mundo era una misma. Aquel duro golpe la hizo mucho más fuerte convirtiéndose así en una mujer completamente segura de sí misma. Unos años antes, seguramente no habría obtenido aquel sonoro éxito que acababa de cosechar hacía escasamente unas horas. Gracias a aquel desengaño se había quitado de encima aquellos falsos temores de mujer dependiente de su marido transformándose en una hembra poderosa y con plena confianza en sus postulados.

El grupo de lectura con el que solía reunirse las noches de los miércoles le permitía mantener la mente fresca y en forma. Las dos horas de pádel pasadas en el gimnasio cada sábado por la mañana con su amiga Araceli, les ayudaba a las dos a fortalecer los músculos del cuerpo junto a los diez minutos de sauna que tenían la propiedad de dejarlas bien relajadas antes de ducharse e irse cada una para su casa. Ya se sabe aquello de que "para presumir hay que sufrir" o aquello otro que dice que "para aprender, es menester padecer"... El pádel y los cuatro largos que hacían regularmente a la piscina habían conseguido que las piernas de la mujer se mostraran fuertes y poderosas bajo aquella falda granate que las tapaba hasta las rodillas y que se ceñía a su fina cintura pese a su edad y a los dos embarazos sufridos. Aquel conjunto de chaqueta y falda, unido a las finas medias color carne y las sandalias granates de alto tacón, que dejaban a la vista sus bien cuidadas uñas pintadas igualmente de un suave color granate, le conferían un aspecto femenino y elegante que hacía interesar sobre su cuerpo más de una mirada masculina.

Su pecho, de tamaño mediano y todavía de buen ver, se mantenía duro y terso pese a sus años pudiendo, en ocasiones, dejar a un lado el uso del incómodo sujetador tal como había hecho aquella tarde en que sus senos se mantenían desenvueltos y poderosos debajo de aquella camiseta negra que llevaba bajo la chaqueta. No hacía más que pensar en el momento en que llegara a su casa y pudiera quitarse sus preciosas sandalias para poder así andar tranquilamente descalza, pues lo cierto es que el ir todo el día subida sobre aquellos tacones kilométricos dejaban a cualquiera totalmente agotada. Por su cabeza pasó la idea del porqué las mujeres eran tan masoquistas sometiéndose a la tortura voluntaria de los zapatos altos. Desde la primera vez que calzó uno de aquellos tacones para una de aquellas fiestas de la facultad, empezó a frecuentar el armario de su difunta madre aprovechando siempre que podía para subirse sobre uno de aquellos bonitos zapatos que tan femenina hacían su figura frente al espejo.

A partir de aquel día, y una vez experimentada la agradable sensación de ir por la calle como si fuera el centro del universo, como si la calle fuera su pasarela particular, le daba completamente lo mismo si le rozaban en el talón o en el empeine, si le producían algún que otro callo o el dolor inmenso que le causaban a cada paso, porque al subirse sobre uno de aquellos pares, podía sentir como si de repente, lo que ganaba en altura lo ganaba igualmente en confianza y en seguridad en ella misma, pues con un poco de rímel translúcido, la raya negra en los ojos y un poco de brillo de labios, tenía la sensación de que podía comerse el mundo y todo aquello que se le pusiera por delante.

Volviendo a la realidad de aquella estación allí me encontraba frente a la puerta del vagón al que debía subir, en la que la pareja de enamorados daba la sensación de querer hacer interminable aquel momento de pasión, sin advertir para nada mi existencia tras ellos. Tan sólo se dedicaban a aquellos últimos instantes de entrega mutua, disfrutando de aquellos dulces besos en los que ambos ponían todo el entusiasmo a su alcance. Incluso, con un poco de impaciencia por mi parte debido a mi ansia por subir al vagón, pude ver cómo la mano del hombre se hacía mucho más osada llevándola por debajo de la chaqueta tejana con la que su bella compañera cubría sus juveniles pechos.

Con un leve impulso de su mano derecha, el muchacho echó a un lado la tela de la chaqueta permitiendo ver la imagen sensual y llena de erotismo de aquel pezón, que fuertemente expuesto dejaba ver el bulto que formaba a través de la fina tela de la blusa azul celeste que lo ocultaba de posibles miradas extrañas. Pude ver como el hombre se apoderaba con fuerza del redondo pecho femenino envolviéndolo entre sus dedos hasta lograr que la muchacha lanzara un leve gemido de emoción al tiempo que, con los ojos completamente cerrados, le entregaba su cuello para que se lo comiera y se lo chupara como si en ello le fuera la vida. Finalmente, y ya un tanto molesta de tanto esperar, carraspeé fuertemente para que los jóvenes enamorados notaran mi presencia:

Perdón, si no os importa necesito pasar –dije escuchando la llamada de cinco minutos para la partida del tren mientras me topaba con la mirada de pocos amigos de aquel hombre de tez morena, posiblemente cubano o afroamericano, que me miraba con aquellos ojos oscuros y profundos que parecían querer taladrarme por haber osado interrumpir tan delicioso momento.

Sin perder la compostura ni por un segundo, pude ahora observarles a ambos con un simple golpe de vistazo. La muchacha, a la que deteniendo ahora más mi atención en ella pude echarle no más de veintitrés años, vestía una minifalda color militar por detrás de la cual escapaba ligeramente aquel pequeño tanga de color blanco al tiempo que dejaba ver sus piernas de muslos deseables y rotundos, junto a aquella blusa celeste y aquella cazadora tejana en las que había centrado anteriormente mi atención gracias al enérgico ataque masculino.

Lo cierto es que no resultaba particularmente guapa ni bonita, pero lo que más destacaba en ella eran aquellos grandes ojos verdosos de gran belleza bajo el influjo de los cuales cualquier ser humano, fuera hombre o mujer, podía caer rendido con pasmosa facilidad. Los labios eran finos y resultaban muy apetecibles enmarcando aquella boca fresca y de sonrisa encantadora que invitaba a toda una interminable serie de besos sensuales e infinitos, dándole y entremezclando las lenguas en su interior hasta decir basta. De figura menuda pues casi se la podía considerar como bajita, lo cierto es que el uso de unos zapatos o quizá unos botines de tacón podían haber resultado mucho más interesantes que no aquellas horribles zapatillas verde oscuro de deporte –pensó ella. Su fino talle de hembra lozana y en la flor de la vida podía vislumbrarse bajo su vestimenta deportiva y juvenil. Verdaderamente resultaba una muchachita bella y encantadora, una niñita de curvas más que pronunciadas pese a su evidente juventud. Sus nalgas eran apretadas y erguidas y en ellas su compañero tenía posadas sus fuertes manos oprimiéndoselas con gran descaro y desvergüenza. Repasé unos segundos sus senos pequeños y duros como dos manzanas, que había podido entrever cuando el hombre se los había manoseado de manera desesperada e incluso un tanto cruel, el oscuro pelo liso cayéndole sobre los hombros y la suave curva de su cadera.

Sin embargo y pese a la bella feminidad de aquella muchacha, lo que más interés produjo en mi persona, lo que más me sedujo fue la presencia perturbadora de aquel hombre. Mirándole cara a cara me dio la impresión de ser mucho más mayor que su compañera, unos treinta y cinco años o quizás más. De espaldas, y cubierto con aquella cazadora negra de piel de cordero, no parecía tan enorme como en realidad era. Al volverse hacia mí su presencia se había hecho mucho más grande, haciéndome sentir empequeñecida y dejándome completamente atónita y sin habla.

De rasgos brutales y casi se diría que toscos, de elevada talla, metro ochenta largo le imaginé, su cuello fuerte y poderoso y en el que se marcaban las venas azuladas y sus anchas espaldas hacían pensar en un auténtico atleta, un macho fuertemente masculino y viril. Sus nada cuidadas manos, callosas y nervudas aparecían como las manos curtidas en algún trabajo de considerable actividad física. Aquel no era un cuerpo fibrado sino más bien un cuerpo descuidado por la bebida y el paso de los años pero que rezumaba masculinidad por los cuatro costados de aquella piel oscura. Su rostro, cubierto por aquellos cabellos rizados y encrespados, fue lo que más me atrajo de él con aquella ligera cicatriz en el labio inferior que intentaba disimular con aquella poblada barba en la que ya aparecía alguna que otra cana y que le otorgaba un aspecto hermoso y salvaje al mismo tiempo, unos labios carnosos y terriblemente tentadores y a los que, según había podido comprobar instantes antes, la muchacha se pegaba como una lapa sin darles descanso.

Aquella pareja resultaba verdaderamente dispar formada por aquella muchacha tan pequeña y femenina y aquella especie de Sansón que, en un momento de locura, podía llegar a destrozarla entre sus fornidos brazos. ¿Cómo un hombre tan rudo como aquel podía estar acompañado por una chiquilla tan bonita como aquella? Con una sonrisa maligna supuse cuál era la razón verdadera de aquella unión tan diferente y extraña. El amor y el sexo nos ofrecen de vez en cuando estas sorpresas tan agradables o tal vez disparatadas. Olvidándome de todo aquello y volviendo finalmente a la realidad, escuché un nuevo aviso de la megafonía reclamando a los viajeros que subieran al tren y ocuparan sus asientos.

El rostro del hombre cambió de una abierta hostilidad a una imagen mucho más amable mostrando aquella larga hilera de dientes blancos y ofreciéndose de forma atenta a subirme la maleta mientras yo franqueaba junto a la muchacha los tres escalones que debían llevarme al vagón donde se encontraba mi asiento. Al fin los dejé atrás dándose los últimos besos y prodigándose las últimas caricias y arrumacos de enamorados y, perdiéndoles de vista, traspasé la puerta de entrada del vagón con mi maleta y el bolso de mano buscando mi asiento a lo largo del pasillo para poder sentarme al fin. Recordé que mi asiento era el 19D con lo que según pude ver me tocaba la parte del pasillo.

Mucho mejor, así podré moverme y salir siempre que quiera sin molestar –pensé llegando al fin a mi asiento y viendo como el asiento de al lado se encontraba todavía solitario y vacío.

Antes de tomar asiento abrí el bolso de mano sacando del mismo el pórtatil el cual dejé reposar sobre la bandeja del asiento. Ayudada por un hombre de cabellos canosos y de unos cincuenta años, dejé la chaqueta, la maleta y el bolso de mano en el estante superior tomando al fin asiento apenas tres minutos antes de que el tren partiera. Si todo marchaba como esperaba, sobre las once y media estaría en Sants y en una hora más en su casa tumbada en la bañera y dándose un baño relajante y reparador antes de meterse en la cama.

Pensé en llamar un poco más tarde a mi hijo avisándole de mi llegada para que fuera a buscarme pero finalmente deseché aquella idea pensando en no molestarle pues con un simple taxi solucionaría la vuelta a casa. Miré la esfera de mi reloj de pulsera viendo que éste marcaba las ocho y media de la tarde, momento en que noté el suave movimiento del tren poniéndose en marcha. Ahuecándome el cabello con los dedos de una de mis manos, coloqué con la otra la batería del pórtatil pulsando a continuación el botón de encendido del mismo. Nada más aparecer en la pantalla el símbolo de Windows escuché por encima de mi cabeza una voz masculina y ligeramente conocida:

Perdone señora, pero casualmente mi asiento es el de la ventana. Al parecer vamos a ser compañeros de viaje –dijo el hombre mostrándome nuevamente aquella blanca hilera de dientes.

Desde luego, qué pequeño podía resultar ser el mundo. El hombre de la entrada del vagón, aquel atractivo mulato al que había visto segundos antes besándose y dándose la lengua con su joven pareja, iba a ser su acompañante durante aquel viaje. Allí lo tenía de pie frente a ella y dispuesto a colocar su cazadora, su maleta grande y su mochila en el hueco que quedaba en el estante de arriba. Un leve estremecimiento le corrió por todo el cuerpo al sentirse observada por aquel hombre que tan fuerte impresión le había producido al subir al vagón.

Con algo de maligna actitud femenina quise vengarme de él haciéndole esperar tal como había hecho el muchacho conmigo en la entrada del vagón. Tomándome mi tiempo y sin prisa alguna apagué el ordenador, lo hice desaparecer de la bandeja del asiento y, al volverme hacia él para levantarme y dejarle pasar, mis ojos almendrados quedaron fijos durante un fugaz instante en la terrible hinchazón formada bajo la tela de los desgastados y ceñidos tejanos de aquel fascinante hombre.

Pase usted –exclamó ella antes de cruzar sus ojos con los del hombre y en los cuales creyó ver un ligero brillo divertido como si realmente adivinara los turbios pensamientos que corrían por la pérfida mente de nuestra protagonista.

No pude menos que pensar que aquello que aparecía veladamente oculto bajo los pantalones de aquel hombre debía resultar estremecedor y horrendo para cualquier hembra que pudiera contemplarlo. Al parecer la amiguita del muchacho era la responsable última del estado en que él se encontraba. Ahora entendía perfectamente la causa real por la que aquella muchachita de aspecto aburguesado se pegaba a él mostrándose tan aturdida y con la mirada perdida. Ahora entendía perfectamente el mito tan comentado del enorme tamaño de los hombres de color… Más que la longitud lo que más me admiró, a fuer de ser sincera, fue el grosor de aquel músculo. Pensé que si se encontraba así en situación de reposo, cómo sería cuando se encontrara sometido a las tiernas caricias femeninas. Imaginé, temblando de emoción por dentro, que una buena banana sería lo más próximo a lo que aquel hombre parecía poseer entre las piernas y luego imaginé, temblando aún más, qué se sentiría teniendo algo así dentro de una.

Con algo de coquetería femenina me levanté separando con gran contrariedad mi mirada de aquel bulto que tenía la capacidad de atraerme como si de un imán se tratara. Doblé levemente las piernas a la altura de las rodillas intentando hacer lo más estrecho posible el paso por donde debía introducirse el hombre y deseando que el roce entre ellos resultara inevitable. Así pues, recuperando la seguridad ganada en la reunión de aquella tarde, clavé mis ojos en los de él sin apartarme un ápice de donde me encontraba y le invité a que pasara sonriéndole con algo de maldad. Dicha sonrisa no pasó desapercibida para aquel apuesto muchacho el cual mantuvo la mirada en mis ojos hasta lograr hacerme ruborizar ligeramente. Percibió el lugar de su anatomía donde yo centraba mi atención y resolvió ir más allá y ver hasta dónde podía llegar realmente el interés de una cuarentona como yo lo era por su persona. De cara a ella y mostrándose descarado, él tampoco hizo nada por evitar el contacto con el cuerpo de aquella mujer todavía de muy buen ver. Por su cabeza pasó la posibilidad de un encuentro tórrido con ella y consideró que aquella madurita aún tenía más de un polvo que poder ofrecer.

Al pasar el hombre por delante de mi en busca de su asiento disfruté, humedeciéndome los labios con la lengua plenamente interesada en que aquel bello ejemplar percibiera aquel gesto para nada involuntario por mi parte, de la imagen de aquel bulto que apuntaba bien a las claras el poderío más que considerable para las lides amorosas de aquel macho. Estaba a punto de sentir el primer roce con aquel mastodonte de tamaño ciclópeo y no había nada en ese momento que deseara más. Finalmente, y una vez nuestros pubis entraron irremediablemente en contacto no pude menos que cerrar fuertemente los ojos, ahogando un suspiro de emoción al comprobar cómo todo aquello era bien real.

Perdone señora, estos asientos resultan tan estrechos –le vi sonreír mostrando de nuevo aquellos dientes que tanto me habían gustado.

No se preocupe, la culpa fue mía por no apartarme –apenas pude responder tratando de recuperar la compostura pero notando como me estremecía por dentro.

Sentí la sensación tormentosa del vientre masculino avanzando y dándome a conocer la horrible excitación de aquel sexo palpitante y candente y no pude comprender cómo fui capaz de aguantar las ganas tremendas de lanzarme sobre él y besar aquellos labios carnosos y que tantas ideas lujuriosas me provocaban. Ahora sí, estaba completamente segura de querer entregarme a aquel animal de piel oscura y disfrutar de aquel cuerpo tan musculado y varonil. Sin embargo y pese a todo ello, tampoco quería resultar una presa demasiado fácil para él. En las relaciones con mi marido y con mis ocasionales amantes siempre me había gustado ser yo quien dominara la situación, ser yo quien llevara las riendas del acto amoroso. Pese a todos aquellos pensamientos tan racionales, los rasgos tan animalescos de aquel hombre junto a aquellos ojos tan oscuros y profundos y con los cuales parecía hacerme empequeñecer me hicieron saber que tenía la batalla perdida y que no podría negarme a nada que él me pidiera. La atracción irresistible que aquel macho ejercía sobre mi persona me hizo sentirme excitada e inquieta como podía mostrarse cualquier jovencita frente a su primera cita.

Al notar aquella enorme barra de acero presionando con fuerza, aquel miembro desconocido y tan cercano a mí, una esperanza de cópulas infinitas en forma de pene invadió toda mi entrepierna al tiempo que de mi almeja empezaban a surgir los primeros flujos vaginales humedeciendo sin remedio mis diminutas braguitas. Al fin él pudo pasar colocándose en su asiento junto a la ventanilla a través de la cual aparecían los campos cubiertos por los primeros crepúsculos anunciando la llegada de la noche cerrada. Yo, por mi parte, me dejé caer pesadamente en mi cómoda butaca atusándome los cabellos y tratando de evitar que pudiera notarse la profunda emoción que invadía todo mi cuerpo. Sin embargo, mi mente calenturienta discurría a velocidad de vértigo fantaseando con la idea de tener aquel monolito de piel oscura y venas azuladas dentro de mi boca saboreándolo hasta la extenuación, fantaseando con la idea de sentir toda aquella humanidad en el interior de todos mis agujeros haciéndome gemir como loca, enloqueciéndome sin descanso, una y otra vez, gozando de mi coñito y mi ano hasta arrancarme interminables orgasmos y dándome a probar aquel inmenso caudal de semen que estaba bien segura que debía guardar en aquellas enormes bolsas de almacenaje.

Abandonando aquellas locas ideas que seguramente no iban a llevarme a ninguna parte, cogí el portátil encendiéndolo para empezar a revisar los documentos que, debido a la llegada del hombre, había tenido que dejar de lado. No obstante y pese a mis muchos esfuerzos por evitarlo, aquella presencia tan cercana continuaba inquietándome. Y aún me sentí más inquieta al notar la mirada de aquel hombre encima de mí, recorriéndome mi figura sin vergüenza alguna, mostrándose bien seguro de sí mismo y ganador de aquel combate entre ambos. Al descubrir el interés mostrado por él hacia ella dejando caer los ojos sobre sus muslos, que se mostraban desnudos gracias a la falda que se había subido más de lo que podía resultar conveniente en aquella situación, aquello hizo que la mujer se sintiera fuerte y poderosa. El contacto de segundos antes había sido tan evidente que cada uno de ellos había podido sentir el encanto despertado en el otro.

El sentirme observada de aquel modo tan directo hizo que me notara aún más cachonda, fuertemente acalorada y con todos los sentidos a flor de piel. El hombre parecía estar jugando con ella como el gato con el ratón, favoreciendo el roce continuo de su muslo con el de ella, sin evitar el contacto ni un solo momento hasta obligarla de nuevo a cerrar los ojos disfrutando de aquella caricia tenue y sutil pero al mismo tiempo de una fuerte carga erótica. Sentía cómo mi pecho parecía querer escapar de la fina seda de la camiseta que lo cubría. Él notaba, pues era más que evidente, el modo bestial como los pezones se encabritaban tratando de romper la prenda femenina y ahora sí se sintió bien seguro de poder poseer aquel cuerpo maduro pero de bellas formas que la mujer escondía bajo sus ropas…

¿Viaja usted a Barcelona? –preguntó ella intentando romper la tensión que la envolvía por entero.

Sí –confirmó el hombre estirándose sobre su asiento buscando una posición más cómoda. Y por favor, le ruego que me tutee. Me llamo Marcel –dijo apareciendo nuevamente aquella hilera de dientes blancos y bien cuidados.

Me llamo Celia y también viajo a Barcelona. –dio a conocer recuperando paso a paso su perdida tranquilidad.

Le ofrecí mi mano desnuda, de finos dedos y largas uñas pintadas de color granate, cogiéndomela él con delicadeza y decisión sin soltarla hasta alargar largo rato tan estupendo momento. Ambos nos miramos fijamente a los ojos clavando, como decía el poeta, nuestras respectivas pupilas en la pupila del otro. Finalmente separamos nuestras manos cayendo ambos en un silencio con el que estaba segura que pretendíamos decirnos multitud de cosas. Él centró su atención en el rostro de aquella mujer descubriendo unas pequeñas arrugas alrededor de sus ojos que le otorgaban una apariencia de paz y de suave placidez y serenidad. El cuello blanco y desnudo resultaba una insistente invitación a chuparlo y mordisquearlo hasta hacerla perder la razón.

La mente de la mujer no hacía más que desearle, ansiando lanzarse sobre él para que aquellos brazos de enormes bíceps la recogieran acurrucándola entre ellos. Por su cabeza no hacían más que pasar mil imágenes de sexo desenfrenado, de cuerpos sudorosos y en permanente movimiento. Pero todo aquello no era posible, resultaba una completa locura el imaginarse revolcada con un hombre al que no conocía de nada. Debía comportarse debidamente, pues ella era toda una mujer, una mujer de éxito y no una vulgar ramera que se acostaba con el primero con el que se cruzaba. Sin embargo, su compañero de viaje resultaba tan atractivo y tentador que quiso jugar con él como el hombre hacía con ella…

Al tiempo que daba la sensación de estar completamente embebida en mi ordenador revisando aquellos archivos, inicié un lento movimiento de aproximación con mi pierna hasta hacerla rozar, como por descuido, con la del hombre. Cuando él inició su ataque tratando de tomar la iniciativa, yo alejé de golpe mi estilizada pierna demostrándole con ello quién llevaba las riendas de aquel juego de seducción. Con un toque de frivolidad levanté la rodilla izquierda rascándomela por encima de la media que la cubría como si de una verdadera mujer fatal se tratara. Con ello no pretendía más que llevarle al mismo punto de excitación que yo sentía, hacerle que me deseara hasta acabar uniendo nuestros cuerpos en uno solo.

Con el movimiento de mi cuerpo la prenda que me cubría la parte inferior del mismo fue ascendiendo inexorablemente a través de los muslos hasta que resultó demasiado tarde para pararla. La prenda había subido tanto que si, en ese momento, se me hubiera ocurrido la osadía de entreabrir mis bonitas piernas, la fina tela de las braguitas hubiese quedado por completo a la vista de mi moreno compañero e incluso de algún que otro viajero en busca de satisfacer su creciente curiosidad.

Y, ya totalmente lanzada a un abismo sin fondo, decidí jugarme el todo por el todo estando bien segura como lo estaba de poder salir victoriosa de aquel combate. Pocos hombres habían podido resistirse a mis muchos encantos de hembra todavía de buen ver y verdaderamente aquel muchacho se mostraba demasiado interesado en mí como para dejar de lado aquella ocasión. Con un ligero movimiento de ambas piernas las abrí dejando que el aire cálido que salía por debajo del asiento tomara posesión de mi entrepierna ocasionándome un agradable cosquilleo debajo de mis diminutas braguitas. Sin poder contenerme por más tiempo sentí caer pesadamente los párpados y emití un suave gemido de satisfacción que pasó desapercibido para el resto de viajeros pero no para el apuesto hombre que tenía a mi lado.

Celia notaba ya su sexo tremendamente húmedo por debajo de la tela que lo cubría de miradas que pudieran mostrarse algo más que interesadas. Al abrir de nuevo sus bonitos ojos advirtió la respiración acelerada de aquel macho y como su mirada se mantenía fija en el hueco que formaban sus piernas. Lo cierto es que parecía mostrarse agradecido con lo que veía, pues gracias a dicha imagen tan perturbadora para su vista la hinchazón instalada entre sus piernas había aumentado aún mucho más amenazando con romper el pantalón que la ocultaba de la mirada inquieta de la mujer.

Fue entonces cuando aproveché un breve momento de relajación entre ambos para llevar la mano a la pequeña lámpara que tenía encima de mi cabeza apagándola para así hacer aquel momento mucho más privado. Fue ese mismo momento que el muchacho empleó para dirigir uno de sus dedos, oscuro, grueso pero de una delicadeza encantadora, hasta unos centímetros más arriba de mi rodilla rozándome apenas el muslo y haciendo aquel instante verdaderamente mágico. Casi di un respingo en el asiento estremeciéndome con la osada caricia de aquel hombre cuya sonrisa relajada me hacía enfurecer. Una emoción bien conocida se instaló en mi cuerpo haciéndome vibrar de arriba abajo viéndome obligada a dominar la creciente inquietud que me envolvía. Notaba aquella humedad bien conocida aumentar entre mis piernas, aquel deseo reconcentrado que me hacía sentir un fuerte desasosiego por todos los miembros de mi cuerpo. Aquel hombre de piel ligeramente oscura y de nariz chata me tenía completamente fascinada con su atractiva sonrisa de dientes bien blancos. Sin embargo, sabía positivamente que debía dar un giro total a aquella situación que por momentos me superaba dejándome llevar por los dictados masculinos. Debía mostrarme segura de mí misma y demostrarle y demostrarme a mí misma que era yo quien tenía el dominio de cada paso que daba.

Desviando a un lado de forma enérgica y decidida mi extremidad inferior, traté de conseguir que se interrumpiera el progreso del dedo masculino el cual ya empezaba a ascender lento pero seguro en busca de ciertas cotas más escondidas de mi cuerpo. Aquel firme movimiento de mi pierna tuvo la feliz consecuencia de hacer que el hombre quedara un tanto aturdido y confuso ante mi inesperada negativa frente a tan agradable avance. Enviándole un rápido vistazo con el que pretendía censurar tan ultrajante actitud por parte de mi compañero de asiento, mis ojos se cruzaron fugazmente con los del hombre y en ellos pude ver instalado el profundo deseo que lo consumía por dentro, una lujuria desmedida con la que parecía querer desnudarme por completo y un anhelo y una pasión desbocada que se marcaban en todos y cada uno de los músculos de su bello rostro.

De todos modos, lo que realmente me dejó descolocada resultó ser la sonrisa aviesa que se vislumbraba en él, empezando a recuperar su natural seguridad tras el breve desconcierto al que lo había sometido con mi alejamiento. En segundos pasó de una actitud de confusión y extrañeza a la mayor de las tranquilidades sabiéndose triunfador en aquella batalla en la que ambos estábamos inmersos. Pese a todo ello, yo contraataqué haciendo uso de uno de mis últimos cartuchos.

Estirándome hacia delante, respiré con fuerza tomando aire lo cual hizo que mi pecho se elevara hacia arriba desafiando por completo las leyes de la gravedad. Con sonrisa maliciosa miré al hombre antes de fijar mi propia atención en aquel par de senos que aún lograban arrancar más de un suspiro masculino. La marca de los pezones se veía provocativa a través de la seda de la camiseta que los ocultaba. Como un imán los ojos de aquel macho quedaron cautivados ante aquellas poderosas razones con las que la mujer trataba de encandilarle.

Ha caído fulminado, siempre ocurre igual –pensó ella disfrutando de aquella más que clara victoria.

De hecho, siempre había sido plenamente consciente del mucho poder que mis pechos ejercían en los miembros del otro sexo y precisamente por ello había decidido jugar aquella baza con la que sabía que el hombre quedaría fuertemente aturdido y sin capacidad de respuesta más que sentir crecer la enorme alteración de su entrepierna. Aquellos extraordinarios pitones a través de los cuales podía observarse el estado en que me encontraba eran la prueba palpable de la necesidad que tenía de ser amada, de ser poseída de manera salvaje…

Haciéndome la desentendida como si la cosa no fuera conmigo abandoné el contacto visual con aquel hombre para enfrascarme en uno de aquellos archivos en el que ahora no tenía el más mínimo interés. Más bien, en ese momento mi cabeza divagaba por otros espacios que me resultaban mucho más sugerentes que no aquel aburrido archivo lleno de números y fórmulas. Sin poder evitarlo no hacía más que pensar en el abultado miembro que podía adivinarse entre las piernas del hombre.

Cerrando los ojos imaginé una escena en la que era la protagonista principal acompañada, en alguna solitaria habitación de cualquier remoto motel de carretera, por aquel bello ejemplar masculino Me imaginé siendo llevada en brazos hasta la fría pared y luego allí, acercando él su mano lenta y peligrosa hasta alcanzar mi femenina prenda, era desnudada de manera brutal y desconsiderada por aquel hombre que tanto me gustaba, rompiéndome los botones de la blusa y luego despojándome del sujetador que cubría mis apetitosos pechos. Animándole a que siguiera con aquel juego que tanto me gustaba lo cogía por la cabeza llevándolo hacia mí para así enredar mis manos entre sus negros cabellos.

Con el pausado transcurrir de aquella espléndida fantasía que se iba conformando en mi loca cabecita, notaba la manera como las respiraciones de ambos se iban haciendo más y más profundas sintiendo como me costaba horrores controlar el aliento. Notaba los labios de mi boca ardiendo de deseo y pasión por aquel hombre que me tenía entre sus brazos acariciándome arriba y abajo mis pobres muslos. Los labios de aquel mulato palpitaban de emoción y yo sentía en mi lengua el calor que me atravesaba como una corriente hasta alcanzar los míos.

Ambos nos besábamos uniendo primero nuestros labios de forma suave y delicada para después abrir yo mi boca permitiendo el paso de aquella lengua húmeda y rosada que se enroscaba con la mía entablando una lucha sin cuartel mientras el hombre me manoseaba los pechos sin consideración alguna. Mi lengua saboreaba con verdadero placer cada milímetro de aquella boca tan cálida y masculina. Yo, con la respiración entrecortada eché la cabeza hacia atrás y dejándome llevar por sus caricias, emití el primero de mis muchos gemidos de aquel inquietante encuentro. Entregada a él por completo no paraba de jugar con su pelo teniendo la mirada perdida en el techo y consiguiendo a duras penas ahogar los gemidos que trataban de salir por mi boca. Sin dejarme reposar ni un instante más, mi compañero me acarició los pezones con delicadeza acercándose a mi oído antes de hacerme arrodillar mientras se iba bajando con desesperante lentitud la cremallera del pantalón tras haber desatado el cinturón y el botón.

Ahora, muñeca quiero que me comas este regalito que te tengo guardado –le escuché decir en voz baja.

Buscando a tientas entre los tejanos del hombre, encontré al fin aquella gruesa banana de chocolate la cual me fui metiendo poco a poco en mi golosa boquita de hembra experta en aquellas lides. Aquel miembro resultaba verdaderamente hermoso teniéndome absorta en el examen y en la degustación de aquel pedazo de carne. Lo imaginaba grueso, enorme y poderoso y se veía a sí misma jugando con él, ensalivándolo arriba y abajo hasta dejarlo bien reluciente para después volver a metérselo en la boca de una sola vez. Aquel miembro oscuro y en el que las venas no hacían más que palpitar sin parar de llevar sangre a todos y cada uno de los rincones de aquel músculo, iba aumentando de tamaño gracias a las caricias que le propinaba su compañera hasta que finalmente y con un rugido de satisfacción acabó reventando en el interior de su boca llenándola con el manantial de leche que el hombre almacenaba en sus cargados testículos.

Temblando de emoción y con las piernas del hombre aguantando a duras penas tan tremenda humanidad, un torrente de esperma de sabor fuertemente desagradable irrumpió de manera violenta contra su garganta haciéndola tragar contra su voluntad aquel semen viscoso, parte del cual desapareció por la comisura de sus labios hasta caer sobre sus pechos donde ella lo esparcía con gran placer entre sus dedos. Tras degustar los restos del elixir masculino llevándose los dedos pringosos hasta su boca, levantó su mirada cruzando sus ojos con los de aquel hombre en los cuales tanto agradecimiento podía vislumbrarse.

Al acabar aquella fantasía en la que me había visto a mí misma disfrutando y haciendo gozar a aquella polla con el dulce masajeo de mis manos, de mis labios y de mi lengua en aquella especie de maravillosa y deliciosa felatio, abrí finalmente los ojos notándome nerviosa y con el pulso acelerado a causa de tan estupenda aventura. Me noté cansada, caliente y emocionada gracias a las miles de sensaciones que sentía correrme el cuerpo pero, al mismo tiempo, perpleja por el modo como actuaba. Ella, una mujer madura y juiciosa y conocedora de sus muchas responsabilidades se estaba comportando como una colegiala en busca de su primera aventura sexual calentándose y tratando de calentar a aquel hombre que tenía a su lado.

Intentando escapar de aquel asiento lo antes posible, cerré el ordenador, me levanté elevándome sobre los tacones de las sandalias y cogiendo el bolso me encaminé pasillo adelante sin mirar atrás para así no verme obligada a invitar a aquel hombre a que me acompañara. Necesitaba respirar y pensé que lo mejor que podía hacer sería visitar un rato la cafetería para allí tomar una refrescante cerveza que me aliviara mínimamente los nervios.

Al entrar a la cafetería, busqué ubicación en un taburete que había junto a la barra y tras pedir una cerveza agarré uno de los periódicos disponibles para así entretenerme un rato leyendo la prensa diaria. Allí estuve unos diez minutos, pagando antes de volver al vagón donde me estaría esperando aquel hombre al que había logrado olvidar al menos durante un breve rato. Ahora me sentía mucho más tranquila y relajada sin la presencia perturbadora e inquietante de aquel hombre cuyos labios carnosos me hacían enloquecer cada vez que los veía. Me coloqué bien la falda estirándola hasta hacer desaparecer las arrugas que se formaban a la altura de la cintura y tras pagar a la joven camarera dejando el cambio sobre el pequeño plato, abandoné la cafetería camino de mi asiento.

Con paso firme me dirigí al vagón pensándome de nuevo pétrea e indiferente frente a cualquier elemento externo que pudiera querer confundirme. Desde la ruptura con su marido, siempre había sido ella quien se había apoderado de las riendas en todas las aventuras de las que había disfrutado, sin dejarse dominar por ningún otro hombre. Esa fue la obligación que se había marcado desde que el cabrón de su marido la dejó por otra, la obligación de ser ella la que se acostara y se aprovechara del hombre con el que le apeteciera hacer el amor. Muchos de sus compañeros de trabajo la habían rondado y la seguían rondando y cortejando en busca de un pequeño momento de placer al que Celia no estaba dispuesta a entregarse. El hombre con el que se acostara debía estar bien segura de que pudiera resultar una relación mínimamente duradera y no tan sólo la aventura de un polvo de una noche y ya está.

Con el bolso colgado del hombro abandoné la cafetería en busca de un sueño reparador que me hiciera recuperar de todas las emociones vividas. Necesitaba descansar un rato y dejar a un lado la fuerte impresión causada por los rasgos poderosos y varoniles de mi compañero de vagón.

¿Sería capaz de conseguirlo? –pensó brevemente Celia al traspasar la puerta que separaba la cafetería del pasillo que llevaba a los vagones.

Nada más salir al pasillo me encontré frente a frente con él, sin tiempo para poder evitar aquel inevitable encuentro. Viéndole venir le sonreí de manera forzada al mismo tiempo que mis ojos se cruzaban con aquella sonrisa descarada que tanto me molestaba. Estaba segura que aquel encuentro no era nada involuntario sino que había sido completamente forzado y buscado por él. La estrechez del pasillo no permitía el paso de ambos así que pensé que sería preferible dejarle pasar y luego continuar el camino hasta mi asiento.

Sin embargo, en un segundo y sin darme capacidad alguna de respuesta, el muchacho de piel oscura y labios jugosos y sensuales aprovechó la cercanía del baño para arrojarme violentamente al interior del mismo. Yo, sorprendida ante tan repentino e inesperado ataque, me vi metida en el interior de aquel pequeño baño junto a aquel hombre que me sacaba la cabeza, tan grande y enorme me parecía…

Sintiéndome fuertemente sujeta por él traté de luchar y pelear pero mis golpes sobre el pecho de aquel gorila de nada me sirvieron. Era demasiado grande para mí y lo sabía perfectamente como para seguir luchando de forma inútil. Sonriéndome de un modo que me hizo temer lo peor pude ver en su rostro el deseo tremendo que envolvía a aquel macho y supe que no había salida posible estando encerrada en aquel pequeño espacio junto a él. Para mi sorpresa empecé a notar como una de sus enormes manos presionaba mi seno al tiempo que apretaba su cuerpo contra el mío haciéndome sentir su dura y grande humanidad pegada a mi pubis. Agarrándome de las manos me obligó a hacerme para atrás arrinconándome hasta que noté como mis nalgas golpeaban con la pared quedando encajonada entre ésta y el hombre que tenía frente a mí. Lanzándose encima mío tras echar el seguro de la puerta para que nadie nos molestase unió su boca a la mía, beso que yo primero rehusé pero que poco a poco fui aceptando, tan deseosa de aquel hombre me encontraba…

Te deseo…te deseo tanto. Bésame vamos –pronunció ella antes de llevarle hacia ella cruzando los brazos por detrás del cuello de aquel hombre que tantas ansias y anhelos la hacían sentir.

Le besé con deseo irrefrenable, saboreando y mordiendo aquellos labios que tanto deseo me habían provocado desde la primera vez en que nuestras miradas se cruzaron. El simple roce con aquellos labios tan gruesos y jugosos y que parecían actuar como ventosas frente a mis pobres labios me hizo temblar y derretir de emoción. No tardó el hombre en hacerme abrir los labios introduciendo su lengua en el interior de mi boca del modo grosero y descortés que yo había pensado minutos antes.

Pronto el hombre quiso tomar la iniciativa levantándome el top hasta dejar mis pechos al descubierto, aquellos pechos con los que él tanto había soñado. Empezó a chuparme los pezones sin que yo pudiera decir nada. Era un deseo increíble el que me hechizaba de la cabeza a los pies. Me notaba bien caliente y dichosa en brazos de aquel hombre y más lo estuve cuando me encontré con la falda rodeándome la cintura y en el instante en que él introdujo la mano entre mis piernas, dejó la pequeña braguita a un lado y empezó a acariciarme el tesoro tan codiciado el cual se encontraba chorreante de jugos. Me encontraba ya tan cachonda que nada más sentir los poderosos dedos del hombre tratando de hurgar en mi sexo, suspiré de emoción y alcancé el primer orgasmo notándome elevada en brazos de aquel hombre y sin que mis sandalias pudieran tocar el suelo. Tuve que morderme el labio inferior hasta notar cómo brotaba la sangre del mismo para así poder reprimir el fuerte grito que estaba a punto de lanzar.

Mientras tanto sentía su respiración agitada en mi oído, su cálido aliento me golpeaba al tiempo que con los labios besaba mis mejillas para luego meter la lengua en mi oreja mojándola con aquella sucia saliva. Juro que no pude evitar excitarme ante tales caricias pero, sin embargo, seguí forcejeando y tratando de luchar para así guardar las apariencias y sobre todo porque al moverme más, sentí mucho más ese gran trozo de carne sobre mi pubis. Jugando con mi sexo con toda la palma de su mano, sus dedos de macho seguro de los pasos a seguir se metieron hábilmente en mi vagina. Yo estaba extasiada dejándome hacer todo lo que aquel individuo quisiera. Sus labios bajaron por mi cuello y mis hombros para llegar al fin hasta mis pechos succionándolos y chupándolos. Al tiempo que con sus manos me acariciaba las nalgas apretándolas con pasión, sus labios continuaban succionando, besando y mordiendo mis senos y así una y otra vez.

Con prisas exageradas le vi bajarse el cierre del pantalón y, sacándoselo de uno de los bolsillos traseros del tejano, se puso rápidamente un condón cubriendo aquella mastodóntica mole que para nada defraudaba lo imaginado por mí. Era oscura, muy oscura y negra como nunca había visto una igual y su tamaño más que considerable me hizo mojar por entero notando caerme los jugos a través de mis muslos. Sujetándolo con sus enormes manos con las cuales casi no podía abarcar tan inmenso falo, el hombre tiró hacia atrás la piel que cubría el capullo dejándolo libre y lustroso ante mi vista antes de ponerse el tan necesario preservativo. Agradecí la delicadeza que tuvo de ponerse condón pues estaba más que acostumbrada a que la mayoría de hombres con los que me acostaba aceptaran a regañadientes aquel elemento que consideraban tan molesto para sus intereses. Una vez puesta la goma me arrodillé apoyando las manos en los muslos de él y comencé a chupar con furia. Me notaba desesperada y no quería otra cosa más que se me abriera la vagina y entraran en ella muchos penes uno detrás de otro.

Me sentía como una perra en celo con ganas de que cualquier macho me cogiera. Finalmente haciéndome levantar del suelo me puso de espaldas a él y mirando al espejo me tomó por la cintura, me hizo abrir las piernas y cogiéndome una de ellas la levantó haciéndomela apoyar en el baño para así facilitarle su ataque hasta que al fin metió todo su pene de un solo movimiento hasta el fondo. Nada más sentirlo dentro de mi un escalofrío me recorrió el cuerpo notándome empalada por tan magnífico instrumento. Me sentí elevada en el aire por culpa de aquella estocada fogosa y certera que me hizo poner los ojos en blanco de tan satisfecha como me encontraba.

Conforme iba entrando yo me moví suavemente sin poder hacer más que gemir débilmente. Me la introdujo toda hasta lo más profundo y empezó a percutir con fuerza y pasión. Yo jadeaba, brincaba y a veces hasta sollozaba gozando de la follada que me estaba pegando con su instrumento metido en el interior de mis entrañas. Con cada embestida yo me separaba irremediablemente del suelo notando cómo sus bolas rebotaban con fuerza en mi concha. Él, con toda su fuerza, prácticamente me cargaba moviéndonos los dos al mismo ritmo.

¡Qué sensación tan rica era la de sentir esa polla entrar y salir de mi pequeño coñito! –pensé sintiendo como un nuevo y delicioso orgasmo volvía a visitarme entre las piernas.

Tras aquel último clímax y sin dejarme descansar, me recostó en el baño colocando mi abdomen en el mismo con mis pies colgando y desde atrás y sin piedad alguna me ensartó su grueso instrumento en mi caliente sexo. Creí perder el sentido al ser empalada de aquel modo tan salvaje y no pude menos que dejar caer mi cabeza hacia atrás dejándome hacer por aquel hombre que me tenía cogida con fuerza por mis cabellos. Nos movíamos más y más fuerte a cada momento que pasaba disfrutando de nuestros cuerpos en una total locura de gemidos sofocados y callados.

Aquel hombre me cargaba literalmente tomándome por las caderas mientras me embistía con su gran herramienta golpeando contra las paredes de mi vagina sin ningún miramiento. No podía evitar gemir ante tal tormento pues sus testículos hacían tope en mi empapada vulva y con sus manos me agarraba del cabello llevándome contra él para así cabalgarme de manera furiosa. En un momento de breve lucidez le mire atenta a los ojos y me puso el dedo en mis labios los cuales separé permitiendo que su dedo se perdiera en mi boca. Así pude chupar con gran placer las mieles de su excitación.

Desde fuera una peligrosa presencia trató de acceder al baño encontrándose con el seguro echado. Alguien desconocido intentó abrir la puerta hasta en tres ocasiones, hallándose en todas ellas con la negativa por respuesta de aquella puerta cerrada. Por fin y tras unos instantes de inquietud para ambos amantes, el pomo de la puerta dejó de moverse demostrando que la persona del exterior había desistido de su intento de entrar al baño. Viendo nuestros rostros sudorosos y desencajados a través de la luna de aquel espejo, el guapo mulato volvió a empujar, reanudando aquel martirio al que me sometía, hasta lograr meter centímetro a centímetro aquel colosal miembro favorecido por la humedad extrema de mi experta vulva.

Segundos más tarde, ambos nos hallábamos en pleno apogeo disfrutando de un mete y saca divino. No podía creer que aquel extraño estuviera follándome de aquella manera y que yo estuviera sintiendo tanta satisfacción. Debo reconocer que estaba a punto de desmayarme de placer. Quise gritar pero aguanté aquella mezcla de placer y dolor al recordar el temor que produjo en mí el movimiento del roce de la puerta indicando la proximidad de cualquier persona esperando en el pasillo. Lo que más morbo me daba era el sonido producido por tanta lubricación y al mismo tiempo el temor a poder ser descubiertos. Su polla entraba y salía de mi agotado coño transmitiéndome todo tipo de sensaciones hasta que, al poco tiempo, la fuerza de sus penetraciones era tal que creí que arrancaríamos el baño de la pared.

Así duramos unos tres minutos más hasta que los dos acabamos explotando de gusto. Produciendo un largo suspiro le vi estremecerse quedándose quieto y llenando el condón con su abundante corrida de macho joven y en la plenitud de su poderío sexual. Sentí su leche calentita escapar de su sexo pero me seguí moviendo adelante y atrás sin dejarle que parara ni un segundo. Era yo misma quien me la continuaba clavando hasta el fondo de tal modo que prácticamente me lo estaba follando yo a él. Me quedé muy quieta debajo del él después del orgasmo, notándome deliciosamente relajada y pensando que finalmente todo había acabado. Yo había perdido la cuenta de las veces que me había corrido pese a la corta duración de aquel intenso encuentro. Estaba segura de que al menos habían sido cinco o seis los orgasmos que aquel hombre me había hecho gozar. La locura para ambos fue completa, hasta que quedamos totalmente exhaustos y sudorosos producto del fuego del momento. Echado sobre mi espalda, volví la cabeza hacia atrás y, de ese modo, unimos de nuevo nuestras bocas y nos besamos de forma delicada como muestra clara del profundo placer disfrutado por ambos.

Arreglándose con prisas sus descompuestas figuras, el hombre echó el condón al váter tirando después de la cadena para que no quedara rastro alguno de tan felices orgasmos y luego abrió la puerta del baño permitiéndole el paso a ella antes de encontrarse con la mirada alterada y enojada de la señora que esperaba pacientemente entrar. Imaginando la escena ocurrida en el interior de aquel baño, la señora comenzó a lanzarles fuertes improperios tachándoles de desvergonzados y caraduras. Los amantes, sin hacer caso alguno de las quejas de la mujer recorrieron tranquilamente los pocos metros que separaban el baño de sus asientos.

Al llegar a la butaca, una amplia sonrisa de oreja a oreja dibujaba mi hermoso rostro sintiéndome inmensamente feliz y satisfecha tras el cálido encuentro experimentado en aquel baño de frías paredes. Sacando el pequeño espejo del neceser que tenía dentro del bolso, me miré arreglándome los revueltos cabellos con los dedos y luego perfilé los resecos labios con un leve toque de aquel carmín de suave tono rosado que tan bien daba con el perfil de mi rostro.

El hombre pasó a mi lado, esta vez de forma mucho más comedida, y se tumbó en su asiento apartando a continuación la cortinilla de la ventana a través de la cual ambos pudimos ver la cercanía de las luces del extrarradio de la ciudad condal. Él miró su reloj viendo la hora que era y que el viaje estaba próximo a su fin.

¡Ya son las once y diez! Dentro de nada estaremos ya en Sants. La verdad es que el viaje se me ha hecho cortísimo –le confesó sonriéndole de aquel modo tan insolente que ella tan bien conocía.

El resto de viajeros empezaron a levantarse de sus asientos, la mayoría de ellos estirándose y desentumeciendo los músculos de sus cuerpos para así escapar del sueño en que habían quedado sumidos durante el viaje. Un viaje que ellos habían utilizado para dormir un rato mientras a otros les había servido para desplegar sus más oscuros deseos en el interior de un pequeño baño.

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